PSICOHOMEOPATÍA JUNGIANA
Y CHAMANISMO

por

Norberto Litvinoff - Psicólogo Jungiano


Desde tiempos prehistóricos nuestros antepasados chamanes nos legaron un conocimiento que por su utilidad ha perdurado a lo largo de miles de años: la administración de ciertas plantas logran suprimir el apetito, aliviar el dolor, despertar poderosas fuentes de energía, conferir inmunidad frente a agentes patógenos del exterior y del interior, iniciar procesos de curación que culminan exitosamente, despertar cualidades cognitivas o imaginativas de un nivel absolutamente insospechado.

Estas sustancias cuyo conocimiento era esotérico solo podían ser usadas por los medicine men, no podían caer en manos de neófitos y su manipulación se transmitía bajo reglas estrictas de secreto.

Miles de años después los primitivos alquimistas experimentaron con el mismo propósito a los metales de aquella época, observando qué efectos desconocidos emergían de la ingesta de los metales cuando, a través de un complicadísimo proceso de transformación que llevaba semanas o meses, se trabajaban, se «abrían» y se diluían.

Por supuesto, Paracelso también trabajaba con plantas, las que vinculaba a las enfermedades a través de una conceptualización de corte astrológico. Paracelso popularizó el proceso con su formula de la Karena (una gota de la sustancia en 64 de alcohol) pero debemos al genio de Hahnemann la divulgación de los procedimientos y las proporciones que constituyen hoy el dinámico campo de la homeopatía.

Gracias a este proceso alquímico/farmacéutico de dinamización es posible experimentar las peligrosas substancias crudas como el opio, la atropa o el beleño sin intoxicaciones peligrosas, solamente presentando una receta en cualquier farmacia homeopática con una prescripción de Opium, Belladona o Hyosciamus, respectivamente.



La homeopatía se ha apoderado así de las plantas que usaban los chamanes, y los metales de los alquimistas como el oro, la plata y el antimonio, haciéndolas accesibles a las masas por un costo básicamente posible, disfrazando sus nombres originales con eruditos términos latinos para no despertar sospechas, ayudándolas a cumplir su tarea de aliviar el humano sufrir y por sobre todo reduciendo espectacularmente sus efectos socialmente peligrosos léase distorsiones cognitivas, perceptivas, alucinaciones, cambios súbitos emocionales, delirios, visiones, sopor, torpeza, cegueras parciales, vómitos, diarreas, incontinencia urinaria, temblores, etc.

Las patogenesias homeopáticas han demostrado sin lugar a dudas y de manera inapelable que ninguno de estos síntomas se presentan cuando se experimenta con la sustancia dinamizada y que los síntomas que recoge el experimentador en los sujetos que se prestan voluntariamente ceden sin complicaciones a los pocos días o a las primeras tomas del antídoto correspondiente.

Cabe preguntarse aquí, y esta es la pregunta clave, ¿esta pérdida de los efectos dramáticos, no será acompañada por un aumento de los efectos sutiles, psicocorpóreos, de la sustancia dinamizada? Dicho en otras palabras, al reducir y potenciar la sustancia, se logra eliminar los efectos mas groseros, del tipo de la intoxicación como alucinaciones, etc., manteniendo, en cambio, las cualidades de otro orden, realmente transformadoras, pero más allá de la conciencia ordinaria, y tanto mas allá, que incluso pasan desapercibidas para el consultante, que de manera general, se niega a reconocerlas, pese la intervención del observador atento y libre de prejuicios.

Vivimos en una cultura que se niega a percibir las profundas modificaciones psicológicas que se presentan ante la ingesta de substancias dinamizadas, lo cual es vivido como algo patológico, sentirse «dominado», «manejado», es vivido como algo peligroso desagradable y hasta cierto punto falso o artificial.

Los cambios en el sujeto producidos por la experimentación de las substancias homeopatizadas revelan de un modo incuestionable que el remedio potentizado tiene la capacidad de alterar y transformar nuestros procesos psicológicos más profundos, allí donde se tejen de manera inextricable los sueños, los Mitos, el esquema corporal, la narrativa del deseo, el Yo y la voluntad.

Pero hoy, los modernos terapeutas se avergüenzan de sus antepasados chamanes, reniegan de su origen en el bosque, en la caverna, de sus largas noches observando las estrellas, junto al horno alquímico. Incluso los megalaboratorios abjuran también de su pasado. Olvidan que la aspirina nació del sauce (ácido acetil «salicílico») que la penicilina de un hongo (de ahí su nombre «penne») y desconocen que sus jugosas ganancias son el producto de los sueños de los antiguos alquimistas, verdaderos padres de la química moderna.

La memoria sólo queda de una forma muy difusa, presente más en el ritual de sanción que en la conciencia de los participantes. Perdura una división esquizofrénica entre médicos del cielo y médicos de la tierra, entre psicólogos de la mente y médicos del cuerpo.

El milenio actual nos dará muchas sorpresas, una singular es la que nos ocupa ahora: la revaporización de la capacidad transformadora de las substancias, ya no en lo corporal, sino en lo psicológico, en lo mental y comunicacional, quizás más que la desaparición de síntomas, se apuntará al cambio de narrativas.

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ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: Alraunenernte (Medicina Antiqua), Por desconocido [Public domain], undefined; vía Wikimedia Commons.




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