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Heidegger y la filosofía de la luz

por

Óscar Portela


Heidegger

Cuando Martín Heidegger murió, en la Argentina se hicieron muy pocos comentarios notables acerca de su persona, de su pensamiento y de su obra. Acicateados por la urgencia de poner de manifiesto en nuestro ámbito la importancia de ésta, que desde hace cincuenta años es implícitamente vivida como la mayor del pensamiento contemporáneo, escribimos este ensayo. Léaselo además como homenaje: del autor a quien considera su maestro, y acaso el pensador más puro de Occidente. En este sentido, la pureza implica la dialogante vecindad del origen, tal como acaeció el hombre en el preguntar originario de Heráclito y Parménides, de Anaximandro y Anaxágoras. No se trata pues de un examen exhaustivo del pensamiento de quien esperará aún la decisión histórica de la destrucción ontológica para que pensar constituya el diálogo de la multiplicidad unívoca, escuchado histórica destinacionalmente. Es más bien el bosquejo de un trabajo mayor, prometido y que sin duda realizará el tiempo. Quede por el momento como el tributo de quien en una remota provincia sudamericana, acierta a pensar la esencia del hombre, como el arrojo en el ser de ser pastoreado, y no como el señorío del obrar sobre el ente.

Sea por último este trabajo, un testimonio de preocupación universal en zonas como la nuestra, que pugna por alcanzar una nueva dimensión histórica, y si es necesario pareciese a una prospectiva de la dimensión cultural de la provincia, comparécelos con aquellos trabajos publicados por eminentes profesores y periodistas argentinos, sobre quien fuera acaso, el último filósofo del Occidente.

(Un año antes de la muerte de Heidegger, en el suplemento literario del diario Época, a la sazón dirigida por el autor de esta nota y llevando su firma, casi como presagio, apareció una nota que llevaba por titulo: Piedra libre para un pensador de 88 años).

El tema que poco a poco centró el círculo abismal de las interrogaciones heideggerianas: lo provisional de lo humano como tal: provisional, provisorio, son términos que hablan de la situación de transeúnte, con que el pensar más riguroso piensa la esencia de lo humano. Lo provisional de las «securitas» de las «humanitas» y las representaciones que la subjetividad como fundamento «ofrece y asegura la posibi1idad de fundar, en la subjetividad y mediante ella» la objetividad de todas las cosas. Lo provisorio, lo provisional de aquello en lo que el hombre se instala, puso al pensar más recogido de la época, el temblor humano más turbador y por ello menos evidente, que obra alguna ostenta en lo que va del siglo.

Salvar al hombre de lo provisional de su naturaleza (de lo no pensado de su esencia), significó para Heidegger impedir que las sucesivas formas de «humanitas» en las que opera una determinada manera de manifestarse lo presente (el ente) como «posibilidad trascendental de la objetividad de los objetos, en la mediación dialéctica del movimiento del espíritu absoluto, del proceso histórico de la producción, en la voluntad de poder creadora de valores», instalen lo provisional del pensar (como camino hacia), en el olvido de la diferencia, de la cual proviene la metafísica.

La historia de este extrañamiento de pensar y ser constituye en el misterio de lo humano, «Lo propiamente digno de ser pensado». La historia como olvido y error, acaece cuando se abre el ente como tal en un tiempo que abre inconmensurablemente para cualquier medida, lo abierto, en donde lo erróneo, «no es una falta aislada, sino el reino (el señorío) de la historia, donde se enlazan intrincados, todos los modos del errar». Pero, olvido y error, son posibilidades de la metafísica y sus modos de acertar en el ente, maneras de manifestarse el «ser» como «asistencia» o «asistente dejar subyacer», en la que el ente ingresa al mundo. Mundo es aquello desde lo cual el Dasein «se da para indicar entre cuales entes y cómo se puede comportar». Mundo es también aquello «por lo cual»...

Ni un ente ni la totalidad englobante de éstos, de acuerdo a un orden jerárquico de esencias. El mundo es la puesta en «obra» del ser que libera al Dasein para lo que es: «el ente». En ese sentido, a este penetrar del ente en el mundo, poniendo el mundo ante sí mismo como proyecto y al supra-proyecto del mundo vuelto sobre el ente, llamó Heidegger «trascendencia». De igual manera, el sobrepasar hacia el mundo del «Dasein», llamó Heidegger libertad. La libertad es como tal el fundamento del mundo, en tanto es éste, trascendencia como «mismidad». Por eso dice Heidegger: «Sólo la libertad puede hacer que mundée un mundo para el Dasein».

«El mundo nunca es sino que mundea»; y luego: «la libertad es dejar imperar al mundo, que proyecta y proyecta más allá». Pero esta misma libertad que pone al hombre transido de ser, no es una posesión del Dasein; en grado contrario, la libertad, el Dasein existente y liberador posee al hombre, por lo que éste es en el «modo de la existencia» en la cual, la verdad misma es el fundamento de la libertad.

Por ello dejar imperar al mundo significa, dejar actuar la «esencia de la verdad (en el sentido de la conformidad del representar) sólo porque la libertad misma nace de la esencialidad de la verdad, del imperio del misterio en el error». Por ello se dijo más arriba: error es el señorío de la historia, «el espacio de aquel volverse en el cual la ex-sistencia in-sistente, volviéndose una y otra vez, se olvida y equivoca la medida» en la cual, es la «esencia anti-esencia (Gegenwesen) respecto de la esencia inicial de la verdad».

A este respecto, nada y tiempo, son horizontes desde los cuales se hace patente la que es como presencia (el ente) y oculta el ser para que haya historia. Pero sólo donde hay habla «hay mundo» y en consecuencia historia. Sin embargo el habla acontece con antelación en el diálogo. En el diálogo se dice la proveniencia como destino; y la historia como tal, es el medio ineludible de actualización de lo histórico, «sin que la historia tomada en sí, pueda constituir al pie de la letra la recepción suficiente para la historia dentro de la historia». A este respecto indica Heidegger: «Las raras y simples decisiones de la historia surgen del modo en que cobra presencia (West) la esencia originaria de la verdad» y en otra parte: «La historia del mundo, empero, es el destino que consiste en que un mundo nos dirige el habla». Ese mundo que nos dirige el habla a través de la historia, no habla sin embargo necesariamente por boca de la metafísica. ¿Pero es la metafísica como ámbito de lo histórico medida de recepción suficiente para aquello que debe ser llevado a su acabamiento, como destino del ser en el pensar o «dictare» originario en el cual aún somos tocados por lo arcaico? ¿Si metafísica se dice del modo de presencia en que el «ser» se oculta para que haya historia como error y verdad del mundo, puede acaso ésta experimentar aquello cuyo olvido la constituye, el ser mismo? ¿No hay que ir entonces más allá de la metafísica, cumpliéndola en tanto es ella originariamente el destino del ser, hasta experimentar el ser en lo que éste tiene de no pensado aún en lo dicho por el habla histórica? La metafísica como olvido del ser, arrastra consigo su propio fin. Cuando lo provisorio del hombre como transeúnte no es llevado a su acabamiento, lo provisional se instala como la uniformidad del obrar o la caducidad de todo ente en el instalar de la obra.

Fin significa «lugar en que el todo de su historia se reconcentra en su posibilidad más extrema». Y el fin de la filosofía indica el reinado de «la racionalización técnico-científica». Esta puede establecer su derecho de una manera cada día más fascinante, mediante una efectividad de la que apenas podemos prever lo que puede llegar a ser: esa efectividad no sabe nada de aquello que, más originariamente, abre la posibilidad misma de lo racional y lo irracional. La efectividad prueba que la racionalización técnico-científica es acertada. Pero la aparición en su amplitud de lo que es, ¿se agota en lo demostrable? La insistencia en lo demostrable, ¿no cierra el camino que conduce a lo que es?

De esta manera el fin de la metafísica aparece como la autosupresión que conserva el olvido, e instala lo provisorio como el ámbito en donde se mueven las acciones del hombre.

El camino que conduce a lo que «es» no pasa por la metafísica, ni por sobre ella ni bajo ella. Pensar lo que «es» implica pensar más pobre y originariamente que la metafísica, llevando el lenguaje hasta la pobreza inicial, en la que el pensar, puede esencialmente «corresponder» al «llamamiento-asignación», exponiendo el pensar a la verdad del ser. El hombre es, en tanto se halla en la cercanía del ser. Esta manera de «ser-en-el-mundo» es aquélla en que «el hombre en su propia esencia se hace presente al ser en, el ec-stático instar en la verdad del ser»: «la existencia así entendida —escribe Heidegger— no es sólo el fundamento de posibilidad de la razón, ratio, sino la, existencia es aquello donde la esencia del hombre conserva la proveniencia de su determinación, en la reunión del pensar como recuerdo». «Existencia —escribe Heidegger en otro lugar— significa según su contenido, sobre-estar hacia lo verdad del ser». Esta ec-sistencia, va a ser pensada por último como «el libre claro de lo abierto». Sólo a través de ella —escribió Heidegger— puede dejarse ver, es decir, aparecer, aquello que aparece. Pero la misma claridad tiene su reposo en una dimensión de abertura y libertad. Este lugar es el «claro que puede visitar la luz, y hacer jugar en él lo luminoso con lo oscuro». Pero nunca —advierte Heidegger— la luz crea primeramente lo abierto, sino que justamente presupone lo abierto. De ahí que, contra toda caracterización del Dasein como categoría antropológica existencial (o autodespliegue del ser) Heidegger haya escrito: «Nunca la mismidad está relacionada al tú, sino que puesto que posibilita todo esto —es neutral frente al ser-yo y al ser-tú— y con más razón frente a la sexualidad», por lo cual, toda estructura intencional se funda en la trascendencia, y todo comportamiento es «por el hecho de que, estando en lo abierto, se atiene a lo patente como tal».

Pero no debemos en tanto confundir el «claro» con el «lumen» tomista. La luz de la razón apenas juega en el claro de lo abierto, porque tiene necesidad de él para derramarse sobre aquello que está presente en lo abierto. «Incluso lo que está ausente —observa Heidegger— no puede estarlo más que desplegando una presencia en la libertad de lo abierto». Con esto —puntualiza Heidegger, una vez más— el pensar que piense el «ser-en-el mundo con respecto a la dimensión iluminada, desde la que se deja ser el ec de la ec-sistencia, piensa más allá de toda sustancia y todo sujeto, y no decide por tanto acerca de si el hombre es en sentido teológico-metafísico sólo un ser de más allá, o si es un ser del más allá». La esencia de lo sagrado sólo puede ser meditada cuando el pensar pueda preparar el viraje histórico, en el que el hombre atienda a la esencia de lo sagrado en base a la experiencia de la gracia abierta por el pensar, que en si nada tiene que decir a la gracia. Pero sólo a partir del claro puede evidenciarse lo sagrado como tal, y hacerse presente las huellas de los que se fueron, porque en éste se funda lo histórico como tal.

El pensar que piensa más originariamente que la metafísica, debe acometer por último la tarea «de pensar el estado de no encubrimiento como, lo abierto mismo del claro, que permiten al ser y al pensar advenir a su presencia, a su presencia uno a otro y uno para el otro» como el nudo de la diferencia en que funda la historia. Es posible que este pensar, que piensa el origen de la diferencia como «la alianza» de la palabra y del ser en una palabra al fin única, en el nombre por fin propio, dado que «el ser (habla) en todas partes y siempre a través de todas las lenguas», abra al hombre la experiencia de la sagrada inseguridad de la intemperie, «lejos de la inseguridad de la caducidad de los entes como las securitas de las humanitas» que piensa el ser como el más ente. Tal pensar, piensa la estancia de lo humano en su destinación como el fundamento del ethos, como un dejar ser al ente en su verdad, mientras la ética como tal no deja «al ente ser, sino que al valorar hace valer únicamente el ente como 'objeto de su quehacer'». Este mismo pensar meditará la diferencia, como la diferencia entre lo «mismo» y «lo igual», y la diferencia entre ser y pensar en copertenencia del «asistir de lo presente» (ser) y el «tomar en consideración» (pensar). De este pensar no debe esperarse resultados ni teórico ni práctico. Desde luego este pensar no es tampoco profético, ni pesimista ni optimista. Es un pensar provisional, que como tal prepara la consumación en la vuelta, de lo provisorio como tal.

Años después que Nietszche iniciara la consumación de la metafísica como el fin de lo suprasensible, anunciando la muerte de Dios y la del hombre; reducido éste y su historia a mitos arqueológicos y formas simbólicas de abstracciones lógicas y metafísicas en la escritura, Heidegger se nos aparece como el campeón de lo humano: aquél que insiste en que el hombre es y son los objetos en tanto se hallan en la luz que danza en el morar extático de lo abierto, porque no el hombre es la medida de las cosas, sino el ser... y la Historia, «no la sucesión de edades, sino una única proximidad del mismo que de incalculables modos del destino y desde variable inmediatez afecta al pensamiento». En este sentido es preciso meditar la verdad y el error no como determinaciones intelectivas y poder del hombre, sino como el estar arrojado por y en la proximidad del ser y tiempo, como el extravío, porque sin éste no habría historia.

«Las distancias cronológicas —expresó Heidegger— y los seres causales pertenecen; a la ciencia histórica pero no son historia. Cuando nosotros somos históricos, no estamos a una distancia grande ni pequeña de lo griego. Pero estamos en un extravío con respecto a lo griego. Y lo propio de lo griego es caracterizar el ser como lo existente, es decir, lo presente en su infinita presencia». De ahí la necesidad de preparar un diálogo con vista a aquello que interesa como destino, dentro del cual: «lo griego, el cristianismo, lo moderno, lo planetario, y lo en el sentido indicado occidental, lo pensamos a base de un rango fundamental de ser...». De ahí también que la historia sea «incesante destrucción del futuro y de la recepción histórica para la llegada del destino». De ahí también que la interrogación heideggeriana sólo pregunte como manera de provocar el «acontecimiento» pues, «mientras la esencia de la técnica no me toque como algo pensado, no nos será dado saber lo que es la Máquina», tal que en la mentada esencia se halla en cuestión «aquello que habiendo quedado sin decidir, se está preparando para culminar en una decisión y concierne al gobierno de toda la tierra en su conjunto. Las catástrofes que hablan del fin, no hacen sino poner de manifiesto lo que ha quedado sin decidir: 'El ser mismo como escatología de la historia'». Por eso Heidegger dice: «Lo mortal no es la tan cacareada bomba atómica». «Lo que amenaza al hombre en su esencia es el opinar que elaborar técnico pone al mundo en orden, cuando precisamente ese orden destruye todo 'ordo', es decir, toda jerarquía, porque la uniformidad del elaborar lo achata todo y de esta suerte, elimina del ser el dominio de un posible origen de jerarquía y reconocimiento», esto es, de que lo gravísimo sea que no se piense aún.

Este no pensar aún, este pensar de acuerdo a categorías del representar habitual en la fe, la ideología, la lógica o las escuelas, incluirá durante mucho tiempo el pensar de Heidegger en el existencialismo. En la frialdad de la cátedra y acaso en las series negras de la angustia y la «nadería» existencialista. En tanto Heidegger el último pensador del orden finisecular de la metafísica occidental y la «ontoteología». Él, el último pensador, ha muerto. Él que pensó la verdad como fundamento y el fundamento como libertad de «desocultamiento» porque hay ser (no ente dijo sólo en la trascendencia en cuanto fundar que proyecta un mundo con carácter de «encontrarse», él que describió el poetizar como el traer a la luz, desocultar lo oculto en el «uso» como reunión, vio también al precursor como el que viene del futuro, «de suerte que sólo en la llegada de su palabra está presente el futuro», descubriendo sin quererlo más allá de toda gitanería y vanagloria, el cometido de su obra.

Sólo en su pensamiento es posible para nosotros hoy hallar posibilidad de tiempo, sea pensar en dirección «al ser del que mana todo "tiempo", (cercanos) a la más honda memoria, la de poetizar, hermano del pensar en la más grave tarea». En ello, acaso se cifre lo que un autor llamó, la «esperanza» heideggeriana. Refundación por el «Ser» en la palabra poética, donde el tiempo sería no ya el fundar sobre la transitoriedad de la libertad finita, sino el morar extático del más aventurado (el hombre) en la libertad de lo abierto, que yace entre las cosas y detrás de los hombres.

Por ello, el peligro será aún posibilidad de salvación para el que habita en el desierto del desmemoriado calcular, olvidado de aquello por lo cual la presencia como posibilidad de objetualidad y posición, se hizo posibilidad de cálculo. Porque al fin, la pregunta de Heidegger repensando a Nietszche meditó hasta el temblor inasequible, fue la de que si al hombre que «está dando el solo para lanzarse a la totalidad de la tierra y su atmósfera, para hacerse con el oculto imperio de la naturaleza y para someter a los planes y órdenes de un gobierno terreno la marcha de la historia», le está dado esperar aún. Dado que: «no está en condiciones es decir lisamente que es, decir que es esta que es una cosa». Pero es esta precisamente la tarea a la que el solitario de Friburgo nos llama, desde la tempestuosa calma de un pensar lejano aún por lo en demasía cercano.

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Caricatura Óscar Portela

ÓSCAR PORTELA, nacido en la provincia de Corrientes (Argentina), es escritor y ensayista. Ha publicado, entre otros títulos, Senderos en el bosque; Los nuevos asilos; Memorial de Corrientes y La memoria de Láquesis.


ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: Martin Heidegger for WP, Por Herbert Wetterauer (Herbert Wetterauer) [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], undefined.





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