El talento y el valor
una serie de reportajes por
Guillermo Ortiz López

Manuela Velasco. Mucho más que una niña buena

El proceso. El camino. La selección. El casting. «Me gustaría que me vieran sólo como una actriz de 31 años que busca un papel», dice Manuela Velasco cuando hablamos de la soledad del actor y su ego dañado. «Cuando te rechazan, te rechazan a ti, rechazan tus sentimientos, tu voz, tu cuerpo... eso es con lo que trabajamos y eso es lo que les tiene que convencer. En el momento en el que me mandan un guión, lo vivo como si fuera a hacer el trabajo, pongo mucha energía e ilusión. Quizás, eso sea un error. Luego, es inevitable pensar que no vales. Te deprimes».

Manuela sonríe con su cara de niña buena en el piso de arriba del Café Comercial, glorieta de Bilbao, mientras en pantalla gigante el Liverpool le gana al Chelsea. Ella se alegra. «Soy muy futbolera», dice.

Es una cara conocida a punto de pegar el gran salto a la fama. De momento, eso le perjudica. «Ser presentadora no me ayuda para conseguir papeles, aunque me ayuda como actriz: perder miedo a la cámara, trabajar con rapidez...». Presentará hasta junio Cuatrosfera, en Cuatro, y ha sido uno de los rostros más populares de la cadena 40TV desde su creación.

Con todo, ella insiste, es actriz. Ni presentadora ni reportera. Actriz.

Su orgullo es lógico porque parece que estuviera predestinada. El cine ha estado en su casa desde mucho antes que ella naciera: padres, tíos... Con ocho años participó junto al hijo de Sancho Gracia en un episodio de Los desastres de la guerra. Sus compañeros de clase eran Liberto Rabal y María Esteve. Hacía teatro en el Colegio Estilo, barrio de Salamanca: la asignatura era obligatoria.

Carmen Maura, Antonio Banderas y La Ley del Deseo

A los diez años, irónicamente, llegó su gran papel: Ada, la niña que Carmen Maura «adopta» en La ley del deseo, la que baila Ne me quitte pas y resulta terriblemente adorable. «Me llevó mi tía al casting», dice, mientras da sorbos a su cerveza, «no tenía ninguna esperanza. Pedro me dijo que bailara y que insultara a una Virgen que tenían ahí, porque la Virgen tenía la culpa de mi tristeza. Fue muy raro. A los pocos días me llamaron a casa y mis padres no sabían nada».

De hecho, sus padres preferían que ella se formara académicamente y no faranduleara demasiado. Por eso, después de aquel rodaje, de las compras con Carmen Maura, las fiestas con Antonio Banderas —«fue mi primer amor, estaba completamente loca por él»—, las charlas con Bibi Andersen —«era guapísima, la mujer más guapa que había visto nunca»— y todo el universo ochentero girando en torno de una pre-adolescente, se hizo el silencio artístico.

Por supuesto, seguían las inquietudes, seguían las obras de teatro escolar, pero tuvieron que pasar muchos años hasta que recordó que ella, lo que quería ser, era actriz.

«Fueron unos años algo raros. Mi familia quería que diera prioridad a los estudios, por eso estudié Historia del Arte. Además, había un chico...». La difícil unión de los deseos y la realidad, el empeño en no entender que lo que los demás quieren no es necesariamente una amenaza, los años de aguantar que acaban explotando en Londres, ya con 20 años cumplidos, luego en Madrid, escuela de Cristina Rota, Catarsis del Tomatazo, primeros castings para televisión...

«Fue una experiencia increíble», recuerda. «Sé que, para algunos, la Escuela es complicada, pero conmigo Cristina fue encantadora desde el principio. Aprendí muchísimo: ella insistía todo el rato en que tenía mucho talento, que era una gran actriz, que no quería que perdiera oportunidades. Estuve dos años, no completé el ciclo, y me fui a trabajar a televisión».

Efectivamente, la Escuela de Cristina Rota puede acabar con una carrera o lanzarla a todo lo alto. En su curso estaban Raúl Arévalo y Kira Miró. En el siguiente estaban Dani Martín y Vanexxa.

La televisión como recurso

«Aprendí a querer más aún el teatro. Me encantaría tener mi propio grupo, formar una compañía con amigos y poder dar salida a todo el talento que hay por ahí. Ese sería mi futuro ideal». Pero para hablar del futuro primero hay que pasar por muchos presentes. Sus comentadas apariciones en 40TV —«a mí me encantaba la música, y pude trabajar con Frank Blanco, Tony Aguilar... gente que lleva años y años en esto y que puede seguir manteniendo el mismo entusiasmo. Yo, a los cinco años, ya estaba gastada, envuelta en un bucle, harta de entrevistar a La Oreja de Van Gogh después de cada disco».

Manuela tiene una virtud nada sospechosa: habla siempre bien de la gente, sin que eso parezca algo forzado. Con total naturalidad. Sea Álex Ubago o Melendi —«deberías conocerle»—, Nena Daconte o Fran Perea. Siempre tiene algo que rescatar. Su cara de niña buena, sus formas de niña buena, sus papeles de niña buena la han llevado a situaciones comprometidas, en ocasiones.

«Cuando hacía la telenovela Géminis, alcancé cierta popularidad. La gente me paraba por la calle y se ponía a hablar conmigo como si fuera Bea, mi personaje. No conseguían diferenciarlo. En el serial, yo era una chica buena a la que le pasaba de todo: amores frustrados, enfermedades mortales, traiciones imperdonables... pero destacaba por escuchar. Escuchaba a todo el mundo. Entonces, la gente con la que me encontraba, me contaba sus cosas, cosas realmente tristes y duras a veces y esperaba que yo les escuchara y les diera un consejo...».

—¿Y tú qué hacías?

—Yo les escuchaba. Intentaba explicarles, pero al final les escuchaba.

—Tal y como lo dices parece algo bonito.

—A mí me resultaba algo bonito. Molesto a veces, pero en general bonito.

García León y Jaume Balagueró: Directores al rescate

Manuela, la niña buena que querría ser mala pero no lo consigue. «Me encantaría hacer de mala. Vengo de hacer un curso con Víctor García León y estuvimos trabajando en mi lado perverso. El problema es que cuando piensan en un papel de mala ni siquiera me llaman. No tengo oportunidad. Ahora, con la peli de Jaume Balagueró quizás pueda demostrar algo: el personaje ha ido evolucionando a una auténtica hija de puta...».

Jaume Balagueró, Barcelona, meses de rodaje que retrasaron esta entrevista y que pueden ser un punto clave en su carrera. La película —REC— ha sido acogida por Filmax y pretenden que sea la gran apuesta de la temporada de otoño. «Estrenaremos a finales de verano, para ir cogiendo carrerilla». Manuela es la protagonista y entre eso y su papel en El club de los suicidas, con Fernando Tejero, tiene motivos para el optimismo.

«No sé, viene una época complicada pero muy ilusionante. En junio acabo contrato con Cuatro y es como una etapa que se cumple. Tener que volver a salir a ganarme las habichuelas será una motivación muy importante. No me gustaría seguir siendo presentadora, desde luego. Espero que la película de Jaume funcione, y si no al menos ya tengo un buen material para el videobook, porque salgo del principio al final» —sonríe.

Nada de presentar, nada de bustos parlantes. Actuar. Transmitir. En teatro —«uno de los mejores momentos de mi vida fue cuando estrené Esperando a Diana, en el festival de Cádiz, con Rafa Castejó, el día que cumplía 30 años»— o en cine o en televisión —«la experiencia de Géminis me gustó y no veo por qué no iba a repetirla». Pero actuar.

«Ahora mismo estoy dando clases de canto, para un casting que tengo que hacer dentro de poco», confesó al poco de empezar la entrevista, aún empate a cero en el marcador. La eterna búsqueda del papel ideal cuando se es una actriz joven, por mucho Almodóvar que haya en el currículo. El sufrimiento, las lágrimas, el coraje, la inseguridad... El éxito, tarde o temprano, el éxito. Y que cada uno lo defina como quiera.

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Reportaje por Guillermo Ortiz López
Web de Guillermo Ortiz: http://www.guilleortiz.com/
Revista Almiar (Madrid; España) - n.º 33 - abril-mayo de 2007
🛠 Página reeditada en junio de 2021 ▫ PmmC

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