Crónica para un
ángel
Lucilene Machado
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Traducción:
Pablo G. Fernández (España)
Se acaba el año. Los
días son largos y soleados. Las mujeres exhiben vanidosamente la piel
bronceada. Es verano. Las noches están más atrayentes, iluminadas
por miles de luces de colores y adornos para todos los gustos. Los
árboles extienden los brazos para ser, también, adornados, contribuyendo
aún más a este clima de fiesta. En fin, no hay duda de que esta es
la mejor época del año.
Aprovecho la ocasión
y me entrego, sin condiciones o reservas, al Cristo que
está buscando lugar para nacer. Ofrezco mi humilde manjar y aguardo
a que el Ángel Gabriel entre por la puerta saludando: «Ave, llena
de gracia, el Señor es contigo».
Por el contrario, por
la puerta que dejé entreabierta (imprudente que soy) entra un chico,
de los alrededores de aquí, pidiendo dinero prestado para comprar
gas. ¡Ah, no es la primera vez que hace eso, apuesto a que el dinero
no es para gas! Piensa que me engaña. Días atrás, cuando estaba blanda
de corazón, le di dinero y le acostumbré mal, ya está aquí otra vez.
Es así como se transforman en pillos. Por causa de esas limosnas contribuimos
a la formación de un futuro marginal. «Sólo unas monedas, tía», insiste.
¡Chico insistente! «¡Permíteme, por favor! ¡Que esta crónica es para
un ángel!».
El siguiente que llegó
fue un anciano. Tenía las vestimentas sucias y olía mal. Otros, que
le acompañaban, pararon en las casas vecinas. Necesitaban un pequeño
lugar para tomar un baño, tal vez un vaso de leche caliente, un cariño...
Pero, sabe..., mi casa no es tan grande, ellos son hasta un número
razonable, no podría acomodarlos aquí... «¿Ni por pocos instantes?»,
sabe..., hoy en día la gente oye cada cosa, de mendigos que matan
a mujeres y niños, mejor no arriesgarse. Les enseño el camino del
albergue que queda a unos cinco kilómetros. Un poco lejos, pero están
acostumbrados a andar, llegan inmediatamente.
Déjame concentrarme en
mis oraciones, quién sabe si el ángel aparece. Ordeno los adornos
del árbol, compongo la decoración, quiero todo impecable. Seguramente,
Jesús quedará contento. ¡Bien servido, bien honrado, claramente, explícitamente!
¡Espero que los mendigos no aparezcan más empujando la puerta, pidiendo
de todo!
Y no aparecieron. Quien
llegó fue aquel muchacho hijo de Marcia. La propia madre le expulsó
de casa. Hace algún tiempo empezó a andar con malas compañías, se
envolvió con drogas y ahora se dice arrepentido. ¿Lo creen? Ni yo.
Dice que necesita un lugar para pasar la noche. Apuesto a que está
en una situación embarazosa y ahora está huyendo de la policía. Claro
que no voy a ceder. Ni incluso delante de aquélla larga mirada y de
aquellos ojitos verdes que yo misma vi nacer. Sabe cómo es, no quiero
complicación para mí. Después, debe de estar recogiendo lo que plantó.
Tal vez eso le sirva de lección. Esos jóvenes tienen que aprender
que la vida no es fácil, eso aquí es una cantera; vencen los más fuertes,
los que se esfuerzan, estudian y luchan por un lugar al sol.
En cuanto el muchacho
se aparta, como si ya supiese mi reacción, comento con una vecina
el episodio y me cubre de razones. Ah, el marido de ella también teje
comentarios a mi favor. Dice que ha leído mis crónicas y que soy una
persona (supone él) muy sensible.
Entro satisfecha por
los elogios y hasta aparto una idea mala que se me ocurre: la de que
yo había matado a Jesús (nuevamente) de decepción. Que él podría ser
el niño, o el mendigo y hasta el drogado, que él no manda más avisos
por ángeles, que el propio Cristo viene en la forma más simple y común
y yo, refugiada en esas ideas de grandeza, no percibí...
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LUCILENE MACHADO
es una autora brasileña.
lucilenemachado(at)terra.com.br
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Buscando estrellas
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Por los caminos de la noche
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Ensimismada.
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ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía
por
Pedro M. Martínez ©
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