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Décimo piso
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Pedro Pleite Fernández


Estoy dando vueltas por la casa, haciendo cosas rutinarias. Intentando escribir, reteniendo alguna idea suficientemente válida. Así durante más de una hora y no hay forma. Será tal vez esa necesidad imperiosa de buscar imágenes que me aporten algo de lo que de alguna manera me tiene agarrotado. De tanto pensar no acabo de dar el paso definitivo, quedo en tierra de nadie y sin nada que garabatear en mi escrito. El folio sigue tan inmaculado como cuando lo saqué del paquete de cien hojas que ayer compré en la librería. Qué maravilloso sería que vendieran las hojas completamente llenas de palabras, marcar las que puedan convenir y eliminar las otras. Ordenarlas conforme se ajusten al momento. Moverse de un verbo a otro usando los nombres como vehículos, los adjetivos como maletas de viaje, los adverbios como carburante y las conjunciones como el puente que une una acción a otra en ese viaje por el pensamiento. Estoy obsesionándome de tal manera que ni un folio he llegado a emborronar y desechar. Es una especie de pánico el que me impide poner la primera palabra si luego no acierto con la segunda, después una tercera, una cuarta hasta llegar a un punto y seguido, más quisiera yo que fuera un punto y aparte, y, a este paso, ya me conformaría con puntos suspensivos. Del punto final mejor ni mencionarlo, hoy sería como vencer una maratón con botas de montaña. No sucede lo mismo con el paquete de tabaco que hay encima de la mesa. Cada vez se consume con más rapidez. Como si las ideas se perdieran entre las volutas caprichosas del humo, procuro coger alguna y darle forma tangible al dibujo grisáceo. Pero todo es en vano. Me pierdo en otros pensamientos que no son los que quiero escribir, me difumino en disquisiciones pueriles y fantasiosas que nada aportan a mi objetivo. Fumo en casa mientras esto sea posible y permitido, porque tal como se están poniendo las cosas, algún día recibo una notificación prohibiéndomelo. Por lo pronto, ya no fumo en el ascensor cuando voy sólo, lo que es un sacrificio para mí, y aún lo fue más el día que bajando desde mi décimo piso con dos caladas escasamente dadas, se paró en el octavo para dar paso a una señora con perrito. La señora no decía nada, no así el chucho, que posiblemente azuzado por la dueña con tirones del collar, se pasó toda la bajada ladrando y mirándome con ojos asesinos. No he vuelto a encender un cigarro en el ascensor. No me gustan las sorpresas con animales de compañía. En mi comunidad de vecinos el noventa por cien tienen perros al servicio de una cruzada antitabaco. Animales, infelices animales encerrados todo el día en un cuarto, esperando que los saquen a desfogar su vitalidad en el parque más cercano, previa demostración en el ascensor.

Cuando finalmente dejo de pensar y espontáneamente tecleo la primera letra de mi escrito, suena el timbre de la puerta. La vocal queda sola y erguida en medio del océano blanco, en tanto yo, de mala gana, ahora que iniciaba la carrera hacia el borde inferior del folio, me levanto de la silla. Abro y frente a mí está la vecina con la que comparto tendedero, y rellano de escalera. Quedo algo asombrado al verla sosteniéndose con ayuda de muletas, hasta que observo la escayola en su pierna derecha. Al preguntarle por su minusvalía, recibo todo un torrente de información sobre su accidentada caída en el parque a causa del perro, un pastor alemán que su dueña podría utilizar más como medio de transporte que de chucho pulgoso. No me extraña semejante brutalidad si tenemos en cuenta que son escasamente cincuenta kilos los que han intentado dominar a tal fiera. Mi tullida vecina, a la que veo un par de veces a la semana como mucho, no duda en mostrarse agradable y maquinalmente persuasiva, utilizando su limitación motriz como argumento. A los diez minutos estoy en el ascensor evitando los vaivenes del rabo de Káiser. Bajo a pasear al perro de mi vecina como un favor que no he podido negarle y nada más pisar el portal a poco me estampo contra la puerta de salida por el primer envite que el fornido monstruo ha lanzado en su intento por pisar la calle. Me resulta condenadamente difícil saber manejar la correa extensible, y a fuerza de querer controlar la distancia entre Káiser y yo, evitando ponga obstáculos entre ambos, paso casi todo el tiempo en un continuo tira y afloja que me deja las cervicales listas para un masaje tailandés. Para acabar de arreglarlo, y como válvula de escape a esa desesperada decisión samaritana, enciendo un cigarro. A cada calada que doy al pitillo le sigue un fuerte tirón de la bestia, con el consiguiente ataque de tos por mi parte. Acabé por tirar la colilla maldiciendo al fornido animal por no dejarme ni fumar en la calle. Cansados de este combate donde llevo la peor parte, él decide volver a casa. Mi voluntad estaba agotada y doblegada a sus instintos. Pero no acaban ahí mis desventuras. El torturador de ancianas y escritores nicotinizados no se lo piensa dos veces. Enfila hacia las escaleras y me obliga a subir los diez pisos que son como la torre de Babel por la cantidad de improperios incongruentes que le lanzo mientras me arrastra en su loca subida. Me deja en el rellano sin resuello, al borde del ataque de ansiedad y sin capacidad apenas para respirar. Llamo al timbre de su ama y sin esperar a que me abra la puerta, me meto en mi casa arrastrando las piernas con la sensación de haber recibido la mayor paliza de mi vida. Me siento mirando al techo, buscando el aire que me falta, soy un jadeo preocupante, y con ese pensamiento tomo el paquete de tabaco que hay sobre la mesa y lo arrojo al extremo de la habitación con la poca fuerza que me queda. Resoplo y cierro los ojos.

El folio impoluto, salvo por una sencilla «E» en la parte superior izquierda, intenta provocarme con su vacío lineal a que inicie un relato surrealista sobre alguien que es incapaz de pensar y escribir cuando sueña. Porque de eso se ha tratado, de un simple sueño en el que las palabras han acabado por acoplarse y dado forma a esto que ahora se lee.

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CONTACTAR CON EL AUTOR: pedro.pleite[at]correos.es


ILUSTRACIÓN RELATO: Fumador, Agguizar from es [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/)],
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