Delante de una botella
delante de una botella de vino me muevo
en círculos,
velado, envuelto en el humo del tabaco que se calcina
que se consume al ritmo impávido del tiempo;
despacio, lentamente, desmenuzándose y cayendo al suelo,
mi tiempo
y sobre la mesa un libro de bukowski y otro de rochefoucauld,
pessoa también asomando bajo la bruma, sus poesías
que como a un mosquito en ámbar
me dejan atrapado en la oscuridad
y el silente pensamiento de mis neuronas
¡Dios!, hilaba fino
y yo aquí incapaz de nada
memorable, galería de intentos fracasados, mis poesías
que rezuman savia de un árbol muerto.
me siento en la silla, frente al vino,
mi silla que siempre al posar mi culo en ella, se queja,
es decir, chirría por el peso de la congoja
del miedo que con el paso del tiempo se va tornando
pereza,
y como pesa, como para partir en dos el trono
de alabastro en el que el hado siempre rudo
se sienta.
y cuando los gritos cesan comienzo
como el agricultor
a hincar el frío metal en la tierra
blanca, todavía virgen
a la espera del hierro bañado en sangre negra;
¡allá voy!, todavía trémulo pero mis manos ya se mueven,
cavan hondo, cavan profundo, ¡cavan en busca del diablo!
lo busco en sus dominios
para terminar junto a él y a grandes tragos
la botella...
Agonía
todo se evade de la realidad en un sólo segundo
distorsionado de pereza agónica cuando uno esta cansado, exhausto y sin
fuerzas siquiera para levantar la mirada y ver el cielo/
gris y anodino salpicado de estrellas fluorescentes cerniéndose sobre
uno cuando trabaja y trabaja y trabaja y los ojos son un dique seco donde
se consumen dos llamas/
poco a poco hasta acabar siendo hilos de humo
que recuerdan que una vez allí ardía la vida y se reflejaba como en un
espejo el infinito;/
y al final todo acaba siendo lo mismo,/
cada día cada hora cada minuto y segundo/
envueltos en melancolía/
y añoranza/
y sueños de algo que no es esto/
que no es esta vida,/
que no es esa cara en el espejo/
perpleja/
preguntándose qué ha pasado,/
preguntándose dónde quedaron olvidadas las sonrisas/
y encallada la tristeza/
y la rutina/
en la boca/
entre labios ancianos que echan de menos las caricias.
Siempre
siempre
se cae el tiempo al observar
desde dentro
la burbuja en que vivimos,
y siempre siempre estamos dentro,
de ella, la burbuja,
negra, maciza, ribeteada de estrellas
y lo vemos siempre siempre desde dentro:
al tiempo caer envuelto en su silencio,
como la nieve de alabastro
cae en invierno
y poco a poco se amontona
ocultando las huellas.
y allí estamos cada día,
todo vacío,
donde no vive nadie.
sólo nosotros, cada día...
esperando que se enciendan las luces
del infierno,
para que el hombre despierte y
oigamos de nuevo las cadenas
de la rutina
a cada paso que demos
atravesando el camino,
aquí
donde los lobos chillan
y aúllan los cerdos.
siempre
siempre...
Contactar con el autor: alberto_montero[at]eresmas.com
Ilustración poemas: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
|