Se
encontraba disfrutando de un almuerzo en El Floridita,
sintiéndose Hemingway, cuando algo le rozó la pierna. No puede
decirse que la culpa fue del hueso que le arrojó, porque Pucho
había ordenado filete de pargo. El caso es que el perro chino
no se le despegó a partir de ese momento. Los bromistas aseveran
que se habían conocido en una reencarnación anterior.
En fin,
que Pucho regresó al Taller de Gráfica de La Habana con el perro
detrás. Todo el día, mientras entintaba las piedras y daba vuelta
a las prensas, fue el hazmerreír de sus colegas, porque aquel
animal gris y pelado era lo más feo que pueda imaginarse. La cosa
hubiera quedado ahí, si al final de la jornada el chucho hubiera
tomado su rumbo; pero lo siguió a casa de La Cantante. Aquello
le costó un escándalo de esos de «para animales contigo me alcanza»...
Así comenzó
el desandar de Pucho con el perro. Abandonó su bicicleta por taxis
lujosos, con olor a gente famosa; por autobuses repletos, malolientes
a sudores de jornadas laborales; incluso se internó en el Palacio
de los Capitanes Generales, con la esperanza de que el aroma de
las antigüedades opacara el sentido del perro, pero fue llamado
por el altavoz porque el animalito se plantó en la puerta y no
dejaba pasar a la directora.
Finalmente,
un amigo le sugirió que abandonara la ciudad. Si pedaleaba hasta
Caimito, donde vivía su prima, y se internaba allá por el fin
de semana, de seguro al regreso el can había encontrado otro entretenimiento...
A la mañana
siguiente estaba Pucho dispuesto a recorrer los kilómetros necesarios
para no perder a La Cantante. Al cabo de dos horas de darle a
los pies se sintió libre —creo que ese sentimiento de libertad
fue lo más importante—, suspiró y, al mirar al frente, distinguió
al perro, esperándolo mientras meneaba la cola sin pelos.
No sabemos
si la culpa fue de aquella visión, si de todas maneras la bicicleta
iba a volcarse, el caso es que ahora no se nos borra de la mente
la imagen del perro junto a la lápida de Pucho.
Hay
quien dice —siempre salta un supersticioso— que el perro es la
Muerte, y ahora está esperando su próxima víctima; otro anda tarareando
aquello de «Cuando salí de La Habana, de nadie me despedí,
sólo de un perrito chino...»; yo digo que a lo mejor quedarse
con el chucho le hubiera dado suerte, porque La Cantante ya tiene
otro marido y pensaba botarlo de todas formas; alguien asevera
que cuando viene tu momento, con perro o sin él te vas para el
reparto boca arriba...
La verdad
nada más la saben Pucho, y el perro.
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ESTE
CUENTO FUE MENCIÓN EN EL I CONCURSO DE LA LECTORA IMPACIENTE
(ESPAÑA), APARECE PUBLICADO EN LA ANTOLOGÍA RELAT...ANDO.
FUE TAMBIÉN MENCIÓN EN EL CONCURSO LA BSO DE TU VIDA DE
www.notodo.com
(ILUSTRACIONES: MAX DELGADO CORTEGUERA, TALLER DE GRÁFICA DE LA
HABANA).