El laberinto del fauno
(de Guillermo del Toro)
por Alicia Albares

Resulta difícil iniciar el análisis de una película tan extraña y fascinante como ésta sin mencionar o, más bien, profundizar, en su naturaleza doble, tanto a nivel narrativo como técnico y de producción. Esta circunstancia, que influye profundamente en su argumento y características, convierte esta obra en la flor frágil de una tendencia cinematográfica nueva que lentamente va germinando en nuestro cine y que puede servir para enriquecerlo y diversificarlo como nunca había ocurrido antes. La propuesta del director mexicano va, por tanto, más allá: es una llamada de atención, una película-reto que aspira a estimular el bolsillo de productores y la imaginación de guionistas y realizadores para lograr una unión que explore las posibilidades de un universo diferente, pero no por ello menor, que ha sido escasamente visitado en nuestra cinematografía: el género fantástico.

Y es que, cuando califico esta película de «nueva» o «diferente», me refiero, fundamentalmente, a la importancia del contexto donde ésta ha visto la luz. Ignorando este hecho, estaríamos ante un filme exquisito, meticulosamente cuidado y realizado con innegable habilidad, pero carente de esa chispa que lo convierte en esencial, en necesario. Nos encontraríamos ante una película que enlaza con naturalidad una dualidad existencial que hace coexistir dos mundos, dos planos dimensionales, sin provocar en ningún momento sensación de extrañamiento en el espectador, logrando absorberle en una vorágine de empatía, provocada no sólo por el hipnótico efecto de sus personajes sino también por la inevitable fascinación de los sentidos, en una fusión casi carnal con la belleza de los planos. Pero, volviendo a esa razón de ser que coloca este filme en la historia de nuestro cine, hay que decir que estamos también y por encima de todo, ante el retrato fiel y desgarrador de la realidad de la posguerra en España, centrada en el enfrentamiento entre un militar franquista y sus némesis, los maquis, refugiados en los mágicos bosques de un indeterminado lugar del norte. Bosques que también acogen a un sinnúmero de criaturas invisibles para el ojo humano simple, criaturas salidas de los sueños y los cuentos, protagonistas de esa otra cara de la película que, aunque parece darle sentido y caracterizarla, acaba por resultar una circunstancia más, una cualidad que no resta ni desvía un ápice de atención de la línea principal de su argumento. Es esa capacidad de engarzar a la perfección dos películas en una, dos naturalezas complejas en simbiosis única, lo que convierte esta obra en una película orgánica, una criatura que destila rasgos autorales en cada plano, en cada línea de diálogo. Porque, por encima de todo, identificamos siempre el ánima de su responsable, el cariño que rebosa hacia sus protagonistas, la atención que pone a esos detalles que sólo se descubren con un segundo visionado.

De hecho, gracias a esa cuidada fusión de tramas y a la resurrección de una fantasía atemporal pero cotidiana (que vive en las mentes de todos, porque todos hemos sido alguna vez niños) el director logra lo que Guillermo del Toro, en 2002muchas otras películas han intentado sin éxito: conducir a la audiencia a un viaje auténtico por los entresijos de una lucha que no acabó con la guerra, un submundo de locura, torturas, sufrimientos que muchas veces se intuye pero que no siempre se sabe retratar sin caer en el exceso. Del Toro, como hábil narrador, utiliza la colisión de su laberinto fantástico, extremo en su armonía, perfecto incluso en su crueldad, con la nada edulcorada narración de lo que pasó después de la guerra oficial, sin suavizar lo que normalmente no se muestra, sin mirar con compasión o comprensión aquello que resulta innegable. Lo contrario de las dos realidades, no siempre opuestas, pero por encima de todo paralelas, eleva a la categoría de terrorífico lo que podría haber pasado por documental aproximado, consiguiendo un efecto devastador en el ánimo del público sensible. Perfección y orden, acción y reacción, lógica y belleza se dan de bruces contra el fanatismo y la locura del capitán Vidal, contra el heroísmo sin futuro de los hombres de la montaña, contra la sinrazón de la conducta humana. Y en medio de todo, una niña. La unión de lo real y lo imaginario, el catalizador de la inocencia en medio de un mundo sin salida. Una niña en la que todo espectador se convierte gracias a la grandiosa Ivana Baquero (descubrimiento irrepetible), cuya dulzura y dolor nos transportan a esa infancia común, donde el cuento algunas veces produce pesadillas, donde asomarse a la realidad no siempre gusta.

Y es que, para dar vida a su historia, del Toro ha sabido contar con la ayuda de un elenco insuperable de actores nacionales, que demuestran que pueden sustraerse del contenido fantástico del filme para deleitarnos con interpretaciones que huyen del estereotipo pero beben lo mejor del arquetipo: Sergi López, dando vida a ese villano que resulta casi tierno en su ciega obcecación; Maribel Verdú, segura, firme en su transformación, engañosa en su naturaleza; Alex Ángulo, componiendo un personaje inolvidable en su dignidad…

No existen «peros» en el ámbito de lo interpretativo, como tampoco pueden ponerse en el trabajo de los técnicos: impecables movimientos de cámara, que consiguen trasladar la imagen de la realidad a la fantasía con la suavidad de una nana; mientras la luz, vana, dura, etérea en ocasiones, envuelve a la niña y la conduce a los caminos inexplorados del mundo del fauno; en un entorno mágico, realista pero hermoso, lleno de matices y capaz de no huir hacia lo típico. Y, sumergido en esa amalgama de técnica y arte, no podemos olvidar a ese intérprete oculto, Doug Jones, dando aliento al fauno, pues gracias a sus movimientos convulsos, a la ambigua ternura de sus gestos, se convierte en el mejor embajador de lo imposible, inmortalizando un personaje que será difícil igualar de ahora en adelante.

El cine español (y todo cine) no sería el mismo sin esta perla difícil de fabricar, hija del ingenio y de la técnica, de la iniciativa arriesgada y la imaginación descontrolada. Y ojalá este camino que se abre ante nosotros, ensortijado como laberinto que es, no nos asuste, y nos atrevamos a transitarlo con la seguridad y las ganas de soñar que se merece.

____________

Alicia Albares Martínez, colaboradora de la Revista Almiar, trabaja en la actualidad para varias publicaciones locales del distrito de Vallecas (Madrid): Revista Santa Eugenia, periódico La Quincena, y, ocasionalmente, con la Revista 31, como coordinadora de la sección de cine. Escribe guiones cinematográficos y cuenta con algunos premios literarios juveniles. Estudiante de Comunicación Audiovisual, ha trabajado en cine como meritoria y auxiliar de dirección.
@ ruselina[at]telefonica.net

ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: Entrevista a Del Toro para TRAMA 39, By Manuel Bartual from Madrid, España (Guillermo) [CC-BY-2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons.

Artículo publicado en el n.º 30 (octubre-noviembre de 2006) de la Revista Almiar



Sugerencias

Bill Murray

Perdidos en Tokio (artículo)

Cassius Clay

Cuando éramos reyes (crítica de cine)


  • Créditos

    Revista Almiar (2001-2018)
    ISSN 1696-4807
    Miembro fundador de A.R.D.E.
  • Email

    Colaboraciones