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—Cierra las ventanas, echa las cortinas, que no entre el sol.
Y el sol, allá en lo alto, brillando, omnipotente
se ríe de aquel hombre. Los portones de roble, y los muros de piedra. El suave terciopelo y la dura estameña son su débil defensa.
Y él se filtrará siempre por las finas rendijas de puertas y ventanas Mostrará su presencia silenciosa en la llar apagada, y su línea perfecta
se marcará constante en el umbral. —Cierra las ventanas, echa las cortinas, que no entre el sol.
Y el sol, allá en lo alto, brillando, omnipotente se ríe de aquel hombre.
No puedes escaparte, está ahí fuera, y te espera. Reinando en el azul de la mañana, coloreando el verde de los pinos, reflejado en la plata del mar.
La vida le celebra cada día con sus mejores galas. Y en su honor se erigieron los más hermosos templos. Y se canta en las lenguas de todas las culturas más allá de los tiempos.
—Cierra las ventanas, echa las cortinas, que no entre el sol.
Y el sol, allá en lo alto, brillando omnipotente,
se ríe de aquel hombre. Recíbele también, como a buen padre,
desnudo a su caricia. Sentirás que tu sangre se renueva, que el corazón te late más deprisa, que el frío del invierno, que heló tus sentimientos se funde, y se convierte en un amor por todo
lo que vive y palpita. Que oscuros pensamientos se apartan de tu mente, y una luz limpia y nueva ocupa tu cerebro. Y que tu voz resuena,
clara y fuerte, en el coro del
mundo. —Abre las ventanas, corre las cortinas, ¡ya ha salido el sol!
Web de la autora: http://mural.uv.es/carlole/ Fotografía: Pedro M. Martínez © 2003
Revista Almiar
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