Para un astronauta

____________________________

Catalina Hernández Noriega


«Cinco, cuatro, tres, dos, uno...». Ahora mismo debes estar despegando, y yo sin poder verte, sin poder estar contigo. Esta inmunda oscuridad no me permite sentir más que el peso del silencio. ¡Qué callado se está sin tus rollos mañaneros! Estamos tan lejos y cuando llegues a Marte lo estaremos mucho más. No podrás venir en mi auxilio, como siempre lo haces cuando el grifo chorrea o cuando tengo una pesadilla de esas muchas que me atosigan, cuando tengo un día como tantos, que tú sabes. ¿Te acuerdas cuando tuve aquella del castillo? Estaba atrapada en una torre, y al asomar la cabeza sólo veía el espacio infinito, lo mismo que debes estar viendo en este instante. Saltaba y tú me rescatabas con tu traje espacial y me llevabas a visitar un asteroide pero de pronto desaparecías y me encontraba totalmente sola mirando hacia la tierra, tuve tal miedo que te desperté llorando para que con una carcajada borraras el malestar, haciéndome reír con semejante sueño loco.

¿Qué dirías si me vieras aquí? Probablemente me tocaría una diatriba completa «¡ay güera! ¿por qué caramba te metes en asuntos ajenos?» Lo peor es que con cada lío me pruebas que tienes parte de razón, bueno, esta vez es distinto, podría ser la última. Anoche estaba pensando en ti cuando caminaba hacia mi tienda en el campamento y me agarraron por sorpresa. Nada más sentí un tirón muy fuerte y un golpe, no supe más hasta que desperté sobre este suelo arenoso en un lugar sin luz, con el frío de la noche y espeluznante calor desértico diurno, claramente me tienen los rebeldes. Por primera vez tengo miedo, no puedo rezar, no me concentro hasta el grado de no poder acordarme bien del Padre Nuestro, apenas si logro pensar claramente y de alguna manera la única imagen que me viene constantemente a la cabeza es la foto de nuestra boda que metí en tu maleta para que te la llevaras al espacio. Con aquel vestidito ridículo como merengue, ¡qué poco sabía de la vida! No tenía idea de lo que pasan estos pobres del tercer mundo, ni tenía idea de lo que cuesta seguir una vocación como la mía. Bien me decías que eso de la ONU era para locos... sí, locos soñadores, como yo.

Se oyen pasos...

Me trajeron algo de comer, traté de preguntarles ¿qué van a hacer conmigo?, pero el par de críos disfrazados de militares no quisieron contestarme, en cambio me encañonaron. ¡Ay Miguel! Ahora si la hice buena, vas a regresar de estar meses en el espacio para enterarte que mataron a tu mujer los rebeldes en un pueblo africano del que nadie había oído antes, con nombre impronunciable. Y aquí ni paz, ni bonanza, pura miseria. Cabezas ruedan por los ríos manchados de sangre con el olor de la carne pudriéndose al calor del desierto. Los niños famélicos caminan con metralletas y como juego favorito se apuntan unos a otros y gritan: «bang-bang», mientras que alguno se finge muerto, ¡qué bien conocen la muerte! Y ¿de qué ha servido todo lo que hacemos?, ¿de qué servirá que me muera y te deje solo?

No he visto ni lo que comía, tenía tal hambre que preferí no saber, pero el asco no me dejó terminar, un potaje soso, aguado que se llenó de arena que tenía en las manos y que no logré limpiar por más que me las restregué en los pantalones. Si, ya sé que no siempre se pueden comer platos vegetarianos sin cebolla y con poca sal que me gustan, la desesperación por algo de comer no tiene criterio nutricional.

¿Irán a a matarme?..., o quizá sólo sea rehén para presionar al gobierno. En estos momentos matar a un enviado de la ONU sería muy malo para las negociaciones.

Cuando abrieron la puerta pensé que me iba a reventar el corazón, quería gritar, llorar, tirarme a pedir clemencia, pero me miraron con tal odio que de alguna manera logré mantenerme serena, por lo menos de dientes para fuera.

No puedo romperme ahora, por eso no dejo de hablar contigo y de contarte lo que sé quisieras oír sobre mis últimas horas. Ya deben estar haciendo alguna investigación, no me pueden dejar así. Seguro que los de la NASA no te dirán ni palabra hasta que hayas vuelto, no querrán comprometer la misión con un mal estado de ánimo.

¡Cómo aprisiona el silencio! Creo que es la peor parte, la ausencia incesante de todo sonido que sólo se rompe con el eco de mi voz, y una que otra ráfaga de viento esporádica, lejos de toda civilización. ¡Mira que la vida tiene ironías! Tú encerrado en una nave espacial camino a Marte para hacer descubrimientos fundamentales, y yo atrapada por un montón de rebeldes africanos que pelean por el poder de seguir matándose unos a otros hasta que no quede uno sólo.

Hace dos semanas, cuando hablamos y me notaste rara, no quise contarte —para evitar ponerte más nervioso— que esa misma mañana me tocó ver a un niño muerto en brazos de su madre, una bala perdida le había tocado en el ojo, tenía la carita completamente destrozada, la madre gritaba desesperada, y me miraba, sin mirar, como si todo a sus ojos fuera invisible, ya no era una mujer, sino un fantasma, otro más lleno de odio y desesperación. Sabes, en este país los jinetes del Apocalipsis cabalgan a sus anchas, trayendo sus males para que esta gente, sin merecerlo, termine pisoteada a las patas de sus caballos.

Por malo que pueda ser mi destino nunca será como el de ese niño, cuando menos a mi me han tocado treinta y cinco años de alegrías y tristezas, de vida, a él le quedaron sólo siete todos ellos llenos de hambre, de enfermedades curables en el primer mundo, que aquí son mortales, y guerra..., lo peor.

Ya sé que estar aquí quizá no sirva de nada, los dos bandos son lo suficientemente tercos para no escucharse, pero no pude evitar intentarlo, lo siento, porque vas a llegar y te vas a encontrar con un féretro, no con tu esposa. Si me matan quizá sirva para que el mundo vea de una vez por todas que no sólo son estadísticas, que hay seres humanos que viven en el más profundo dolor y angustia todos los días de su vida, como ese niño. Espero que tú seas el primero en verlo y que no me juzgues, que entiendas que no tenía más remedio que seguir lo que me dictaba la conciencia.

Se está acabando la cinta, sólo quería decirte que te quiero y que con todo y todo todavía creo que el ser humano vale la pena...



📌 Texto seleccionado en el Taller de los días 24.09.2003 y 08.10.2003.

  • Créditos

    Revista Almiar (2003)
    ISSN 1696-4807
    Miembro fundador de A.R.D.E.