Jugando a los espías
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Javier Delgado
Fernández
Es de noche. Daniel
aprovecha que su madre se ha acostado temprano para levantarse de
la cama, reptar con sigilo hacia el pasillo y espiar desde allí a
su padre en el reflejo de la vitrina del salón. Agachado junto a la
pared lo descubre recostado en el sofá, con las piernas abiertas y
estiradas sobre la mesa de centro, mirando la televisión con cara
de satisfacción mientras se toca «sus partes».
La curiosidad lo empuja a moverse hacia un lado y estirar el cuello
hasta que logra ver un fragmento de la pantalla. Observa nervioso
la imagen muda que muestra a dos hombres desnudos besándose y acariciándose
muy rápido, como si tuvieran prisa. En ese momento nota que su padre
se remueve en el sofá y vuelve a pegarse rápidamente contra la pared.
Espera un rato hasta conseguir tranquilizarse antes de mirar de nuevo
hacia el cristal del mueble bar. Allí encuentra otra vez la misma
figura, en la misma postura que antes, solo que ahora el pantalón
del pijama ha descendido hasta los tobillos y ha dejado a su padre
desnudo de cintura para abajo. Entonces se da la vuelta inmediatamente
y gatea deprisa hacia su cuarto. Tiene miedo de que su padre o su
madre lo descubran y, además, piensa que lo que está haciendo es un
pecado mortal de los de tres avemarías y un padrenuestro de penitencia.
Más tarde el salón ya se ha apagado y la casa ha quedado totalmente
oscura. Daniel está boca arriba en la cama, con los ojos abiertos,
rígido, temblando bajo la manta que lo tapa hasta la nariz mientras
escucha pasos en el corredor. Al oír el sonido del interruptor de
la luz cierra inmediatamente los ojos y se gira hacia la pared. Su
padre ha debido adivinar que todavía está despierto porque en vez
del sonido del interruptor apagando la luz lo que oye son pasos amortiguados
dirigiéndose hacia su cama.
De repente, nota que
lo zarandean bruscamente del brazo. Abre los ojos asustado y ve la
silueta de su madre inclinándose sobre él, iluminada débilmente por
la luz del pasillo. Antes de besarle en la frente y darle las buenas
noches le susurra al oído: «No le cuentes nada al padre Andrés».
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jdfmjr[at]supercable.es
* ILUSTRACIÓN
RELATO:
Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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