Fotografías y textos por Víctor López
DELTA DEL OKAVANGO
(BOTSWANA)
15.07.2003
Hemos cambiado la hora, adelantando una por el horario de Botswana y a las 8 salimos hacia la frontera, duermo casi cuatro horas en los asientos del Stevie, el camión en el que hacemos esta travesía por el África austral, la gente caminando a ambos lados de la carretera, las cabañas, los árboles y la vegetación, se asemejan más al África ecuatorial que tantas veces he recorrido. Llegamos a la frontera de Shahawe, después de atravesar el Mahango Game Park, los edificios de ambos puestos fronterizos son nuevos y con un alto nivel, incluso servicios para discapacitados, los tramites rápidos y la gente afable. Hemos atravesado de soslayo el Caprivi antes de la frontera y nos dirigimos hacia Gumare a cuarenta kilómetros. Antes de llegar pararemos en Guma donde deberemos dejar el Stevie y continuar ligeros de equipaje en un pickup cuatro por cuatro durante veinte Km. hasta el Guma Lodge donde acampamos, el embarcadero está cercano y doy un paseo observando a las aves con los prismáticos, distinguiendo hasta más de veinte diferentes (martín pescador, garcetas, garzas, ibis sagrado…), hasta que me quedo sin luz en el ocaso.
Colaboro partiendo la leña para
el fuego de la cena y disfruto de la atmósfera de este primer contacto con
el delta.
A las 6 h. oigo los primeros trasteos de Serina preparando el desayuno, me cuesta salir del saco pero lo hago. Muesli, café, etc. Recogemos todo y a las 8 vamos al embarcadero, la luz es muy buena y matizada, nos están esperando ya los mokoreros. Hy, hy. How are you? Fine, and you? Primero las lanchas amplias y rápidas, en una la mercancía, en otra todos los demás. Una hora de magnifica travesía, la vegetación todavía permite anchos canales. El viento nos refresca y a mí personalmente me comunica, no se por qué, con otras travesías y otros lugares.
La vegetación se cierra y cambiamos de embarcaciones, cambiándolas por mokoros, canoas estrechas y largas manejadas con pértigas, que se abren camino en fila india fácilmente a través de la densidad de los papiros, me dejo arrullar por la suave navegación admirando la diversidad de los nenúfares y plantas acuáticas. Las islas con sus grandes árboles se asemejan gigantes. Me gustaría haber visto este paisaje a vista de pájaro, la sensación única de este inmenso delta que se difumina en el desierto. Pero esta realidad tangible de estar dentro de él no es nada desdeñable, así que disfrutémosla. Al fin nuestra isla, en la que vamos a acampar, salvaje y pura. Tomamos una ensalada regada con vino sudafricano y en la tarde salgo con Moi a reconocer el territorio, nos llegamos hasta unos inmensos baobabs que distinguí antes de desembarcar, todo el territorio esta lleno de heces de elefante, incluso al lado de mi tienda, son mini packs de heno seco (al fin y al cabo cacas de vegetarianos), que nos vendrán muy bien para quemarlas y ahuyentar a los mosquitos. Vienen a nuestro encuentro Vike e Inma. El camino un tanto abrumado por las altas hierbas. Nos alcanzan los Bukonjo y nos dicen que es fácil tropezarse con un elefante, que a ellos les ha pasado y es peligroso. Bueno, seguimos juntos hasta los baobabs, comemos sus frutos y saben a cítricos, pero duros y pastosos. Vemos una manada de antílopes, salvajes y libres. Regresamos al campamento, un gran fuego y cenamos pasta, el humo de la quema del detritus del elefante huele como los petas de marihuana. La noche cae rápido y se cuentan historias y se canta, uno de los Bukonjo baila, una de las canciones es sobre el puercoespín, los movimientos a cuatro patas y como copulando, todos reímos. Nos acostamos a las 9 y tomo rápido el sueño, pero más tarde me despierta el rugido del león, relativamente cercano, lo hace unas cuantas veces, al fin me duermo.
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Diario de un viajero
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Fotografías: Víctor López Pérez-Fajardo © Derechos
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Revista Almiar (Madrid, España)
N.º 37 / enero 2008
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