Hayga

El hayga

Alberto Susacasa

En mi pueblo, en las charlas de invierno y entre los chicos, con inusual frecuencia estuvieron presentes los parientes ausentes, una especie de héroes anónimos, rodeados de misterio, audaces y exitosos desafiando la adversidad, empujados por las pocas perspectivas que nuestra región les brindó, tomaron el camino de América, rumbo a un mundo distinto, un mundo para hombres, para los mas audaces, donde el cuerno de la fortuna se presenta a los ambiciosos.

En Barros, cualquier cómoda, cualquier armario sirvió para exponer fotos gastadas, amarillas, pequeños altares venerando a estos emigrantes y su familia americana.

A mis hijos no los volveré a ver, pensaron dolorosamente muchas madres del pueblo, consolándose con ostentación ante sus vecinos del bienestar que traslucían las cartas de su hijo, o los envíos de dinero, cada vez menos frecuentes. Poco a poco y a medida que crecíamos, desconocidos nietos sobrinos y primos americanos, fueron incorporados al entorno familiar, rodeados de un halo de cariño y admiración. Asturias entregó cientos de emigrantes, Barros también y en cada hogar hay una historia, mitad verdad, mitad mentira, una historia necesaria para soportar la ausencia.

Mi protagonista, puede ser de cualquier lugar de esta cuenca minera, fue creciendo con la imagen de su tío desconocido, su tío rico, su tío soltero, un tío que nunca volvió, la curiosidad dejó grabada en la mente infantil de mi protagonista la ilusión de verlo llegar un día bajando por el monte, dando voces, o llegar por la carretera con su inmenso coche, el chofer negro, lleno de dinero y paquetes para regalar a mi abuela y a nosotros los sobrinos, invitándonos a ir y disfrutar de su riqueza.

Mi protagonista conocía bien la historia de los desencuentros entre los hermanos, conocía y estaba orgulloso de su tío Manuel que decidió marcharse y dejar a su hermano con la mujer que fue su novia. Ella eligió y el se fue a todo o nada, como tantos otros a por dinero, al triunfo, en casa siempre dijeron, Manuel se fue a hacer la América. Solo escribió a su madre, celosa guardó las cartas, que lo empujaron a la aventura que estaba viviendo.

Hijo de la mujer que quiso su tío no vaciló. En Iberia por poco dinero obtuvo un pasaje. De su abuela muerta rescató la correspondencia, direcciones y noticias que atesoradamente guardaba de su hijo, explicando con lujo de detalles las distintas circunstancias de su existencia. No se quiso casar respetuoso del amor de su vida y dueño de un gran almacén dedicaba mucho de su tiempo a recorrer el país, aprovechando esos viajes para sus negocios.

Vieras madre a los indios desnudos andando a caballo, para venderles algo tuve que aprender su lengua, me pagan con pepitas de oro que no sé de dónde las sacan parece que de algún río. El almacén que tengo no es muy grande sólo tengo diez repartidores, para mi sólo me alcanza, además eso no me importa madre lo que más me importa es no ver a mi Asturias, no verte, no poder olvidar... En una fotografía, con un triciclo de repartidor y una cruz identificándolo sobre la cabeza, estaba el tío Manuel, detrás y borroso por el tiempo la escritura decía: enero de 1945. Estoy enseñando a los repartidores su trabajo, el de la cruz soy yo un gran cariño para ti madre para mis hermanos y mis sobrinos que no conozco Manuel Valledor.

La dirección, Avenida Pavón al 2000 en pleno Lomas de Zamora era correcta, ahí estaba. No entendía cómo en ese lugar había un edificio de departamentos, ocho enormes pisos ocupaban el lugar donde debería estar algún vestigio de los almacenes. Trajo todo legalizado, su partida de nacimiento, hijo de Julio Valledor, quería darle la gran sorpresa a su tío y darse el gran placer, mostrarle y demostrarle que era su sobrino, para eso se preparó mentalmente, tenia enormes ganas de abrazarlo de mostrarle cuanto lo quería aunque nunca lo había visto, sólo el pensar que su tío se fue de Asturias por no disputar a su madre con su hermano lo llenaba de inquietante ternura, no encontrarlo no encontrar ni señas de él lo confundía lo aturdía, toda la mañana buscando y nada, como si se lo hubiera tragado la tierra, toda la mañana preguntando por Manuel Valledor el dueño de los almacenes «La Ocasión», los almacenes de la Avenida Pavón, con la foto en la mano y nada, nadie sabia de él, ni en el Centro Asturiano al que en sus cartas contaba que concurría con frecuencia, sin faltar todos los años a las fiestas. Tampoco tenían noticias en el Consulado a donde concurrió a informase, un gallego mayor, como su tío, que estaba haciendo trámites se acercó y le dijo:

—Conocí hace años a un asturiano de apellido Valledor que vivía en Ezpeleta.

Por aquí no puede vivir mi tío, será otro Valledor pensaba Corsino, mientras preguntaba a unos y a otros en Ezpeleta un barrio pobre, al que llegó siguiendo las señas que le dio el gallego de Consulado y motivado más por la curiosidad que por la posibilidad de encontrarlo en esta miseria.

—¿Vive por aquí Manuel Valledor? —preguntó por enésima vez, sin mucha convicción.

—Quién, ¿el gallego? En esa casa de al lado, la amarilla, vive un gallego, pregunte ahí.

Miró, llegó al portal, dudó un poco, era tal el lodazal, la calle barrosa, estuvo a un tris de abandonar la empresa y prometiéndose preguntar y regresar al hotel se animó.

—Manuel Valledor ¿vive aquí?preguntó por sobre el cerco, con desganada voz.

Valledor repitió más alto.

—Papá te buscan, dijo la mujer, con un chico rubio, sucio y mocoso en brazos, gritando hacia la puerta.

Apareció por la puerta, mejor dicho por el agujero sin puerta, que tenia esa casa amarilla, con los pocos pelos blancos que le quedaban cubriéndole la nuca y las orejas, sus ojos azules, su altura y delgadez daban el tipo astur. A pesar de los años, seguía erguido, fuerte, entero, sucio y descuidado, era igual a su hermano, se notaba la sangre, no había duda era su tío, al verlo sintió la conmoción que corta el aliento.

—¿Quién me busca? dijo.

Quedó estupefacto, la pocilga de la que emergió Manuel era peor que la cuadra de les vaques, barro, latas, sillas viejas y una mesa debajo de la higuera. Traía puestos unos pantalones raídos y unas alpargatas aplastadas de tanto uso. Lo impensado, estaba presente, ante sus ojos, no había dudas. Un impulso a correr, lo plantificó al piso, quedando estático, duro, sin palabra.

—Vengo de España soy hijo de Julio Valledor, tu hermano, atinó a decir Corsino, sin escucharse y sin reconocer su propia voz, habló mecánicamente.

Manuel ni se inmutó, fue como si siempre estuviera esperando este momento, el de la verdad liberadora.

Lo miró, con su rostro inexpresivo, Julio, ¿murió o está vivo? ¿Y tú quién me dijiste que eres?

—Corsino, un hijo de Julio, mi padre está vivo, la que murió hace años es mi abuela, tu madre.

—Sí, sí, ya lo sabía.

—¿Y esta foto? —se animó Corsino sacó la foto de la cartera y se la mostró.

—¿El de la cruz eres tú?

—Ah. Sí, esa foto —dijo.

Durante el silencio, se acercó la mujer que tenia el chico en brazos.

Papá, ¿quién es el señor? —preguntó a Manuel.

—Es un hijo de mi hermano, es un primo tuyo, que vino de España.

La mujer estiró su mano sucia y lo saludó.

—Mucho gusto.

—¿En qué barco viniste?, ¿viniste para quedarte? —dijo Manuel.

—Pase, pase repitió la mujer abriendo una portilla desvencijada y caída que separaba el terreno de la calle.

Entró despacio, se arrimó a su tío y diciéndole: —Me voy mañana, mañana sale el avión y tengo que preparar muchas cosas. Extendió los brazos, Julio respondió al tierno abrazo de su sobrino, quedaron un instante juntos, mientras, vaya uno a saber qué recuerdos, qué imágenes poblaban vertiginosas sus cerebros.

—Así que te vas mañana, no viniste para quedarte, vas a ver a todos, dales saludos, diles la verdad, tú sabes, diles que no puedo viajar, por las obligaciones, los negocios, ya me entiendes, pero que en cuanto arregle un poco los compromisos que tengo corro a verlos a todos, en barco. Así puedo llevar el coche.

—Quiero que me vean con el haiga.


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Nota aclaratoria:
«Viene con un haiga», decían en Barros a los emigrantes que venían con un auto de esos grandes de los años 30, y el pueblo quedaba maravillado del emigrante con carné de exitoso y rico.

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ALBERTO SUSACASA
http://www.asturianos.org

Leer El Tapín (comienzo de esta historia)

* ILUSTRACIÓN RELATO: Fairlane (detalle), Pedro M. Martínez Corada · https://martinezcorada.es / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)s


▫ Relato publicado en Revista Almiar (2001). Reeditado en junio de 2020.

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