Semenis Atrum
Gricel Ávila
Ortega
…y sobre un blando colchón tenderé yo
mis miembros.
Safo de Mitilene
Ella era un actriz de teatro,
tenía temporadas de gira casi todos los años, muy pocas veces se daba
el lujo de tomar vacaciones. Sus personajes no descansaban o más bien,
el único personaje que representaba desde el inicio de su carrera,
no descansaba de su cuerpo. Siempre era la misma mujer, la misma voz
y boca diciendo los monótonos parlamentos que configuraban a ese personaje.
La presentación de hoy, en Londres
—esta
obra de teatro ya figuraba desde hace cuarenta años, como una de las
clásicas en este país—,
no fue la excepción, ella no quiso irse de vacaciones y dejar que
una principiante arruinara el matiz logrado en este personaje. No
quería que el público se decepcionara al no familiarizarse con la
sustitución de una actriz en ciernes. A decir verdad, tenía miedo,
celo y envidia que su personaje le fuera robado, y otra lograra establecerle
una nueva personalidad. Sentía que el personaje era ya su identidad.
La obra de teatro es de cuatro
actos y trata de una mujer en el recorrido de sus diferentes vidas,
en donde siempre es notable la compañía de un velo rojo como vestimenta.
En casi todas las escenas, la actriz tiene que aparecer desnuda, por
lo que la obra amerita de una mujer joven y lozana, pues el personaje
femenino es representado en diferentes vidas pero en el tiempo de
su juventud. Es comprensible, tal vez, que el éxito de las presentaciones,
ahora, se deban a dos aspectos: uno, la actriz conduce al
público a la imaginación
de su antigua belleza de acá cuatro décadas, cuando la obra se estrenó.
Dos, otro porcentaje del público asiste por el morbo de ver a una
vieja ridícula que se desnuda
al tratar de conservar una juventud a través de un personaje. Sea
por cualquiera de las razones, el éxito de la puesta en escena continúa
y esa razón es suficientemente atractiva a los productores, los cuales
no han querido hacer cambios en el papel femenino principal que esta
misma actriz viene ejerciendo desde que tenía treinta años, hasta
ahora, —su
edad es de setenta, aunque en entrevistas televisivas, de revista
y periódicas diga tener cincuenta años—.
Sobra decir que un velo rojo como vestimenta no hace el milagro de
cubrir el paso del tiempo, como unos ojos grises vidriosos, llorosos
donde se asoma alguna catarata, unas manos arrugadas, una panza redonda
y abundante —a pesar de las inútiles dietas y ejercicios—, nalgas
y senos caídos, cirugías pláticas que se han tornado grotescas, cabello
cano pintado y vuelto a pintar, caderas irreversiblemente ensanchadas
y sostenidas por unas pálidas, flaquitas y endebles piernecitas; una
nariz que se ha vuelto picuda al no soportar más manoseos de cirujanos
y una boca que solo parece una arruga más de su cuerpo. La actriz
francesa Laivé Nerauc está imposibilitada en aceptar el paso del tiempo.
Piensa que el personaje representado la vestirá eternamente de su
hermosura perdida.
Laivé Nerauc está sentada en su
camerino, terminando con los últimos retoques de su peinado y pintura.
Ella espera el aviso de su asistente para entrar en escena. Sabe que
no falta mucho, pues ha escuchado la segunda llamada. Pasan cinco
minutos y su asistente, algo sudoroso, entra al camerino, toma una
capa verde de lino que está colgada en el guardarropa y la cubre con
ella; Laivé se para,
camina, llega al escenario y el telón se levanta. La obra inicia con
los primeros acordes de la sonata en RE menor de Johannes Brahms.
Desde el primer acto Laivé aparece desnuda, sosteniendo un durazno,
después ella camina entre senderos ahumados. En la segunda escena,
duerme pero es despertada por el ruido de un teléfono y mientras está
en el camino de contestarlo, recuerda como fueron sus relaciones sexuales
con un hombre, y cuando las rememora, piensa en las diferentes formas
de depilarse el pubis. En el segundo acto, no aparece en escena, y
se da paso a la representación de dos homosexuales que describen los
problemas en su relación. Sin embargo, la segunda escena de este acto
sirve para reconfigurar y proponer otra forma de erotismo que la expuesta,
y en ese instante aparece Laivé como la encarnación de la diosa Afrodita
para otorgar y modelar el amor sensual propuesto. Básicamente la obra
presenta moldes eróticos de amor, luego, éstos son desfigurados en
otros que se descontinúan. Los modelos eróticos son las diferentes
vidas representadas por Laivé Nerauc en la obra.
Al final de la representación,
Laivé termina de la misma forma en que empezó, sosteniendo un durazno,
gritando el nombre del personaje femenino:
—¡Yo soy Karolina, la del velo
rojo!
Sin embargo, el final de la obra
en esta presentación, tendrá que ser diferente. Debido a que Laivé
antes de retirarse de su camerino, mientras se arreglaba, el espejo
no le engañó más, le mostró su rostro y cuerpo envejecido. Ya no vio
al cuerpo de su personaje, no vio a Karolina, se descubrió ella, ella
actriz. El narciso se había dado cuenta que la ilusión de una belleza
lo ahogó. Lentamente, Laivé salió de las aguas donde se reflejó y
se hundió para conservarse hermosa.
Al prevenir un momento
como éste, sacó
de su bolso un argumento final de la obra, pero éste es totalmente
diferente al original: ella misma lo preparó desde hace cuarenta años.
Acto IV
(Karolina está
caminando por unas calles enmohecidas y ahumadas, envuelta en un velo
rojo. Sostiene un durazno entre los dedos).
Karolina. —(Detiene
su caminar, observa el durazno, recuerda a continuación lo que debe
hacer según su propio argumento: devorar un durazno envenenado de
una sola mordida para asesinar su vejez y perpetuar su juventud)
¡Yo soy Karolina, la del velo rojo! (Se lanza hacia el público
con el último soplo de vida. Cuando cae, está completamente inerte
por el efecto del veneno).
Público. (Hace mutis. Se extraña
ante el final inesperado de la actriz, pero la recibe entre sus brazos
cuando se tira. De todos modos no entiende que Laivé está muerta.
Piensa que sigue representando a Karolina. Inmediatamente, les arroba
un ataque de exaltación, creen que el personaje de Karolina les pertenece
desde hace cuarenta años, como le perteneció a Laivé. Despojan a la
actriz del velo rojo y la dejan tirada entre los asientos. Rompen
el velo, se reparten sus piezas, se desnudan, se visten con el trozo
repartido y suben al escenario gritando con un montón de frutas podridas
entre sus manos). ¡Yo soy Karolina, la del velo rojo!
TELÓN.
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GRICEL
ÁVILA ORTEGA
es una escritora de Mérida
(Yucatán - México).
ALEAVILA731112[at]aol.com
ILUSTRACIÓN RELATO:
P culture violet, Por P_culture.svg: user:Booyabazooka based
on work by user:Hégésippe Cormier derivative work: Przykuta (P_culture.svg)
[CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/) undefined
GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html)], undefined (vía Wikimedia
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