El arte del
Birlibirloque
(y otros relatos breves)
Ricardo J. Pérez
García
El maestro del arte del
birlibirloque fue el andaluz Mateo Estrella, y su obra cumbre el dejar
preñadas a todas las solteras del pueblo de San Juan del Ratón, una
villa poco relevante por la zona de León o por ahí. De todas sus presuntas
víctimas, entre las que se incluían desde una preciosa criaturita
de diecisiete primaveras hasta una enlutada solterona de cuarenta
y cinco a la que nadie del pueblo había visto nunca traspasar el perímetro
que traza un círculo de radio la distancia entre su puerta y la iglesia,
y que incluía una tienda de ultramarinos, una mercería y una botica;
tan sólo la jovencita declaró haberse cruzado con Mateo al doblar
la esquina de la iglesia un martes, ya atardecido, a punto de ocultarse
el sol. Dice la chica que Mateo la miró, la sonrió, y que ella sintió
un tenue calambre a la altura del estómago, nada más. Que no sintió
miedo, pero que por pudor aceleró el paso. El resto de afligidas damas
encintas afirmaba enfáticamente desconocer completamente al autor
de su ultraje. La solterona, llamada, casualmente, también Estrella,
por ejemplo, declaró no haber conocido ni siquiera de paso a Mateo,
aunque un testigo verificó que se cruzaron en la entrada de la botica
y que Mateo tuvo la deferencia de apartarse manteniendo la puerta
para que ésta pasara; doña Estrella quiso recordar el episodio por
un levísimo desfallecimiento que notó al traspasar el umbral, y que
comentó, en confidencia, al boticario por si pudiera resultar síntoma
de algún mal en ciernes —doña Estrella es algo hipocondríaca—, manifestación
que éste confirmó.
Estas declaraciones se
produjeron como resultado de una investigación que realizó el jefe
de la guardia civil de San Juan a título particular, pues no se interpuso
ninguna denuncia, ante la noticia del embarazo simultáneo de las veinticinco
señoritas. Fueron interrogados todos los posibles pretendientes de
cada una de las víctimas y el mismo Mateo Estrella en calidad de foráneo
y por lo tanto primer sospechoso. Pero la excelente educación que
este exhibía, aparte algún que otro ademán que casi lo acusaba de
intereses contrarios lo excluyó inmediatamente de toda inculpación.
Diez meses después (debido a un retraso de doña Estrella) se pudo
comprobar que todos los neonatos eran varones, que todos sin excepción
lucían un lunar en la mejilla derecha y un gracioso tupé sobre la
frente en su rizada cabellera; todos recordaban, precisamente por
estos detalles al ya casi olvidado Mateo Estrella. El caso fue archivado
al no volver a tenerse noticias del misterioso violador.
El
arte de sostener
El inventor del sostén
fue Sir Suject, un philipin pointer, como se denomina en Inglaterra
a los vividores, que encontrándose de visita en el prostíbulo de Mmselle.
Cachond observó empíricamente que las tetas de la pupila Bernadette
(Victoria O'Flannagan, una irlandesita que había emigrado a London
desde el condado de Londonderry en busca de una oportunidad) se veían
realzadas cuando su propias manos las sostenían desde atrás, y que
ello le ponía aún más que observándolas de frente, lo cual corroboraba
enfáticamente Bernadette.
Una lengua
muy viva
Era china y se llamaba Wong, pero se hacía llamar Priscila. Apenas
hablaba y cuando lo hacía empleaba un dialecto Tailandés que nadie
le entendía, pero conocía en ciento dos idiomas la expresión que invitaba
a recibir una felación. Esta información fue corroborada por el doctor
en lingüística comparada por la universidad de Oxford, sir Henry Alcanfort
que se hizo repetir y anotó metódicamente cada una de las frases y
el idioma del que provenían, algunos de los cuales hubo de deducirlo
y rechazar la conclusión porque le llevaban a admitir que la china
Wong había cometido felación con un egipcio de la tercera dinastía
y con un indio maya (no otra razón podría encontrarse para que Priscila
hubiera aprendido esos vocablos en tales idiomas, si excluimos como
imposible, claro está, la de que se las hubiera enseñado un experto
en lingüística comparada).
La empresa más
limitada
Pese a su cortísima producción
anual y la terrible competencia en el mercado de los cosméticos, Cosme
Ticiano ha conseguido que su pequeño negocio se mantenga a flote sin
variar la productividad, ni explorar nuevos mercados —que de todas
maneras le serían imposible de abastecer— y, lo que es más importante,
mantenerse a sí mismo y a su familia en condiciones más que holgadas.
Todo comenzó cuando Cosme, en un arranque de espontaneidad, —estaba
pasando una crisis de madurez— decidió entrar en el prostíbulo que
abre sus puertas junto a la fábrica de tabacos en la que cumplía su
oficio, a desahogar un pequeño antojo de carácter lúbrico que tiempo
ha le venía remordiendo el deseo. Por no desajustar demasiado su estrecha
economía optó por la pupila de saldo, una cincuentona que había perdido
mucho de su encanto a causa de su prematuramente avejentado rostro.
Cosme cumplió su efímero sueño y la vieja meretriz cobró por ello.
Pero fue mayor el beneficio, pues los efluvios seminales de Cosme
le obraron tal maravilla en la piel de su rostro que en cosa de horas
pudo observar asombrada que el espejo reflejaba un recuerdo treinta
años atrás. El alborozo entre las pupilas del burdel fue tal que Cosme
se vio gratificado durante meses con toda clase de sueños eróticos
con los que jamás se atrevió a fantasear, siempre, y únicamente, a
cambio de no «derramar su semilla sobre la tierra baldía». Hasta que
su mujer entró en escena. Persona de carácter práctico, decidió embotellar
el elixir y distribuirlo entre las casas de lenocinio de la ciudad
a un precio justo. Hoy el Fluído Ticiano es exportado a los países
más importante a unos precios astronómicos, naturalmente muy lejos
del alcance de las hetairas locales que se deben conformar con un
producto de menor calidad, vendido con la misma firma, pero a precios
más reducidos. No faltos de solidaridad, Cosme y su esposa han incluido
en el negocio tanto a sus hijos como a primos, cuñados y demás familia,
todos gente de hábitos muy sanos y que viven encantados de haber recibido
esta oportunidad.
Algo terrible
Algo terrible
aconteció sobre Londres durante el siglo diecinueve, en el tercer
cuarto del siglo. Fue el caso del destripador que, eligiendo como
víctimas, preferiblemente, a prostitutas, tras estrangularlas les
abría el vientre y les extraía las vísceras, abandonando el cuerpo
abierto en canal y vacío. En mil novecientos setenta y cuatro, la
prestigiosa casa Limited Son, cuyo objeto mercantil era la fabricación
y venta de preservativos, que abrió sus puertas precisamente en los
días en que actuaba el criminal con un pequeño negocio en Slimburry,
gracias a los esfuerzos del excirujano J. Walter MacKarnish —expulsado,
al parecer, del colegio de médicos, por su excesivo celo empírico
en estudiar las enfermedades venéreas entre las prostitutas del barrio
en el que finalmente abrió su negocio, y en torno al cual tuvieron
lugar los tristes sucesos referidos al principio de esta noticia—,
negó rotundamente que hubieran pruebas concluyentes acerca de que
su fundador pudiera ser identificado con Jack
el Destripador.
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Ilustración:
Physician auscultating,
By Anonymous [Public domain], via Wikimedia Commons.
*N. de R.: Esta página
fue reeditada en agosto de 2014 y septiembre de 2017, por lo que no
muestra el diseño con que se realizó originalmente.
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