El coleccionista
de relojes
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María
Aixa Sanz
A Biel le gustan los relojes.
Cuando era un crío entraba sigilosamente y se acuclillaba junto a
una banqueta en un ángulo muerto, para no estorbar, en el taller donde
un relojero elaboraba los relojes más fascinantes del mundo. El taller
del maestro relojero estaba a dos calles de la casa de Biel. Mientras
la madre de Biel se despistaba durante dos minutos y volvía en sí,
él ya corría como un desposeído por las calles en dirección al taller.
Biel se hizo grande y con sus primeros sueldos se compró un reloj
de muñeca. Un lujo de reloj que no estaba a su alcance, para ello
estuvo ahorrando durante meses hasta conseguir todo el dinero. Aprendió
con ello el esfuerzo de lo que vale conseguir un tesoro, lo aprendió
como durante su infancia en el taller del relojero había aprendido
cómo con mucha paciencia, disciplina, destreza y silencio se pueden
convertir piezas sueltas en una filigrana. A Biel le fueron bien las
cosas y con los años sin darse cuenta se convirtió en un gran coleccionista
de relojes y de historias, pues cada reloj guardaba con él una historia,
un recuerdo de cómo, por qué, para qué o en qué circunstancia lo había
adquirido. Biel encanecía y sus relojes al unísono marcaban el tiempo
de su vida, todas las penas y las alegrías, todos los amores y los
desamores, todas las ilusiones y las desilusiones. Un día a Biel uno
de sus amigos le preguntó:
—¿Si por alguna
razón tuvieras que quedarte con sólo uno de todos tus relojes, cuánto
tiempo tardarías en decidirte?
—Un segundo —le
respondió Biel.
—¿Uno? ¿Con uno
tendrías bastante?
—Sí. Sé de sobras
el reloj que elegiría.
—¡Vaya! —respondió
el amigo de Biel, asombrado y en parte decepcionado, pensaba que su
amigo, el coleccionista de relojes tenía tanto apego a su colección,
que la pregunta formulada le causaría un gran dilema—. ¿Me puedes
mostrar el reloj afortunado? —preguntó el amigo con un poco de inquina
por el aplomo de Biel.
—Éste —y Biel le
mostró un sencillo reloj de arena.
—¡Oh! —exclamó el
amigo de Biel ante la sorpresa.
—¿No te lo esperabas?
—le preguntó Biel con ironía.
—No, sinceramente
no.
—¿Esperabas algo
más sofisticado?
—Pues sí, has dado
en el clavo. No lo esperaba en absoluto.
—¿Acaso éste no
te lo parece?
—... —el amigo de
Biel no supo qué contestarle. Estaba perplejo.
—Amigo mío, no vas
a encontrar mayor sofisticación que el tiempo atrapado en los finos
granos de arena. A tu edad deberías saberlo ya —una sonrisa se dibujó
en el rostro de Biel, apretó el brazo de su amigo, le dio dos palmadas
en la espalda y le miró de hito en hito. La cara de su amigo era puro
desconcierto.
—¿Por qué? —musitó
el amigo de Biel, no sin sentir cierta vergüenza.
—Porque es el único
que es infinito.
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María
Aixa Sanz
(España, 1973), escritora valenciana. Tiene publicadas las novelas
El pasado es un regalo (2000), La escena (2001),
Antes del último suspiro (2006) y Fragmentos de Carlota
G. (2008). En mayo de 2008 publica el ensayo El peligro de
releer, recopilatorio de los artículos literarios, con los que
colabora en diversas revistas de España y Latinoamérica. En junio
también de 2008 la Editorial Séneca publica el libro La escritura
del no que recoge sus artículos más importantes junto a los de
una decena más de escritores profesionales. Ganadora de varios premios
de narrativa breve, relato y cuento en distintos idiomas.
Web de la autora:
Fotografías en la pared (http://mariaaixasanz.blogspot.com/)
y Reseñando (http://complicedetuslecturas.blogspot.com/)
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ILUSTRACIÓN
RELATO:
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