El talento y el valor
una serie de reportajes por
Guillermo Ortiz López

Álex Brendemühl, la delgada línea roja entre la fama y el prestigio

¿Por cuántos puntos de inflexión puede haber pasado la vida de un chico de 34 años? En el caso de Álex Brendemühl contamos por lo menos dos y todo apunta a que estamos en las vísperas del tercero. Por eso era tan necesario hablar con él, por eso el Hotel María Cristina, de San Sebastián y presentarse improvisadamente, casi como un atraco, todo lo contrario de lo que me gusta hacer y explicarle y captar su atención cuando digo lo del «Óscar Ladoire catalán» porque sí, ha leído ese reportaje y, aunque han pasado tres años, se acuerda —«siempre que pongo mi nombre en Google aparece»— y, de hecho, me confiesa que muchas entrevistas posteriores incidían en la comparación con el protagonista de Ópera Prima.

Es curioso, a pesar de todo, nunca nos habíamos conocido. Hasta ahora. En 2003, él venía de protagonizar Las horas del día, de Jaime Rosales y aquel reportaje terminaba invitando al espectador a ver En la ciudad y disfrutar de su actuación.

Pues bien, desde entonces, Álex ha aparecido en otras diez películas y tiene otras dos en período de post-producción. Sólo en el Festival de San Sebastián presentaba dos: Remake, de su amigo Roger Gual, y 53 días de invierno, de Judith Colell. Uno podría pensar que llegar hasta él sería complicado, pero todo lo contrario: sea porque le hizo gracia el reportaje, sea porque al fin y al cabo los dos somos treintañeros que nos gusta el cine, esa misma tarde, tras el coloquio de Remake, salimos los dos a buscar un sitio tranquilo por el Barrio Viejo, cerca de los Cines Príncipe, al borde del Urumea, hasta encontrar una heladería «de viejos» que nos viene ideal para la charla.

Es difícil ser objetivo cuando partes de la admiración. Cualquiera que haya leído las entrevistas anteriores, sabrá que no tengo ninguna pretensión de objetividad. Álex Brendemühl tiene el mismo gesto esquivo, la misma sonrisa tímida, la misma mirada distraída cuando toma un café con leche que cuando interpreta un asesino en serie. Ese es su encanto, eso es a su vez lo que le convierte en un personaje inquietante en la pantalla.

Un principio entre la decepción y el saxofón

«No me gustaría encasillarme», dice, casi susurrando, «desde que hice Las horas del día todo el mundo me ofrece papeles de perturbado mental pero no querría acabar parodiándome a mí mismo. Es verdad que me encantan los personajes complejos, raros, con una psicología interior que haya que investigar... pero también es verdad que me acaban agotando, te los llevas a casa, acaban con tus fuerzas... Incluso ahora mismo, las ofertas que tengo siguen yendo por ahí, por eso he decidido parar. Si voy a representar a un enfermo mental, que al menos varíe la patología, ¿no?», dice con una sonrisa cómplice.

Distintos registros, eso es lo que busca. Pasar de la comedia al drama y del drama al terror. Al principio, no lo tenía nada claro. Ni él ni sus profesores. «Pasé por un mal alumno, no encajaba en los esquemas. Yo soy hierático, pero me gusta la comedia, incluso la comedia ligera, y los profesores no lo valoraban. Me gusta ese tipo de humor, el humor con un punto británico, que no te esperas. Supongo que es difícil juzgar el talento ajeno, pero el caso es que a mí no me daban ninguna opción».

De hecho, él se ganaba la vida con conciertos en los que tocaba el fagot, el saxofón... estudiaba en el Conservatorio por herencia familiar y la actuación no era más que un sueño, en apariencia frustrado. Hasta que empezaron los primeros papeles, el valor de venderse a uno mismo, de tocar todas las puertas que se puedan: «Hay que venderse, no queda otra, estar atento a las producciones, pedir entrevistas, asegurarles que te lo mereces, que tienes el talento suficiente y que si te dejan, lo vas a demostrar. El actor es un tipo con un ego muy particular. Es muy inseguro y tiene mucho miedo a la crítica y al rechazo, pero hay que seguir luchando, si no, es imposible».

De ahí a los primeros papeles en El porqué de las cosas, en series de televisión para Cataluña, hasta que llegó el primer punto de inflexión.

Un banco en el parque

«Agustí Vila es un genio», afirma del director de su primera película como protagonista, Un banco en el parque, «es un genio incomprendido, pero un genio. Algún día la gente se dará cuenta y hará cosas buenísimas, ya las hace en teatro». Su primer papel de protagonista, con 26 años, «una película valiente, de gente joven que se atreve, que enganchó en seguida con el público». Una gran película y esto lo digo yo.

¿Se disparó ahí su carrera hacia el estrellato? «Todo lo contrario, se estancó. Durante dos años no me llamaron para nada, era desesperante. Al principio vas con ciertos aires y luego acabas llamando tú para ver si te dan un papel. Fue complicado, porque no entendía nada. Decidí ponerme a escribir con Rafa Cortés una película que se llamaba Yo y que ahora vamos a estrenar, era la única manera de distraerme de lo que estaba pasando».

De protagonista a desconocido. Curioso. Una carrera que parecía agonizar de nuevo con pequeños papeles en películas como Flor de Lotro, Smoking Room, Nosotras... Un ego maltrecho que se vuelve a refugiar en la música y en la lucha de los casting. Por ejemplo, para Las horas del día, el proyecto de Jaime Rosales. «Fue un casting multitudinario y en principio, tras mucho currármelo, me cogieron para un personaje secundario, lo que pasa es que el casting siguió y no encontraban protagonista».

Lo tenían en casa. Segundo punto de inflexión.

Las horas del día

«Tengo mucho que agradecerle a mucha gente y he aprendido un montón de demasiados actores, directores... como para dar nombres, pero desde luego sin Vila y Rosales mi carrera habría sido otra».

Y es que, como ya saben, Jaime Rosales acabó eligiendo a Álex como protagonista de Las Horas del Día, una película que se convirtió en objeto de culto dentro del cine catalán, algo completamente distinto a lo que se venía haciendo en el resto de España y que, ahora sí, catapultó a Brendemühl no hacia la fama, pero sí hacia el prestigio, que, si se tiene buen criterio, acaba contando más.

Tras Las horas del día, En la ciudad y las diez películas ya mencionadas para acabar en Yo y Lo bueno de llorar y la pausa por agotamiento.

«No me gustaría ser famoso. No creo que sea famoso, pero sí noto que me reconocen. La mayoría no saben de qué, me paran y me preguntan si estudié con ellos en el colegio o en el instituto..., lo que sí noto es que me he ganado un respeto, un prestigio... el que se acerca, se acerca porque le gusta lo que hago, creo que he elegido muy bien mis papeles y esa es la clave».

Los que se acercan, como yo, para «secuestrarle» una horita y media y que me anuncie lo que viene ahora, ese tercer punto de inflexión que asoma tras la pausa de cuatro meses con su familia...

«No tengo ni idea. Si tuviera que mirarme en alguien me gustaría ser como Michael Caine, creo que tenemos algo parecido. Antes me gustaba Robert de Niro, también. Me gustaría seguir con personajes complejos psicológicamente y no hacer comedia a base de muecas o chistes fáciles». Comedia, en cualquier caso, porque él se reivindica como cómico. «Sí, han dicho muchas cosas de mí, pero yo desde luego me manejo mejor en la comedia que en cualquier otro género».

Remake

Es interesante que este nuevo momento de la vida de Álex Brendemühl, el que se avecina ahora que su cara es conocida, que su prestigio está establecido, que vuelve de una pausa necesaria por agotamiento mental... coincida con la promoción de Remake, una película que trata precisamente sobre la imposibilidad de empezar de cero y del peligro de volver adónde ya fuimos felices una vez.

«Sí, lo que hago en Yo es algo parecido. Cuenta la historia de un alemán que llega a Palma y quiere empezar de cero en una nueva casa, pero no puede. No le deja ni su memoria ni la memoria del antiguo inquilino» —¿Manderley?— «Es imposible empezar de cero porque siempre el que empiezas eres tú».

Así que... ¿recomenzar desde dónde? «Desde el entusiasmo. Lo que me motiva de verdad es el entusiasmo, no la popularidad. Un buen guión, una buena película. Hacer cosas. Es algo que tienes que tener siempre. Cuando empiezas, por ejemplo: no dejar de hacer teatro, de crear tus propias historias con los amigos, de pegarte contra las paredes... No hacer caso de las críticas, aunque ya te digo que el actor es muy sensible en ese sentido y hay críticos que funcionan con unas filias y fobias muy particulares» —recordemos que esto está dicho en pleno Festival de San Sebastián, exposición universal de las filias y fobias...

«No puedes adecuar lo que haces a lo que crees que va a agradar, entonces te pierdes. Tienes que demostrar lo que vales con tus propias armas. Si vas con una actitud de perdedor no vas a llegar a ningún lado, pero eso no quiere decir que te tengas que “vender” de cualquier manera. Por supuesto, te vendes, pero vendes tu talento, lo que tú eres capaz de hacer».

El prestigio, una vez más, frente a la popularidad efímera —«el modelo OT es muy peligroso»—, la voluntad de una carrera de largo alcance porque «todo lo que sube, baja, y hay que tener mucha paciencia: hay gente que estudia para triunfar, que necesita triunfar. No quieren ser actores, quieren ser famosos directamente. Eso no puede ser».

Y, a nuestro lado, Isabel Coixet, miembro del Jurado de este año apura su café y nosotros tenemos compromisos y aunque su simpatía ha superado con mucho a su timidez y me sigue contando todos los pasos que hay que seguir para empezar y empezar con criterio, me veo obligado a cortarle, porque no llego al siguiente pase y él tiene que ir al María Cristina a cambiarse y nos despedimos sabiendo que nos volveremos a ver muchas veces, claro que sí, con Roger, con Daniel, con Marta... con quien sea.

Y que, cuando nos veamos, nos reconoceremos. En la sonrisa tímida y la mirada algo perdida.

 

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Reportaje por Guillermo Ortiz López
Web de Guillermo Ortiz: http://www.guilleortiz.com/
Revista Almiar (Madrid; España) - n.º 30 - octubre 2006
🛠 Página reeditada en junio de 2021 ▫ PmmC

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