Comandante Che Guevara


Isla Negra 2/50
Especial 39 páginas
1928-1967


Che
.

Casa virtual de poesía y literaturas.

Suscripción gratuita. Lanusei, Italia.

Dirección: Gabriel Impaglione. Octubre 8. 2005

impaglioneg@yahoo.es

http://isla_negra.zoomblog.com

🔻 🔺

Una corriente libertaria de viento inexorable
desanda el mundo con sus tres campanas.

Cuánta
metralla fusil misil a cuenta
de las mil y una muertes imposibles.
En vano cuánto tirano filo mordedura
sobre la esencia de sus tres letras infinitas.


De Letrario de Utópolis,

Gabriel Impaglione

🔻 🔺

(viene de página anterior...)


Robert Gurney
Inglaterra

El mirlo

Desde la ventana,

a un metro de mí,

miraba un mirlo

que picoteaba

una bola de musgo

que había caído

del techo

a la mesa del patio.


El timbre sonó:

un paquete de Cipolletti.


Contenía más sorpresas

que la caja de Ilegible

de la película no realizada

de Buñuel y Larrea.


Un boleto

que llevaba estas palabras

de Lacordaire:

«La ciencia se detiene

en la inteligencia;

la belleza llega

hasta el corazón».


Y otro

con éstas

de Goethe:

«En el mundo

no existe alegría

más dignamente sincera

que la de ver

un gran alma

que se la abre a uno».


Había dos artículos:

uno sobre los dieciocho whiskies

que no mataron

a Dylan Thomas

y otro sobre una carta

de Neruda

en la que no atacaba a Juan Larrea.


Bodas

de Albert Camus

y El Hacedor

de Jorge Luis Borges.


Había una foto

de un poeta

parecida

al héroe

del Parque Jurásico

pegada a una tarjeta

de la Biblioteca Popular

Bernardino Rivadavia.


Había un horario

de los colectivos El Valle

con nombres deliciosos

como Pellegrini,

Cutral-Co

y Chivilcoy.


Observaba al mirlo

cuando vi

en el teclado de mi compu

que mi hijo

me había comprado un dvd

The Motorcyce Diaries

del Che Guevara.


Normalmente,

no sé por qué,

los regalos me entristecen.


Tal vez

recibimos cosas

que no queremos.


Pero hoy la tristeza

que amenazaba

fue disipada por la alegría.


Estoy más contento

que el mirlo

que canta

al sol

en el plátano.




Robert Gurney

Inglaterra


Postmodernismo 2


Ayer fui a Watford

con mi hijo James.

Homenajean al Che Guevara

en una noche de música

en el pub Trafik

de Londres

este viernes.

Fuimos a una tienda

que vende uniformes militares

ex-Fuerzas Armadas

Británicas.


En el centro del escaparate

había una camisa.


James la compró

con la gorra y

una chaqueta de guerrillero.


Me pregunté

qué pensaría

el Che.



* Postmodernism 1' fue publicado en mi libro Poemas a la Patagonia - (2004)




Pedro Rivera

Décimas al Che


El Che en su paso postrero

—para que América andes—

en el dolor de los Andes

sembró su amor guerrillero;

sembró su grito sincero

y su fusil combativo

y si por duro motivo

el Che Guevara está muerto

tampoco es ya menos cierto

que entre la tierra está vivo.


América del mendigo

y de la mano extendida

calza su sandalia herida

y su dolor por abrigo.

Octubre que fue testigo

guarda su adiós prisionero

porque entre rejas de acero

para que nadie olvidara

El Comandante Guevara

sembró su amor guerrillero.


El llanto que derramara

y todo el llanto vertido

será en la tierra medido

con el fusil de Guevara.

Porque con la misma vara

conque mide el enemigo

se mide el tiempo y el trigo

en esta tierra que espera

y tiene cumbia por fuera

y su dolor por abrigo.


Sólo por dar sin medida

y dar perdiéndolo todo

el Che Guevara a su modo

para dar perdió la vida.

Mi guitarra agradecida

toca en silencio y no para

Y no para porque para

cantar el llanto y la gesta

América va dispuesta

con el fusil de Guevara.

(1972)




Vicente Feliú

Cuba


Una canción necesaria

al Che no in memoriam


Tu piel ligada al hueso se perdió en la tierra.

La lágrima, el poema y el recuerdo
están labrando sobre el fuego
el canto de la muerte
con ametralladoras doradas desde ti.

Y aquí a cada noche se busca en tus libros
el propósito justo de toda acción.

Y se abre tu memoria a todo aquel que renace,
pero nunca falta alguien que te alce en un altar

Y haga leyenda tu imagen formadora
y haga imposible el sueño de alcanzarte
y aprenda alguna de tus frases de memoria
para decir:
«seré como él», sin conocerte
Y lo pregone sin pudor,
sin sueño, sin amor, sin fe.

Y pierdan tus palabras sentido de respeto
hacia el hombre que nace cubierto de tu flor

Algún poeta dijo, y sería lo más justo,
desde hoy nuestro deber es defenderte
de ser Dios.




Horacio Pettinicchi

Argentina

Cuento


El ensordecedor chillido de los monos y el canto de las aves reciben la salida del sol.

En lo alto, la vida estalla en los grandes árboles. Debajo, la densa bruma, húmeda y fría, cubre la impenetrable vegetación.

Un hato de espectros empujan sus almas por la escabrosa senda. Remedo de hombres que van dejando jirones de carne en las espinas del monte.

Sombras tras otra sombra, sombras que se arrastran tras esa otra sombra de jadeante respiración. Espectros tras el espectro impenitente de un hombre que camina en pos de su propia cruz.

Camina el Comandante azuzando con afilada lengua a los despojos que lo siguen; arrastra sus pies, sus pobres pies llagados, malamente envueltos en un trozo de cuero crudo. Camina el Comandante y con él caminan las ánimas de campesinos con el asombro atornillado en los rostros ante la incompresible muerte, con él caminan los fantasmas de sus camaradas ejecutados en aras de la revolución, y el silencioso, el callado reproche de Masetti, que aún le duele.

El miedo, el eterno miedo al fracaso camina con él.

Carga en su mochila el peso de tanta muerte inútil, en su alma pesa el amargo sabor de la soledad. Solo y abandonado, rodeado de sombras, camina en busca de su demorada muerte.

Cada jadeo lo acerca a su derrota final, cada paso lo lleva a su mayor victoria. Pertinaz iconoclasta, el mismo se convertirá en eterno icono.

Hacedor de caminos, va dejando tras de sí amigos, mujeres, hijos, las obscenas maldiciones de los fusilados, y los olores, los entrañable olores de su América bolivariana, el aroma de la menta, el cebiche, del mate de su patria chica y la persistente colonia que usaba su madre.

Tiene sed el Comandante, sed de agua y de la otra, esa otra sed que ya nunca podrá calmar.

Y las voces, voces que lo aturden, eternas voces que no lo abandonan, gritos de súplica, de dolor, lamentos que lo despiertan bañado en sudor, y la risa, la mordaz risa de los dioses que hoy se toman venganza.

Respira mal el Comandante, lo ahoga el esfuerzo de la marcha, lo ahoga la inutilidad del esfuerzo. Él se sabe muerto y no le duele, «para el vencido el paredón», como tantas veces le gustaba decir. Le duele la incomprensión de ese pueblo sometido, la ignorancia de los hombres, pero más que nada le duele la traición, las infinitas traiciones del sacrosanto Partido y el mezquino interés de viejos camaradas.

Míseras sombras siguiendo a otra sombra, espectros que avanzan en la selva en busca del esperado final, y tras de ellas, acosándolos, cercándoles, incansables pretorianos de verde uniforme.

Callado, velando su propia muerte camina el Comandante.

Se sabe lejos de todo, lejos del desavenido joven de pronta contestación, lejos del adolescente en eterna controversia, con los demás y consigo mismo. Lejos del que ganaba apuestas parando el calzoncillo, lejos de la crisálida de samaritano que parió un combatiente. Lejos, perdido en el polvo de los caminos quedo todo.

El Comandante está ausente, ausente de todo, extranjero hasta de sí mismo, camina en busca del último exilio.

Cansado, hastiado ya de huir, da la orden de alto.

Manada de lobos tras el león herido, la jauría verde los rodea, estallan disparos, insultos, agónicos gritos cubren el lugar. Su arma, por instinto, sigue disparando hasta que herida, a igual que su cuerpo, calla.

Se apoya contra un árbol y se deja estar.

La tierra, esa madre tierra que no fuera comprendida por él, observa indiferente su derrota.

Luego, en el debido marco de una escuelita perdida, da su definitiva asignatura que lo convertirá en leyenda.

Arrumbado en el suelo, con la espalda apoyada en una pared cansada, jadea. Le falta el aire, siente muertas sus manos atadas a la espalda; las hilachitas de su descolorido uniforme dejan ver las heridas recibidas. Inclina su cabeza y sus ojos, mansos ahora, acarician con amor a sus compañeros muertos desmoronados a sus pies.

En la penumbra del aula ve acercarse el cobrizo rostro del «ranger», el rostro velado por la gangrena del miedo, sonríe el Comandante, lo ve titubear, vacilar con el arma en la mano, y le grita...


¡Ahora van a ver como muere un hombre, qué carajo...!


La ráfaga de disparos acaba con el hombre; el humo de la pólvora, al elevarse, acompaña el nacimiento del mito.


* * *

En las largas y heladas noches de la altiplanicie andina, mientras mastican sus acullicos de coca alrededor de algún fueguito, los campesinos suelen escuchar la historia del hombre alto, de bruna barba, que viste impecable uniforme verde y luce en su negra boina, una estrella de oro puro que brilla como fanal, jinete dicen en briosa mula de negro pelaje. Les arde la sangre a los campesinos cuando oyen del Comandante a el que acuden las victimas de abusos y tropelías. Renace en ellos la llama libertaria al saber del ejército de campesinos y mineros que siguen la estrella de oro que brilla como un fanal. La misma historia con pequeños cambios, es narrada en los socavones mineros, los salitrales chilenos, los arrozales orientales, y en los montes argentinos. Lo cierto es que la mítica estrella del comandante sigue encendida, tan encendida como el sueño eterno de la revolución.



Horacio Pettinicchi

Argentina

Tercer día


Caminaba el hombre acercando el cansancio a su muerte,

muerte, digo, artesanal y propia,
ensayada cada día de su vida.
Dicen que de él hoy nada queda,
solo la estrella dorada,
y las manos mutiladas,
Digo que queda el grito,
el visceral aullido que surge de cada boca acallada,
tapiada,
amordazada,
una y otra vez, y otra también.
Un día lo murieron, y al otro día nomás, sin esperar el tercer día,
ya estaba en las puertas de las fábricas, en las minas, en el monte,
en cada uno de nosotros,
en la puta vida.
Estaba, digo, en cada mano que empuñaba un grito.
Y su voz,
grande y clara, tan clara como Santa Clara,
volverá un día en canto,
canto vivo, como el fuego vivo,
embriagador, como pesado vino,
que ira borrando la ceniza gris de la derrota.
Y en su rostro, de barba enmarañada,
donde brillaban las gotas de una lluvia cálida y vertical,
estará ausente para siempre, la mosca azul.


Vicente Rodríguez Nietzsche

Puerto Rico


Tu rabia,

tu incomprensión

me son hermanas.

Aquí mi palabra

y mi mano

tendida hacia la tuya

para recoger tu cuerpo.

Tu nombre retumba

como tiro en batalla.

Quiebras la realidad

con propósito hacia el hombre

y su esperanza.

El árbol te protege.

La tierra te guarda.


Guerrillero de infancia.

América ilusionada

te da las gracias.

Comandante,

Ernesto Che Guevara,

con su ejemplo

¡LA VICTORIA QUEDA DECLARADA!



10 de octubre, 1967- 99 aniversario, Grito de Yara.


Vicente Rodriguez Nietzsche
Puerto Rico

Ernesto Guevara

Hoy cumple años El Che.
Su frente es un cometa.
Su rabo constantemente crece.
Es un infinito semillero...

8 de octubre de 1975


Vicente Rodriguez Nietzsche
Puerto Rico

Sigue quemando mentiras...

Para ERNESTO -CHE- GUEVARA.

A Wenceslao Serra Deliz

oigo pasar mariposas

con su vuelo de colores

mirando los ruiseñores

gusto el sabor de las rosas.

querido, Che, con tus cosas

de poeta y guerrillero

en este vivir prefiero

tu fe, tu ejemplo y tu selva

y que a todos nos envuelva

tu música de trovero.

sigues quemando mentiras

mientras nosotros crecemos.

de seguro, venceremos!

a la lucha nos inspiras.

de estrellas serán las liras

como tú la inspiración,

será tu muestra la acción

y tu enseñar nuestra guía.

Guevara, en esta porfía

te ganas el corazón.

ni vivo ni muerto estás.

ni cantando ni callado.

ni parado ni sentado,

caminas por la ciudad.

comandante de verdad,

te dibujan las paredes,

te esperan peces, no redes,

nadando en su libertad

y toda esta actividad

con honores la precedes.

no eres fecha no te cubre

nada de tiempo ni oscuro,

eres contención y muro

a la luz plena de octubre.

agua de mar salubre,

brazo de la luz suprema,

nuestro estandarte y emblema

para la paz conseguir.

no te pueden desunir,

Che Guevara, del poema.


a 23 de septiembre de 1997. en Lares, Puerto Rico.




Víctor Jara

Chile

El aparecido


Abre sendas por los cerros,
deja su huella en el viento,
el águila le da el vuelo
y lo cobija el silencio.
Nunca se quejó del frío,
nunca se quejó del sueño,
el pobre siente su paso
y lo sigue como ciego.

Córrele, córrele, córrela
por aquí, por allí, por allá,
córrele, córrele, córrela,
córrele que te van a matar,
córrele, córrele, córrela.

Su cabeza es rematada
por cuervos con garra de oro
como lo ha crucificado
la furia del poderoso.
Hijo de la rebeldía
lo siguen veinte mas veinte,
porque regala su vida
ellos le quieren dar muerte.

Córrele, córrele, córrela
por aquí, por allí, por allá,
córrele, córrele, córrela,
córrele que te van a matar,
córrele, córrele, córrela.




Wenceslao Martínez

Chivilcoy, Argentina

Che


Cómo te odio, bastardo barbado. Me enardece ver tu imagen, idolatrada por el pueblo, por la chusma, por los miserables. El veneno de la ira corre por mis venas cuando observo a los que te admiran, a los que has conquistado solamente con tu actitud de pretender ser fiel a un ideal. Admirarte a ti que eres un perdedor, que luchaste por una causa imposible, que fuiste tan tonto de rechazar los honores y preferiste soportar el hambre, la fatiga y el dolor, a vivir una descansada vida en Cuba. Me agobia la impotencia al contemplar a la juventud corear tu nombre, tu maldito nombre. Has muerto pero te siento vivo y capaz aún de corromper a esas pobres mentes. Sé que las personas como tú no claudican, no abandonan la lucha con facilidad. Debo derrotarte para siempre. He de iniciar una nueva batalla contra ti y te destruiré, esta vez, definitivamente. Aprovecharé tu fama, tu rostro, tu imagen, los haré míos y te convertiré en un producto de consumo. Pondré tu figura en afiches coloridos o vestimentas juveniles y así te transformarás, poco a poco, en una imagen adocenada que al cabo de un tiempo pasará de moda.


Manuel Vargas

Bolivia

El hermano mayor


Antes yo creía que eran las imaginaciones de mi mami dijo Laura; tuvo que pasar mucho tiempo hasta que todos supimos la verdad.

Cuando yo era niña, en la casa se trabajaba diez veces más que ahora. Pero mientras las manos se movían, mi mami tenía tiempo de suspirar, limpiarse los ojos secos y repetir las palabras que yo ya me sabía como agua.

—Vos no lo has conocido a tu hermano mayor, hijita —me decía—. Se llamaba Pedro, como tu otro hermano. Un día se fue con unos comerciantes a la Cordillera y no supimos más de él. Nunca…

Se callaba un rato, miraba el techo y de repente decía:

—No está muerto; lo he soñado caminando por los cerros y bajando a las pampas ande la gente. No sé por qué no viene si aquí todo le dábamos... ¿Sabes? El parecía contento de irse. Yo le decía: pero hijo, cómo vas a ir solito, por allá hay pura gente ajena, que alguien te acompañe, que vaya tu hermana a cuidarte... Y él me contestó con una carcajada y me acarició los cabellos: No, mami, yo me voy a rodar el mundo, me dijo y se fue.

Cuando comenzaron a aparecer los collas, hubieras visto cómo mi mami se alegraba. No sé si te acordarás de eso, entonces todavía te cargaba en mis faldas; te llevaba ande las visitas y vos te asustabas al ver a esos hombres de poncho rojo, negros y con la boca verde de coca.

Una vez estábamos almorzando y llamaron de la tranca. Mi mami se levantó, nosotros seguimos comiendo. Ya íbamos a terminar y mi mami no parecía. Mi papá fue a la puerta, divisó del patio, se volvió a la mesa y dijo:

—¡Indios! ¡Indios!

Cantaron los platos, cayeron las sillas y todos estábamos en la puerta. Tenían cimbas y llevaban monteras en la cabeza, sus abarcas eran de un jeme de altura y con sus p’uicas andaban hilando lanas de colores. Eran cuatro, no se diferenciaban los hombres de las mujeres, pero dizque eran dos parejas.

¿Sabes lo que hizo mi mami entonces? Vino a la cocina y les sirvió chicha y toda la comida que sobraba. Ni siquiera ella comió. Yo la vide entregar su plato enterito a uno de los indios. No quiso que nadie se les acercara. Mientras tanto mi papá nos hacía reír y nos contaba que él conoció a los indios cuando fue al cuartel y cuando viajaba de comerciante y de arriero, y como si nada nos hablaba de Sucre, de Chileflor o de San Petersburgo...

—Esos indios vienen de lejos —me contó mi mami después—, quién sabe de ande. Yo sabía ver indios cuando iba con tu abuelo Seferino a la Loma del Veladero, pero ésos eran indios pobres; los que has visto ahora son indios ricos y conocen muchos lugares. Son vergonzosos, si ven a mucha gente ajena se hacen los opas. Yo les hablé a trechos en su idioma y me tomaron confianza.

—¿Y de qué charlaron, mami?

—Les pregunté por tu hermano, es así y asá, se llama Pedro y es alto como un pino; pero no lo han visto. Mi hijo debe andar por alguna parte, sabe Dios cómo andará, perdido, hambriento...

—¿Y por qué les dio su comida, mami?

—Siempre hay que atender así a las visitas, hija. Cuando le convido a la gente ajena, pienso que a mi hijo, ande esté, no le han de negar un platito.

Cada vez que llegaba visita hacía lo mismo, y después me decía lo mismo, en las tardes, mientras yo pelaba papas y ella escarmenaba lana o tejía un poncho en la aguana.

Pasó el tiempo. Los collas ya no eran novedad. Unos aparecían vendiendo calderas y agujas, otros ofreciendo remedios y brujerías, otros de a caballo y con ponchos elegantes. Los primeros camiones que llegaron a Montes Claros, eran de los collas.

Mi mami les llenaba la panza y les compraba algo, o se hacía quedar alguna yerba y la guardaba hasta que se hacía polvo de puro vieja. A veces les regalaba una bolsa de papa y un pedazo de charque. Pobrecitos, decía. Sabe Dios si en otras partes les darán agua pa tomar, y daba un suspiro y comenzaba a contarme de nuestro hermano:

—A ése lo tuve en Salsipuedes. Era una noche tranquila, y yo todo tranquila, aunque era la primera vez que iba a parir. De guagua le gustaba ayudarle a tu papá en el chaco; pero cuando creció se volvió flojo y pensativo. Soñaba siempre con irse a rodar el mundo. Vivimos como animales aquí, decía. Me voy a ir a buscar otros pueblos, otras naciones, y voy a volver pa llevarlos a todos ustedes... ¿Ande nomás se iría, no?

Vinieron los camiones, los comerciantes y los militares, y mi mami ya no sabía qué hacer. ¿Cómo iba a preguntar de su hijo a tanta gente? Parece que entones se dio cuenta que el mundo era grande y que había mucha gente que no necesitaba que le invitemos un plato de comida ni tenía que pasar pune por el callejón por ande quedaba nuestra casa.

Te debes acordar de ese tiempo, cuando llegaron los aviones y la flota Galgo y la gente quería irse a vivir a otros pueblos. Cómo no te vas a acordar si nosotros también nos fuimos a andar. Vos te fuiste por mucho tiempo, yo volví pronto. Y vide cómo vinieron las máquinas a hacer caminos anchos y a tumbar casas. Y también supe y vide lo que pasó con los guerrilleros.

La gente decía que eran maleantes que venían de otras naciones a matar y a hacer la guerra. Mi mami no le creía a nadie. Quería ver a los guerrilleros pa preguntarles por nuestro hermano. Muchos le decían: «Pero doña Felicia, esa gente es de otras naciones, qué va a saber de su hijo». Y mi mami contestaba: «Mi hijo fue lejos. De lejos tienen que venir las noticias».

La gente decía que los guerrilleros ya estaban por Alto Seco, la radio decía que todos ya estaban muertos. Todos se asustaban y daban harto de comer a sus perros para que no se cansen de ladrar por las noches.

De ahí llegaron días de calma. Dizque ya no había muchos guerrilleros, aunque Montes Claros hervía de soldados. Hasta que una noche... Mi mami y yo dormíamos en la cuadra. Pedro había ido al monte a ver las vacas. Casi nunca ladraban los perros, y esa noche comenzaron a ladrar.

—Andá a ver, hija —dijo mi mami—. ¿No será que se ha soltado la vaca?

Yo no me movía. Y de repente escuchamos pasos.

—¿Será que tu hermano está llegando? —dijo mi mami sentándose en la cama; hablaba del otro Pedro, el menor—. Pero si recién nomás ha ido al monte... —y mientras buscaba los fósforos pa encender la mecha sentimos que el tropel venía de la huerta y no del patio. ¿Por qué ya no ladran los perros?, pensaba yo. Escuchamos jadeos de varios hombres, parecía que los perros sólo correteaban...

—¡Hija! —gritó mi mami de pronto—. ¡Es tu hermano! —y se puso a llorar.

Yo no entendía, ni tuve tiempo de pensar porque en ese rato escuchamos las voces en la puerta:

—¡Señora! ¡Doña Felicia!

Mi mami ya había prendido la mecha y se levantó. En la puerta vimos a cuatro hombres o más cargando a un muerto. Entraron, y mi mami cayó sin habla sobre el cuerpo; ya no lloraba, sólo se movía como tosiendo padentro. Uno de los hombres dijo:

—Hemos cumplido, señora... Lo balearon, pero antes de morir nos pidió que lo traigamos aquí...

Creo que siguió hablando, y los otros también dijeron algunas palabras, pero ya no escuché, porque me di cuenta de todo. No sé en qué rato los hombres desaparecieron de la puerta, y fue pa siempre.

Al otro día lo enterramos. Desde entonces parece que mi mami se ha vuelto más callada con sus hijos. Estuvimos casi todos. Pedro llegó del monte. Y vino Naida, su marido y los otros. Pedro nos contó cómo se había encontrado con unos guerrilleros y con los soldados en el monte, y sabía también del último combate. Eso todo el mundo lo sabía. Pero sólo nosotros sabemos quién está enterrado en el panteón de la huerta, junto a mi papá y a nuestros abuelos. Y nadie, ni nosotros, sabe ande están esos hombres que vinieron una noche a la casa y de ahí desaparecieron, sin que les hubiéramos invitado siquiera un trago de agua.



Manuel Vargas

Bolivia


Día de Almas


Aunque era primavera, a esa hora todavía no llegaba el día a las pampas y cañadas de Chiriguanañán. La noche estaba quieta, como a punto de estallar, tal vez por la Loma, tal vez por Montes Claros. En Huasacañada, Laura dormía, el día anterior había amasado hasta cansarse, a pesar de que Naida y Felicia le ayudaron. Laura dormía y soñaba sueños azules.

En Monte Grande, un joven de barba negra dio un manotazo a su poncho, se levantó buscando su sombrero y se lo puso sobre los cabellos alborotados. Desde la puerta del perchel vio la sombra de su caballo que pastaba, se volvió a entrar para ponerse el cinturón con revólver.

Felicia estaba despierta pensando en los vivos y los muertos. Una torta será pal alma de Luciano, Laura leerá el rosario, otra torta será pal alma de mi guerrillero, Rolando leerá el rosario. Solamente dos tortas hemos hecho. El Pedro ya debe estar viniendo del Monte Grande. Naida está aquí, Laura está aquí, Rolando también. Naida vive en la banda y ya es viuda. Los otros viven más lejos y quién sabe si no vengan al panteón a los rezos.

Rolando despertó, su cara estaba grasosa, como si hubiera sudado durante toda la noche, miró la primera claridad de la ventana con malla de alambre e imaginó los eucaliptos meciéndose en la orilla de la chacra. Todos Santos, Día de Almas, pensó, dio un suspiro hondo y se puso a descifrar el techo de cañahuecas.

Después de tomar café con mote, Pedro ensilló su caballo.

¡Pombo! llamó.

Un perro apareció batiendo la cola. Pedro volvió a la cocina, de una olla vació al noque el mote que quedaba. Coma, coma, tenemos que viajar. Terminó de alistar su caballo, se sobó la barba negra mirando que todo quede seguro y en orden y al fin montó.

Hombre, perro y caballo se perdieron por una senda. Los árboles comenzaron a verdear por los cerros cercanos; en la quebrada se escucharon unos disparos y el volar de pavas.

Pombo era el nombre de un guerrillero, uno de los pocos que escapó del cerco que le tendió el ejército, le gustó el nombre y por eso le puso a su perro. Era la costumbre. Perros y vacas y hasta algunos objetos eran bautizados con nombres oídos en la radio y así el mundo de afuera —personajes de la historia, nombres de remedios, objetos de comercio— entraba para tener nuevos significados: los de la vida cotidiana de la gente.

Ay, alma mía, tantos muertos en la familia y tantos más que necesitan de nuestros rezos. ¿Quién rezará por los guerrilleros muertos? ¡Laura! ¡Levante a hacer el café! Pal año quien sabe si tengan que rezar también por mí. Cómo vivo yo sin el Luciano, sólo Dios sabe, sólo Dios me mantiene. Si pudiera dormir, siquiera otro ratito. Pero ya es de día. ¡Laura! El café, digo.

Pedro cruzaba el río, siempre montado; el agua hacía perlas por el pecho del caballo y las canillas del jinete, pero no llegaba a las carnes frescas de la alforja. Pombo, muy cerca, nadaba tranquilo como un pez.

Laura despertó pensando que los gritos eran del sueño. Ya hemos hecho las tortas, las masitas y los chiguacos pa hacer rezar. Y ahora hay que hacer la comida pa llevar al panteón, me levantaré nomás. Hizo fuerzas para apartar los ponchos pero le dolió todo el cuerpo. Se volvió a tapar cabeza y todo para intentar seguir durmiendo.

¡Laura! volvió a escuchar los gritos Felicia. Andá despertalo al Rolando.

El jinete subía la cuesta de Tranca de Piedras. Tomaremos algo de jaliborange pa calentarnos. En la alforja había un bote negro con una mezcla de alcohol y agua del río. A ese trago le había puesto el nombre de un jarabe para el resfrío, escuchado en la radio. Al primer trago la bebida le perló la barba y algunas gotas cayeron hasta su pecho. No se limpió. El caballo subía tropezando por las zetas de la senda, Pombo por detrás, la lengua afuera y las patas doradas de polvo. Llegaron a la cumbre, Pedro volvió la vista al perchel, allá abajo, junto a la cinta del río, mientras volcaba el bote a sus labios. Taloneó a su bayo y los tres se perdieron por el pajonal. Estallaron tres disparos seguidos y una urina saltó rengueando hasta perderse entre las piedras; Pombo la siguió, como si de pronto hubiera perdido el cansancio.

Creo que el sol ya está saliendo, deben ser las seis, mi reloj, ¡las seis y media!, pero Laura todavía no se ha levantado. Ayer me levanté más temprano y fui al cuarto de mi mami; estaba despierta, la saludé y ella me dijo ¿ya te has levantado, hijito? Me senté a los pies acariciando los ponchos como solía hacerlo mi papá, sí, mami, y ella suspiró, andá decile a Laura que se levante. Me paré y fui a gritarle a Laura, pero no despertaba, recién respingó cuando abrí la puerta que suena como condenada. Laura es dormilona, pero una vez que se levanta no descansa hasta el anochecer. Ayer ha amasado porque hoy es Día de Almas, y mientras trabajaba comenzó a contarme de nuestro hermano mayor, al que ni yo ni ella conocimos, dizque mi mami se lo había contado, entre llantos secos y suspiros.

¿Y cómo es eso del Che Guevara? le pregunté. ¿Es cierto que Pedro lo vio en el monte?

No lo creo. Lo que pasa es que, al cabo de los años, todo el mundo anda diciendo que lo ha visto y ha conversado con él. En octubre, por el día de su muerte, la gente le ofrece misas, y no se olvida de rezarle en Todosantos.

Si no fuera por Laura y la leche de mi madre, no supiera cómo es la gente que anda por estos callejones como almas, como animalitos en un mundo perdido… Si mi papá viviera diría: ¿ves, Rolando?, el Pedro ya viene por Tranca de Piedras, talón y talón en su caballito, y el Pombo por detrás…

Hace rato el cielo se estaba armando pa llover y toditos los rezantes apuraron sus murmullos como si con eso iban a atajar al cielo; pero después otra vez ha vuelto el sol de la tarde. Naida se ocupa de hacer rezar con las masitas y los cócteles y yo ya estoy terminando con la comida; creo que no va a venir más gente, así que este caldo y las dos presas de gallina serán pa cuando llegue el Pedro. Cuando entre mi hermano a la huerta, algunos se van a querer ir del panteón porque él no los traga con sus lindas caras… Por ejemplo no le gusta doña Virginia porque ha sido la sirvienta de don finado Crisanto, el viejo que se hacía dueño de las aguas y de las gentes. No pierde ocasión de hacerle alguna broma. Mi mami está rezando con los ojos cerrados, apoyada en un tronco de pino. Parece triste, hace rato le hablamos pero no nos ha escuchado, o será que no quiere que le interrumpan. Ya hace dos años que ha muerto mi papá y ella sigue sufriendo; sus cabellos ya están blancos y se notan todos los huesos de su cara, pobre mi mami, tanto hemos sufrido desde que las máquinas vinieron a hacer caminos. Y este año la Naida perdió también a su marido, que murió de muerte repentina…

El Rolando no ha venido al panteón, se ha quedado en la casa fumando sus cigarrillos entre sus papeles y con una cara de dormido. Mi mami le dijo caminá, vas a leer el rosario pal alma de tu hermano mayor; él le dijo ya voy a ir y se volvió a meter en sus papeles.

La gente ha estado rezando desde el primer rosario que leí pal alma de mi papá. ahora comienzan a charlar y a reír educadamente después de varios cócteles con masitas. Naida anda de un lado a otro renegando y repartiendo los platillos con masitas pa los sobrinos; primero estaban queditos mirando a los rezantes y de ahí se han puesto a jugar revolcándose en el pasto que rodea a las covachas bajo la sombra de los pinos. Ya está atardeciendo y todavía no hemos leído el rosario pal alma del Pedro, el que se fue a rodar el mundo y a los veinte años volvió en hombros de sus compañeros de combate, una noche… nuestro hermano mayor. El año pasado, el Pedro, el que ahora está viniendo de Monte Grande, también quería irse a las guerrillas, pero no lo dejamos y él se puso caliente y se iba a emborrachar con sus amigos y salía al patio a asolear sus municiones. Ahora él y yo somos los que vivimos acompañando a mi mami; porque Rolando viene de vez en cuando y de ahí se vuelve a estudiar lejos. El Negro también se casó y vive en el pueblo. El Pedro, ya antes de las guerrillas, vino también con que quería casarse y mi mami se puso triste, y él le dijo: ya estoy viviendo con mujer, allá en el monte, la voy a traer uno de estos días pa que le ayude a hacer la comida. Nunca la trajo, hace tiempo que se han separado y la mujer se fue ande sus papás, por allá nomás, en el monte. Así que él y yo quedamos aquí en la casa, aunque él siempre se va al monte a cuidar las vacas y a sembrar en los chacos. No sé al fin cómo vivimos.

El hijo del Negro se está peleando ahora con los de Naida, Naida deja su fuente de galletas y va a tirarles las orejas a toditos los llokallas. De pronto mi mami abre los ojos y dice: ¿quién va a leer ahora el rosario que falta?

Allá la ventana que da a la chacra y a los eucaliptos que regué cuando era niño, cuando Negro me decía tienes que aprender a hacer casas y a plantas árboles; aquí el tastar de las gallinas, mi mesa y las paredes con telarañas y cagadas de vinchucas, de ésas que acabaron con la vida de don Benedicto, el marido de Naida; pero no con Pedro, mi hermano mayor, aquel desconocido que vivió aquí y fue acariciado por las mismas manos que me acariciaron, el hermano que se fue y volvió tarde para contar su vida en otras tierras, como yo también llegué tarde y apenas a contar verdades ajenas; Pedro Ruiz era un jovencito descontento que le dijo un día a su madre: me voy a rodar el mundo, y se fue… ¿Qué? Sí, han abierto la tranca del callejón…

Pedro está llegando en su caballo. Nos saludamos, él se apea y nos damos la mano; el perro que le acompaña y el de la casa también se saludan y ambos nos baten la cola.

¿Ande están los otros?

Toditos han ido al panteón. Te estaba esperando, ¿vamos?

Me pasa una alforja llena y olorosa.

¿Qué es esto? le digo. ¿Queso?

Carne de unos bichitos. Ya les hice dar un hervor en la loma; cuídala de los perros, es pa llevar al panteón.

Desensilla el caballo y salimos al callejón, con el caballo de tiro para dejarlo en la huerta. Este Pedro, qué habrá traído de la estancia; ¿no se habrá fregado un ternero en Monte Grande?

Las nubes se han apartado del cielo y llega la tarde amarilla. Entramos a la huerta y deja al caballo amarrado en el cerco; allá arriba, bajo los pinos, se ve a la gente arrodillada y sentada. Pedro va adelante, yo detrás cargado de mi alforja olorosa a carne. Los sobrinos ya nos han visto y se acercan corriendo. Pedro se hace el que no los ve y seguimos caminando. Llegamos; Pombo, la cola y la lengua al aire, se pasea entre la gente y todos se incomodan, pero Laura sigue leyendo el rosario y los otros tienen que seguirle, hasta que acaban. Entonces mi mami se para y le da la mano a su hijo, ahora todos nos miran. Yo doy la mano a tíos, primas y primos. ¿Cuándo has llegado? Ya hace tres meses. ¿Y cuánto tiempo te quedás? Me voy pasado mañana. Don Pedrito, ¿llegando de la Yunga? ¿Cómo quedaron las vacas? Y en vez de responder, él pregunta:

¿Pa qué alma estaban rezando?

Pal alma de tu hermano mayor dice mi mami. Justo acabamos.

Entonces… duda un momento, ya está bien encomendado. Me pide la alforja y la desanuda. Estito también es pa rezar dice poniéndola en medio y sacando varias pavas a medio cocer. El que quiera una, se la lleva y reza una estación pal alma de los otros guerrilleros.

Las mujeres enmantadas suspiran con gritos apagados; Pedro las mira, cada una levanta una pava, mira a doña Virginia que teme tocar la pava que ha quedado cerca de ella.

¿Usted no sabe rezar?

Ay, cómo no, don Pedrito lo mira y luego agarra su pava. ¿Cuánto y por qué alma se lo voy a rezar?

Por el alma del Che Guevara. ¡Un rosario!

Pombo mira las pavas ladeando la cabeza. Pedro se saca el sombrero alisándose los cabellos, se arrodilla, los demás lo imitan callados.

¡Ya pues! Comience, doña Virginia.



Del libro Retratos de familia, La Paz, Correveidile, 2005



Graciela Zolezzi Faure
Argentina

Aniversario



Tu diario, tu sonrisa, tu retrato
y el brillo cachador desde los ojos
bebiéndose la vida trago a trago
Hace poco, muy poco todavía
con el mate en la mano
eras tan solo otro muchacho nuestro
y ahora
        sos todos los muchachos
Hace poco
        ahí nomás
                         como jugando
te alzabas con la cruz
                         verde de selva
y hacías la historia paso a paso
Hace muy poco aún
                          ta sólo un año
tal vez por eso
no podemos ni gritar tu nombre
apensas si lo murmuramos
Se diría un acuerdo
                           una vergüenza
de no estar enterrados
                           allá
                                 a tu lado
Tu diario y tu retrato
Vos
      bandera
                    luz
                         legado
el brillo cachador
                    riendo en los ojos
y el coraje sobrándote en los labios.


(publicado en Cormorán y Delfín Año 6 Viaje 22)




Dardo Sebastián Dorronzoro

Luján- Argentina

Hay un Hombre


Hay un hombre en América
Que ya no se espanta las moscas,
Que ya no se lava la cara con el agua de los ríos,
Que ya no se calza todos los días un pedazo de sangre
Para
Ir a despertar pájaros en la selva, que ya no sale
De su duro pellejo,
De su corazón,
De su enorme lágrima, en busca
De esa otra lágrima americana que se repite
Desde que su mano comenzó a nacer, antes del tiempo.


Hay ese Hombre, Ernesto elaborado
Por cuarenta primaveras y muerto
Como una flor o un panal de abejas, pero que no está
Muerto,
Que continúa aquí, aún, en este
Costado del mensú, del indio, en este
Perfil de carne guerrillera, de carne
Que crece desde abajo y busca
A uña,
A dientes,
A fusil,
A llanto,
A los dueños del pan y de la tierra.


Hay ese Hombre Ernesto, sí, y tendrán que matarlo otra
Vez
Debajo de esta camisa,
Debajo de este cuero,
Antes que llegue el día.


Poeta desaparecido el 25 de junio de 1976 por las FF.AA. genocidas de Argentina.




Silvio Rodríguez
Cuba

América te hablo de Ernesto


Con una mano larga
para tocar las estrellas
y una presión de dios en la huella,
pasó por tu cintura
por tu revés y derecho
el curador de hombres estrechos.

Preparando el milagro
de caminar sobre el agua
y el resto de los sueños
de las dolencias del alma,
vino a rajar la noche
un emisario del alba.

Y con voz tan perfecta
que no necesita oído
hizo un cantar que suena a estampido.
En todos los idiomas el emisario
va a verte:
en todos los idiomas
hay muerte.
Aunque lo entierren hondo,
aunque le cambien la cara,
aunque hablen de esperanza
y brille la mascarada,
llegará su fantasma

bien retratado en las balas.


(1972) Santiago de Chile - Libro: Que levante la mano la guitarra, Víctor Casaus - Luis Rogelio Nogueras- Editorial El Juglar - Bs. As. – Agosto 1984. Enviado por Andrea Ramos (Argentina).


Silvio Rodríguez

Cuba

Fusil contra fusil


El silencio del monte va

Preparando su adiós.

La palabra que se dirá in memorian
será, la explosión.

Se perdió el hombre de este siglo allí,
Su nombre y su apellido son: fusil contra fusil.
Se quebró la cáscara del viento al sur
Y sobre la primera cruz despierta la verdad.

Todo el mundo tercero va
A enterrar su dolor.
Con granizo de plomo hará
Su agujero de honor, su canción.
Dejarán el cuerpo de la vida allí,
Su nombre y su apellido son: fusil contra fusil.
Cantarán su luto de hombre y animal
Y en vez de lágrimas echar, con plomo llorarán.
Alzarán al hombre de la tumba al sol
Y el nombre se repartirán: fusil contra fusil.


Del libro: «Que levante la mano la guitarra». Enviado por Andrea Ramos (Argentina)



Silvio Rodríguez
Cuba

Canción del Elegido


Siempre que se hace una historia
se habla de un viejo, de un niño o de sí,
pero mi historia es difícil:
no voy a hablarles de un hombre común.
Haré la historia de un ser de otro mundo,
De un animal de galaxia.
Es una historia que tiene que ver
Con el curso de la Vía Láctea.
Es una historia enterrada.
Es sobre un ser de la nada.
Nació de una tormenta,
en el sol de una noche,
el penúltimo mes.
Fue de planeta en planeta
buscando agua potable
Quizás buscando la vida
o buscando la muerte,
Eso nunca se sabe.
Quizás buscando siluetas
o algo semejante
que fuera adorable,
o por lo menos querible,
besable, amable.

Él descubrió que las minas
del Rey Salomón
Se hallaban en el cielo,
Y no en el África ardiente
como pensaba la gente.
Pero las piedras son frías
y le interesaban calor y alegrías.
Las joyas no tenían alma,
sólo eran espejos, colores brillantes.
Y así bajó hacia la guerra...
¡perdón! quise decir a la tierra.
Supo la historia de un golpe,
sintió en su cabeza cristales molidos
y comprendió que la guerra
era la paz del futuro:
lo más terrible se aprende enseguida
y lo hermoso nos cuesta la vida.

(de Que levante la mano la guitarra - V. Casaus – L. Nogueras. Edi «El Juglar» - B.A.– 1984. Enviado por Andrea Ramos, Argentina)


Verónica Pedemonte
España

A Ernesto Guevara

Si el Che se hubiera casado con Chichina
en Cuba habría burdeles pero no jineteras.
¡Bien por las hijas de buena familia!,
hacen tanto por las revoluciones...
Conozco hijas de buena familia
que hicieron la revolución por menos,
fueron a tomar absenta
y se quedaron en la guerrilla.
Se trataba de cazar tiranos
con el tenedor de postre.
Si el Che se hubiera casado con Chichina
a ver a quién pondría usted
en su camiseta de diseño.


Eduardo Lucio Molina y Vedia
Argentina.

Carlos Arienti (Polo)

Fue un compañero leal, de mente limpia, testículos bien dispuestos y corazón sincero. Puso el cuerpo y el alma en la militancia revolucionaria argentina de los años 70. Cuando nosotros pensábamos en el Che, cuyo aniversario luctuoso se cumple ahora, no pensábamos en un héroe o semidiós sino que lo veíamos como un extraordinario compañero, un poco mayor que nosotros, que se nos adelantó y nos marcó el camino. Como él, sabíamos que era posible que no viviéramos muchos años, pero decidimos poner nuestra vida a favor de un cambio profundo. Polo, todos nosotros, aunque amábamos la vida, mejor dicho porque la amábamos, nos la jugamos. No nos creíamos muy especiales ni objeto de admiración. Simplemente sentíamos y pensábamos que nuestro compromiso político era la única verdad capaz de dar un significado y una textura real a nuestra existencia. Muchos cayeron en la patriada, una «patriada» en realidad internacionalista, porque nuestra patria eran los trabajadores, los explotados y los oprimidos, los intelectuales y artistas progresistas, los visionarios de un futuro mejor, en cualquier parte del mundo. Otros sobrevivimos, como Polo y yo, en una época que se muestra adversa y distante de nuestros sueños y objetivos. Los bolcheviques pensaron que la revolución se extendería rápidamente a toda Europa antes de que Stalin instaurara la línea del «socialismo en un sólo país: las fronteras de la enorme Unión Soviética». La historia tiene vaivenes. Cuando yo nací Hitler extendía el dominio nazifascista por toda Europa y cuando cumplí 3 años sus tropas estaban a 100 kilómetros de Moscú. Polo murió casi solo en México, lejos de su Argentina, de su ciudad natal (Federación o Federal recuerdo que se llamaba, en la provincia de Entre Ríos, una localidad que creo que ya no existe tras la construcción del puente internacional sobre el río Uruguay). Tal vez a mi me pase lo mismo que a Polo. Este poema que reproduzco a continuación lo escribí una horas después de verlo morir en un hospital del Distrito Federal mexicano.


Polo

A Carlos Arienti, in memoriam

Palabras tumefactas,
mordedura interior,
balbuceos de mascullada muerte.

Sus tensos globos oculares
miraban otra cosa,
fijos en el umbral anhelante.

Trago amargo de la nada
que a todos espera.

Así
tendido
en la desnuda cama de hospital,
respiró últimas bocanadas de vacío
ese otro nuevo hombre
para otro nuevo lienzo
de la lección de anatomía.

Muchacho de barrio,
o sea,
persona universal,
capaz de mano sincera
y odio preciso,
se jugaba la vida en voz baja.

El vino de los días
se le derramó por dentro
quemándole un hálito
de entrañas anegadas.

Degollados
disertaron sobre su cuerpo exánime,
a puerta cerrada,
los médicos de guardia.

Después lo envolvieron
estrechamente
en sábanas blancas,
como si pudiera escapar,
o desparramarse
por los mundos
que lo vieron desafiando
al sacro orden del absurdo.

No quiso vivir a medias,
morir a medias.

Se fue del todo.

Siempre hay muchos como él.

Hoy,
en los portales del IV Reich,
los pienso a ellos,
a nosotros,
como el túnel
que cavará la luz.

Están, estamos,
en cualquier esquina,
en el café o el aula,
en el taller, la cancha,
la redacción de un diario,
los campos desbocados.

Somos,
son,
los que nos jugamos la muerte,
los que siempre fuimos derrotados,
traicionados,
para vencer al fin,
una y otra vez,
la victoria segura
de lo cotidiano.

La guerra afila
su prueba de fuego.

Todo verdor
renacerá.

Un buen día
todos los días
digo
salvarán,
salvaremos,

al mundo.


Sergio Mouat

Chile

Comandante Che Guevara

Tu estrella solitaria y cósmica
ilumina los cielos de esperanzas,
como esa verdad universal
que hablaras a todos por igual.

Siguiendo su cauce contigo llegaron
a encontrarse todas tus pasiones
y traicionado vino a ti la muerte segura,
sin que temblara tu mano ni tu bravura.

Creyeron quienes te dispararon
tu cuerpo inerte consigo llevaría
todo lo que hidalgamente creías,
nunca sabrían cuán errados estarían.

Ni que por tan cobarde actitud
tu imagen a la inmortalidad llegaría
el mundo entero tu partida lloraría,
recibimos el tesoro que dejarías
una clara conciencia revolucionaria
ejemplo de lucha y razón libertaria.

Y fluyen como manantiales,
tu evocación por doquier brota,
no importarán los años,
a los pueblos del mundo toca
desde lo más profundo
de los sentimientos,
hasta la eternidad
seguir tus pensamientos.

De Voces y Huellas


Gerardo Alfonso

Son los sueños todavía


Tú surgías desde el Cono Sur
y venías desde antes,
con el amor al mundo bien adentro.
Fue una estrella que te puso aquí
y te hizo de este pueblo.
De gratitud nacieron muchos hombres
que igual que tú,
no querían que te fueras
y son otros desde entonces.
Después de tanto tiempo y tanta tempestad
seguimos para siempre
este camino largo, largo,
por donde tú vas.
El fin de siglo anuncia una vieja verdad,
los buenos y los malos tiempos
hacen una parte de la realidad.
Yo sabía bien que ibas a volver,
que ibas a volver de cualquier lugar,
porque el dolor no ha matado a la utopía,
porque el amor es eterno
y la gente que te ama no te olvida.
Tú sabías bien desde aquella vez
que ibas a crecer que ibas a quedar,
porque la fe clara limpia las heridas,
porque tu espíritu es humilde
y reencarnas en los pobres y en sus vidas.
Después de tanto tiempo y tanta tempestad...
Son los sueños todavía
los que tiran de la gente
como un imán que los une cada día.
No se trata de molinos,
no se trata de un Quijote,
algo se templa en el alma de los hombres,
una virtud que se eleva por encima
de los títulos y nombres
Después de tanto tiempo y tanta tempestad...


💠 💠


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