Eran
un puñado de hombres
y mujeres seleccionados.
Había blancos, mestizos; de diferentes culturas y lenguas; de gustos
diversos y absolutamente desconocidos. En el terreno de lo común,
eran todos ellos respetables, buenos vecinos y ejemplares ciudadanos,
amantes de sus familias y entregados al trabajo. Amas de casa, ejecutivos,
administrativas, y hasta un estibador del puerto. Guardaban el silencio
y la atención debidas y todo era en ellos sentido común y responsabilidad.
Por eso a nadie le pareció extraño que a la pregunta del magistrado
contestará la portavoz de todos ellos: pena de muerte.