LA CASA DEL ARRAYÁN
Rosy Paláu
Dios bendito, ya pasó el demonio
enrollado en su cobija negra, grita la Lupe cuando se va la tormenta
y luego sigue barriendo el agua como si nada. Es que sale con unas
cosas. Dice mi abuela que cuando la vio entrar traía unos ojos de
muy lejos, metidos a fuerzas en la prietura, que viene de un pueblo
de aparecidos. Yo creo que es cierto porque todas la noches cruza
el portal encorvada, entre el amasijo de sombras, con un rezadero
que te da miedo verla y yo cierro los ojos y los abro para que no
crea que estoy despierta, hasta que se me desmorona el pensamiento
en el sueño que viene y de un jalón me lleva. Pero supieras, después
de la lluvia la casa se pone tan alegre. Cuando sale el sol a mi se
me figura que entra en el cuarto rebotando como una pelota y rompe
todas las cosas porque las veo desparramarse por el suelo igualito
que las canicas que ruedan y ruedan para después quedarse quietas
hechas bolita en su resplandor y yo paso brincando las camas para
no pisarlas y me voy al patio donde el aire huele a jabón y me avienta
con un montón de pájaros que cruzan moviendo la luz con sus apuros.
¡Ay! se ha de sentir muy bonito volar como esos ángeles que se llevan
subiéndole flores a la virgen que está en el cielo parada en una nubes
blancas y esponjadas o aunque sea prendida de un hilo como los papalotes,
pero nada más vengo y me trepo en el arrayán y desde la punta me pongo
a mirar el silencio, tan hondo, tan azul y pienso que por ahí andan
esas almas sueltas que reniegan de morirse pero no pueden gritar porque
se les hizo de polvo la voz. Lo que si me da admiración es cuando
viene un señor muy delgadito, que hasta parece que se lo va a tragar
el sombrero y no sé de donde saca fuerzas para sacudir el árbol que
suelta todas las frutas riéndose de puros olores y las echa en una
canasta que rechina igual que sus huaraches cuando se va pisando el
tumbadero. Ojalá vieras los charcos donde se bañan las nubes que se
dejan tentar disque muy mansas y luego se te esconden en la tierra
aguada y haces un lodo con el que puedes amasar muchas figuras. Yo
los hago a todos, a mi mamá, a mis hermanas a la Lupe y me acuerdo
de esa historia de Dios cuando cogió una bola de barro y formó a nuestro
padre Adán, que como no le decía nada, ahí helado el pobre, le metió
de un soplido el alma y se pudieron despertar todas las hermosuras.
La imaginación es como el cine ¿verdad?. Uno no sabe y de repente
ya andas adentro de las palabras y eres ese que pisa la luna enfundado
en un traje todo plateado y estás en medio del infinito que es igual
que cuando miras para adentro de ti y todo se te revuelve y de tanto
ver ya no ves nada, o te empujan lleno de collares a un volcán y para
que te avientes muy a gusto te adornan el miedo con la música de muchos
tambores, o te cortan la cabeza en una plaza llena de gente que come
elotes hasta que te despierta el sangrerío y ya está, te deja otra
vez entre todos los ojos que también miran y buscan una mano de donde
agarrarse en la negrura. A lo mejor te preguntas por qué te escribo
tantas cosas, pero es que hoy por la tarde nos llegó una visita. Desde
aquí escucho el ruidajo de la loza en la cocina, como si todos quisieran
tapar la voz de esa mujer que habla y habla, llora y luego habla con
un desespero que va cayendo como la oscuridad en la casa. No puedo
explicarte lo feo que se siente oír ese lamento apagado, pero es como
si los ojos se te hubieran ido y anduvieras ciega tentándote la cara
toda mojada de tristeza. Quisiera que todo sonara a las pulseras de
la Lupe que chocan unas con otras alegrándole esos brazos con los
que a veces sale de su brusquedad y me abraza para decirme: No se
preocupe niña, al cabo que todos estamos muertos. ¡Qué bárbara! ¿Tú
crees?
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FOTOGRAFÍA:
Pedro M. Martínez ©
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