Princesas: Nada nuevo
bajo el sol

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Guillermo Ortiz López

Fernando León de Aranoa debutó con una sensacional película, Familia, que no obtuvo el éxito que se merecía porque se limitaba a ser original, entretenida, con grandes interpretaciones, amable y a la vez triste, sin exageraciones... es decir, todo lo contrario a lo que parece que «debe ser» el cine español. No es que fuera una obra maestra, pero supuso un soplo de aire fresco en una época en la que el aire soplaba por todos lados: Tesis, Hola, ¿estás sola?, Tierra...

Su segunda película, Barrio, cumplió todas las expectativas. Afrontaba ya temas sociales y eso hizo que los críticos se lanzaran en elogios. Pero era mucho más que una película de denuncia: era un guión con un ritmo espectacular, una narración sólida y convincente, una soledad enmascarada, una opresión que se deja sentir pero que no oprime a su vez al espectador. Era divertida, ingeniosa, rápida, con unos diálogos brutales. Algunas escenas, como la de los vagabundos inmigrantes en la «parada fantasma» del metro merecerán pasar a la historia del cine español de los ‘90.

Pero llegó Los lunes al sol y, aunque la crítica se rindió a sus pies, aunque le dieron ochocientos Goyas y aunque se le reivindicó como el «Ken Loach» del cine español, la película era la peor con diferencia: los diálogos eran pedantes, las situaciones increíbles, el orgullo de los protagonistas se mezclaba con un rancio machismo y un desencanto tan evidente que dejaba de ser interesante. Un gigantesco paso atrás para un director con talento en busca de la lágrima fácil y el compromiso reconocido.

El cine de compromiso es un género en sí mismo. Eso lo hablábamos también en Sin City con el cine negro o el cine de cómic. A quien le guste, que vaya a verlo. A mí me cuesta. No porque no cuente cosas que sean verdad, sino porque me parece que la magia de la narración —sea escrita, sea pintada, sea filmada— es poder denunciar esa realidad sin caer en los tópicos, en lo evidente, sino mediante sutilezas que muchas veces son más efectivas para que el espectador tome conciencia. Pretender en el cine que se es «real» en lo que se cuenta es un absurdo. Lo real admite muchos matices y muy pocos tópicos.

Princesas es mejor película que Los lunes al sol, más relajada, menos tensa, y los protagonistas vocalizan, que ya es algo. Tiene todavía algunos diálogos e ideas muy brillantes, de las que recuerdan a sus primeras películas, pero en realidad no aporta nada nuevo. Es una historia de prostitutas y de inmigración en la que pasa todo lo que uno ha visto ya mil veces en películas sobre esos temas: inmigrante sin papeles que tiene que prostituirse para conseguirlos y de eso se aprovecha un malvado policía.

Amores a los que se engaña para que no sepan lo que una hace, pero que acaban enterándose por coincidencias, por situaciones públicas violentas del estilo Pretty Woman. Las mejores escenas, las de las prostitutas juntas, las del espectáculo de horror humano que se vive en la Casa de Campo, son prácticamente iguales a las que ya vimos en Todo sobre mi madre, los diálogos —ingeniosos en ocasiones— caen muchas veces en la cursilería, en una pedantería impropia de la situación.

El ritmo recuerda mucho al de Hola, ¿estás sola? o al de Flores de otro mundo, ambas películas de Icíar Bollaín. Todo lo que uno espera —porque lo ha visto antes— de una película así es lo que ocurre, paso por paso. ¿Es una mala película?, ¿refleja mal una realidad penosa? No. La película está bien hecha, se acerca bastante a la realidad tal y como la conocemos, generalmente de segunda mano... Pero esa historia ya nos la habían contado antes.

Candela Peña está bien, como siempre. Muy Candela Peña, abusando de su pose de «cabreo continuo» y haciendo de «madre», pero bien. El uso que se hace de sus diálogos no es culpa suya. Una película puede emocionar, pero eso hay que trabajárselo un poco también. No basta con poner a alguien llorando y explicando que su vida ha sido un desastre mientras se pone música triste. Eso no pasaba en Barrio. Eso no pasaba en Familia. Y créanme que eran películas emocionantes, crueles, con personajes destrozados... pero que no nos lo explicaban. Esa era la diferencia.

Incluso la música está bien, pero no aporta demasiado. Poner a estas alturas canciones de un disco de Manu Chao de hace cuatro años, pues no es ser precisamente original. Y no porque no me guste Manu Chao, que me encanta, sino porque me suena a «ya visto / ya oído». El tópico final, el que da nombre a la película: «Esta noche no somos putas, somos princesas» es de un efecto poético que está a la altura de «tus dientes brillan como perlas». Lo hemos oído trescientas veces.

Insisto, no es una mala película. No es como para salirse del cine. Está hecha con buen gusto, está bien interpretada, etc., pero no hay ni un atisbo de originalidad, de genialidad, de estar ante una historia distinta, o ante una historia que, repetida, está contada de otra manera. Podría ser una decente «ópera prima» de un director al que desconociéramos, pero Fernando León ha llegado a ser tan grande, ha enseñado tantas muestras de lo que podría entregarnos, que llegar diez años después de Familia a esto... es decepcionante.

Mi consejo está claro: si les gustó Los lunes al sol vayan a verla. Si no les gustó, no pierdan el tiempo.





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