Correo sin asunto
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Claudio Rizo
A lo que
aspira un cibernauta de pro cuando recibe un correo sin asunto
es a que, al abrirlo, su máquina no se quede paralizada como don Tancredo
hacía en el riesgoso centro del albero. A lo que jamás aspira un cibernauta
de pro cuando recibe un correo sin asunto es a que, al abrirlo, la
vida le haga cabriolas, los pulmones recuperen sus hechuras y los
fangos se licuen en una plácida cortinilla de aguas dulces y reflectantes,
como sucede en algunas películas de corte surrealista o absurdo.
Pues bien, un amigo mío que nadaba contracorriente,
que de un día para otro la persiana de su habitación dejó de filtrar
los múltiples filamentos del dorado sol, acometió el desafiante reto
de desnudar, sin antivirus protector, un e-mail que no contenía objeto
en su asunto, aunque sí remitente en su envío. ¡Menuda inconsciencia
en estos tiempos que corren!, pensé cuando empezó a contarme su historia...
La cadena de casualidades que se fueron alzando
entre él y la remitente de la carta le hizo creer a mi amigo que lo
casual, lo azaroso, ocupa un lugar de una imprevisión y belleza muchísimo
más elevada que lo causal o buscado...
Me dice mi amigo que ya, por aquel entonces,
empezaba a desprenderse del hastío que había hecho solaz en su ánimo,
y que los matices del sol, siempre amados, volvían a mostrar su enjambre
de colores entremezclados premiando cada nuevo de sus amaneceres.
Entonces, aquellas «renovaciones de espíritu» encontraron el ariete
perfecto en la identidad de aquella joven atrevida, con sonrisa de
gratitud eterna, y que se le mostró ante sus ojos como una verdadera
explosión de Vida y luz.
Había ocurrido años atrás que mi amigo, con la
golfería disculpable de los 18 años, espetó, sin mala fe, aunque con
poco tino, un beso en los labios de su reciente remitente. Había ocurrido
también que esta, sorprendida y molesta por lo abrupto de su conducta,
salió despavorida del lugar con la rapidez con que se evaporan en
el estío las aguas salpicadas. Pasaron años, muchos años sin que ambos
cruzaran palabra, aunque sí tímidos saludos que sólo quedaban en gestos
lejanos y fríos. Con el transcurrir del tiempo mi amigo se casó, pero,
cuando «abrió el melón», ¡precipitose sobre él el mundo en un segundo!
En ese punto es donde empezó a arrastrase por la corriente del sinsentido,
aunque de eso hablé más atrás, y «la pesadilla» feneció ya en una
ignota parcela de la memoria hiriente.
El primer día que chatearon acordaron un cita
que iba a demandar muchas más noches de tiempos largos y entregados.
Sin saberlo, estaban abriendo con sigilo las puertas a un mundo en
el que la ternura y las caricias se elevaban como estatuas imponentes,
y en el que las palabras susurradas al oído vencido desplegaban sus
melifluas voces con el encanto del niño que, por primera vez, desliza
por sus labios esponjosos y brillantes la palabra «mamá».
Un artículo que mi amigo colgó en su página web
y que escribió con ocasión del 25 aniversario de su colegio, animó
a aquella chica a enviarle el correo, pues ella también había vivido
sus mejores años bajo el calor de aquel centro. Asimismo quiso el
azar que la carta fuera recibida el día 5 de julio, tres meses después
de que descubriera lo del famoso melón de su matrimonio, un 5 de abril.
Los dos días, decidió el calendario que cayeran en martes, y la primera
foto en la que quedarían sellados resultó ser «compartida», ya que
entre ambos figuraba Ronaldiño, el mejor jugador del momento, y con
el que posiblemente sólo te encuentras una vez en la vida. Esto ocurrió
en Jerez, pues tuvieron la fortuna de hospedarse en el hotel Montecastillo,
donde por fortuna descansaba, con prensa a espuertas, y con la misma
facilidad con la que te encuentras gente en un pub, la plantilla al
completo del Barça en espera de jugar el veraniego Trofeo Carranza
de agosto. La noche que vivieron en el Puerto de Santamaría, me ha
suplicado mi amigo que la omita, pues sigue insistiendo en que lo
sagrado debe dormitar sólo en la memoria de sus protagonistas para
que no pierda ese halo de misticismo y encanto. Y como amanuense fiel
y discreto, obedezco...
El resto de la historia está por escribirse.
Dice mi amigo que han comprado muchos folios,
miles y miles de ellos, y que los tienen apilados en espera de que
la Vida siga su curso, balanceándose en el frescor de lo nuevo...
Y que los correos sin asunto, desde luego, no
todos son malos...
Atestiguo y firmo.
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CLAUDIO RIZO,
es un escritor alicantino.
claudiorizo[at]hotmail.com
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