Un paseo incidental
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Thiara Montesinos
Siempre he deseado que
me suceda algo espectacular; algo fuera de lo común. Por ejemplo,
encontrarme a un viejecito a la vuelta de una esquina pidiendo limosna;
yo le miro con ternura a los ojos mientras le doy unas monedas y él
a cambio me regala un manojito de hierbas «milagrosas» que en unos
cuantos días me devuelven la preciada juventud. Esto y una serie de
fantasiosas situaciones que constantemente revoloteaban en mi cabeza,
me impedían agradecer el esplendor de la vida diaria.
Pero
el año pasado... ¡Cómo olvidarlo! Acudí a una exposición exclusivamente
para buscar un libro sobre la vida de un gran personaje, con la certeza
de que ahí lo encontraría porque sé que en esa exposición anual se
exhibe todo tipo de ediciones viejas y nuevas. Había leído tanto sobre
mi poeta predilecto, y su vida me resultaba tan desgarradoramente
triste, que ingenuamente o no, soñaba con que algún día se me apareciera;
hundir mi mirada en aquellas profundidades insondables de sus ojos,
anhelando, además, estar consciente cuando eso ocurriera para regocijarme
de placer al contemplarlo. Esa idea se me había convertido en una
obsesión, con todo y el miedo que he tenido siempre a lo sobrenatural,
ya que la imagen taciturna y melancólica del sensible personaje al
que idolatraba por sobre todas las cosas, atizaba continuamente mi
manía de echar a volar la imaginación, deseando recorrer los caminos
que tantas veces recorrió él envuelto en su febril demencia por escribirle
al amor. Pero ese anhelo tan largamente acariciado obviamente no se
produciría de ningún modo, así que me conformé únicamente con leerlo
y sentirlo a través de sus poemas. Sólo me faltaba un volumen, agotado
por cierto, en el que al parecer se relataban hechos sobre sus últimos
momentos de agonía.
Era imposible recorrer en un solo día todos los módulos, ya no digamos
revisar cada estante, así que lo tomé con calma y me di mi tiempo
para leer unos cuantos parrafitos de algunos libros que me llamaron
la atención. La suerte estaba de mi parte porque casi a punto de abandonar
mi intento, lo encontré donde menos imaginaba. ¡Ahí estaba! No tenía
más que alargar la mano y cogerlo, abrir sus páginas y empaparme de
su contenido. Después de pagarlo me quedé parada un momento para hojearlo.
En la contraportada apareció su foto en blanco y negro, copia de una
pintura que se le hizo en sus años mozos, cuya mirada triste volvió
a enternecerme profundamente; deslicé las yemas de mis dedos en el
contorno de su rostro y las mantuve ahí un instante. De pronto sentí
una fuerte sacudida, como si me hubiesen arrancado del piso para caer
más tarde en un sopor del que no reaccioné hasta que sentí una mano
prendida de mi hombro. Volví la cabeza para ver la mano que me sujetaba;
de la mano al pecho, y desde el pecho mis ojos brincaron hasta los
suyos. Ojos melancólicos y sonrisa breve como el roce de un beso que
en su fugaz carrera nos deja el viento. Unos labios que querían hablar
pero no hablaron, simplemente jaló de mi mano y yo fui con él, no
sé a dónde, pero hubiese ido a su lado hasta los confines de su mundo
celeste. Rodeados por una luz esplendorosa nos elevamos suavemente
hasta que pasado un rato, no pude reprimir una pregunta: ¿Estoy soñando?
Sí, debo estar soñando. Qué agradable sensación.
—No. No estás soñando —me dijo con una
voz apenas perceptible mientras sonreía de un modo increíblemente
enternecedor—. Tu cuerpo está allá. Míralo. ¿Quieres seguirme?
—Esto es fascinante, pero prefiero regresar.
Me daría miedo permanecer flotando —repuse nerviosa viéndome a mí
misma a lo lejos sosteniendo en mis manos aquel libro.
—¿Por qué me has llamado entonces?
—Perdóname —le dije—, si con ello he
turbado tu paz, pero nunca pensé que pudiera producirse este encuentro.
Sus labios volvieron a sonreír levemente
e insistió de nuevo.
—Ven conmigo, que
nada va a pasarte. Querías saber cosas de mi vida que se han repetido
una y otra vez de diferente manera, pero la verdad sólo yo la conozco.
No juzgo a los que me condenan ni aplaudo a los que me alaban; el
hombre ha sido así desde los inicios de la creación, mas si supieran
que todo ese murmullo de allá abajo me impide continuar mi trayectoria,
tal vez desde hace mucho tiempo habrían callado para que yo terminara
mi ciclo. Estoy cansado, muy cansado, sin poder completarlo aún. Mira
—apuntó con el dedo hacia un punto lejano—, en ese lugar nací.
Acerquémonos
un poco más. ¿Ves a ese niño que está sentado en el umbral de la puerta?
—Sí —le contesté desconcertada.
—Ese niño soy yo, y la dama que sale
ahora es mi madre, mi adorada madre. Más adelante me verás crecer
en cuestión de segundos.
—Pero... ¿cómo es posible que yo pueda
ver eso? ¡No puedo creerlo!
—Todo sería posible para los seres terrenales.
El hombre es infinitamente inteligente, ha logrado cambios trascendentales
y ha descubierto cosas que en mi época nadie se hubiese imaginado;
posee una sed inagotable por hurgar en lo desconocido y daría cualquier
cosa por hacer contacto físico con el pasado. Pero ha fallado porque
en su desmedida ambición y su afán por conquistar el poder, cerró
los caminos hacia esa posibilidad. Sabiamente dispuso el Creador que
el ayer, por el momento, estuviese vedado para el mundo.
Mientras me hablaba, íbamos de un lugar
a otro con la velocidad del rayo, bañados invariablemente por la luz
y sin apenas sentirlo. Así, ya no era un niño sino un adolescente
con un cúmulo de sueños bajo el brazo y un brillo de esperanza en
los ojos. De ese modo lo había imaginado y dentro de poco sabría exactamente
cómo transcurrió su corta vida. Pero, un momento, él acababa de decir
que aquello estaba prohibido para el hombre, ¿por qué entonces se
me permitía a mí? ¿No era contradictorio? Sin poder evitarlo, le externé
mis inquietudes, y él, con unas cuantas palabras aclaró mis dudas.
—Es verdad, pero a ti te guiaba una
curiosidad justa y un placer sano, y en el fondo no creíste todo lo
que has leído sobre mí.
—Pero sin duda habrá otros en la misma
situación que yo —insistí.
—Yo sé de muchos, mas ninguno de ellos
es como tú. Recuerda que mis apreciaciones van mucho más allá de la
materia.
—Si les hablo de esto ¿me creerán? —le
pregunté.
—¿Piensas que lo harían?
—No.
—Continuemos.
Nuevamente cogió mi mano y me condujo
a otra etapa, la más crítica. La que nadie conocía a ciencia cierta,
y como en un torbellino cruzaron ante mis ojos sus últimos años, su
dolorosa postración y el momento de su muerte. Conmovida en extremo,
lloré al verlo inmerso en el sueño de la eternidad.
—Gracias por recordarme con fiel apego,
pero no debes pensar más en mí ni llamarme en tus sueños o tus despertares.
Muy pronto volveré a nacer. Búscame en la flor que se abre a la alborada,
en la sonrisa de un niño o en los aires tibios de marzo.
Y
así se despidió llevando consigo la luz. Abrí los ojos creyendo que
me había dormido de pie e instintivamente giré la vista a mi alrededor,
pero todo permanecía tal cual lo había dejado y mis dedos aún rozaban
su rostro. Fue extraordinariamente maravilloso, y en efecto, nada
podía decir porque no habría forma de describir con palabras mundanas
lo que vieron mis asombrados ojos y porque de cualquier modo que lo
dijese estaría faltando a la verdad de lo que realmente sucedió, por
un lado; y por otro, él tenía razón, ¿quién habría de creerme?
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THIARA MONTESINOS
es
una autora mexicana
thiara85(at)yahoo.com
ILUSTRACIÓN RELATO: Pintura de Mónica Vila © (perteneciente a su
exposición en Margen Cero).
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