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Un sueño real
Manuel Jesús Bustelo


Como cada mañana, levanté el vuelo muy temprano, tomé un cortado muy caliente y me senté delante del ordenador. Mientras observaba el monitor, con los ojos aún cansados, entré en un profundo sueño.

Ante mí, un extenso valle. Su orilla se bañaba en un pequeño lago de aguas cristalinas. A mi alrededor, multitud de árboles frutales de los que brotaban frutos diferentes y desconocidos. A lo lejos, varias cadenas montañosas. Sus cimas se alzaban perdiéndose entre el azul de cielo.

Lo que más llamó mi atención de aquel lugar, fue la paz y el silencio reinante. Un silencio que, en ocasiones, era roto por el leve canto de los pájaros.

De repente, un hermoso pichón de búho voló hasta colocarse frente a mí. El aleteo de sus alas era suave, lento, acompasado. Mientras le miraba fijamente a los ojos, algo me indicó que debía seguirle. El pichón se giró y colocándose por delante de mí a un palmo del suelo, se deslizó por el aire suavemente. Yo le seguí.

Bordeando la orilla del lago, me condujo en dirección a una pequeña arboleda. Junto a ella, una espesa vegetación de gran altura me impedía ver el lugar a donde me conducía. Tras caminar varios minutos, el pichón se introdujo entre la vegetación, perdiéndose en ella. Yo le seguí.

Una vez aparté la frondosa vegetación, accedí a un pequeño terreno con césped. En el centro, sentado sobre un cojín rojo, un anciano de tupida barba blanca. Frente a él, un cojín de igual tamaño de un azul intenso. En medio de éstos, tres pequeños cofres:

—Acércate y toma asiento. No debes temer nada.

Despacio, tembloroso, me acerqué. Siguiendo su invitación me senté frente a él. El anciano, con extremo cuidado, fue cogiendo los cofres de uno en uno:

 

—Este cofre guarda sentimientos. Nunca debes abrirlo o se esparcirán en el aire.


—Este de aquí, debes tratarlo con sumo cuidado. Guarda un corazón.


—Y éste último, éste, es muy especial. Es el único que debes abrir todas las mañanas.

 

El anciano me miró a los ojos y dejó de hablar.

—¿Por qué debo abrirlo? -le pregunté.

—Porque guarda sueños y los sueños debes dejarlos volar.

—¿A quién pertenecen estos tres cofres?

—A tu esposa...

El aviso de la llegada de un e-mail, me despertó. Confuso, me froté los ojos y estire mis brazos para desentumecerme. Algo extraño me empujó a abrir el e-mail con celeridad:

Enviado a las: &^^¨¨

Remite: Ǩ¨+[


Aquellos desconocidos signos me trajeron a la mente leves recuerdos del sueño que acababa de tener. Asustado, leí:

 

Junto a tu esposa encontrarás los tres cofres. Guárdalos en lugar seguro.

 

Rápidamente y antes de que ella despertara, me levanté y corrí en busca de los cofres.

 

Desde aquel día, los guardo con todo mi amor en un lugar secreto. Todas las mañanas sin que ella se percate, abro el cofre de sus sueños, y los dejo volar.


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ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©