relato La apuesta

La apuesta

por Alejandra Pinal

Era una locura.

Yo iba a esos lugares de espanto para salir de la rutina.

Y aunque a veces las cosas se ponían difíciles, nunca había pasado de allí. La mayoría nos conocíamos, pero no dejaba de llegar de repente uno que otro despistado ansioso de vivir su gran noche.

Esta vez la jugada había ido en aumento, y Jacob, el impetuoso y osado apostador, no dejaba de pujar.

—Voy con doscientos más —dijo.

Los otros se miraron estupefactos. Pero sólo uno reaccionó. El resto, se retiró.

Jacob se dobló: full. Ases y reyes.

Su rival frunció el ceño.

—¡Maldita suerte! —exclamó desparramando las cartas sobre la mesa.

Jacob se agarró todo el monte.

El grupo se esparció por la salita buscando beber un trago. Ya no había ánimos para seguir jugando. Como casi siempre, Jacob se lo llevaba todo.

Poco después se charlaba vivamente, entre gritos y algazaras.

Bien sé que jamás se debe preguntar a un jugador cuánto ha ganado. Mas esa noche la emoción me conquistó al darme cuenta de la triunfante sonrisa que Jacob mostraba en los labios.

—Te va bien ¿Eh? —le dije—. ¿Cuánto ha sido hoy?

El hombre me miró de soslayo tratando de adivinar mis intenciones.

—La suerte está conmigo, eso ya lo sabes.

—¿Acaso es tu mentora?

—¡Es un designio! —dijo Jacob seguro.

—Conque un designio. Eso quiere decir que crees en el destino.

—¡Yo estoy destinado a ganar!

Su soberbia me embaucó.

—Si es así —le espeté—, no dudarás en apostar conmigo.

Jacob me miró interrogante.

—¿Quieres jugar? —preguntó.

Quiero jugar al destino…, si es que existe —le dije.

El rostro de Jacob ardía, pero yo me mantuve impasible.

—¿De qué se trata?

—De retar al destino. Si existe o no, igual lo comprobaremos.

—Tú dirás.

—A dos cartas, la que salga —dije.

—¿Qué apostaremos?

—La vida.

El rubio Jacob no contestó. En su rostro floreció el bermejo rubor de la pasión.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó.

—Muy fácil. Tengo el arma cargada, pero le faltan dos tiros. Quien pierda, se disparará en la cabeza. El destino jugará su parte.

Jacob guardó silencio.

Los murmullos habían bajado de tono y todos comenzaron a rodearnos.

—¡Es una locura! —exclamó uno.

—¡Hombre, no jodan, eso no está bien! —dijo otro.

—Acepto —dijo Jacob.

Nos sentamos. Saqué el arma y la deposité sobre la mesa. Cogí las cartas y barajé, poniéndolas luego en el centro. Jacob partió el mazo y me miró.

El silencio era más profundo que la angustia de los alientos.

Tiré dos cartas: el cinco y la sota.

—Sota —dijo Jacob, impulsivo.

Hice una pausa, respiré hondo y comencé a tallar.


Siete…, tres…, rey…

El silencio se fue haciendo más filoso y la ansiedad enmascaró todos los rostros.

As…, caballo…, ¡cinco!

Un denso murmullo de admiración llenó de inmediato la estancia.

Todos miraban a Jacob, y después, como si de una liturgia se tratase, se volvían a verme a mí.

Jacob mantuvo la vista perdida, como implorando al destino algún portento. Y de repente bajó el brazo y tomó la pistola. Sus manos temblaban. Todas las miradas captaron el brillo de los fotones de luz de los ojos de aquél hombre.

Se puso el cañón en la sien y metió el dedo en el percusor. Jaló con decisión el gatillo y un sordo clic se escuchó.

El clamor de los gritos fue estruendoso.

Jacob, tenso y sudoroso, forzó una sonrisa. Volvió el arma a la mesa y me miró.

—Una por otra —me dijo, tragando saliva—. Tú ganaste primero, pero yo gané al final. Como te dije, estoy destinado a ganar.

Yo asentí, aún con las cartas en la mano.


Fue hasta que salí de allí que me di cuenta de la locura que había cometido. ¡El destino existía, no cabía duda! Y, por lo visto, estaba de parte de Jacob.

Considerando que precisaba un poco de ruido, me desvié hacia la zona de bares. Entré en uno y busqué dónde sentarme. Estaba atiborrado. Me abrí paso hasta la barra y me acodé para pedir un trago.

Bebí con avidez y traté de relajarme. Estaba en eso cuando sonó mi teléfono. Era Sifo, un amigo jugador, que me gritaba:

—¡Lo han matado…, lo han asesinado!

—Espera…, espera… ¿A quien? —pregunté, sin dejar de mirar la bebida.

—¡A Jacob!… ¡A Jacob!… ¡Lo mataron apenas te fuiste!

Sentí que toda la sudorosa multitud del bar se me venía encima, majándome.

—¡No es posible! —dije—. Pero si lo dejé más que vivo hace apenas media hora.

—Alguien llegó con un arma y le disparó. Se dice que por deudas de juego, pero quién sabe. La cuestión es que murió…, murió al instante.

Corté, y me puse a pensar mientras bebía.


Pensé en Jacob y en todo lo que había vociferado aquella noche.


Pensé en mi necedad de apostar.


Pero sobre todo, pensé también en el destino.



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Ilustración relato: Spanishdeckback, Por Baraja_espanola.jpg: Retama 10:37, 9 August 2007 (UTC) derivative work: GDuwen (Baraja_espanola.jpg) [CC-BY-SA-2.5-2.0-1.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.5-2.0-1.0), GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) undefined CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/ licenses/by-sa/3.0/)], undefined

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    Revista Almiar (2004)
    · ISSN 1696-4807
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