Edgar Ramírez
Mella
Poema de la dama boba |
Vanidad sube a la azotea: punzada en el talón, grito en la nube, tendón de Aquiles y pétalo rojo. Vanidad víbora en la sangre ebria, entonces los sucesos más inesperados: Altalzor y la realidad encrudecida, el frío polar de las estrellas sin mar ni norte. Un paso atrás es ¡buenos días!, un paso al frente una proposición obscena; si rasco mi oreja derecha con la mano derecha, —sexo oral—; si rasco mi oreja derecha con la mano izquierda: los patos salvajes no sabrán ya migrar y por supuesto, la temporada de caza se extenderá todo el año. Si tuerzo mi boca sin fruncir el ceño las anguilas no encontrarán su camino hacia el Mar De Los Sargazos y por supuesto los ríos de las zonas templadas llorarán tanto que quedarán secos y exhaustos, y los desiertos se multiplicarán sobre todas las ciudades de los países desarrollados. A sotavento, si rasgo mi túnica, un ejército de cadáveres azotará las islas, y si piso aquel umbral que todos conocéis, —donde la sombra habita permanentemente—, los trópicos caerán en su ciclo glacial y un fuego gélido echará a perder las rosas. Por ello y algunas cosas más cierro los ojos, cruzo mis manos, y no me rasco ni camino. Vanidad baja a los sótanos de palacio, no hay dolor, sólo polvo y telarañas; las criptas del rey de corazones y el rey de espadas, fueron profanadas durante la última revolución de los escribas y ha quedado un olor a almendras con caramelo permanente. Vanidad víbora se esconde debajo de las piedras y no prueba el vino, por ello la calle hoy está tranquila y se detiene la historia interminable.
Contactar con el autor: Ilustración: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
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