ALMIAR

Margen Cero


n.º 16 - Segunda época
julio / septiembre de 2010



José Garés Crespo

La diáspora del Séptimo de Caballería

Vendrá la guerra,
tengo que irme.
No me olvides.
Arvo Turtiainen


Con el ritmo que marca el tiempo, perdida la sonrisa,
hemos crecido de la mano de la utopía y de la nada.
Si tropezamos con otros, fue de tanto mirarnos
y porque los días son, de vez en cuando, una ciénaga.
En algunas ocasiones, cuando la tentación arrastra,
cuando el futuro amanece confundido con el pasado
y no basta nombrar algo para que exista, digo
que, cuántas verdades pugnan por abrazarnos,
cuántos valores sólo medio dormidos renacen,
Seguís muriendo y en interrumpida diáspora
dejáis huecos imposibles frente al otro y al verbo,
y marcháis como llegasteis, inesperadamente.
Qué relativo aparece el primer beso minúsculo,
cuántos provechos dormían en la sombra
del guerrero nacido de la cortesía del arado,
de la muchacha diosa que nos dejó descalzos,
y qué incruenta la batalla en los ángulos de su piel.
Renovación y muerte, sí, tribulaciones del vasallo
que nos necesita para saberse y olvidar lo justo,
que mira, impertinente, encaramado al estandarte.
Su grito, elemental, todavía nos identifica,
y su sangre derramada, para tantos, renace
partera como el agua, distante como la estrella.
Todos sabéis que el viento se origina en el aire,
que en el frontispicio de las patrias, cada muerte
recorta espacio y nos da la medida del vacío,
Por eso, desde siempre, despavoridos, buscamos
jarras donde, como racimos, alinear puñales,
y el galope sucesivo, reflejo del panal de la brisa,
tan impasible y frío como el amor eterno.
Y banderas, banderas de colores cambiantes,
de significados inaccesibles y final escarlata
tan cercano como impío, tan heroico como cruel.


Hace tiempo que te esperaba... —dijo Marlowe


«Levantó los ojos hacia las estrellas y las estrellas
admiradas por tanta belleza perdieron pie
y rodaron por sus mejillas donde con envidia
las he visto oscurecerse».

Ben Al-Labbana


Tan liviana como imprescindible,
ni cerca ni lejos, ni mar ni cielo,
mujer de mil deseos, aún dormida,
contrafuego del sexo blanco,
llegas desde el placer de la palabra,
como la sal mineral sobre el fuego,
huyendo hacia mis brazos,
como el alba en la noche, disuelta y cautiva,
como el beso de la joven madre viuda.
Perdidos los horizontes,
te acomodaste sobre mi tiempo y en mi espacio,
serenaste los espejos, encendiste las vueltas
y al conjuro de tu sonrisa, religiosa y pagana,
abrimos el insomnio de las rosas negras,
me tomaste y quebraste la queja del viento,
huésped del gozo cansado de los sueños.
Un sortilegio del presagio fuiste.
Olvidado de tu piel, aturdidos tus tempranos
quiebros, me desplacé discreto
como la arena disuelta y cautiva,
enamorado del origen de tu vientre,
de tu largo mirar café,
de tus alargados deseos adolescentes.
Y aún reclamo la indulgencia de tus pechos,
tus aturdidos amaneceres,
la blanca constelación huidiza
del perfil de tus ojos fronterizos,
el gozo de tu sometida carne,
hasta tapiar los mares.
Y te espero, desnuda y sin raíces
sobre el lecho del río de la ruina y su parpadeo,
fraguada en los recelos y las distancias,
oliendo a manzana verde.
Y te amo porque miro donde todos miran
y veo lo que nadie ve.

Las bolas chinas de Madame Bovary

«Hacíamos el amor como dos místicos
que se juntan para tocar sonatas».
Julio Cortázar

Como si imprescindible fuera la exaltación
del recogimiento, junto a la vuelta del arresto
y el magisterio de tu imagen, así tu gesto simuló
y ordenaba, hasta hundirnos en el concierto.
Los deseos ocultos de tus pechos, deseantes
y marginales, esparcieron tu mirada
sobre la inmensidad y los retoños.
Nada fue tan banal como tu efervescencia
y el repliegue de tus mejillas pegadas a mi pecho,
Buscabas y encontraste un niño cruel, limpio,
enamorado, y aún, saciado y desnudo, me pregunto
qué pájaros me llamaron, por qué tu guiño
fue tan generoso y mi testigo tan fugaz
como el parco patriarca de todas las pasiones
sin contornos, como el aliento del gesto
distendido sobre una cama inverosímil.
Y fue que, de tanto vivir la muerte, volvimos
al tumulto, a la cópula de la mentira y el amor.
Tú que adoraste a dios para dar vida al diablo,
incapaz de llegar, tu que trivializaste el camino,
¿cómo sabrás de mí con caricias ajenas?
O puede que buscabas al minotauro
tirando piedras contra el infierno.
Desde entonces, sobrevivo en tu recuerdo
y adiestro mi libertad y sus excesos.



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José Garés Crespo nació en Alzira (Valencia, España) y ha publicado los poemarios: Al pasar, en Arrecife, Cádiz;
Falc sense ma (en catalán), finalista del premio Octubre, publicado por TRES I CUATRE y Material de derribo (al que pertenecen los poemas recogidos en ésta página) editado por Editorial Germanía (2009).

Página web del autor: http://garescrespo.blogspot.com/

Ilustración poemas: Fotografía por Pedro M. Martínez ©



Sumario del n.º 16 de Mar de Poesías:

Andrea Olson Antonio Romero Montilla Camilo Valverde Mudarra Claudia Bravo Martínez Ernesto Frattarola Alcaraz Gonzalo Salesky Harmonie Botella Ingrid Chicote José Garés Crespo José Manuel López Juan Carlos Vásquez Liobanis Rubio Ramírez María Laura García del Castaño Mariela Puzzo Omar Livano Óscar Marchesin Pavel Juárez Rubén Lapuente Rubén Romero Sánchez Soledad Sánchez Mulas Vanessa Navarro Reverte Víctor Corcoba Herrero



Archivo histórico de poemas en Margen Cero
Separata publicada en el n.º 54 (septiembre/octubre 2010)
Revista Almiar - ISSN 1695-4807 -
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