Manuel Parra


Miguel hernandez.jpg

Como el otro Miguel soñó a Quijano,

también Miguel asume su destino

y tres veces emprende su camino,

y empieza a ser Miguel menos huertano.

Difícil fue la senda, nunca a mano

estuvo la abundancia, y fue su sino

bien colmado de penas, y su vino

el poso tuvo del dolor humano.

Tras su primer salida, fue apresado

regresando a Orihuela, aunque, aclamado

por sus fieles amigos verdaderos,

ni penas, ni escaseces, ni fracasos

capaces fueron de parar sus pasos,

que en busca de la fama iban ligeros.



Era el pedir preciso y él lo hacía.
Pidió, terca, constante y pobremente,
tanto pidió y tan repetidamente
que casi natural le parecía.
Mas en el treinta y seis llegase el día
en que pudo vivir valientemente,
sin a nadie pedir, y airadamente
entrar como uno más en la porfía.
Entonces, de ataduras liberado,
a las trincheras, sin dudarlo, acude,
y es su palabra viento emocionado
e indignado temblor que lo sacude
y cabalga en sus versos desbocado:
y ya nadie es preciso que le ayude.


Oscureció su sino y tristemente
por cárceles de espantos habitadas
pasó Miguel sus horas torturadas,
muriendo lenta y despaciosamente.
Cuán trabajosa y cuán inútilmente
le advirtieron con gestos y miradas
que, estando sus jugadas acabadas
era inútil luchar contra corriente.
Musitó: desgraciada Josefina
en el final instante decisivo.
Cuando ya su vivir se le termina,
Miguel expira como un árbol vivo,
herido y moribundo, que declina
con cósmico temblor definitivo.



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m.parra[at]imasdigital.com


IMAGEN: Miguel hernandez by Unknown - http://www.flickr.com/photos/uned/4702976463/. Licensed under Public domain via Wikimedia Commons.



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