Sala de espera
Gustavo Martínez
Siempre
hubo algo que a Martínez lo tuvo intrigado durante años. Y
es lo relativo a la duración de un sueño. Él siempre tuvo la sospecha
de que un sueño puede tener una duración de una centésima de segundo.
Y abonaba esta teoría con lo que le había ocurrido en varias oportunidades:
el despertarse por un ruido violento como una voz enérgica, el golpe
de una puerta o una explosión de un caño de escape en la calle. Había
advertido que este ruido violento se incorporaba al sueño y encajaba
perfectamente con el argumento de éste, de tal suerte que el ruido
era el remate del sueño del cual despertaba.
Pero no podía aceptar que, invariablemente, este
ruido accidental coincidiera con el argumento onírico encajando como
la última pieza de un puzzle. Esto no era algo lógico. De manera que
acuñó la teoría de que el ruido violento y el sueño eran casi simultáneos.
Es decir, el ruido disparaba un sueño fulminante de una fracción de
segundo o tal vez sin duración en el tiempo, y de esta manera ruido
y sueño se integraban en una sola pieza.
Un día Martínez se despertó confundido. No podía
darse cuenta cómo era que estaba ubicada la cama con respecto al dormitorio.
Intentó imaginarse, sin abrir los ojos, de qué manera estaba ubicado
él mismo en la cama. ¿Y el resto de las cosas? ¿La ventana a la derecha?
Pensando mejor, la tendría enfrente. ¿Y qué sentido tenía ahora establecer
esa ubicación de las cosas respecto a él?
Pero algo más le preocupó. ¿Estaba sólo? ¿Acompañado?
¿Era soltero? ¿Casado? ¿Vivía en pareja? No podía ordenar las ideas
ni muchos menos recordar cosas. Abrió los ojos para poner fin a la
confusión. Nada vio, o mejor, lo que vio fue todo negro, pero de un
negro profundo sin matices.
Intentó estirar el brazo hacia un lado; no pudo,
tal vez la ropa de cama muy apretada. Pero en todo caso no había sitio
para otra persona. Luego hacia el otro lado; tampoco pudo por la misma
circunstancia.
Le llamó la atención una cosa: el silencio tan
puro, la ausencia total de sonidos.
Tenía dificultad en respirar, por eso tal vez
no podía percibir ningún olor.
Un miedo inexplicable comenzó a invadirlo. ¿Cómo
era posible que no pudiera conectarse con su pasado inmediato, con
lo que había sido hasta ayer no más? ¿Y por qué le estaba ocurriendo
eso?
Él mismo se exigió calma, tranquilidad para poder
pensar y recordar. Tenía que salir de esto. Lo mejor sería levantarse
y abrir la ventana o la puerta. Ojalá tropezara en la oscuridad con
algún objeto. Ojalá tuviera que golpear la mesa de luz e insultarla
como si fuera una persona. Tenía necesidad de ruidos, de golpes, de
dolor. No esa angustia creciente sin solución.
Era una buena idea, pero, ¿si no podía levantarse?
Lo pensó mejor y decidió quedarse un instante más, acostado, dilatando
el momento que para él iba a ser el momento de la verdad.
¿De qué verdad? No lo sabía, pero intuía algo
tenebroso.
Y como una densa niebla que se va abriendo lentamente,
de esta manera comenzó a vislumbrar su pasado inmediato, un pasado
de dolor, de sufrimiento, de enfermedad.
No quería volver a eso, no. En donde se encontraba
ahora, no había dolor, no había luz, sonidos, olores, pero no se sufría.
Tal vez tampoco habría placer. Pero prefería esto. La ausencia de
dolor cuando se ha sufrido mucho es como el súmmum del placer.
Recobró totalmente la memoria, la conciencia
de su situación, y volvió a su vida normal, anterior a la confusión,
pero no al pasado inmediato, sino un año atrás, en donde no sufría
todavía.
Pero no se olvidó de todo lo que había vivido
en su «ensueño», y resolvió tenerlo presente para vivir mejor, para
gozar de la vida en tanto esto fuera posible. Disfrutar de todo momento
por insignificante que pareciere.
—¡Sr. Martínez! —casi gritó la asistente del
doctor, sacándolo de su somnolencia.
Pasó al consultorio, entregó el resultado de
sus análisis, y espero pacientemente a que el médico los estudiara.
—No se alarme, pero tenemos que empezar con un
tratamiento severo sin pérdida de tiempo —dijo el doctor terminando
de derrumbar a su paciente.
—Ya lo sabía doctor, no se preocupe, lo tengo
asumido. Con toda confianza, ¿Cuáles son mis expectativas de vida?
—No es fácil la respuesta, todo depende de la
respuesta del organismo al tratamiento, últimamente la ciencia ha
hecho avances formidables en este tipo de enfermedad.
Como consuelo había sido bastante burdo pero
él sabía que el médico no podría actuar de otra manera. Pero de todas
maneras hubiera preferido una mentira piadosa al mazazo de la verdad.
—Doctor, necesito prepararme y preparar a mi
gente, dígame algo aproximado, ¿un año tal vez?
—Mire, ha habido casos de recuperación sorprendente,
por eso yo aspiro a que usted pase ese lapso que me dice, con largueza.
—Gracias Doctor —dijo él sorprendiéndose del
sonido de sus palabras de despedida, por lo absurdas y sin sentido.
Y cuando llegó a su auto, al sentarse, sintió
el dolor otra vez, más fuerte, más penetrante que otras veces, tal
vez porque ahora se sumaba al mismo, la certeza, que durante un tiempo
intentó soslayar.
Pensó en su futuro inmediato: un año de dolor,
de sufrimiento atroz, de desesperanza.
Pasó el tiempo y por fin, creyó él que estaba
llegando al final de su calvario. Ya no sentía las voces, no podía
ver, no podía mover sus brazos, no sentía ningún aroma, tenía dificultad
en respirar. No tenía conciencia de la ubicación de la cama, respecto
al dormitorio, ni tampoco de la ubicación de él mismo en la cama.
Pero ahora, no quería comprobar nada.
—¡Sr. Martínez...!
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ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía
por Olga Taravilla Baquero © (Participante en la
1.ª muestra de fotografía Almiar - 2002).
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