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Vuelo
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Cecilia Ortiz


Lo vi entre las piedras del arroyo. Un pichón peleando contra restos de cáscara y viento empeñado en ayudarle. Arriba, en la saliente de la montaña, el nido. Miré el sendero que baja caracoleando hasta el bosque, unos jinetes con fusiles y plumas muertas sacudidas por la brisa, se alejaban. Comprendí también que el pichón perdía posibilidades. El nido solitario era un mal presagio. Pensé: pobre bicho.

Sentí un agujero en el pecho y el frío colándose por allí. Lo tapo con el cóndor, me dije y lo metí entre la ropa, parecía una piedra helada. Subí al caballo, apuró el paso sin que le dijera nada.

Ráfagas heladas comenzaron a vestir de invierno la primavera anticipada; a veces la naturaleza cambia de parecer, como las personas. Algunos días templados se habían adelantado al calendario y todo pareció andar de prisa. Pero desde el sur, a ras de la cordillera, un ventarrón oscuro cambió el paisaje y el ritmo de todo.

La columna de humo detrás de los árboles blanqueados, me pareció el paraíso; delante de la chimenea se olvidaba el frío. La nieve caía lenta. Me toqué el pecho, el pichón se movió. Entré el caballo al establo. Traté de apurarme, la montura se resistía, las riendas enredaron mis botas, me di cuenta de que con una sola mano era un inútil. La otra acariciaba el pequeño cóndor que había comenzado a temblar. Corrí hasta la casa. El viento arremolinaba nieve delante de la puerta.

Un mate espumoso, humeante, calentó mi boca.

Cuando puse el pichón sobre la mesa, Luisa agrandó los ojos, lo tocó y sucedió lo que esperaba. A ninguna mujer un crío se le escapa de los brazos. Al rato, Juancho, apareció envuelto con unos trapos y el buche lleno.

Se adueñó de la cocina en pocos días. Entre cacerolas y espantadas con el repasador, creció. Se hizo juguetón y molesto. Luisa lo llevó al gallinero en cuanto el tiempo lo permitió. No fue bien recibido. El paso de los días le dio la oportunidad. Imitaba a las aves y cada tanto un picotazo del gallo lo hacía volver a la casa. No era un buen lugar para él. Se lo dije a Luisa, me respondió: el mejor lugar es la montaña, si no hubiera sido gallina.

Me palmeó la espalda. Sentí entonces que me había dado la oportunidad de hacer algo más que mirar. Por la mañana me iba con Juancho, al lugar donde lo había encontrado, para ver si se le despertaba el instinto. Sólo imitaba el vuelo que conocía. Regresaba a la cocina, a enredarse con las cosas. Iba al corral. De revuelos y gritos se llenaron los días. Cuando tuvo el aspecto de adulto y lo vi hacer tonterías de cachorro, tomé la decisión.

Luisa tuvo miedo, él se había prendido de su pollera, así decía ella. Lo observamos durante unos minutos. Luisa le abrió las alas, nos sorprendimos.

Al día siguiente, de madrugada, salimos hacia la montaña, cabalgando por el bosque hasta llegar al claro, los caballos quedaron a la sombra. La brisa era fresca, el sol, radiante, prometía una buena jornada. Subimos por la picada, nuestro adoptado iba entre los brazos de mi mujer. Miré sus lágrimas cuando me lo dio, al borde de la cumbre. Tardé en lanzarlo al aire, era como desprenderme de algo mío.

El barranco terminaba en arroyo y piedras, las alas del cóndor estaban tiesas. Gritamos. A punto de estrellarse el cóndor supo quién era y voló. Lo vimos entre lágrimas. Imponente. Bajó cerca de nosotros, no hicimos ningún movimiento. Se entretuvo un rato: tomaba carrera, aleteaba, volvía para mirar; seguimos sin movernos.

Bajamos tarde, solos. El nido quedó habitado.

Al entrar a la casa, mis palabras escaparon diciendo: —Hicimos lo que debíamos hacer.

Luisa frunció la frente y mientras preparaba mate escuché que decía: —Me parece que los humanos también volamos como gallinas cuando podemos ser cóndores.

Asentí con la cabeza. Los ojos de ella esperaban respuesta. Me acerqué, la miré de frente y mientras le daba un beso dije: —No hay que olvidarlo nunca, Luisa, nunca.

Al abrazarnos, sentí la emoción de ella y me pareció que ya estábamos abriendo las alas.


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ceciortiz(at)fibertel.com.ar

ILUSTRACIÓN RELATO: Canyon de Colca - Condor des Andes, By Martin St-Amant (S23678) (Own work) [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via Wikimedia Commons.