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Pelotazo por intangible
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Pilar Enterría


A sí mismo se había ya demostrado que podía ser un prolífico escritor, a unos cuantos les había convencido de que era un escritor mediocre, a la historia de la literatura no habían llegado noticias suyas, a la crónica de las superventas sí, muchas.

Él estaba satisfecho, puesto que la genialidad no puede ser un objetivo de nadie (los genios escasean tanto que normalmente no existen) la mediocridad, es decir la correcta escritura, la puntuación más o menos adecuada, la trama más bien laberíntica, las tantas referencias cultas y los algunos guiños históricos eran todo lo que había que tener, ¡y qué coño!, ¡había que tenerlo! ¿Cuántos otros publican y venden con sólo la mitad de esas cualidades?

Es más, la genialidad había sido expulsada de la sociedad, gracias a los principios de economía y rentabilidad, cuya acción combinada garantizaba que de existir un genio nunca sería conocido, es decir publicitado ¿y cómo iba a rellenarse ese hueco?, ¡eh!, pues con la mediocridad, ¿qué otra cosa mejor hay? Cosas peores sí se conocen.

Así que él es escritor y ésta es la historia de cómo ocurrió.

Cuando alcanzó el convencimiento de que la ausencia general de genialidad en la sociedad era una llamada al servicio se sintió aludido, gente mediocre como él debía hacer algo, la gran cuestión era ¿qué?

Tenía cuarentaitantos, se ganaba la vida llevando la contabilidad de varias empresas pequeñas, le gustaba su oficio pero habiendo sentido la llamada del deber estaba dispuesto a hacer sacrificios, por otra parte la contabilidad, la rentabilidad, la amortización de activos, el análisis coste beneficio ¿qué mejor preparación para la nueva vida que se proponía?

Orden y método, ése es el secreto, en contabilidad como en todo, lo primero era un repaso sistemático ¿qué sabía hacer él en materia artística?, ¿música? No, ningún instrumento y cantar tampoco, lástima porque es un arte donde la mediocridad encuentra bastante aplauso, es de lo más democrático, todo quisque canta, claro que todo quisque es joven o sea no, la música no.

¿La pintura? Hombre eso sí que era atractivo, y no había que ser tan tan joven, Gauguin por ejemplo, ya era padre de familia cuando la emprendió con los cuadros y antes había sido contable como él o algo parecido, que también tenía que ver con la rentabilidad de los activos, lo único es que Gauguin mediocre... no, mediocre no había sido, eso lo dejaba fuera, no era un ejemplo.

El repaso fue efectivamente sistemático, aunque no muy largo, en la realidad real no hay tantas posibilidades y la escritura se impuso por eliminación. Todos sabemos escribir, todos hemos escrito, él mismo siempre había redactado de notable en la escuela. Estaba hecho, sería escritor.

Muy bien, decisión positiva, ahora sólo faltaba todo lo demás, había que tener un plan claro, una cabeza sin sistemática pensaría que para ser escritor lo primero es escribir. Ruinoso error que conduce a tantos y tantos originales que nunca salen del cajón, si no es para ir a la basura.

Yendo paso a paso, en un análisis exhaustivo de la situación, fue posible establecer claramente lo siguiente. En primer lugar, él no era joven, motivo por el cual el mercado de las «jóvenes promesas» que tan generosamente acoge cualquier cosa a cuenta de la venidera maravilla de la «promesa» no era para él. En segundo lugar, él no era ni presentadora de televisión ni comentarista de radio, profesiones desempeñadas por gente que lo que quiere, en el fondo, es ser escritor, motivo por el cual tan pronto como se hacen famosos empiezan a aparecer libros que ellos han escrito en una noche de insomnio o quizá en una y media. En tercer lugar no hay manera de vender algo si antes no se ha vendido ya, la mercadotecnia es muy clara en este punto. En cuarto y último lugar, que estamos hablando de cosas prácticas y no es cuestión de disquisiciones interminables, él se proponía ser un escritor de éxito, o sea vender mucho lo que escribiera cuando lo escribiera.

Conclusión: había que ser famoso primero y escribir después.

Certísimo, pero ¿cómo?

Es extraño pero lo primero que se le vino a la cabeza fue la posibilidad de cometer algún crimen y luego escribir desde la cárcel.

Eso siempre ha tenido tirón. «Delincuente convicto encuentra redención en la escritura» sonaba genial, verdaderamente que sí, además que... menuda barbaridad de variaciones... «pocos delincuentes han sabido reflejar con tal crudeza el mundo de la escritura» ¿pocos delincuentes o pocos escritores?, «pocos escritores han sabido blablablá el mundo de la delincuencia» casi que igual de bien... iba descubriendo posibilidades inagotables, «duodécima edición de la genial novela del escritor-delincuente» ¿o del delincuente-escritor? Umm ¿qué vendería más?

Claro que él era contable y..., bien, entre la contabilidad y la criminalidad pueden encontrarse nexos de unión, sin ir más lejos él tenía un colega... pero ¿estafar a sus clientes... así con todo el morro... después de tantos años? Se le hacía muy costoso y luego la profesión... La Contable Cofradía del Reino e Islas Sueltas... se lo iba a tomar mal, casi prefería matar a alguien, eso siempre es más disculpable... «repentino ataque de locura termina en...», «violenta enajenación transitoria conduce a...» sí, son cosas que le pueden pasar a cualquiera, incluso a un contable.

Pero luego es que... matar con sangre... es muy cochino, la verdad... vamos que es una porquería; de matar tenía que ser con veneno y ahí hay que hacer unos preparativos y coger unas dosis y... queda raro juntar eso con la cosa mental pasajera… «violenta enajenación transitoria prolongada». Hombre, como poder se puede, lo transitorio tiene sus opciones: corto, largo, intermedio... pues como todo, ¿no hay una enfermedad que se llama «síndrome agudo de insuficiencia respiratoria repentina grave» o algo así que había leído en algún sitio? Querrá decir que la insuficiencia puede ser normal y no pasa nada, o grave que ya tiene más pegada, o repentina grave que es cuando hay que quitarse de fumar, o aguda repentina grave que te has muerto y entonces ¿para qué te quitaste de fumar?, pero, vamos, todo con su graduación.

De todas maneras lo del crimen le extrañaba un poco, le extrañaba que se le hubiera ocurrido así nada más empezar ¿sería ésa la famosa revelación de la escritura? Eso de que uno se encuentra a sí mismo y descubre un yo interior que tenía archivado pero sin formatear... entonces su yo interior era... ¿criminal?, debajo de tantos «resultados brutos de explotación» y «proveedores al salón» —no, esto no era aquí— debajo de su corbata de contable ¿latía el corazón de un asesino...? No pudo evitar una sonrisa de satisfacción, él ya sospechaba que era un hombre de muchas facetas, o sea que efectivamente sí y eso que... ¡demonio!, si todavía no había empezado a escribir.

Bueno, de todas formas, ya que había descubierto su yo interior, decidió dejarlo donde estaba, por el momento, siempre es útil saber dónde se puede contactar un criminal por si vienen mal dadas («reservas para imprevistos»), pero tampoco hay por qué echar a correr detrás de la primera ocurrencia que uno tiene, hay que darle más vueltas a esto.

Francamente, ser escritor no es fácil.

Volvió sobre su análisis, lo repasó con cuidado, sistemáticamente. Para escribir hay que ser famoso, para vender hay que haber vendido. Una y otra vez, otra vez y otra... hasta que dio con la idea. Ya estaba, que lento había sido, si era sencillísimo.

Imprimiría su libro, de su bolsillo por supuesto («adelanto sobre rentabilidad inminente»), y a la vez una llamativa faja roja con letras muy grandes en las que se leería «12ª edición de la aclamada obra de...», aquí su nombre Pepito Contable. No era una mentira, poco a poco, cuando se hubiera agotado la 12.ª edición, imprimiría la 11.ª y luego la 10.ª y así hasta la primera. Se trataba simplemente de cambiar el orden de los factores, cosa inocua que no altera el producto, como todo contable sabe.

Ya lo estaba viendo, su libro le saludaba desde los escaparates, por todas partes su libro con la faja roja, ¡qué llamativo era! Hasta sintió un punto de vergüenza, de modestia ¡qué fuerte! Su nombre por todas partes ¿y su intimidad? Esto de la intimidad... no lo había pensado pero quizá le conviniera... ¿tenía él intimidad? ¿Dónde...? Estas preguntas le pillaron un poco por sorpresa, la verdad es que su vida era corriente, y puede que sin intimidad, tenía que cerciorarse, pero en cualquier caso las personas famosas tienen una intimidad, seguro porque hablan mucho de ella y él como escritor... más valía procurarse una. Lo apuntó en la libreta de «preparativos necesarios no urgentes».

Ahora le preocupaba una cosa más importante ¿cómo iba a llegar su libro a los escaparates? Bueno pues en una furgoneta de reparto, eso desde luego, él no pensaba cargar con los libros en su coche, hace un efecto fatal, la mayor parte de los autores le encargan el reparto a un primo, nunca lo hacen ellos mismos. Bien, llega la furgoneta con el pedido... ah caramba, ¿qué pedido? ¿Hemos pedido este libro...? Umm, este punto quedaba un poco suelto... ¿cómo iban a pedir su libro los libreros? ¿A quién...?

Pero visto de otro lado... ¿qué librero va a rechazar un libro que lleva vendidas once ediciones...? ¿Qué librero?, ¡eh! Le gustaría saberlo. Esta manera de plantear la cuestión era mucho más eficaz, mucho más hábil, si es que él siempre había sido un buen contable, si es que sí. Con lo cual todo el problema consistía en conseguir meter su libro en las furgonetas y eso, ni siquiera hacía falta ser contable, eso estaba tirado ¿es que no iba él a conocer gente que conociera algún repartidor? Pero si el mismo macarra del primero tenía una furgoneta de trapicheo, ¿de trapicheo? ¿Para trapicheo? ¿En trapicheo? Cielos, que deprisa iba todo, ya le atormentaban los rigores gramaticales.

Gramaticales, porque en todo lo demás no hubo ningún problema, sus contactos con el gremio de repartidores fueron fructíferos, es más fueron largos... hasta acabar convirtiéndose en una alianza, su libro llegó a todas partes.

Al final tampoco tuvo mucho quehacer con la escritura. Se parte de una idea clara, se escriben las fechas y los lugares, personajes principales..., un triángulo es lo más seguro..., personajes secundarios... pocos, hay que empezar a pequeña escala, eso lo sabía él bien por la contabilidad. Género, una novela histórica por supuesto, pero con intriga o sea policíaco-histórica. El no sabía nada de historia pero eso un inconveniente minúsculo, además se sentía incluso capaz de leer algún libro, caso que fuera imprescindible que seguramente no, para eso estaban las enciclopedias. Por otra parte, escribir superventas le proporcionaría impunidad, qué crítico serio iba a comentar sus libros, pues ninguno y con el desprecio de los buenos escritores, suponiendo que quedara alguno, ya contaba, en primer lugar no iban a leerle y en segundo, si alguno lo hacía nunca se atrevería a decirlo en público, o sea que adelante.

Fueron varios éxitos muy sonoros, al tercero de ellos ya se había hecho merecedor de un premio literario para nuevos talentos, así se lo comunicaron al menos ¿quiere usted ganar el premio Pe? Hombre, pues como querer ¿qué hay que hacer? Nada, dice usted que sí, prepara un discursito para el día de la entrega, bueno luego tiene que hace promoción, firma en grandes almacenes, esas cosas, pero nada, nosotros nos encargamos de todo ¿y el libro? Nada, nada, tampoco tiene que preocuparse, nuestro departamento de mercadotecnia se encarga… ¿de escribirlo…?, en cierto sentido… sería mejor decir producirlo, ellos lo hacen muy bien, no inventan nada, toman todo de otros libros, principalmente de los que usted ya ha escrito por aquellos del estilo, es un concepto antiguo y no vende mucho, pero nosotros tenemos nuestros principios y estamos por un estilo propio para cada uno. Luego se hace un mix pero muy bien, eh, tenemos un programa informático de creatividad literaria, una cosa increíble, ya verá, ya verá.

* * * * * * *

Y lo vio, en efecto.

Todo transcurrió feliz y agitadamente, en otros tiempos habría sido feliz y plácidamente pero no hoy día, la ciencia ya ha descubierto que la placidez destruye la competitividad que es la madre del progreso y por demás ¿a quién le interesa la placidez hoy día?, pues… a… e… está claro, a nadie, bien, como decía, todo transcurrió agitada y felizmente. Tras el premio, colaboraciones, jurados literarios…

La pera, en fin, estaba ya en condiciones de aspirar a lo más, sí así, a lo máximo, incluso podía casarse con una presentadora de televisión… muy buena idea, sí, más aún, incluso con una que hubiera escrito (es un decir) un libro (por aquello de que lo mollar no quita lo culto), así formarían un matrimonio literario, ¡qué fuerte!

Lo curioso era que de todo lo conseguido, lo que en el fondo más le satisfacía eran sus aportaciones a la contabilidad. Había revolucionado la asignatura, de verdad, nadie lo sabía (aún), pero cuando el mundo se enterara… «pérdidas por evaporación de intangibles» cuando una idea genial del día anterior, de repente ha desaparecido por la mañana; «gastos por demora de producibles» cuando se le atascaba la obra y tenía que irse de putas para olvidar el vacío y tantos otros conceptos de la máxima creatividad contable, que se resumían perfectamente en… en eso, en una auténtica goleada de pelotazos por intangibles ¡qué belleza! La contabilidad, la literatura, el fútbol… ¡qué cabeza la suya! ¡Qué sinergias!

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penterria(at)hotmail.com

De esta autora también puedes leer el relato Escena de domingo en la farmacia de mi pueblo.