Levi Wells Prentice, Landscape with Apple Tree

Una ucronía bíblica en el siglo XXI:
Seréis como dioses

______________________

por Ciarán Burés Teixeiro

Pocos autores de ciencia ficción habrán hoy en día que se hayan inspirado directamente en la Biblia con el fin de sacar a la luz una buena historia dentro del ámbito de la literatura fantástica. Y sin embargo no deja de ser una curiosa mezcla: la Biblia y la ciencia ficción. ¿O acaso no tan curiosa, ni tan anómala? Con independencia de que mucha gente considere a estas alturas del siglo XXI que la Biblia —aparte de que otros prohombres desprecian a la literatura fantástica como un subgénero frente a otro tipo de literatura «más seria»— no es un libro inspirado por Dios, un tema en el que en el presente ensayo no vamos a tratar por cuestión de espacio, lo cierto es que precisamente las Sagradas Escrituras nos ofrecen un ubérrimo terreno en el cual, siguiendo la deriva bíblica que llevamos y según las propias palabras de Cristo Jesús, podríamos sacar provecho de dicha tierra de «a ciento por uno». Las Sagradas Escrituras nos vienen como anillo al dedo para entresacar entre sus maravillosas páginas perlas de incalculable valor, y, como el mercader del Evangelio, seríamos capaces de vender todos nuestros bienes para conseguir esa ansiada perla que supera cualquier clase de bien que pudiéramos encontrar en la tierra.

A mi humilde parecer una ucronía necesita el apoyo de dos pilares básicos: que esté bien escrita y que sea creíble. Y respecto al tema que nos ocupa, la ucronía bíblica Seréis como dioses, escrita a principios del año 2012, reúne ambos aspectos. Estoy plenamente convencido que su autor, el escritor gallego Francisco José Blanco Torres, a quien considero como uno de los precursores que han optado por seguir la arriesgada vía —ignoro si transitada por otros autores— de la ucronía bíblica en lengua española en forma de novelas cortas, ensayos o cuentos, es totalmente consciente de la magna dificultad que le supondrá tamaña odisea literaria, pero siguiendo el ejemplo de Cervantes, «los encantadores podrán quitarme la ventura, pero el ánimo y el esfuerzo será imposible».

Una vez esbozados los preliminares nos centraremos en el eje principal que da sustento a toda la obra. No pretendo desarrollar aquí con prolijo detalle el argumento principal, ni los caracteres y pulsiones que dominan y dan forma a los personajes de esta original ucronía, pero sí que me detendré en algunos aspectos que considero claves para acceder a la comprensión y profundidad que subyacen ocultos tanto en la trama como en sus respectivos actores, sin caer, como he apuntado unas líneas más arriba, en una excesiva acumulación de datos que considero de segunda fila para desarrollar las líneas maestras de la ucronía, es decir, la génesis de la misma y el alma que ha inspirado su insólito nacimiento ex nihilo.

Ya en las primeras páginas de la ucronía nos encontramos con una serie de detalles ciertamente sorprendentes. Blanco Torres se nos muestra aquí como un autor muy directo, poco amigo de verbosas descripciones y con unos diálogos directos que dejan muy pocas concesiones a los fuegos de artificio que todo escritor a veces desliza en su prosa, un exceso de barroquismo tan innecesario como fuera de lugar.

Sin lugar a dudas el mundo que Blanco Torres nos describe es en apariencia un mundo perfecto, sin fisuras ni quebrantos. Es un mundo en el que todos los seres humanos son eternamente jóvenes y hermosos, dueños de un destino eterno en el que no se ven obligados a sufrir las traumáticas experiencias del dolor, las enfermedades ni la muerte. Como reza el título, son como dioses. Para Orfeo, el protagonista de la historia, son todos iguales.

«Todos tan hermosos, tan perfectos. Tan jóvenes. Y sin embargo había algo monstruoso en todo aquello. Pocos, si acaso algunos, eran realmente conscientes de lo que estaba pasando, de lo que había pasado y de lo que estaba por venir. Pero ¿acaso importaba? Todo el mundo estaba tan ocupado, ajetreado en sus propios quehaceres, corriendo tras las últimas novedades y placeres del momento que parecían no darse cuenta de lo que realmente estaba sucediendo a su alrededor» (SCD, pág. 4, cap. 1).

Una verdad revelada

La pregunta que ahora surge es: ¿por qué todos son «tan hermosos, tan perfectos y tan jóvenes?». La respuesta la encontramos ya bien avanzada la novela, cuando Deirdre, uno de los personajes claves de la ucronía, y que actúa como una especie de Sophia gnóstica, le revela a Orfeo que en un pasado remoto el Demiurgo engañó a los primeros padres de la raza humana para que conquistaran una autonomía moral que llevaba aparejada una vida eterna a pesar de su desobediencia al Creador.

«—Parece que estás hablando de mitología —dijo Orfeo—. Es una narración tan sencilla que apenas es creíble.

Todo comienzo es sencillo. ¿No pretenderías que nacieran ya enchufados a la VR y trabajaran en Ágade como funcionarios en vez de cuidar un pequeño jardín? —le preguntó ella con una sonrisa irónica—. La pirámide se empieza a construir por la base, por muy bien que estén diseñados los planos.

No es posible. Tiene que haber otra explicación.

Claro que la hay —prosiguió ella con el mismo tono irónico—. La selección natural de los organismos vivos a lo largo de millones de años, que el origen de la vida surgió de manera espontánea en la tierra, o que fue sembrada en hombres-simios por unos seres que vinieron a la tierra de otras partes del universo y que implantaron en ellos su propio código genético.

No sé qué creer…

¿Crees en Dios? —le preguntó ella.

¿Qué significa creer en Dios? ¿Saber que hay un Ser en el universo superior a nosotros y que probablemente nos haya creado? No hay necesidad de Dios en este mundo, Deirdre. Nosotros somos como dioses.

¿Dioses? —se burló ella—. Más bien títeres movidos por los hilos del Demiurgo. No se trata solo de creer en Dios. Se trata de buscar la verdad, Orfeo. Vale la pena arriesgar la vida por ella.

La verdad —repitió él, pensativo—. Me recuerdas a Nanna. Con la única diferencia de que ella solo cree en sí misma.

Es la forma de pensar que alienta vuestro mundo. Conoceréis lo bueno y lo malo. Ahora lo sabéis. Lo sabemos todos» (SCD, pág. 40, cap. 6).

Este es el nudo gordiano. El punto de inflexión. Esta verdad revelada que sale de los labios de la hermosa Deirdre coincide con lo que Orfeo había leído en una memoria USB, una reliquia de tiempos pasados en la época en la que le ha tocado vivir, y que el propio Orfeo encontró debido al azar años atrás en Ágade, su ciudad natal, cerca de las orillas de un río, un pequeño tesoro que consiste en una biblioteca digital con un contenido aproximado de quinientos libros digitales en su interior, que lo ayudarán en su incierto camino a la liberación mediante un conocimiento del pasado que en su tiempo se considera perdido y olvidado para siempre, aparte de que su posesión supone un gravísimo delito. En el mundo de Orfeo está prohibida la posesión de libros, ya sean digitales o físicos.

He aquí la clave la de la ucronía, su mismo origen. En el jardín del Edén cambió la historia de la humanidad. La Serpiente Demiurgo consiguió que los primeros padres tomaran del fruto del árbol de la vida antes de que Jehová, el Creador, los condenara a morir y los expulsara del jardín. ¿Fue más listo el Demiurgo, o fue el Creador quien dejó que todo sucediera bajo su vista, pero sin intervenir un ápice en todo el proceso? Son preguntas cuya respuesta entra más en el terreno de la investigación bíblica, por lo que no entraremos aquí a resolver dichas cuestiones. Lo que sí nos interesa es que a partir de este histórico momento todo cambia para la raza humana. El árbol de la vida simboliza la vida eterna, y al haber tomado su fruto antes de que el Creador haya desaprobado y condenado su conducta, ha traído consigo que los primeros padres, a pesar de su pecado, tengan vida eterna y no sufran ellos mismos ni sus descendientes el desgaste del tiempo, es decir, la muerte. Y con ello los seres humanos tampoco sabrán lo que es el dolor, ni las enfermedades, ni la vejez.

Pero en tales condiciones la vida eterna es un regalo envenenado, como el oro del Rin, que mata a todo aquel que anhela su posesión, o como el anillo Único de Sauron, que corrompe al más puro de los seres de la Tierra Media. En almas moralmente imperfectas y al mismo tiempo con todas sus capacidades físicas y mentales elevadas a un nivel más allá de lo imaginable, la vida eterna no deja de ser una abrumadora carga. Para Akira, un afamado pintor de Ágade y amigo de Orfeo, al principio de la ucronía le confiesa a éste que la vida «es dolor en carne viva». En cambio para Deirdre, la vida

«Es una ilusión, como las que os proporciona la fuente en las cabinas de la VR» (SCD, pág. 38, cap. 6).


Realidad virtual y kripteia

En Seréis como dioses el Estado Universal que rige con puño de hierro las vidas de quinientos millones de personas —un guiño quizás a las enigmáticas Piedras de Georgia— ha conseguido imitar con notable éxito los logros alcanzados en la época del Imperio romano para mantener a la plebs contenta y sumisa. La divisa de panem et circenses planea a lo largo de toda la obra con otro rostro diferente, pero con el mismo espíritu que aquél. El panem está al alcance de todo el mundo, una vez finalizadas las Tres Grandes Guerras cuya consecuencia más importante consistió en el establecimiento de un Guardián Omnisciente, el Estado Universal, el gran Leviatán que pondrá fin a las seculares guerras y dará inicio a una época de paz y prosperidad económica sin precedentes en la historia de la humanidad. Las palabras de Lot —el padre de Deirdre— a este respecto son muy elocuentes.

«—Fueron las guerras que cambiaron la configuración del mundo —dijo Lot, que parecía molesto por la breve interrupción y miró a Orfeo con cara de pocos amigos—. Gracias a ellas Occidente puso en pie los cimientos del Estado Universal. Ya no existía ninguna potencia que se interpusiera en su camino. Fue entonces cuando empezaron a tomar una serie de medidas con el fin de controlar a toda la población del planeta. Primero comenzaron por regular los nacimientos. Después establecieron un tope: no más de quinientos millones de habitantes en toda la tierra. Se acabaron las hambrunas. Y los problemas económicos. El Estado Universal creó una nueva moneda, el neodólar, y nacionalizó todos los bancos del mundo, privándolos de poder e influencia. A partir de ese momento la economía serviría a la política, y no al revés. Lo mismo sucedió con la ciencia y las nuevas tecnologías, como la VR. Todo por y para la seguridad del Estado Universal. Con el advenimiento de la paz mundial y la seguridad económica, sin las luchas sociales y civiles del pasado, sin la preocupación constante por tener que ganarse la vida y sufrir las penosas consecuencias de las constantes crisis económicas y financieras tan características de otros siglos, la humanidad podía entregarse a un estilo de vida hedonista, sin interés por la política, la economía ni la libertad. ¿La libertad? —exclamó Lot con ironía—. ¿Para qué la querían? Amaban su cadena con un amor infinito, una vez cubiertas sus necesidades materiales, ya que las espirituales no les preocupaban en absoluto. Romper aquellas cadenas habría supuesto volver a los problemas del pasado, a hacerse las grandes preguntas tan incómodas para el Nuevo Orden Mundial representado ahora por el Estado Universal. Y este no estaba, ni de hecho lo está, dispuesto a renunciar a su poder absoluto. Vosotros sois los privilegiados de la historia. Sois como dioses, pero unos dioses amnésicos e infantiles, que gozáis encerrados en vuestra jaula de oro, sin inquietudes, ni curiosidad, sin grandes preguntas que haceros por el porqué y el origen de las cosas» (SCD, pág. 25, cap. 4).

La realidad virtual es uno de los pilares que sostiene al Sistema, la cara de la moneda, su rostro más amable, pero no menos dañino. En un párrafo memorable Blanco Torres nos la define con toda su crudeza.

«Quizás la VR lo estuviera consumiendo por dentro, como de hecho hacía con otras personas que dedicaban todo su tiempo libre a engancharse a una máquina que les proporcionaba una válvula de escape al mundo real. La VR era la droga más poderosa y legal que el Sistema había inventado, una máquina capaz de desconectar a un ser vivo del mundo real para sumergirlo en una serie de sensaciones e imágenes virtuales. ¿Deseaba uno hacer una escapada a la Grecia clásica o a la Babilonia postdiluviana? ¿Quería uno correr aventuras amorosas o luchar en los ejércitos victoriosos de Alejandro Magno? ¿Descubrir y conquistar América con los conquistadores españoles y copular con hermosas y lascivas indígenas? ¿Luchar en las Grandes Guerras y participar en la configuración del nuevo mundo? Todo era posible para la VR. Lo único que había que hacer era entrar en una de las más de cien salas que pululaban como hongos por toda la ciudad y pagar un precio ridículo para engancharse al programa. Bien lo sabía Orfeo, que todavía seguía frecuentando aquellas salas sub-vencionadas por el Estado. Nadie conocía el nombre del sutil artífice de la VR, el invento más perfecto que la mente humana había sido capaz de diseñar para beneficio de toda la humanidad, y con un poder de atracción y adicción tan elevado que hacía que las drogas del pasado —incluyendo la Red— palidecieran a su lado» (SCD, pág. 5, cap.1).

El otro pilar del Sistema es la cruz de la moneda, su aspecto más siniestro. Se trata de la kripteia, la policía secreta del Estado, encargada de eliminar a los descontentos, rebeldes e inconformistas que son incapaces de adaptarse a las tiránicas ruedas del Estado Universal. Blanco Torres toma prestado el término de la antigua Esparta, cuya temible policía secreta también se encargaba de forma brutal de futuras rebeliones de esclavos que pudieran poner en peligro los fundamentos del Estado, y que el autor de la ucronía describe de esta forma cuando varios miembros de la kripteia van a detener a Orfeo a su casa, muy avanzada ya la noche:

«Orfeo no podía olvidar sus inexpresivos rostros mientras le golpeaban con sus porras, vestidos con sus abrigos de cuero verde y exhibiendo el mortífero dragón de oro rojo en sus boinas» (SCD, pág. 67, cap. 9).

Asimismo, en un excelente diálogo que uno de los Subdirectores de la kripteia —que no es otro que el mismo Akira, un agente encubierto de la misma— mantiene con Orfeo y que reproduzco a continuación, es una muestra más de la brutalidad que conlleva vivir en un mundo en apariencia perfecto y lleno de avances tecnológicos, pero del que nadie puede escapar sin sufrir las trágicas consecuencias.

«—Estás equivocado, Orfeo. El Sistema goza de una salud de hierro. El hombre no puede ni quiere salir de su jaula de oro. La VR y la VS son el opio que lo adormece. Y si alguna extraña anomalía provocara que alguien quisiera volar y salir de su dorada prisión, la kripteia le cortaría las alas y lo sacaría de la jaula para que no molestara o animara a los demás a volar con él.

Nadie vuela muy alto si lo hace con sus propias alas.

Muy cierto —dijo el pintor—. Pero las alas no son necesarias en una jaula tan estrecha.

No podéis vencer —le replicó Orfeo—. Dios os parará los pies de alguna forma, como hizo otras veces en el pasado.

¿Dios? —repitió Akira con un bufido—. Los libros te han sorbido el cerebro con más fuerza que la VR. Dios se ha olvidado de nosotros. Ahora el hombre es dueño de su propio destino. Nosotros somos como dioses.

Dioses que se comportan como niños estúpidos e inconscientes y que juegan a meter la mano en el agujero de la cobra.

No te gusta el mundo que hemos creado a nuestra medida. Es una pena que lo veas así. Estoy seguro que te habría gustado ver el reino de Dios en la tierra, y que todos los seres humanos fueran felices e iguales, que vivieran en paz y armonía y que no existiera el Estado tal como lo conocemos. Es una buena utopía, más infantil aún que el comportamiento de los miembros de nuestra moderna sociedad. Tu mitología es comprensible, pero carece de practicidad en Ágade. No me sorprende nada que estés aquí, Orfeo. Eres carne de patíbulo.

Habrá otros como yo que os pondrán las cosas más difíciles.

Ya los hubo en el pasado. Y eran más violentos e inteligentes que tú, pero están todos bajo tierra. Nadie puede desafiar al Estado sin quedar impune —dijo Akira, mirándole con desprecio—. ¿Creías que te habías convertido en un nuevo Prometeo? Nadie puede robar el fuego de los dioses sin ser castigado. Si de mí dependiera no me importaría que un águila te devorara el hígado. Me parece que sería un método de tortura muy interesante, un espectáculo digno de ver.

Estás loco.

Sabes muy bien que la locura es compatible con el arte —prosiguió Akira—. Soy hijo de mi tiempo. Conozco y cumplo las reglas que rigen el mundo en que vivimos. En cambio tú no lo has hecho y ahora tendrás que sufrir las consecuencias» [SCD, pág. 71-72, cap. 9. Nota: VS (Sexo Virtual, en inglés)].

Lo que Blanco Torres nos quiere decir es que no existe jardín sin serpiente. No hay paraíso sin árbol de la ciencia, árbol que extiende sus poderosas y profundas raíces hasta cubrir todo espacio posible con su temible presencia; pero tampoco hay paraíso sin árbol de la vida, es decir, sin una esperanza a la cual los amantes de la libertad y la vida humanas puedan aferrarse para socavar los cimientos del Poder, y reclamar, a riesgo de sus vidas, una espiritualidad y autenticidad que todo ser humano está obligado a reivindicar si quiere ser considerado digno de tal nombre, en vez de rebajarse y esconderse como una bestia asustadiza en los rincones más oscuros que anidan en el alma humana.


Conclusión

No podemos dejar de apreciar en esta obra de Blanco Torres la épica lucha que el ser humano lúcido y consciente de sí mismo sostiene contra el Sistema, el Estado Universal que pretende ahogar la voz del individuo en un titánico intento por robar no solo su personalidad, sino su sexualidad y su imaginación, sumergiéndolo a su vez con atractivos sucedáneos como la VR o la VS que mutilarán su alma y harán de él un mero títere, un solipsista atraído por la fría abstracción de un mundo aparentemente perfecto, pero completamente podrido desde lo más hondo de sus retorcidas raíces.

Esta pugna del ser humano con el Estado Universal, aparte de disquisiciones teológicas y bíblicas, nos concierne también a todos nosotros en este mundo que nos ha tocado vivir en los albores del siglo XXI. Porque el Sistema en el que nos vemos obligados a vivir, como al Leviatán de la ucronía, el temido Estado Universal, como hemos considerado a lo largo de este breve ensayo, no le basta con suprimir la imaginación y los sueños del hombre. Quiere dominarlo todo y a todos, incluidas nuestras mentes.

En conclusión, esta ucronía poliédrica, a pesar de ser una novela corta, para quien haya tenido el privilegio de leerla, abarca aspectos tan amplios como la metaliteratura, la poesía, el teatro, el amor por los libros, la búsqueda de la verdad acerca de los orígenes del ser humano o la figura del gran artista inglés William Blake, temas que en sí mismos encierran una gran complejidad y que como se podrá comprobar no hemos podido tratar aquí, pero aunque no hayan tenido cabida en el presente ensayo, sin duda serán en el futuro temas principales a tener en cuenta para escribir ulteriores artículos.



_____________________
Ciarán Burés Teixeiro es el seudónimo de un autor residente en Galicia (España).

📩 Contactar con el autor: arquilocobures[at]yahoo.es

Ilustración artículo: Levi Wells Prentice, Landscape with Apple Tree by Levi Wells Prentice - [1]. Licensed under Public Domain via Wikimedia Commons.

📰 Artículo publicado en Revista Almiar (adenda al n.º 81) en julio de 2015. Página reeditada en junio de 2019.

Sugerencias

enlace aleatorio

Enlace aleatorio

Hilo de oro

Hilo de oro (relato)


  • Créditos

    Revista Almiar (2015-2019)
    ISSN 1696-4807
    Miembro fundador de A.R.D.E.
  • Email

    Colaboraciones
  • Edición

    Redamando