Mírala
cómo se mueve
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Johari Gautier
Carmona
Mírala cómo se mueve,
cómo disfruta, cómo mueve la cintura, contenta, jubilosa, ante la
sabrosura de la música que invade la sala, que contagia sus pies,
y ella suspira, grita, se libera, porque esto es fuego, candela, esto
es vida para ella, para todos, para los que la miran y los que bailan
como ella, se tambalean, contonean las piernas y transmiten la energía
de una noche sin fin.
Ella está preciosa, hermosa
como siempre, ataviada con el mejor vestido, fino, elegante y sensual,
de tela blanca y sugerente, para llamar la atención de la gente que
pueda conocer a su ex–novio cubano, Isaac, porque Sofía lleva semanas
buscándolo, por todos las pistas de baile, los conciertos y los espectáculos
de la Ciudad Condal, pero no lo encuentra. Mírala cómo se mueve. Con
su cuerpo escultural, esbelto y refinado, mezcla de ternura y de soberbia,
pura belleza catalana, ella lo sabe y todo el mundo lo comenta, se
mueve con energía y con rabia a la vez. Hace lo que le da la gana,
está claro, pero ese hombre, ese mulato cubano, se le resiste y ella
se derrite. Puede que se esconda, pero ella no lo sabe. Ya no entiende
nada, no sabe cómo interpretar la realidad de su soledad, y por eso
Sofía se entrega sin remilgos a un baile arrebatador, sofocador, moviendo
las nalgas y los hombros con un innegable sabor.
En sus gestos de mujer libre,
hay una nota de insatisfacción, de inquietud y de frustración. Ella
se lo trajo de Cuba después de enamorarse en plenas vacaciones, lo
presentó a sus amistades como un trofeo, directamente importado de
La Habana como si fuera un puro o una botella de Guayabita del Pinar,
y disfrutó de su mezcla española y africana, de su gracia, en todas
las salas y playas de la ciudad, lo aduló, y en sus ojos podía leerse
la ilusión de una mujer triunfante, hasta que, de pronto, se cansó.
Sí, se cansó, porque en España, el hombre tardó en integrarse y, a
partir de ahí, ella ya no disfrutó de la relación. Se sintió triste,
sola, se acomplejó porque no concibió nunca que un cubano, al que
ella llamaba «negrito», quizás por instinto maternal o afán de control,
pudiera entristecerse, añorar su tierra o sentirse solo. No. No lo
concibió. Por eso, lo dejó plantado, para no cargar con un «muerto»,
se alejó de él, lo dejó tirado en el país al que le había traído caprichosamente
y siguió con su vida, sus proyectos, su trabajo y sus amistades. Más
tarde, cuando se dio cuenta que Isaac era capaz de sobrevivir, que
había logrado imponerse con su fuerza de carácter, que había superado
la difícil etapa de la integración y se había relacionado con otras
mujeres, imponiendo su concepto de la vida y su temperamento caribeño,
volvió a sentir esa necesidad de buscarlo y de poseerlo. Las ansias
de verse en los lugares cubanos, atada a él como al principio, la
avasallaron nuevamente. Entonces, salió más que nunca, derrochando
gran parte de sus ingresos en lugares nocturnos, en mojitos y vestidos
estivales, exuberantes y a menudo provocantes, para reafirmar su existencia.
Él no existía sin ella, y aunque no lo quería aceptar, ella no podía
existir sin él. Dos vidas ligadas y destinadas al desencuentro. Ahora
ella se da cuenta que su vida pasa por Isaac, porque le incomoda ese
extraño sentimiento que la anima, la desquicia y la arrebata. ¿Acaso
es amor lo que cree sentir ella, desesperación al verse abandonada,
o simple control que quiere ejercer sobre el hombre que ha traído
a Europa?
En la pista, Sofía se olvida
que su vida monótona no es una vida, sino una carrera contra la falta
de vida, que en ella brilla todo el sabor que llegó a afirmar al conocer
a Isaac y, ahora, mírala cómo se mueve, cómo se desliza sobre la pista,
provocando y queriendo ser provocada. Es un fuego que no se apaga.
Se muere de sed, buscando al hombre que le dio vida, que le dio agua
fresca, y se menea queriendo ser la reina de la noche. Quiere ser
vista y deseada, quiere tener a Isaac a su lado, y recordando los
mejores momentos que tuvieron, los pocos que supo disfrutar, porque
ella los idealiza, agita sus piernas, abre la boca, se toca la cabellera,
tuerce la nuca. Madre mía, esta mujer es candela y, sin embargo, está
sola, desesperada, buscando en la sala lo que dejó de querer, por
caprichosa, porque no sabía lo que quería. Y ahora, mírala cómo se
sofoca, cómo vive cada instante, cómo se impregna de la música cubana
y se libera. Mírala. Esa mujer es una furia, siente en su cuerpo fino
y terso, pleno de energía, el deseo de amor que la avasalla y, ay,
qué lástima que Isaac no esté ahí para verla, para sentir ese fuego
que la atormenta, porque ella está que revienta. Ya no aguanta más.
Piensa incluso en seducir a cualquiera, al Don Juan de la barra o
el aburrido de la pista que bebe como una fiera, con cualquiera, para
vengarse de la insoportable ausencia de Isaac, de la imposibilidad
de hallarle y de la indiferencia que, de esta forma, le demuestra.
Mírala, cómo se mueve, cómo
disfruta, cómo se entrega, como si fuese una maratón en el Sahara.
Ardiente y sofocada, tiene sed, tiene hambre, pero sobretodo, tiene
miedo de quedarse sin nada, de quedarse sola. Mírala, cómo se mueve...
Mírala.
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Johari Gautier Carmona (1979),
es un narrador español nacido en París (Francia). Actualmente reside
en Barcelona, ciudad central dentro de su creación literaria, tras
una estancia de varios años en Inglaterra. Ha publicado en 2009 su
primera novela El Rey del mambo (Ed. Irreverentes) y en 2010
un libro de Cuentos históricos del pueblo africano (Ed. Almuzara).
Colabora asiduamente en distintos medios de comunicación y ha sido
galardonado con varios premios literarios.
Ξ
Web del autor: http://joharigautier.blogspot.com
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Ilustración relato:
Fotografía
por
Pedro M. Martínez ©
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