Piedras Mágicas
_____________________
Carmen López
León
La tienda era una de esas
en las que se venden cualquier tipo de lindas cosas perfectamente
inútiles y estaba situada en una estrecha calle peatonal junto a una
de las grandes vías comerciales de la ciudad. Decorada con gusto por
algún diseñador del momento combinaba colores alegres con estructuras
de materiales novedosos que aportaban transparencias y efectos de
luz a los anaqueles donde se exhibían los más variados objetos propios
para regalar a quien tiene ya de todo.
Su dueña, Carola la había inaugurado
a los seis meses de su divorcio, cuando informó a su madre de que
su psicoterapeuta consideraba indispensable, para salir de la crisis,
el que dispusiera de algo propio, algo de lo que responsabilizarse,
algo en lo que invertir su enorme energía creativa. Evidentemente
la inversión del capital necesario para la propuesta no era problema
del que Carola debiera ocuparse, ya que para eso se supone que está
la familia en estas circunstancias de adversidad.
Carola era una mujer de cincuenta
años muy bien llevados gracias a las técnicas de cuidados corporales
integrales sobre una base física envidiable: proporcionada, ni un
gramo de más ni un gramo de menos en sus ciento setenta y tres centímetros,
ojos negros y cabello muy corto castaño oscuro en el que se destacaban
hábiles hebras del color del fuego, que le proporcionaban a su cabeza
la característica de ser distinguida entre cualquier grupo humano.
Al cabo de poco tiempo, cuando
ya todo su potencial creativo se había desplegado en las interminables
discusiones con el decorador en torno a unos vasos de zumos exóticos
y en los viajes a distintos puntos de la geografía para contactar
con lo proveedores de los objetos más encantadores según su criterio
personal, dejó de interesarse por el comercio y por supuesto por lo
de tenerlo abierto las horas habituales en este tipo de establecimientos
por lo que decidió contratar a una dependienta.
A Delia se la habían presentado
en una asamblea de un grupo feminista por el que se dejó caer una
tarde acompañando a su amiga Miriam, que trataba de organizar un mercadillo
solidario con la producción de manualidades realizadas por mujeres
de varias etnias africanas.
Delia tenía unos cuarenta años,
era elegante y discreta, vestía con gusto y daba muy poca información
sobre sí misma, salvo comunicar de forma concreta y expresa su necesidad
de encontrar un trabajo lo antes posible.
No se extendía en detalles personales
sobre qué circunstancias le llevaban a esta situación, repartía su
currículo entre las personas a las que consideraba con posibilidad
de ponerla en contacto con posibles empleadores y daba las gracias
por adelantado sin servilismo.
A Carola le convino enseguida,
no desentonaba en su tienda dado el porte y el estilo de Delia, pero
al mismo tiempo no podía eclipsarla a pesar de ser más joven que ella,
puesto que estaba claro que si algo deseaba esta mujer era pasar desapercibida.
Dejaba el recuerdo de una imagen grata, pero difícilmente podría uno
describirla al cabo de unas horas de haber dejado de verla.
Delia cumplía su cometido laboral
con seriedad y exquisita atención a los clientes y Carola aparecía
por la tienda cuando se aburría. Si se trataba de una tarde tranquila,
con escasa venta, Carola trataba de mantener con Delia una conversación
amistosa, hacerle ver que no la consideraba una empleada sino una
amiga, pero Delia se mantenía encerrada en su burbuja personal, con
habilidad suficiente para no ser descortés pero sin entrar en el juego
de Carola. Al cabo de un rato, Carola se aburría también allí y se
marchaba con cierta frustración y un punto de indignación que no llegaba
a ser suficiente para considerar el despido de Delia, ya que realmente
no podía justificarlo y le resultaba demasiado tedioso ocuparse de
buscar otra buena dependienta.
La semana de Navidad Carola sí
acudía a la tienda, llegaba hacia las diez y media de la mañana y
permanecía allí hasta la una y media del medio día, regresaba alrededor
de las seis de la tarde y ya se quedaba hasta el cierre, no sólo porque
era la semana de mayor venta, sino porque esa semana acudían al pequeño
comercio todas sus amigas, y las amigas de su madre y sus tías y las
amigas de sus tías, y sus dos cuñadas y las sobrinas mayores, todas
las mujeres de la familia que no podían por menos de elegir en Laroca,
anagrama de Carola, sus detalles para regalar a los amigos.
Aquella tarde, estaba envuelta
en el parloteo de su cuñada y dos amigas de ésta que no se acababan
de decidir entre unos posavasos color naranja en forma de gotas de
lluvia, o unos salvamanteles verdes en forma de perrito salchicha.
Delia se mantenía discretamente en pie, entre el expositor helicoidal
de cristales de Swarovsky y el pequeño mostrador con pantalla táctil
para las ventas, la gente entraba, miraba, se informaba de los precios
estratégicamente colocados al lado de los productos en etiquetas en
forma de hoja de diferentes arbustos y salía; algunos se quedaban
a comprar.
Y esto es lo que parecía desear
el cliente que prestaba atención a unos colgantes de plata con piedras
semipreciosas: lapislázuli, ágata, ámbar, ónice, malaquita, turquesa,
turmalina y aguamarina sobre caprichosas formas pendiendo de cadenitas
o cordoncillos que se mostraban en uno de los anaqueles laterales.
Delia le había visto entrar y algo
en su cerebro se puso a girar vertiginosamente, fueron imágenes como
caleidoscópicas en la que aparecían aquel hombre quince años atrás
y ella misma en sus momentos más íntimos, más apasionados, más felices;
y después, su abandono, la rabia, la frustración, la tristeza, la
amargura, la soledad. Deseaba con todas sus fuerzas que se marchara
de la tienda, que no la viera, que Carola acabara con su charla insustancial
y le atendiera ella, cosa que haría sin duda dado el atractivo que
todavía conservaba.
El levantó la mirada con una sonrisa,
una mirada que la atravesó como si fuera de cristal y una sonrisa
que indica que no está realmente dirigida a la persona sino a la empleada
que debe atender su pedido.
Su voz con el habitual «¿Me hace
el favor?», llamó la atención de Carola y reaccionó como Delia esperaba.
Acudió con su expresión más encantadora y sus ojos chispeantes y cómplices
a la llamada del cliente y traspasó a Delia la atención a su cuñada
y amigas. Delia consiguió se llevaran junto a los posavasos de color
naranja unos bajoplatos de cristal negro y una vajilla completa de
porcelana blanca sobre la que se cruzaban unas suaves líneas, como
trazadas a mano, precisamente en naranja y negro. Realmente un conjunto
espectacular para la cena de Noche Buena.
Se demoraba en mostrar la calidad
y originalidad del diseño de los productos y luego, en su embalaje
cuidadoso con papel plateado y dorado y pequeñas ramas de acebo natural
sujetando las cintas. Preguntó atentamente si tenían el coche aparcado
en la proximidad o debía enviar los paquetes por mensajería, por supuesto
sin cargo alguno, y como esta fue la opción elegida por las señoras
tomó nota de la dirección comprobando los datos un par de veces para
que no hubiese ningún error.
En todo este tiempo Delia no perdía
su sonrisa perfecta sin dejar de observar el juego de seducción de
Carola. Ahora ya llamaba por su nombre, Miguel, al cliente y las cadenitas
de plata entre sus dedos constituían todo un código secreto en sus
manos. Pudo captar Delia que el obsequio era para una joven amiga
de Miguel, nada serio, por supuesto, dicho por él mirando fijamente
los oscuros ojos de Carola que centelleaban reflejando el brillo de
las amatistas que en ese momento le mostraba, explicando además sus
poderes esotéricos entre frases ingeniosas de ambiguo sentido.
Desde ese día, Delia escuchaba
las confidencias de Carola con un interés morboso y un regusto amargo
en la boca. Podía prever con un escaso margen de error lo que iba
a oír, podía visualizar cada uno de los gestos y rememorar cada una
de las palabras de Miguel, se proyectaba en el cuerpo de Carola para
volver a sentir las caricias y los besos esta vez en una piel ajena
adelantándose en el relato, conociendo de antemano cada uno de los
pasos que conducían al clímax. Y entonces, cuando le parecía que su
cabeza se llenaba con los gemidos de placer de ambos comenzó a convertirlos
en aullidos de dolor.
Después en la soledad de su casa,
tan vacía desde la partida de Miguel, encendía unas velas y realizaba
el conjuro. Había logrado encontrar cuarzo negro, un mineral escaso
cuya energía negativa es bien conocida en los círculos esotéricos
que frecuentó en la época en que la angustia del abandono la aproximaron
a todo aquel mundo mágico esperando encontrar algún recurso que le
permitiera sanar su espíritu.
Ahora, al cabo de quince años,
parecía que la vida se complacía en dar una nueva vuelta de tuerca
a su destino. Pero el tiempo sólo había conseguido acumular en Delia
más resentimiento, le parecía que se había convertido en una mujer
amargada y cruel, aislada de la corriente de la vida observando a
los demás desde una distancia inalcanzable. Se veía a sí misma ajena
a todo lo que no fuera triste y negativo.
Carola aparecía ante sus ojos como
la cara de una moneda de la que ella, Delia, era la cruz y el hecho
de que Miguel se hubiera cruzado en su camino ponía a aquellos dos
seres en el centro de una espiral peligrosa.
Durante muchos días Delia invocó
los poderes que se atribuían a las oscuras piedras, sólo entonces
podía descansar unas horas para acudir al trabajo a la mañana siguiente
con su sonrisa perfecta y sus maneras impecables. Y esperaba, esperaba
convencida de que de alguna manera se cumpliría el destino que les
había preparado.
Fue Carola la que eligió aquel
albergue de montaña perdido, a treinta kilómetros de la población
más cercana y al que sólo se podía acceder por una pista forestal,
y fue Miguel el que le pidió el cuatro por cuatro a su hermano a pesar
de que nunca había conducido un vehículo de aquellas características,
y fue uno de los eneros más fríos en muchos años el que hizo que la
DGT alertara constantemente sobre los riesgos de las carreteras secundarias.
Y fue ese frío el que heló la nieve
caída sobre los campos según se escuchaba en todos los servicios informativos.
Delia estaba atenta, esperaba oír la noticia del accidente, desde
la tarde del viernes no dejó de prestar atención a los comunicados
que puntualmente ofrecían las cadenas de televisión. Pero no fue hasta
la noche del sábado cuando comenzó a sentir las vibraciones que le
trasmitían sus mágicos minerales, una extraña corriente se difundía
siguiendo un trayecto que partía de lo profundo de su plexo solar
hasta distribuirse por todo el organismo. Esa corriente no era helada
y lacerante, desencadenando temblores y convulsiones, sino cálida
y tierna y le hacía sentirse bien, muy bien.
Cuando llegó el lunes abrió la
tienda, todo parecía tan normal como cualquier otro día hasta que
apareció Carola con su radiante sonrisa de siempre. Y más que sonrisa
fue risa lo que estalló en su boca a cuenta de las anécdotas en las
que se había visto envuelto con su acompañante del fin de semana,
aventura que terminaba siendo rescatada Carola por un vehículo de
su compañía de seguros a la que tuvo que localizar por teléfono móvil.
De Miguel se había desentendido
la noche del sábado, por supuesto, y Carola reía y reía a costa de
la incapacidad de aquel hombre ridículo y patético en su falta de
recursos. Delia la escuchaba y de pronto también tuvo ganar de reír
imaginando las situaciones que conocía bien y que nunca hasta ahora
le habían parecido tan extraordinariamente divertidas. Realmente fue
una estupenda mañana aunque, a pesar de las ofertas de temporada,
no se vendiera ni un servilletero.
Cuando Delia volvió a casa, todavía
se percibía el aroma del incienso y de la combustión de las velas.
El cuarzo negro brillaba bajo los rayos del sol que penetraban por
la ventana y Delia pensó que, realmente, sus piedras tenían poderes.
________________________
CARMEN
LÓPEZ LEÓN
es escritora, pintora y realiza diseños digitales. Vive en Denia
(Valencia; España). Colaboradora de Margen Cero, es
responsable de la sección de escritura en línea de nuestra publicación.
Ξ
Web de
la autora: http://mural.uv.es/carlole
⇒
Ver
muestras (Imagen) de esta autora:
Mandalas (Arte digital)
·
Pintura
ⓘ
Ilustración relato:
Amethyst cut, By Wela49, GNU Free Documentation License, Version
1.2 [Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported license],
via Wikimedia Commons.
|