Cuento 2
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Javier
Gaytán Gaytán
Debo al
faro de Alejandría que iluminaba el mar de Grecia, sacado de
un grabado de Roma, la invención de este efecto espejo. Hasta
la fecha nadie sabe el nombre del artista del ojo vigilante, ahora
cercenado por el paso del olvido. Se presume que un revolucionario
utilizó un instrumento similar por primera vez, en la provincia de
Emaús, para reflejar sus pasos sobre el mar.
El faro inquietaba los umbrales de mi imaginación
bajo una tarde lluviosa. Supuse que si en el mar se había logrado
reflejar una visión óptica, en la bóveda celeste también se podía
proyectar una guía, cuya mirada fuera mística, interiorizada, la cual
desbordaría a la experiencia emocional y espiritual de la realidad.
Esta idea, quizá bastante infantil, vino a mi
mente hace dos años cuando conocí a Carmen, la hermana del maestro
Guillermo Vega; al imaginarla desnuda ligué la belleza de su cuerpo
con el concepto de una obra artística, señera, como lo hicieran Leonardo
da Vinci, Miguel Ángel, Durero, quienes desafiaron los convencionalismos
de su época y dibujaron cuerpos desnudos.
A menudo recuerdo la plática del Cartero, quien
hablaba de un faro joven llamado Alfonso Reyes, el mismo que alumbrara
la Ciudad de México por estas fechas, pues estaba por fundar el Ateneo
Español; pero por qué no exponer la cultura fuera de las aulas, con
un arte que llegue al firmamento, incluso lo trascienda. De acuerdo
con los muralistas, el arte se debe llevar a todos y cada uno de los
rincones del planeta.
Amparado bajo mi proyecto espejo, el cual consistía
en construir un faro gigante que enfocara imágenes en el éter, le
propuse a las máximas autoridades culturales del país, socializar
la creación humana, pero rechazaron mis propuestas. Les advertí de
todos modos que estaba dispuesto a trabajar para lograr mis objetivos,
pero respondieron quitándome la beca otorgada por mi silencio, digo
por mis logros, desmantelaron las exhibiciones de mis cuadros, pues
argumentaron que eran muy violentas las escenas pintadas; por lo tanto,
no se le podía permitir a un loco mostrar una realidad inexistente.
Sin embargo, busqué realizar mi plan: construir
un faro como el de Alejandría que sobre el lienzo de la noche o sobre
los días nublados, no se negara a registrar imágenes convertidas en
paisajes reales, tangibles obras de arte.
Mientras construía mi propio faro, debí sobornar
a los guardias para que desde el planetario me dejaran proyectar a
diversas horas de la noche, las figuras propuestas; pero en poco tiempo
los curiosos experimentaron un éxtasis parecido a los efectos dejados
por las drogas, deseaban más.
Algunos críticos guardaron silencio. La radio
y la televisión buscaban entrevistarme por el mínimo motivo. Las imágenes
cobraban importancia, vida propia, incluso algunas negaban proyectar
el objeto deseado. El cielo, la lluvia y la noche ya no salían para
todos, por la culpa de un faro.
De esta manera, a las rubias superficiales, poco
auténticas, se les despintaba el pelo a la hora de ser reflejadas,
por ello quisieron demandarme. A muchas mujeres exuberantes y a los
hombres atléticos, ya en las alturas se les desarticulaba gráficamente
una rodilla, una pierna, tanto silicón ennegrecía el cielo, parecían
rompecabezas que huían de los atributos de sus almas.
Quise montar la representación de la última cena,
pero ni los hombres más atractivos, ni las mujeres millonarias pasaron
la prueba, buscaron desaparecer el faro, ocultarlo, argumentando que
no servía; pero al realizarle esta prueba a las prostitutas descubrí
a una hermosa virgen María, sólo los niños de la calle y los mendigos
lograron alcanzar el firmamento. Por lo tanto, al faro se le consideró
un proyector maldito, el cual tergiversaba las cosas y proyectaba
mentiras.
A veces el faro se desajustaba y proyectaba obras
artísticas de siglos pasados, así muchos descubrieron que existía
un Lazarillo de Tormes, un Golem, un Tiziano, Rembrant; otras veces
presagiaba tiempos funestos, dibujaba dorsos mutilados de un Francis
Bacon; según los periódicos, este pintor no existía.
Muchos quisieron sabotear o desaparecer este
proyecto artístico, pues no cumplía con sus perspectivas, ni siquiera
podía comercializarse. Algunos lo juzgaron como una fantasía óptica,
incluso exageraban al anunciar una Guerra de dos mundos; otros
lo condenaban por aportar el caos provocado por los choques o embotellamientos,
así como una tortícolis prolongada. Muchos enloquecían al descubrir
tentativamente cómo eran por dentro, cómo era su pareja, su padre
o su hermano al momento de ser reflejados en la bóveda celeste.
Rápidamente se propagó el descontento. Los periódicos,
las revistas y la radio, le hacían propaganda negativa a las representaciones
proyectadas. Me llevaron a los tribunales, pues me culparon de motivar
a la multitud a acercarse al suicidio, eran muchos los pobres que
fallecían por reflejarse pronto en el cielo.
Ni siquiera los ángeles que soñé me respetaron,
pues según ellos el firmamento quedó saturado por tanto idiota, prostituta
y borracho.
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mequier_llovizname[at]hotmail.com
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Ilustración
relato:
Phare d'Alexandrie (Barclay) By gravure sur bois de Sidney Barclay
numérisée Google [Public domain], via Wikimedia Commons.
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