- Presentación

- Formulario para escribir

- Pretérito futuro (I)

- Pretérito futuro (II)

- Pretérito futuro (III)

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AUTORES PUBLICADOS:

- Carmen López León

- Pepi Núñez Pérez

- José L Palomera (Ivanla)

- Delia Patrone Belderrain

- Sofía Campo Diví

- Mónica M. Volpini

- Roberto Cano Seijo

- Jesús Sánchez Espinosa

- Lourdes Macías Torrecillas

- Jordana Lee

- Rosa María García Barja

- Paula Sadier

- Ana Sofía de Gregorio Moro

- José Mañoso

- Paula Martínez





Pretérito futuro:
tiempo para escribir (IV)




Presentación

¿Quién no ha fantaseado, al ver a un niño, cómo será su futuro? Jugando, charlando de sus cosas, con su familia, al observar su comportamiento, podemos imaginarlo adulto, con sus logros o con sus fracasos, en su mismo medio o en otro completamente distinto.

De cualquier modo, su historia está por escribir, y eso es lo que hemos propuesto a nuestros colaboradores en esta serie. Con ésta cuarta y última entrega de la misma, os solicitamos que, a partir de una foto de familia, inventéis cómo habrá sido su devenir. En ella están esos niños que han poblado las historias hasta el momento publicadas, ahora se reflejan en el espejo junto a sus padres...

Se pueden introducir o no otros personajes, pueden tener cualquier relación con ellos, la que queráis, su pretérito futuro está en vuestras manos. ¡Adelante!, esperamos vuestra participación.

Carmen López León
agosto de 2008
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Relatos



El aura
Carmen López León


Mi padre estaba obsesionado con la fotografía, nos hacía posar durante horas, usaba placas de gelatinobromuro de plata que necesitaban una exposición muy larga, y nos retrataba solos o en grupos: mis dos hermanas, mi hermana y yo, mi hermano y una de mis hermanas, o la otra…

Había que permanecer inmóviles en la posición que mi padre decidía, para poder captar el aura, esa especie de niebla que se percibe en las fotos antiguas, defecto causado por la naciente técnica, pero a la que se le dio carta de naturaleza, como si se tratase de algo sobrenatural: el espíritu que envuelve la forma.

Allí, en la cámara oscura espiaba ansiosamente su aparición, convencido de que la placa fotográfica que no es sensible a los mismos rayos que nuestra retina, podía en ciertos casos, mostrar más que el ojo, revelar aquello que éste no es capaz de percibir.

Quería poseer ese halo único que, pensaba él, ponía de manifiesto los movimientos del alma humana, los sentimientos, los deseos más ocultos, las obsesiones. Pero, con nosotros sólo experimentaba, para lograr una verdadera iconografía fotográfica de la voluntad, la rabia, la tristeza, el dolor…, porque lo que verdaderamente buscaba, y eso lo supe mucho después, era, al fotografiar a mi madre, percibir en su aura cuánto le amaba todavía.

Con mi madre se encerraba en su habitación y las sesiones duraban mucho más; después ella salía ojerosa y cansada, con una de sus eternas jaquecas.

No teníamos fotos de mi padre, sin embargo; nunca se había hecho un autorretrato, hasta que un día decidió que posaríamos todos juntos ante un espejo, pero él no se atrevió a levantar la mirada, fija, como siempre en su cámara, y no aparecía aura alguna.

Cuando se estaba muriendo, en la larga noche de su agonía, mi madre permanecía a su lado en silencio, sin lágrimas, también ojerosa y cansada, y de pronto se levantó como una autómata, regresó con la cámara de mi padre en las manos, la enfocó hacia su rostro como tantas veces le había visto hacer a él e hizo el disparo.

Él había recuperado por unos instantes la conciencia y había abierto los ojos, y no fue el terror ante la muerte lo que se reflejó en aquella fotografía sino el horror a que la cámara captara, a través de su aura, la verdad de su alma.


La foto
Pepi Núñez Pérez


Ocurrió sin pensarlo, mi hermana Julia, y yo hacíamos limpieza en el viejo ropero de la tía Lucia, después de que esta falleciera. De pronto vimos aquella caja llena de fotos y nos sentamos a mirarlas, allí estaban mis padres, mis abuelos, tíos, primos y toda la parentela, pero de pronto mi hermana me dijo: —¿Has visto antes esta foto? Me quedé observándola atentamente y mi respuesta fue un no rotundo. Nos acercamos a la ventana para poder verla con más claridad. Allí estaba el abuelo mirando su vieja cámara, mi madre con mi hermana en los brazos, al lado mi hermano Carlos y sentada en el suelo, mi querida tía Lucia, pero al lado de mi madre y junto a la ventana, aparecía un joven rubio, como envuelto en una niebla que no habíamos visto nunca., aunque sí había algo familiar en su imagen. Julia y yo nos miramos con cara de desconcierto, nos preguntamos quién nos explicaría algo de ese joven, todos los de la foto habían muerto, menos mi hermanos y yo, que ni siquiera había nacido en ese tiempo. Julia dijo que quizás Carlos al ser más grandecito podía recordar algo. Le llamamos por teléfono, y quedó en venir esa misma noche.

Apenas tocó el timbre, yo corrí a la puerta con la foto en la mano, creo que antes de darle un beso ya le preguntaba por el chico de la fotografía. Mi hermano se sentó tranquilamente y sacó de su estuche sus gafas de cerca, se puso a mirar la foto y por su cara de asombro, deducimos que era la primera vez que la veía.

—Yo no recuerdo a este joven de nada —comentó.

—Ese día papá se empeñó en sacar la foto con su cámara nueva y el abuelo no soltaba la de él para nada. Recuerdo a mamá diciéndole tonterías a tía Lucia, pero puedo jurar que allí no había nadie más.

Mi hermano preguntó si le habíamos visto en alguna otra foto y contestamos que no. Entonces dijo que siguiéramos buscando. Volvimos al ropero, nos quedaban por ver unas gavetas interiores, en las que sólo había ropa, pero Carlos notó que una de ellas tenía menos fondo que la otra, así que sacó la ropa y presionando pudo levantar la fina madera. Debajo, había paquetes de cartas atados con bellas cintas de colores y un sobre de un azul desvaído por el paso del tiempo el cual estaba lleno de fotos. Allí sí que desde la primera imagen pudimos ver al joven desconocido. Se encontraba en una foto de estudio con una dedicatoria para el amor de su vida, que no era como pensábamos nuestra tía Lucia, sino nuestra madre. También había otras donde posaban los dos juntos, en una de ellas decía.

—Nada ni nadie podrá separarnos nunca, siempre estaré a tu lado.

Teníamos que descubrir aquel misterio, así que los tres nos dedicamos a leer las cartas. A través de ella supimos que el joven, llamado Alberto, y mi madre se prometieron cuando ambos tenían 12 años de edad, el chico era hijo de un enemigo de mi abuelo, por lo cual éste no permitió que ellos se siguieran viendo, fue entonces cuando mi tía Lucia se prestó a llevar aquellas hermosas cartas de amor. A mi madre la obligaron a casarse con mi padre, pero ellos continuaron escribiéndose a escondidas. El joven no pudo soportar el dolor de verla compartir su vida con otro hombre y se enfermó, muriendo en poco tiempo. Por las fechas de la carta, cuando se hizo esa foto llevaba varios años muerto.

Mis hermanos y yo volvimos a mirar la foto, no cabía la menor duda era la misma persona. Un escalofrío nos recorrió el cuerpo a los tres. No podíamos contarle a nadie lo que habíamos averiguado, así que decidimos encender la chimenea y quemar esa misma noche las fotos y cartas de amor. Cuando ambas cosas se quemaban, a mí me pareció ver salir una extraña niebla del fuego, que ante mí formó la figura del joven, este me sonrió y se difuminó rápidamente, pero el hermoso color de sus cabellos rubios, me recordó el de mi propio pelo en mi juventud, y la pregunta que siempre hacía toda la familia volvió a sonar en mis oídos: ¿A quién sale esta niña tan rubia?

pepinubeazul[at]hotmail.com



¡Todos estamos muertos!
José L Palomera (Ivanla)


Mi padre, mi madre, mis tres hermanos y yo, el mayor de todos, captados por el reflejo del espejo creyendo vivir en el instante que nunca lo es. El instante no existe en la vida mientras que las imágenes son vanos frutos hechos de faz terrena disolubles en nuestra era Cósmica.


El primero que se fugó de la instantánea fue mi padre, luego le siguió mi madre. Mi madre a la que serví con mis manos, ayer siempre vivas, entre múltiples tientos la cuchara de sus últimos alimentos.

La historia se repetía de nuevo, ahora «la cuchara del avión trasportadora de mejunje que nos hacía tragar de pequeños» esa que tanto mentía ya que jamás era «la última» se adentraba en la boca de la insustituible madre enferma, «ésta por el nene», «ésta por Isidoro»...

Aunque las pocas esperanzas escaseaban, tras muchos días ingresada, siempre encontraba argumentos entre cábalas médicas para que su muerte no fuera un hecho desde el pretérito momento que es siempre, en que la indujeron a vivir sin ella pedirlo, sus padres.


Siempre hay una cábala para una madre, incluso cuando ya no respira más que pequeños hálitos de muerte.

Mis manos, esas que ella me inventó de su vientre, suavemente rozan su frente deseando más que esperando el quimérico milagro de la resurrección, mientras los ojos lloran, maná de lágrimas que besan su rostro impávido de vida e hirviendo de muerte plena.


«Adiós madre, hasta siempre» fueron mis últimas palabras.

Más tarde, el cristal de la caja de madera pagada a precio del oro, enseña el rostro recompuesto con pegamentos y guatas.


Unos vienen, otros van, preguntas y pésames, noticias de tanto tiempo sin verte, chismes y cosas de la familia que encuentran en el acto emotivo la complicidad precisa para demostrar que somos una familia muy bien avenida... En fin, en esos momentos no toca otra cosa que agradecer la visita aunque de mi madre ya no quede más en el tanatorio que la nimia del envoltorio carnal con el que reflejó a los demás en vida.

Su ser, el ser energético por el cual todos estamos muertos a la vida pero eternos al Universo del cual somos arte y parte, hacía muchas horas que raudo subió al carro de bella luz que conduce al duende de las estrellas.


Rezos y otros perdones de cielos, susurran cerca de su caja que postra junto al altar, seguidamente el peso y los pesares son trasladados al nicho donde reposarán para siempre.

La lápida se cierra..., todos queremos llorar pero nadie quiere ser el primero, nos reprimen las formas y nos queman los fondos, aunque yo sé, de sobra sé, que la madre que me dio la vida se mudó de piel dejando en la tierra únicamente negocio para los vivos y lágrimas para sus seres más queridos.

Y es que en verdad todos estamos muertos a falta únicamente de concretar la ficticia fecha humana, el tiempo no existe, la fecha de la muerte de mi madre fue la del dieciocho de marzo del 2007, a las nueve de la noche. Así fue confirmada por los que aún pueden reflejan sus imágenes en instantáneas varias. Y yo no puedo negar, por ser testigo de mis propias lágrimas, las más amargas y desconsoladas lágrimas, certificar la fecha de su muerte.

Mi calavera daría por su vida ya que en nada me corresponde al ser entera de ella, mi Madre, universal flor que del rocío inventó vidas.

Besos eternos Madre nunca faltarán en tu adorable corazón mientras yo siempre muera.


«Todos estamos muertos, a falta únicamente que otros pongan la fecha».

http://www.arteivanla.com/



El gato estornudó...
Delia Patrone Belderrain


Muy presuroso y excitado, mi hijo Santiago me persigue con su celular: —¡Mamá, mira lo que tengo! Y sintiéndose un artista me muestra un video que acaba de tomar de nuestro gato Felipe ¡estornudando!

Su alegría me conmueve, esa posibilidad de atrapar las cosas cotidianas y regocijarse en ellas...

Así como me buscó, desapareció buscando a los demás para mostrar su proeza tecnológica.

Me quedo pensando, contagiada por su alegría, y de pronto otros momentos acuden a mi mente.

Mis cumpleaños infantiles, las salidas familiares.

Es entonces cuando me doy cuenta, que para el apuro de los cambios, debo tener como cien años.

La fotografía era «el acontecimiento», era lo que guardaba momentos muy entrañables, era el tesoro que contaba la historia familiar, era el documento.

Recuerdo cuando mi padre trajo su cámara, una caja gris, con una lente, que tenía la magia de atraparnos a todo para siempre. Pero no se trataba de quedar para la posteridad de cualquier manera... ¡no!

Eran peinados, moñas, la mejor ropa, ensayar mil veces la sonrisa más atractiva y acomodarse de modo que nadie perdiera el lucir sus galas, pero muy juntos para que ninguno quedara fuera del cuadro. Era una forma de amarnos, de retratar ese vínculo que siempre transmite la foto vieja, en blanco y negro, donde una mano, un gesto una sonrisa cuentan el amor...

Era motivo de orgullo mostrar y contar... resulta que ese día... y la historia de todo lo que vivimos para lograr la foto, tratando que la lente no captara el nerviosismo que todos sentíamos, es que era cosa seria.

Luego, los cumpleaños... Llegaba Juanillo, con su cámara con una luz de magnesio que nos dejaba a todos ciegos por unos instantes, y no faltaba un niño, que al verlo huyera despavorido, por eso que tanto lo asustaba.

Y nadie podía quedar fuera de la foto, se tomaban dos o tres… no más.

Hoy duermen en una caja, que cuesta trabajo sacar... ¿cómo explicar todo lo que significaba «la foto», lo importante que era esa caja gris, que cuenta nuestra historia... Cómo explicar que sólo guarda aquellos momentos, aquellos rostros que con toda la ceremonia que implicaba se prestaban para vivir por siempre en la cajita gris...

Espero, que tú, hijo querido, puedas también guardar tu historia... que la tecnología no te arrebate... el gato que estornuda y las mil imágenes que hoy puedes atrapar, que no sean efímeras y que algún día puedas reconstruir tu infancia y rescatar el amor guardado en el fondo de una caja.

azulyazulde[at]adinet.com.uy




Después de tanto tiempo
Sofía Campo Diví


Escondido en el fondo de aquel baúl, carcomido por la quera, encontré aquel retrato, que nos hicimos poco antes de que Mario muriera víctima de una fiebres extrañas. Tenía tan sólo seis años y toda una vida por delante, pero la mano despiadada de la muerte decidió llevárselo cuando estaba más lleno de vida. En cuestión de unas pocas horas dejó de ser un niño lleno de vitalidad, para convertirse en la estampa misma de la muerte. Nos dejó aquella madrugada, sin que pudiéramos hacer nada por salvarle la vida. Sus ojos se cerraron para siempre y nuestra madre, que nunca terminó de aceptar este hecho, escondió este último retrato y nunca volvimos a verlo.

En muchas ocasiones después de entonces, me acerqué al espejo, recordando el día que nos retratamos y me pregunté por qué, pero me respondió el silencio de una habitación fría y sombría. Y mientras veía reflejada en él, la mirada apagada de mis ojos, igual que en un arroyo de agua turbulenta, por el efecto de las lágrimas, recordaba el día en que nos hicimos ese retrato.

Mario correteaba por el jardín, cuando la voz de mi padre le hizo entrar en casa y, respondiendo de inmediato, se personó en la salita y mirando hacia el espejo le dijo, lo recuerdo como si fuera ahora: —Papá, se me ha ocurrido una cosa para que tú salgas en la foto también. Nos ponemos todos frente a este espejo y le haces la foto al espejo. Y se quedó tan satisfecho ¡era un chico listo! Lo curioso fue que nuestro padre le hizo caso. Así que nos colocó frente a él, y situándose detrás de nosotros con su cámara lanzó el disparo. Cuando reveló el resultado se dio cuenta de que había quedado perfecto.

Mis padres situados al fondo, contemplaban la escena. Mi padre, que quería que todo saliera perfecto, bajó la cabeza un instante para comprobar el objetivo y es ese, precisamente, el momento que captó la cámara. Mi madre, quieta y seria, con la mirada ligeramente baja, mirando a Ana, la más pequeña de diez meses, que no dejaba de protestar. Mario, parecía el más risueño y feliz con el evento, así lo reflejaba su mirada traviesa y despierta. Mi hermana María sosteniendo en las rodillas a Ana, la miraba con maternal ternura. En cuclillas para no tapar a los demás estaba yo, Inés, sujetando el pie de Ana, que no dejaba de darme pataditas.

Ninguno sospechábamos entonces lo que iba a ocurrirle a Mario el día que nos hicimos aquel retrato. Pero la vida tiene estas paradojas y aquella tarde nos hicimos la única fotografía en la que estábamos los seis juntos. Y nunca más volveríamos a estarlo.

Por eso al encontrar de nuevo el retrato, en el fondo del baúl, volvieron a inundarse mis ojos, me giré hacia el espejo y creí ver a mi hermano Mario, correteando por el otro lado, como si la vida se hubiera paralizado el día que le pidió a papá, que hiciera la foto.

Y por fin, después de tanto tiempo, hemos ampliado la foto, que preside la sala de estar de nuestra casa. Mamá, que, después de tanto tiempo está empezando a superar la muerte de Mario, está contenta y sonríe cuando pasa junto al retrato. Ana, cuando la ve, pregunta mirando a Mario que quién es ese, María le responde, que es el traviesillo de nuestro hermano y nuestro padre, que sigue con su afición a la fotografía, ya nos ha hecho unas mil fotos frente al espejo. Mario tenía razón, era la única manera de que papá saliera en las fotos.

scampodivi[at]hotmail.com



La del medio
Mónica M. Volpini


Sí, yo era la del medio. Tenía una hermana y un hermano mayores, y un hermoso bebé al que todos llamábamos Pompón… esta foto es testigo de que éramos una familia tranquilamente unida.

Mis padres eran alegres, en especial mi papá, que vivía sacándonos fotos continuamente. Mamá hacía como que se enojaba… —«¡Otra vez», decía, «yo sin peinarme y él me sacó una foto!». Entonces papá le contestaba que no necesitaba arreglarse demasiado para lucir hermosa y se abrazaban… era lindo tener un par de padres que se amaran tanto.

Y también era lindo ser la del medio, porque todas las recomendaciones recaían sobre los otros: Analía que era la mayor debía darnos el ejemplo de buena conducta, Josué que era el primer hijo varón sería el sucesor de papá en la fábrica, y Pompón se sobreentendía que debía transformarse en el precioso juguete que divertía a los parientes cuando acudían de visita.

Y yo… no entendía por qué mis amigas decían que ser «la del medio» era tan complicado. Ellas aseguraban que sus padres las ignoraban, que sólo amaban a los otros hijos, etc. Nada de esto me ocurrió a mí… y puedo asegurarlo cada vez que observo una foto que nos sacamos en el último tiempo que vivimos todos juntos en el viejo caserón que fuera de mis abuelos maternos.

Recuerdo que era el día de navidad y papá acababa de comprarse una cámara importada de no sé dónde. Nos dejó tocarla a todos, cosa que hicimos como si estuviéramos en presencia de una reliquia… y después vino la gran incógnita: todos queríamos aparecer en la foto… ¿cómo hacer? ¿Llamar a un vecino? No, perderíamos intimidad en un momento muy preciado… ¿Recurrir a un fotógrafo profesional? Tampoco, porque papá era nuestro fotógrafo exclusivo.

Entonces surgió mi idea brillante… y sugerí colocarnos todos frente al espejo.

—Siempre tan inteligente mi Moniquita. —dijo papá.

—Sí. Por eso le tocó el lugar del medio —acotó mamá mientras me acariciaba dulcemente—. Ella es el dulce del sándwich.

Después ambos me abrazaron, y al rato nos sacamos la foto.

Solamente quedamos Pompón y yo en este mundo. Pero a ambos nos queda la foto para recordar esa hermosa familia que tuvimos como regalo del cielo.

leonyyo[at]hotmail.com



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Roberto Cano Seijo


Las últimas veces no era una, sino dos las fotos que nos teníamos que hacer con cierta frecuencia. Cada dos años, más o menos, porque la cigüeña en vuelo dócil y generoso nos dejaba un nuevo bebé que se posaba en la gran cuna familiar trenzada con los brazos de todos nosotros, aunque no trajera un pan debajo el brazo. Era un recibimiento alegre, vital por parte de cada uno que componíamos la gran unidad familiar, si bien no lo entendieran algunos de los conocidos próximos o lejanos ante los años de dificultades y penurias como para aumentar la saga, decían algunos. Nos alegraba el empeño que teníamos por crecer y pasarlo bien.

Teníamos que actualizar el carné de familia numerosa que nos aportaba alguna ayuda familiar, que observadas ahora pueden parecer nimias, pero que entonces eran grandes para la ajustada economía de casa, calculada y bien administrada hasta el último céntimo por nuestra generosa progenitora. Dos fotos porque en una no cabíamos todos, a partir del sexto nos dividieron en dos: Mis cinco hermanos mayores en una y el resto, los pequeños custodiados a los lados por mis padres, en otra.

Recuerdo la preparación de la salida hacia el estudio fotográfico del Sr. Genaro. Fotógrafo muy conocido en la entonces chica ciudad donde cualquier pequeño artista destacaba con cierto reconocimiento, aunque éste fuese únicamente local. Mi madre, a los pequeños, nos reclutaba a la salida del colegio y nos pasaba revista, previamente habiéndonos puesto la impoluta ropa de los domingos y los zapatos brillantes. Nos peinaba a su gusto y nos remataba con un estimulante y cálido beso. El paseo hasta el centro de la ciudad donde nos tenían que hacer el retrato era digno, como un paso al progreso esperanzador y deseado. Los mayores sueltos, encabezaban la marcha con pasos serios y dinámicos seguidos por una prole de críos vivos y despiertos. Mis padres con la más pequeña de mis hermanas en brazos, en la retaguardia de la fila. Era un desfile triunfal observado con aire de admiración por conocidos y extraños. Yo, que alguna vez me miraba al reflejo de algún escaparate, me sentía feliz y contento por ser un pequeño protagonista de esa tropa animosa.

Ahora, haciendo una limpieza de papeles o documentos caducos, y mesándome el poco cabello que me queda, me aparece el carné, amarillento, descolorido, descompuesto el blanco y negro de las fotos, aunque para mi todos reconocibles. Ya no están mis padres entre nosotros, si bien, no dudo, que cercan la mente y el corazón de todos mis hermanos como la mía. Las caras de risueños y soñadores de niños y adolescentes se han trasformado en rostros sensatos resignados y asentados como árboles otoñales, de hoja caduca o pelo canoso. Ahora, mis hermanos y yo, cada uno por nuestra rama lideramos otra estación, con nuevos frutos, más de medio siglo desde entonces, enraizando esfuerzos, empeños, satisfacciones y nostalgias que se posan en la espera. En la espera, para mí, a la nada.

roberto_barro[at]hotmail.com



Mi vida… una instantánea
Jesús Sánchez Espinosa


Una instantánea, eso parecía ser mi vida en aquel momento. El panorama que yo divisaba desde mi posición, era apasionante, unos y otros corrían y lo hacían con cierto orden, es decir obedeciendo a un protocolo establecido para ciertos casos o situaciones como la que me ocupaba en ese momento. Todos y cada uno al pasar junto a mí, me saludaban, preguntaban, ayudaban… por momentos pensé que algo «gordo» estaba sucediendo dentro de mí, viendo el nivel de concentración de aquellas personas.

Es ciertamente este un recuerdo que al traerlo al presente, me hace vibrar, sentir de nuevo todas y cada una de las sensaciones de aquel momento… De entre todas, una destacaría, la sensación de perder la vida… una debilidad enorme en medio de esta sorpresa y momento trepidante. Un ver que todo se podía acabar, eso es, ver tu vida, toda ella, como en una instantánea.

Pero la vida, en mi caso y con mis cincuenta y siete años era algo más que una instantánea. Muchos acontecimientos, muchos recuerdos, se agolpaban unos a otros, como con prisa en presentárseme, luego ya con calma, pude ir disfrutando de los momentos, quizás mas importantes de mi vida o al menos, pienso de aquellos que han dejado una marca más profunda en mi historia, mi familia, mis amigos, las personas que tanto han hecho por mí, todo se vino a mi pensamiento y una experiencia dominaba en ese momento sobre todas… la armonía, la reconciliación con todo lo que me rodeaba, pasé en un espacio muy corto de tiempo de tener una sensación trepidante en mi cabeza con un desorden fenomenal a sentir la paz, la tranquilidad. Yo sabía en ese momento preciso de dónde me venía ese buen conformar.

Una vida muy dura, complicada y hasta hoy muy complicada. A mí nunca me han valido para nada las teorías, consejos y palabras fáciles y blandengues. Una infancia vivida en una austeridad total, carente de muchos afectos, hoy lo pienso, una adolescencia vivida a contra corriente, sintiendo en mí, que no era libre, que no lo era para expresarme, para sentir, que no lo era, un amor que hube de combatir seriamente por lo que quería, esa fue mi escuela. Tremendo lleno de complejos, traumas y miedos me planto en medio del mundo, sintiendo y sufriendo porque no era libre. Buscando un sentido a mi vida, que no acababa de encontrar.

Apoyando toda mi vida en estructuras materialistas, pensando que en eso iba a encontrar la vida que no encontraba el sentido y la razón de las cosas, la explicación a todos mis afanes. Y no lo encontraba, no había para mi respuesta alguna.

Todo esto me llevó a una depresión profunda, a vivir momentos de locura real, una vida fracasada, tantos años perdidos, tantos esfuerzos vanos… pensaba yo. Pero la realidad es que no era tal fracaso, esa historia, era mi historia, mi vida la que me había tocado vivir con quien me había tocado. Yo en ese momento no entendía nada, como no entendía muchísimas limitaciones y dependencias dentro de mi historia. Yo estuve buscando la libertad, como un sueño, hoy lo puedo afirmar en el lugar no acertado, pero se tenía que dar todo eso en mi vida, para dar sentido a este momento, a esta instantánea que decía al principio…

De nuevo, las prisas, una mujer joven y agradable tomó mi brazo y me dijo…es sólo un pinchazo, te va a dolor un poco… Otro hombre joven levantaba mis párpados y me preguntaba… Estaba tumbado, sentí cómo se movía la mesa de operaciones en la que me encontraba, el enorme foco parecía que se me venía encima, sentí mucha paz, pude ver que lo que sucedió en mi vida, hace 27 años, anunciarme la Vida Eterna, cobraba un sentido. Pude vivir ese momento, como un hijo de Dios, encontrándome en medio de ese sufrimiento reconfortado con su presencia en aquel quirófano. Hoy pasado un año y medio largo de aquella fecha, lo recuerdo como una instantánea y recuerdo como en ese momento, también yo me puse en la foto junto a los míos.

jsespinosa[at]grupoteap.com



Fotografía en blanco y negro
Lourdes Macías Torrecillas


Fue a los pocos días de llegar a esta casa cuando, haciendo limpieza, encontré esta fotografía en blanco y negro. Estaba en el último cajón de la vieja cómoda del dormitorio que yo he dado en denominar «cuarto de invitados». No sé muy bien por qué la he guardado desde entonces, seguramente por la curiosidad que siento sobre las personas que la imagen me muestra. Doña Mercedes, mi vecina de al lado, hace algún tiempo me contó que la familia que aparece en la fotografía, vivió mucho tiempo en esta casa y aquí el matrimonio crió a sus hijos; la desgracia quiso que el más pequeño falleciese víctima de una meningitis; a raíz de eso ya nada fue lo mismo para la familia. La madre no se repuso nunca del golpe y fue de depresión en depresión… El hijo mayor, en los años sesenta, emigró para Francia en donde se casó, formó una familia y allí sigue viviendo. La mayor de las hijas entró en una orden religiosa y anda de misionera por los países del tercer mundo y el muchacho menor, el que aparece medio agachado en la foto, Jesús, estudió psicología y anda de país en país con una ONG ayudando a quien realmente lo necesita. Según doña Mercedes, cuando terminó la carrera, Jesús comenzó a trabajar en un gabinete con un par de compañeros más, pero pronto se dio cuenta de que ayudar a empresarios estresados, a adolescentes caprichosos… y mucho menos a gente con demasiado dinero y más tontería todavía, no era lo que deseaba hacer en la vida y de eso estaba seguro. Él quería ayudar a todas esas personas que han vivido y viven los horrores de la guerra, la muerte, el hambre, las grandes catástrofes… Y en ello tiene puestos sus cinco sentidos; unas veces en un país de África, otras en Palestina, Honduras, Guatemala, Filipinas… A veces, cuando anda por esta ciudad viene a ver a doña Mercedes, al menos eso es lo que ella me cuenta, pero en los dos años que llevo aquí viviendo nunca lo había visto… Nunca hasta hace poco más de una semana, sí, era por la tarde cuando mi vecina llamó a mi puerta para invitarme a tomar el café: «Quiero presentarte a alguien». Y así fue como ese día conocí a Jesús. Físicamente poco tiene que ver ya con la imagen de la vieja fotografía; es un hombre de mediana edad con una sonrisa encantadora y mil y una historias que contar. Aquella tarde el tiempo pasó sin sentir y en esta última semana Jesús y yo apenas nos hemos separado… Todo tiene un por qué y una razón y haber guardado aquella fotografía en blanco y negro durante tanto tiempo, seguramente fue debido a que en ella se hallaba quizás la persona reservada para ayudarme a escribir mi destino…

lourdes42mt[at]hotmail.com



Rostros felices
Jordana Lee


Estamos todos en la foto, tal como nos fotografiaron en los años 60 para la publicidad del moderno club de campo que se levantaría en los Altos de San Edmundo.

Mi hermanito y yo habíamos llegado al estudio con la esperanza de integrar una serie que haría famosa a la Familia Tilsen a lo largo de aquel año. Pero eligieron a otros para la tira y nos tocó en suerte la propaganda inmobiliaria que popularizó nuestros rostros felices en los carteles de la ciudad y en numerosas revistas sociales e inmobiliarias.

Franz Sheffer era el padre afortunado que no perdía ocasión de fotografiar a la familia unida. Rosamunde Klatz la bella madre que sostenía a la beba de los dueños de la agencia publicitaria. Freya Taner se llamaba, si no me equivoco, la otra chica que se ve en la foto y los muchachos somos nosotros, mi hermano Kurt y yo, que al ser seleccionados pensábamos que entrábamos raudamente por dorado camino de la fama, sin imaginar, por supuesto, que hubiera sido mejor que no nos hubiesen contratado nunca, porque aquel negocio auspicioso terminó en una estafa millonaria que arrasó como un alud con el famoso country de los sueños. Además del bochorno, teníamos que aguantar las burlas, las críticas y los reproches de la gente que nos descubría por la calle, pensando que nosotros, de alguna manera, también estábamos en la cosa.

Los de la agencia y varios integrantes de la familia emigraron a países vecinos para librarse del acoso. Mi hermano y yo éramos huérfanos y demasiado chicos para emprender la fuga, por eso, tuvimos que bancarnos todo el rollo que siguió hasta que los años trajeron el viento amable del olvido y se encargaron de cambiar por completo nuestros rostros felices.

jorlanas[at]yahoo.com.ar




Tiempo de lunas
Rosa María García Barja


Cansada ya de ver lunas distantes, aquella tarde, la abuela, convocó a todos los miembros de la familia para decirles que se había comprado un ropero de tres puertas. Se miraron atónitos, porque ésta vez, si que se había salido de la excentricidad para ocupar una parcela de locura importante.

Un ropero de tres puertas —decía—, donde guardar los miedos que estorban.

Estaba convencida de que la vida que pasa por los espejos de ahora en adelante, se quedaría a vivir por siempre en la carcasa de madera de pino.

En círculo, la familia escuchaba la retahíla con la garantía de que en la pared vacía de la alcoba grande, se instalaría el inquilino hueco.

Y llegó el día. Las lunas multiplicaban la impaciencia y a ritmo de orden, los agrupó para inmortalizar el momento.

Nunca se sabe quién está dentro o fuera del espejo.

Resignado, el tío Ignacio apresaba en el cliché la clave de la cordura.

Siempre imprevisible, sin tiempo de ensayar una sonrisa, la abuela decidió a última hora, no salir en el retrato.

rosadesastre[at]gmail.com



Vidas paralelas
Paula Sadier


Me parecen mágicas las nuevas tecnologías, en especial las redes sociales. Para ser argentina tengo un apellido bastante estrafalario que no vale la pena mencionar acá (soy muy fácil de ubicar y prefiero el anonimato).

Facebook me abrió la posibilidad, como a muchos, de buscar los orígenes de nuestra familia a partir del apellido y los grupos que se forman a partir de ellos, la posibilidad de encontrar familia remota me entusiasmó y me uní al grupo de mi apellido. Subí imágenes de mis padres, mis abuelos y hasta una de mi bisabuelo que tenía mi papá guardada, a todas les puse los nombres y fechas aproximadas y conté cómo habíamos llegado a la Argentina. Mis bisabuelos se escapaban del hambre y de la guerra de una Europa desolada y vinieron a la Argentina en los años ‘20, se instalaron en la Boca y pusieron un comercio de arreglo de calzado, oficio de mi bisabuelo heredado de su padre. Les fue muy bien en el comercio y pudo enviar a su hijo varias veces a Europa con regalos para la familia que quedó allá.

Mi abuelo Antonio era un trotamundos, así como su padre componía zapatos de sol a sol el hijo le había salido un tiro al aire, soñador y aventurero. Hasta que conoció a mi abuela, hija de estancieros criollos que se enamoró perdidamente del loco de la Boca. Tuvieron tres hijos del cual mi padre es el más grande y tengo dos tías que una salió con el amor a la imagen fija de su padre y ha hecho carrera para la National Geographic, comenzó a sacar fotos con la cámara de su padre, una Hasselblad de los años '50. En este grupo de Facebook me deja atónita una foto en blanco y negro sacada hacia un espejo y en la que está mi abuelo con esa misma cámara que dice «Antonio con su familia en Madrid 1967». El niño de la foto es igual a mi padre de pequeño. Le mandé un mensaje privado a Jesús, el «niño» que convertido en adulto publicaba su foto familiar. Corroboró que su padre viajaba con frecuencia a la Argentina por «asuntos de trabajo» y que falleció en 1982, el mismo año que mi abuelo. Vio las fotos que publiqué de Antonio y reconoció a su padre en mis fotos.

Encontré tíos en Facebook gracias a las viejas fotos publicadas, mi padre y mis tías están muy contrariados, la fotógrafa viaja hacia Madrid al encuentro de Jesús, ellos sabían perfectamente que Antonio era un mujeriego, pero jamás sospecharon de la osadía de tener familia paralela y reconocida en Madrid, porque su padre iba seguido allí a «arreglar las exportaciones del campo de sus suegros».

paula.sadier[at]gmail.com



El tío Miguel
Ana Sofía de Gregorio Moro


Mi tío Miguel es el que está en el margen derecho de la foto. En esta instantánea era apenas un chaval de dieciséis años, luego cambió algo, pero poco, siempre mantuvo ese aire de suficiencia que le caracterizaba, eso y el pelo impecable con la raya en el lado izquierdo. Su lugar en las fotos no era algo aleatorio porque nada en él lo era, su posición estaba estratégicamente calculada para destacar del resto de la familia. Si observáis con detenimiento la imagen veréis que es así; nuestra mirada se ve irremediablemente atraída por su figura, nada importa que la abuela ocupe una posición central que es la que le corresponde por ser el nexo de unión de toda la familia, ni la expresión hermosa y serena de mi madre que sólo se puede detectar tras un estudio detallado, ni siquiera yo que era un bebé especialmente guapo, según el parecer general, logra robarle un ápice de atención.

Esta costumbre ha seguido así durante años, mi tío Miguel siempre aparece en las fotos de familia posicionado de tal manera que las miradas irremediablemente recaen sobre su inmaculado aspecto. Mi abuela siempre ha defendido esta manía de aparecer retratado e incluso le ha disculpado cuando este hecho se ha convertido en algo por así decirlo, incómodo.

—Abuela —le decía yo—, es que hay fotos en las que quizás no debiera estar.

—Cariño, ya sabes como es tu tío Miguel, argumentaba siempre a modo de explicación por lo demás nada convincente.

Pero lo cierto es que a mí su empeño me parecía algo excesivo y su presencia en las fotos me hacía dar demasiadas explicaciones, así que cuando alcancé la edad adulta y tuve casa propia, decidí dejar de ponerlas en mi casa e incluso dejar de posar en ellas.

Mi esposa al principio no entendió lo que calificó como una «extravagancia personal» más apropiada de un adolescente preocupado por su aspecto que de un hombre de familia, pero no le dio mayor importancia hasta que una tarde en una salida al campo me fotografió sin que yo lo advirtiera. Días después cuándo me llamó para ver las instantáneas en la pantalla del ordenador lo comprendió, y es que allí estaba yo, con mi cazadora roja en una hermosa foto de la Sierra de Segura, recortado sobre un fondo de tonos verdes y ocres, bajo un cielo azul celeste y justo a mi lado, como siempre impecable, mi tío Miguel en blanco y negro.

anasgregorio[at]ono.com



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José Mañoso


El neneque se amalaba en el regazo filustre de la matriaria. Estaba perlino, carininfo y boquiabierto. La caja negra quería usurpar al vidrio la alegoría de la parentela cachaca y yuxtalineal. Era el ahora yerto de la pieza, que envolcaba la prole. Ninguno acertaría a presagiar que el neneque sería un cronopio.

jomanosoflo[at]hotmail.com



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Paula Martínez


—Yo he soñado esta foto. Algo así como un sueño recurrente. ¿De dónde la has sacado, Alberto?

—Estaba en esta caja cariño, mezclada con las fotografías de tu familia. ¿Conoces a toda esta gente?

—Yo he soñado esta imagen. El chico del pelo rizado se despide de todos. Se llama Andrés, y creo que se va a la guerra. Su padre, el señor que está detrás, con la cabeza agachada, el que sostiene la cámara, coloca a toda la familia para retratarlos juntos: A ver, poneos todos delante de la luna del armario ropero. Así saldré también yo. Mamá siéntate aquí, justo en medio y coge a Mari Luz en brazos. Sofía, cielo, tú colócate delante. Eso es, siempre tan coqueta. Vicente, Andrés, vosotros a ambos lados de mamá. Y yo aquí detrás. A ver si salgo.

Afuera, en la calle, hace un día precioso. Primaveral. El sol se cuela en la habitación a través de una ventana entreabierta. El chico del pelo rizado se despide de todos uno a uno. Quiere llevarse la foto, pero la mamá también la quiere guardar como recuerdo. Al final él cede. No vaya a ser que la pierdas, le dice ella. Él sonríe y la abraza. Está ilusionado. Ella en cambio parece angustiada.

Sí, yo he soñado esta foto muchas veces. Andrés cruza el umbral de la puerta. Hace una temperatura muy agradable. Papá lo acompañará a la estación. Mamá da un paso al frente. Llama a Andrés. Tiene un mal presentimiento. Deja a Mari Luz en el suelo y sale a abrazar de nuevo a su hijo mayor. Sofía y Vicente se asoman por la ventana, mientras Mari Luz juega en el suelo ausente de todo.

Yo soy Mari Luz, y juego en el suelo ausente de todo. Sí, yo he soñado esta foto… Justo antes de que llegasen los aviones. Justo antes de que se escuchasen las sirenas.

trinapalu[at]hotmail.com




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Pretérito futuro..., es una sección
ideada y coordinada por Carmen López León

(http://mural.uv.es/carlole/)

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Ilustración página: Fotografía por Pedro Martínez ©
- N. de R.: Debido a un desafortunado accidente, la fotografía que originalmente ilustraba esta página se dañó. Por ello, hemos sustituido la misma por otra que pensamos cumple la misma función (aunque no en todos los relatos).