PROYECTO M.M.A.I.
Fernando Pérez Cases


En el laboratorio sólo quedaban dos personas el doctor Miguel López y la doctora Eva Ferrer. Miguel López era el director del proyecto M.M.A.I. (Mosca Macho Adulta Irradiada), y Eva Ferrer una de sus ayudantes. Eva vio en el rostro de Miguel reflejada la preocupación al observar los datos que le estaba proporcionado el ordenador.

Miguel, sentado frente al PC, movía la cabeza de un lado para otro con cierto aire de pesimismo y no era para menos. Los ensayos que estaban realizando con moscas eran peores de lo que se temía. Las moscas macho después de estar sometidas a radiaciones y al copular con las hembras salían huevos estériles, de los que ya no saldrán más moscas. En las primeras generaciones de moscas irradiadas todo había salido según lo previsto. Pero en la semana veinte del experimento a un pequeño grupo de moscas macho la radiación no les había hecho ningún efecto, y si que fecundaron a las hembras. De estos huevos salieron moscas mutantes que atacaban a sus congéneres matándolos y copulando con todas las hembras. Esta nueva generación de moscas mutantes resistentes a las radiaciones presentaba un cuadro muy singular.

La cabeza era de un color azul fluorescente que brillaba en la oscuridad, los ojos eran idénticos a los de un gato y tenían visibilidad nocturna, la boca antes chupadora se había convertido en masticadora y en ella aparecía una fila de dientes muy afilados. El tórax era un caparazón duro que se asemejaba a una armadura metálica. El abdomen lo tenía prolongado de forma larga y puntiaguda, y en su parte final le sobresalía el aparato genital igual al de un animal mamífero rodeado de un pelo hirsuto, y las ocho patas eran velludas y muy fuertes. Y por si la mutación que se había producido en la mosca macho no era bastante, su tamaño era mayor de lo normal ¡ estaban creciendo! a un ritmo de un centímetro a la semana.

Con todos los datos archivados en una carpeta, se levantó el doctor López le dijo a su ayudante la doctora Ferrer:

Eva mañana voy a ver al doctor Feliz Samaniego que es un experto en biotecnología y física nuclear, este asunto me tiene muy preocupado y vamos a suspender todos los ensayos, antes de que se nos escape de las manos y algún curioso periodista meta las narices en este asunto.

Eva entendió las palabras de su jefe y se dirigió hacia la puerta, en ese momento se detuvo y dijo:

—¿Doctor López que hacemos con las moscas irradiadas, las eliminamos?

—No doctora vamos a esperar a que hable con el doctor Samaniego, mientras tanto que nadie entre en este laboratorio. Si alguien pregunta dígale que los ensayos se han suspendido indefinidamente por falta de presupuesto. Mañana hablaré con el jefe del proyecto y le pondré al corriente de todo.

Dichas estas palabras la doctora Ferrer se fue cerrando la puerta, y el doctor se quedó sólo en el laboratorio.


Pero había algo más que no le había dicho a la doctora Ferrer, sobre el crecimiento anormal de las moscas, para no alarmarla. El desarrollo desproporcionado que había observado en los individuos mutantes era como los de un mamífero, y además en las anotaciones que hacía en su grabadora de bolsillo había escuchado un murmullo de fondo, que al principio creyó que se trataba de un defecto de la cinta de la propia grabadora. Pero el murmullo se fue convirtiendo en una jerga inteligible. El doctor se quedó pálido, en el laboratorio sólo estaba él y las moscas, ¿de dónde salen esas voces?, se preguntó. La respuesta le dejó helado. ¡Las moscas hablaban entre ellas!


El doctor Samaniego acababa de leer la última página del informe que le había llevado su amigo el doctor López, se quitó las gafas lentamente y mirando a su amigo, le preguntó con voz grave:

—¿Quién está enterado de este proyecto?

El doctor López contestó: La doctora Ferrer, el jefe del proyecto y mis ayudantes los doctores Maestre y Solbes.

Samaniego se quedó mirando a López y dijo: —¿Has traído algún ejemplar de la mosca irradiada?

—Sí, en la cartera llevo un par de individuos en una caja, muertos naturalmente, no podía arriesgarme a sacarlas vivas.

El doctor Samaniego se puso las gafas y miró detenidamente los ejemplares debajo de una potente lupa.

—¿No dijiste que estaban muertas?, he visto mover una pata.

—Imposible, les he echado suficiente dosis de gas venenoso como para matarlas 5 veces.

—Compruébalo tú mismo.

—¡Dios mío! Están moviendo las patas y las alas. La radiación también las ha inmunizado contra el gas.

—Miguel te aconsejo que pongas en conocimiento cuanto antes estos hechos a las autoridades sanitarias antes de que ocurra una desgracia irreparable y lo lamentemos todos.

—Félix —dijo el doctor López con voz temblorosa—, una partida de 5.000 moscas macho adultas irradiadas salieron del laboratorio la semana pasada con destino a un campo de cítricos, para emplearlas en un plan experimental de control de plagas.

—¡Dios santo! Miguel, me estas diciendo que diste el visto bueno al proyecto y 5000 moscas mutantes están en libertad en algún lugar. Esto es horrible, ¡qué gran desgracia!

Sí, Félix, lo hice porque no detecté indicios de mutaciones en los primeros ejemplares irradiados y el proyecto me pareció viable y eficaz, y que acabaría con las plagas de moscas que sufren todos los años los árboles de cítricos. Pero lo ocurrido esta última mañana me ha hecho pensar lo contrario, que irradiar las moscas es peor que la propia plaga. Ha sido un gran error lo reconozco, y he actuado precipitadamente al dar el visto bueno para soltar 5000 machos irradiados, en un campo de árboles frutales.


Mientras tanto, en otro lugar, en el campo muy lejos de allí, una mosca algo más grande de lo habitual se posaba en una rama, sus antenas captan unas vibraciones que llegan a través del aire y se mueve inquieta, a continuación llegan otras y muchas más y en poco tiempo ya son miles. Alguien o algo las ha hecho reunir en ese punto.


Una gran nube de golondrinas se encamina al lugar donde están reunidas las moscas mutantes. Siguiendo una llamada interior, las golondrinas emprenden el vuelo hacía una concentración masiva de moscas que hay que destruir.

El encuentro se produce y las golondrinas caen sin compasión sobre las miles de moscas irradiadas. Se presenta un combate desigual en el aire, las golondrinas hábiles cazadoras de insectos en vuelo, se tienen que enfrentar a moscas poco comunes y muy feroces. Aparte del tamaño desproporcionado de las mismas, tienen que vérselas con sus poderosas mandíbulas. Pero las golondrinas son superiores en número y a pesar de las bajas que sufren consiguen eliminarlas a todas.


En el laboratorio el Dr. López se encontraba redactando un informe para presentarlo al jefe del proyecto M.M.A.I., cuando en ese momento recibe un fax de su colaborador el Dr. Maestre, desde la zona dónde se habían soltado las moscas macho irradiadas. El fax decía así:

«Dr. López esta mañana me desplacé al lugar del experimento y lo que vi allí me puso los pelos de punto. Las moscas que soltamos hace unos días han desaparecido y sólo he encontrado algunas mutiladas y muertas. Y además también he encontrado golondrinas heridas, como si hubieran sido atacadas por algún animal ya que la mayoría presentaban heridas de mordedura. No estoy muy seguro de lo que ha pasado, pero todos los indicios apuntan a que ha habido una batalla entre moscas y golondrinas, con muchas bajas por ambas partes».

El doctor López dejó el fax y mirando las jaulas dónde estaban encerradas las moscas decidió acabar de una vez con el proyecto, y cogiendo todas las moscas las metió en un horno y las incineró, haciendo desaparecer cualquier prueba de su existencia. De esta manera se dio por concluido el proyecto M.M.A.I., que en la parte final del informe decía así:

...En resumen el proyecto es inviable por existir un gran riesgo en los individuos irradiados, de graves mutaciones en sus cuerpos, de alcance desconocido y de consecuencias imprevisibles.

Fin del informe.




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Lee Freddy, el mosquito, otro relato de este autor.

FOTOGRAFÍA: Pedro M. Martínez ©

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