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Cuatro
Kitino Nikaro


Cuatro. Eran cuatro los que siempre la rodeaban.

En esas circunstancias no dejarían de hacerlo, Lucinda Pérez suponía una parte importante de sus vidas aunque hubieran momentos en los que siempre sobrara alguno de ellos para compartir un parchís resplandeciente por la banca ascendida a cifras altas y considerables llegándose a apostar hasta las joyas que pudieran pender de sus cuerpos y complementos de firma que todos deseaban por lucirlos otros que no fueran ellos. Quien sobrara, en unas partidas uno, en otras, otro, se limitaba a preparar los cubatas bien cargados de alcohol que bebían uno tras otro intentando no resecar sus gargantas por la humedad del bajo aire acondicionado, y a cortar la coca sobre el cristal de la foto, aún sobre la mesa camilla con recuerdos de familia, del fracasado matrimonio de Lucinda con su novio pelirrojo inglés no durando la relación más de cuatro meses por la incompatibilidad de caracteres además del idioma, locuras de la vida, no más.

En las partidas de mus aún resultaba más impertinente la impaciencia de quien estuviera fuera de juego, alejado del tapete de fieltro verde para no ver las cartas y muecas delatadoras de los juegos que sostenían los demás en sus manos, llevando la impaciencia al consumo de drogas y alcohol tan frecuentes cada vez que se reunían; siempre en casa de Lucinda por ser más grande que los apartamentos del resto, por estar más aislada evitando a los pesados vecinos ante sus alborotos malsonantes, por tener más comodidades dejando atrás esas casas Ikea convertida ésta en una Casa Actual en toda regla, por actuar con plena libertad haciendo y deshaciendo la casa al gusto de cada cual por ser la chenchi quien recogiera todo a la mañana siguiente, ninguno más que ella podía permitirse tener servicio doméstico entre otras cosas que ya deseaban los otros.

El juego más exitoso era el de la pirámide del amor, sexo puro unos con otros, otros con algunos sin importar ni sentimientos ni sexos; mezcla de morbo, deseo llegando a extremos ilimitados donde el alcohol y las drogas de esa noche les llevaban a superar sus impulsos, deseos y alucinaciones. Desenfreno sin más límite que el vago recuerdo a la mañana siguiente donde cada cual amanecía con quien quisiera o le hubiera tocado la noche anterior provocando irritaciones inevitables de sentir pero interiorizadas a mil por mil.

 

Cuatro. Amigos.

 

Algunos desde la infancia que ya no recordaban a sus treinta y tantos años, otros desde la adolescencia intentando no recordarla viviendo el presente. La vorágine en la que estaban inmersos no les permitía más que desear llegar a el fin de semana para reunirse dejando fuera, al otro lado del umbral de la puerta, quienes eran, sus trabajos, sus vidas. Pero durante la semana, entre el deseo, la reflexión, el rencor, la envidia, el furor... eran muchos los pensamientos de esas cabecitas locas.

Mina, uña y carne de Lucinda, la adoraba, la idolatraba pero su mirada reflejaba mucha envidia al rojo vivo, las llamas de sus ojos la delataban convirtiendo su cariño en interés por manejar a su libre albedrío a quien tanto amaba de cara a los demás odiándola por su frustrada vida de niña rica ante el labrado y glorioso camino de una don nadie que llegó a cúspides donde ella jamás podría llegar por no quererse ni a ella misma y por considerarse siempre la sombra de su queridísima, la segunda de la promoción por saber todos quien fue la primera, la niña rubia bonita por la que los chicos se peleaban sin mirar a la pobre Mina. Nunca se alegró de los logros de su amiga, detestaba ver como subía permaneciendo ella intacta como años atrás. Pero la relación amor odio no quedaba ahí, la lucha interna por conseguir a Güerito les podía ante el triunfo de Mariela.

Güerito había compartido algo más que el libro de inglés con Mina en las clases de repaso cuando se acercaban las fechas de los finales en el último curso de bachillerato, también la cama en esos años jóvenes que aparcaron tal como estacionaron sus antiguos coches sustituyéndolos por el último modelo del mercado. Mujeriego nato había corrido de muchas camas sin dejar a un lado la de Lucinda donde repitió en contadas ocasiones años a, después y entonces, solo cuando él quería, solo si había algún interés para que los contactos de ella lo posicionaran acá o allá. Emprendedor en el sexo hizo sus primero pinitos con Pibe en el dormitorio de éste, a puerta cerrada con cerrojo para evitar entrara nadie, viendo revistas porno robadas de los kioscos de las manzanas más lejanas de su casa, descubriendo mucho juntos, aprendiendo y saciando muchos deseos que no importaban repetir si en la pirámide del amor les tocaba formar pareja como en otras ocasiones lo habían sido. Sentía una terrible atracción por Mina imposible de llevar a cabo por el acoso continuo de Lucinda a quien detestaba por haber derrumbado sus principios de vividora nata de la vida tal como él era, ese artista que llevaba dentro, sustituyendo sus ideales por metros y metros de mesa de despacho repletos de papeles en una gran multinacional que no sólo le daba dinero a ella sino también contactos a él, una supervivencia cara que tenía que pagar si quería vivir más o menos bien.

Mariela entró algo tarde en este quinteto luego sexteto, con la incorporación de Brain durante cuatro meses. Compañera de bellas artes de Güerito posaba para los bocetos de láminas a carbón, sepia y otros fluidos que terminaban corriendo entre sus cuerpos como pago en especie a su musa de tantos cuadros expuestos en diversas galerías de arte de toda Europa vendiendo cuadros como churros tan solo inaugurar las exposiciones contactadas por Lucinda. Mariela no diferenciaba amor, sexo y trabajo en su mente algo corta. Lo amaba a pesar que en todos los viajes por el pequeño continente, le había engañado con mujeres, mujeres y hombres e incluso solo con hombres confirmando siempre que corazón que no ve, corazón que no siente. Miraba con recelo a las lobas de la camada que aprovechaban toda oportunidad por conseguir el triunfo que ella poseía y que él jamás le concedió ni confirmó. Haría lo que fuera por conseguirlo solo para ella y nadie más.

Pibe, el menos afortunado, vivía mediocremente por no querer trabajar, podría lastimar sus sensuales manos que tanto complacían las espaldas femeninas masaje tras masaje y los torsos masculinos caricias tras caricias. Mejor dedicarse a trapichear con drogas de nueva generación sabiendo que el negocio nunca daría a la quiebra en las discotecas de ambiente por donde triunfaba comercializando con pastillas y con su cuerpo. Se sentía algo marginado ante comentarios del resto del grupo por ser un vividor nato y no ser visto con muy buenos ojos. Odiaba a todas por correr tras Güerito, a él por no desvivirse como en aquellos viejos tiempos en los que sólo se tenían a ambos pero su admiración por él, con quien deseaba compartir algo más que esos momentos durante los fines de semana, también su fama resultando imposible entonces y siempre, el egoísmo de Güerito se lo impedía, superaba todo. Envidiaba el estatus social de Lucinda además del dinero bien utilizado que poseía; la detestaba, en la cabeza liberal de ella no cabían las imágenes de Pibe y Güerito entrelazados en su cama, ¿en su cabeza o su corazón?, no importaba, la acuchilladora mirada fija de ella siempre lo había dañado sintiendo un puñal clavado por la espalda cuando estaban juntos.

Cuatro. Sospechosos cualquiera de los cuatro. Presuntos asesinos.

 

Las semanas pasaban. El hecho de acabar cada fin de semana en casa desnudos, los unos sobre los otros, los otros encima de aquellos, les aburría. Mucho tiempo jugando a lo mismo, ese parchís, esas cartas, esa pirámide del amor, el alcohol, las drogas, el descontrol, todo les saturaba. Nuevas experiencias necesitaban, dejar atrás los juegos de pareja cuando ni parejas formadas tenían. Salir de casa sería una buena opción, en un principio, pero su gueto era muy cerrado, demasiado. Continuarían en casa de Lucinda pero llevarían a cabo experiencias ilimitadas limitadas por el filo de la vida entre la muerte. Centraron sus atenciones en juegos de rol que no terminaban convenciéndoles nada, el interés cero resultó nulo ante ninguna experiencia llevada a cabo. Optaron ellos en organizar pruebas extremas sin riesgo alguno de superarlas. Cada uno de ellos prepararía una prueba sin que nadie más sospechara lo más mínimo. El sábado tras una cena a la luz de las velas con cuerpos desnudos, sensualidad latente, miembros erguidos y morbo constante, introducirían las pruebas mecanografiadas en papel color sepia y bien dobladas en la urna de porcelana china con ribetes de oro donde permanecieron las cenizas del abuelo de Brain hasta que desapareció de casa sin llevarse más que lo puesto. Lucinda tiró las cenizas al cubo de la basura dejando la urna sobre la chimenea utilizándola para guardar sus papelinas blancas ya cortadas y esnifadas antes de la cena para entrar en ambiente y llenarla con las pruebas. La botella rodaría entre ellos dando paso a los turnos de comienzo. Esa botella de cava Juve y Camps marcó el comienzo por Lucinda, siguiéndola Pibe, Mina, Mariela y Güerito. La elegida tomaría una de las pruebas pudiéndole tocar la suya, no le tocó, y se la daría al grupo para que ellos actuaran.

Deprisa y corriendo las niñas se encargaron de vendarle los ojos con las servilletas de damasco color teja con las que se habían secado sus labios antes de comenzar el juego. Lucinda estaba nerviosa, demasiado nerviosa y excitada, sus pezones la delataban. Las niñas recorrían su cuerpo intentando calmarla una con sus dedos y otra con su lengua. Ellos estaban llenando la bañera con agua bien caliente, sal de la cocina y jabón, la cara de Güerito era de preocupación, él había escrito la prueba pero no pensando en ella, sabía la fobia que tenía al agua y le asustaba la reacción de ella. Pibe intentó calmarlo acariciando su espalda y algo más abajo llegando a besarse mientras la espuma bullía en la enorme bañera ovalada. En la planta baja todo parecía ir mejor, las niñas se reían y disfrutaban aunque la mente de la ya atada de pies con las esposas del juego de la pirámide del amor y de manos a la espalda con el fular azul turquesa de Mina además de ojos no cesaba de pensar qué harían con ella. Cuando bajaron ellos, Güerito metió sus dedos en la boca aún no sellada, también su miembro recelosos el resto mientras el deleite de Lucinda duró hasta que ese pingajo colgante se había convertido en ese pene duro que tanto le fascinaba relajándola muy mucho. El corcho de la última botella de cava que abrieron selló su boca sostenido y ajustado por otra servilleta. Rociaron sus cuerpos con cava lamiendo cada gota en cada poro sin dejar ningún rincón sin revisar. Entre los dos hombres de la casa subieron en peso a la maniatada al baño donde la dejaron caer bocabajo sentándose el par de lobas restantes sobre ella mientras comían los miembros de ellos, Mina a Güerito y Mariela a Pibe. El placer de aquel momento descontroló a todos, los impulsos de Lucinda, su pataleta continuada tal sirena fuera chapoteando agua fuera de la bañera no se percibía entonces. Tardaron en correrse, tardaron mucho tiempo, más del que debían.

 

Cuatro. Asesinos fueron.
 

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ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©