Tiembla la mañana —dijo Modigliani,
estilizando el cuello del viento.
Un poeta ebrio trazó el lucero
y se emborracharon de luces los sedientos.
Del bosque nacieron hogueras,
cuando de sangre se bañó el silencio.
Una niña murió de pena
y un viejo tejió su féretro.
Partieron raudos los ruiseñores,
porque un sueño se iba muriendo.
El río creció deprisa
y un duendecito se ahogó en su lecho.
Abrió sus pétalos una rosa roja,
rocíos nuevos cayeron lentos.
El hombre tomó un cigarro
y escupió en el humo todos los miedos.
Ella
Hay una mujer
que tizna de otoños los espejos,
que huele a paraíso,
pero que se percibe a desierto.
Hay una mujer
que zigzaguea entre sendas bifurcadas.
Que se sueña entera,
que se despierta a medias,
que camina ebria en la cornisa,
que respira el humo de un incendio.
Hay una mujer
que late por la piel del desamparo,
que marcha insomne entre fantasmas carceleros,
que se mira en el iris de las fieras,
que se viste con disfraces de dramas y comedias.
Hay una mujer... Un poco loca
que se pinta entre sepias y celestes.
Hay una mujer que está perdida...
¿Su nombre? Su nombre es María,
ella lleva en sus labios el precinto del silencio.
Hay una mujer ¿Alguien la vio?...
Hay una mujer por quien se pide captura.
Se la acusa de un delito:
Desnuda...
Se exhibe tras sus versos.