Nana para Corongo

poema por José A. Soria Estevan

«Duerme, duerme, gacela…»
               
Y la madre lo arrulla en su regazo

mientras canta sus lágrimas de sueños

encendidas por luces de los leños

que dormitan en ascuas bajo un cazo

y que lo van durmiendo…


                 Las llamas del cielo recorren los cuerpos cansados.

                 Su fuego rompiendo la piel de los cuerpos cansados.

                 Los buitres que esperan que caigan los cuerpos cansados.

                 La muerte se lleva, durmiendo, los cuerpos cansados.


                 Mientras traen del recuerdo a sus madres; voces que cantan…

                 «Duerme, duerme, gacela…».
                     

«Duerme, duerme, mi niño…».

La canción se deshoja bajo el manto

de las luces que rompen la negrura

de ese cielo sin luna. La amargura

rompe la noche, —voz en grito, el canto

lo va durmiendo—…


                 La noche, su manto, descarga las iras del hielo

                 y buscan los hombres calor en los hombres. Sus bocas

                 tiritan, sus ojos se miran, pupilas ya locas

                 de tanto buscar las señales de un dios en el cielo.


                                   
                 Y ya no son tantos. La noche se cobra con cuerpos…

                 «Duerme, duerme, mi niño…».

  
«Duerme, duerme, mi negro...»

«Que tu padre salió de madrugada

en busca del final, donde una fuente

que mane leche y miel bese su frente,

donde es el horizonte una cascada».

Se va durmiendo…


              Vencidos y rotos, cansados del sol y del frío,

              el polvo, el camino, de toda la sed y del hambre,

              de todo el dolor que se mete en sus huesos de alambre,

              de todo el recuerdo de aquella mujer, de aquel crío,


              llegaron al pueblo de barcos, la línea que sesga tierras y mares

              «Duerme, duerme, mi negro...».

                        
«Duerme, duerme, Corongo…».

Con su mano de hueso y largos dedos

besa la frente del niño que sueña.

De sus ojos cansados se despeña

una lágrima que baña sus miedos.

Ya está durmiendo.


               Ya nada les queda, les piden dinero por nada,

               por ser otro más en el fondo del barco que espera

               guardado en la playa, lo llaman, parece, patera.

               Y piden y roban y venden su piel aunque ajada.

                                   
               Y llega la noche ladrones al fin de las horas…

               «Duerme, duerme, Corongo…».


«Duerme, duerme, cachorro…».

Y Corongo se mueve lastimero

Quejándose su panza casi hueca,

y el pecho de la madre, teta seca,

a Corongo le sirve de asidero

y se va durmiendo.


                La noche se rompe al sonido del rayo que abraza

                con sus largos brazos de luz las montañas; el agua

                que parece abrir las puertas del infierno; la fragua

                que rompe martillos. Mañana recuento de caza.

                Y ya no son tantos. Las aguas se cobran con cuerpos…

                «Duerme, duerme, cachorro».


«Duerme, duer…».


La madre se calla

y saca la lengua

oyendo el silencio.

Silencio de espada.

Se ha callado el viento.

Se apagó la lumbre.

No hay cenizas. Nada.

Sus narices se hinchan

buscando una errada

nota de ese olor

que lleva en el alma.


A lo lejos se oyen

crujir unas ramas.


               La tierra prometida

                                         a lo lejos, escarpada.

               La luna los protege

                                         de la vista de los guardas.

               Olvidado el viajero
    
                                         que quedó en agua salada,

               el que quedó tendido

                                         en las arenas quemadas,

               el niño ya dormido
 
                                         sobre su madre cansada.

               Feroz llega la ola

                                         que los iza, los arrastra.

               Cuarenta y dos contaron

                                         los hombres que buscaban.

                    Una fila de muertos

                                         sobre arena de la playa.

               A la hora de comer

                                         una nota en la pantalla

               antes de comentarnos

                                         que J y P se separan.


Nadie canta.

Silencio.

Se acaba.

Corongo llora.

La madre calla con ojos cerrados.

Corongo llora.

Sí. El frío de la madre lo traspasa.

Corongo llora.

…y se calla.

Ni un lamento.

Nadie canta.

Silencio.

Se acaba.


              ¡Escóndete,

                               rápido,

                                         que llega el alba!

              Duérmete mientras tanto,

              que mañana empieza para ti,

              en la Tierra Prometida,

              tu nueva Vida Esclava.


«Duerme, duerme, gacela…»

«Duerme, duerme, mi niño…»

«Duerme, duerme, mi negro...»

«Duerme, duerme, Corongo»

«Duerme, duerme, cachorro…»

«Duerme, duer…».


_________________________
José Antonio Soria Estevan. Autor almeriense. Tiene numerosos poemas publicados en revistas electrónicas, así como los libros: Más allá de las palabras (Poemas a Sagrario Torres), publicado por el Ayuntamiento de Ruidera; Breviario de relatos; Miradas, libro de poemas, (2008) y Anastasia, un cuento para niños (2008), publicados estos últimos por Acuman.

Contactar con el autor: tartucas[at]hotmail[dot]com

Ilustración poemas: fotografía por Pedro M. Martínez ©



Mar de Poesías


Poemas publicados en Revista Almiar, n. º 48 (septiembre-octubre de 2009); página reeditada en octubre de 2021.

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