Aquella otra mujer
(Del poemario
Cartas Sin Respuesta)
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M.ª Ángeles
Bernárdez
A menudo contemplo/
aquella otra mujer/ que regresa a mi tiempo./ En un pasado tácito,/
sin duda, fue/ mudo testigo de su historia./ Me regresan las voces/
de aquella otra mujer/ que ha crecido en horas grises,/ sin poder
liberar las palabras/ que encerró/ en campos de silencio./ Con frecuencia
la contemplo/ y a través de ella/ mi vista se pierde.../ Ya su aliento/
no es el mismo/ y ella lo sabe,/ aunque sea la misma mujer.
(M.ª
Ángeles Bernárdez)
Durante toda la vida
he sido una baqueteada sombra —se decía a sí misma— a la orilla de
intransitables caminos. De niña vislumbraba ensoñadores amaneceres
sobre el mar, como torres inalcanzables, que se fueron alejando a
medida que creía poder encumbrarlas. Siempre dibujé en mis espacios
burbujas de ilusión, aunque el cielo las cubriera de ciegas tempestades.
Seguí avanzando y aprendiendo, ilustrando deseos, primero soñando
y más tarde sintiendo el pleno amor de quienes caminaban a mi lado;
inventándolo todo: hasta el olor laureado y trepador de quien alcanza
la meta deseada. No supe ver cuándo la vida me hizo caminar a destiempo.
A pesar de los vientos airados y tormentosos que me envuelven, no
dejo de mirar hacia adelante y, hacia atrás, como el que pasa las
amarillentas hojas del libro que contiene la historia de su vida,
y en donde aún queda el final por escribir. Soy lectora convulsiva
de mis vivencias sin conseguir descifrar el divino enigma, la palabra
reveladora que ha de venir con la respuesta. Cuanto más avanza este
presente que despega y convierte en polvo la hundida huella de mí
misma, más intento adivinar ese hálito que me llevará desnuda quién
sabe hacia dónde o hasta dónde. La última página escrita en el presente,
me describe un desierto sin oasis. Un desierto abrasador, con arenales
de fuego infernal, dibujados espejismos de verdeantes palmeras y fuentes
cristalinas, que intenta alcanzar el espectro de mi sombra.
Como una botella echada
al mar que tras cristal oscuro oculta su mensaje, me llevan y me traen
las olas de orilla en orilla, perdida la rivera donde el sol iluminaba.
Detrás de las murallas de mis campos desiertos, vivo amando equivocadamente
el abrazo de la soledad. Tras los invisibles barrotes de esta prisión,
a veces, me siento víctima y, también, verdugo de mí misma. A menudo,
me descubro como si en mí viera a otra mujer; en ella no me reconozco.
Una mujer que regresa haciéndome revivir el pasado. Esa otra mujer
es ya de otro tiempo, pues la contemplo desde otra perspectiva. Desde
otra dimensión la veo representar escenas que formaron parte de mi
escenario vital sobre un nebuloso suelo. ¡El ayer fue tan fugaz como
un suspiro en el viento! Ya esa mujer no soy yo, pero sé que sigue
estando dentro de mí. El camino que tuvimos que recorrer fue largo
y penoso. El que seguimos recorriendo nos conduce por laderas empinadas
de abismales honduras, mas no podemos arrojar al vacío, de nuestros
cuerpos, el íntimo lastre de la vida y lo vivido. La existencia nos
deparó más sufrimiento que gozo. También sabemos que todo está en
nosotras mismas: lo creado y lo que ha de venir. Hoy, seguimos adelante
queriendo cambiar la rodada de viejas huellas sin dejar de preguntarnos
por qué hemos sido y somos merecedoras del trato inferido, por qué
podemos apenas rozar una brizna de la volátil dicha y engendrar equivocados
compases de angustiosos tiempos de espera y desengaño, de falsas alegrías;
ficticias realidades en tácitos sueños que no cesan. Ambas somos náufragas
conviviendo en una minúscula isla, reducto de tiempo ya caduco, observando
en el firmamento el inalcanzable y cristalino fulgor de miríadas de
estrellas resplandecientes que dejaron de existir. Para seguir viviendo,
sin convertirnos en espectros de destellos inexistentes, hemos de
buscar la divina la luz de la infinita estrella del alma, escoger
de entre sus pródigos haces luminosos, aquellos que irradian esperanza
en la espera, unas veces temerosa y otras expectante, y que nos alientan
mientras aguardamos el momento de descubrir el verdadero fin de esta
tortuosa singladura. Antes de marchar, mi última palabra no pronunciada
podría ser como dijo Rabelais, antes de morir: «Me voy en busca del
gran quizás…». Este anhelo me hace sostenible la vida que vivo
entre la incertidumbre y la espera…
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MARÍA ÁNGELES BERNÁRDEZ
es directora de
la Revista Literaria La Fuente, en Almería (www.revistalafuente.org).
Relatos, artículos y poemas suyos se publican en el semanario Granada
Costa, de Granada (España), y colabora, así mismo, con páginas
web como la de Alfonso Lavquén (Chile - http://lavquen.tripod.cl/).
abernardez(at)auna.com
De esta autora puedes leer, también:
El regreso (relato) ·
Margarita Xirgu (artículo)
(ILUSTRACIÓN RELATO:
Bottle on sand, By Dread83 (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html)
or CC-BY-SA-3.0-2.5-2.0-1.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)],
via Wikimedia Commons).
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