artículo por
Adán Echeverría

 

Los hay que escriben para conseguir los aplausos humanos,
gracias a las nobles cualidades del corazón
que la imaginación inventa
o que pueden poseer.

Yo, por mi parte, me sirvo
del genio para pintar

las delicias de la crueldad.

(Lautréamont)

 

S

obre la poesía mexicana los apuntes necesariamente son varios en los terrenos de lo estético, y con la pretensión de abarcar toda la literatura se ha intentado contenerla mediante límites e imposiciones que no ganan nada en importancia, pero suman a la tradición lectora. Estos aparentes límites en que se intenta agrupar, tienen todo de visiones sociales, enfados políticos, y pretensiones de inclusión, y poco de valor más allá de la consecuente aspiracional de llegar a un mayor número de lectores, para lo cual siempre servirá el presupuesto, el mecanismo de los contactos sujetos en el tiempo, y las instituciones  en  que  se  demarquen.  La poesía  es  mucho mayor —toda la literatura— a estos parabienes de los autores y antologadores. Lo estético es apenas un sujeto comunicativo, que no deja de ser un reflejo de las lecturas y experiencia de cada autor. El avance tecnológico con fines de comunicación ha prendido, desde los noventas del siglo XX, las posibilidades para que el alcance lector tenga sólo una limitación: las ganas de quien quiere buscar información. Su precaria conciencia de qué quiero encontrar y sobre qué quiero validar mis búsquedas. De esta forma la poesía —como muchos otros temas que quieran estudiarse— ya no dependen de los grupúsculos que quieran apropiarse las verdades absolutas. Estas torceduras generacionales, y sus consabidas tomaduras de pelo, no son más que ejercicios superfluos, en los que las convenciones vigentes pretenden acomodarse de acuerdo a los muy diversos factores que representen a una generación: por edad, las décadas de su nacimiento, o por las posibilidades y figuraciones de eventos o sucesos, trágicos o mercadológicos; y entonces poder hablar de generaciones X, Atari, del Terremoto (en México refiriéndose al ocurrido en 1985). Todas al final, en esta vigencia, han dejado de apuntar sobre el divergente discurso en el que se asienta la obra de los autores que se van leyendo y releyendo. Porque precisamente en este releer los trabajos de los poetas mexicanos y extranjeros afincados y editados en México, es en donde se puede reconocer si se está entrando o no a la tradición literaria de nuestro país. La multiplicidad de talleres literarios, encuentros de escritores, premios de literatura, ferias de libro y la lectura, portales de Internet, blogs —bitácoras electrónicas—, páginas en redes sociales, revistas virtuales; en fin, desde cualquier medio uno se va enterando de las producciones literarias, y éstas han dejado de ser pocas, aunque mantienen algunos vicios, que lejos están de lo literario, y nada tienen que ver con la estética sino con la simple banalidad que rodea, como un aura, a los autores que se lo permiten.

En la literatura mexicana, en la poesía, el discurso viene a ser lo que menos conoce la gente que gusta leer. Haga usted este ejercicio: Hábleme del libro más importante de Julián Herbert, cuál es la temática principal de Alejandro Tarrab, de Maricela Guerrero, de Manuel Iris, Nadia Escalante, Daniel Bencomo o Daniel Saldaña Paris, de Dolores Dorantes, Amaranta Caballero, Lucía Yépez, o Alexandra Botto. ¿Es posible agrupar las poéticas de Ángel Ortuño, Luis Alberto Arellano, Álvaro Solís? ¿Cuál es el mejor poema que ha dado a la tradición Karen Villeda? ¿Cuál es el estado de la poesía escrita por mujeres en las primeras dos décadas del siglo XXI? ¿Cuáles pueden ser las preocupaciones de las poetas mexicanas en esta actualidad, si con Susana González-Aktories señalamos que: «es ya en sí un hecho indignante que a estas alturas de la historia literaria se sigan elaborando antologías exclusivamente femeninas?».

Porque a la poesía sólo se acercan los poetas (hombres y mujeres), pero muchos poetas se acercan más a otros poetas que a los poemas que estos desarrollan. Los poetas no se acercan a la crítica, la soslayan, no se dejan atrapar sobre ella, no se dejan recibir en sus versos, no conocen a sus colegas, sus fórmulas, sus texturas, sus inclinaciones, cuáles son y han sido sus lecturas, cuál su evolución, escriben poemas, ensayos, cuentos, novelas, o sólo poemas. Los poetas de este año 2016, en México, tienen cientos de contactos poetas en las redes sociales, muchos de ellos becarios, premiados, editados en la enorme diversidad que existe, y ni aun así se leen, ni escriben sobre sus obras nada más allá que unas palabras de presentación de libro, las reseñas halagadoras, algunas diatribas si no somos compas, pero pocos son los estudios profundos sobre sus poéticas, visiones, posturas, y además, sobre aquellos que —quieran o no los académicos— forman parte de su misma generación de escritores. El tema es amplio y los textos pocos.

Ya en 2009, los promotores culturales que gustan de la poesía mexicana Rubén Falconi y Romina Cazón, lanzaron el Panorama de la Poesía Mexicana, en la que agrupan la obra de 69 autores. Y desde 2008, yo tuve la oportunidad de reunir en el proyecto Del silencio hacia la luz. Mapa poético de México, la voz de al menos unos 600 autores publicados y premiados en el país; en las páginas de estas obras, los temas son tan variados, incluidos los temas que pueden causar escozor, lo que habla tanto de preocupaciones vigentes como de posturas críticas sobre la época en que se escribe. Porque los autores retratan ese fragmento social que les toca mirar, pensar, criticar además de vivir; y hay que validar lo dicho por González-Aktories: «La poesía mexicana actual se ha vuelto inabarcable». El académico Mario Calderón (como le gusta que le digan) señalaba en un pequeño texto publicado en la revista de una universidad, que poetas de «la generación de los 50» del estado de Puebla no eran considerados en los diccionarios de escritores del país, y apunta, dándose las dotes de ingeniero vial, que «a pesar de que Puebla se halla a dos horas de distancia de la Ciudad de México». Pero Mario Calderón, más allá de su constante quejerío de «háganme caso o les mando a mi hijo», tampoco discute propuestas poéticas, visiones, ni el desarrollo de la crítica sobre la poesía. Es decir, no hace crítica, retrata, muestra, se queja, pero no hace crítica ni profundiza jamás en los textos. Hablar y quejarse, poco escribir sobre los autores, es la tónica de siempre, y cuando alguien escribe sobre las obras, se acusan de Resentidos, de Provincianos, de Renegados, de Oficialistas, de…

¿Existen libros sobre la poesía mexicana? Claro que existen. Existen libros, existen prólogos, existen artículos críticos, pero no son del todo abrevados por los lectores; no se difunden, no se discuten, no se cuestionan. La discusión es la misma. Son muchos los poetas, pocos los que leen la obra, pocos los que critican, pocos los que profundizan, pocos los que se acercan a estos estudios de manera concienzuda. Una de las formas de acercarse a la Poesía Mexicana, considerando entonces el amplio número de obras, autores, premios, becas y demás, es hacerlo por medio de las Antologías. Las antologías que han recogido aquello de lo que líneas arriba hemos dicho, esa intención de poner límites para poder congregar y retratar un espacio de tiempo de la creación poética. «Los años más fecundos en la elaboración de antologías poéticas comienzan en la década de los setenta, con la publicación de treinta y seis antologías», dice Susana González-Aktories, y luego intenta ser más clara y señala que Zaid además de poner al día un ejercicio crítico-estadístico de poetas, desarrolla la «antolometría» es decir, «la evaluación de los poetas mediante estadísticas y taxonomías de diversos tipos». Cero profundidad sobre el pensamiento a través del tiempo que viven los autores. Nunca puede ser más importante la vida del autor sino el sentir de su discurso dentro de sus obras.

Malva Flores, en el prólogo de su La culpa es por cantar (precisamente un libro en el que se busca discutir sobre poesía mexicana) nos recuerda que «ser incómodo» ha sido la función de los poetas pero, además de pellizcarle el culo a la presentadora, o levantarse en el foro, y hacer el performance de tipo(a) rudo(a) «o de protagonizar escándalos en las ferias y pasillos literarios, los poetas eran incómodos porque eran críticos (no sólo de poesía). Eso también ya está pasado de moda, al menos en la forma como acostumbrábamos». Y es lo bastante castrante. Las lecturas de poemas vueltas espectáculo: «¡Me desnudo y que me bañen con sangre! ¿Escuchaste el poema?, no, pero qué buenas tetas de la chava».

Aún recuerdo un encuentro de escritores en Mexicali, el turno de leer al poeta Óscar David López, quien se levantó de la mesa, se acercó a una esquina del entarimado, sacó de una bolsa dos maracas, y comenzó a agitarlas mientras iba declamando los poemas del que era su más reciente libro. El compañero a lado mío, se inclinó para decirme: «Supongo que las maracas vienen con el libro, para que tenga sentido el performance». El romanticismo del poeta aún nos queda a algunos, y se nos tacha, como atinadamente define Malva Flores, de poetas de mantel: «poetas que no practican gimnasia en el escenario, no disponen de un aparato pictórico-esotérico-musical que los acompañe y leen sentados frente a una mesa cubierta con un paño verde o azul».

Pero el escándalo ahí pervive. Las redes sociales han dado valor a los miles de millones de individuos e individuas que leen poemas, y escriben textos para ponerse a discutir con los poetas. No tengo por qué esperar que una editorial diga que soy poeta. «¿Y dónde publicas tus textos? En un blog que está súper genial, hay buenísimos poetas, excelentes, y mis textos gustan mucho. No creo necesitar el premio Aguascalientes, ni que me publique Tierra Adentro para saber que mis poemas son mejores que los de muchos que están antologados por todos lados». Pensar en aquello del autodidactismo, pero de manera irresponsable: «Que hueva estar comprando libros en las librerías, si uno puede obtener lo que quiera del Internet». O el post que recientemente leí en la red social: «Me decían que vaya a talleres de literatura, me decían que tome clases de literatura, que busque becas, que busque ganar premios, pero acá les dejo la carta de la editorial Po… que ha decidido publicarme sin todas esas jaladas que me dijeron que haga y no hice. ¿Cómo les quedó el ojo?». Y no cabe en el orgullo. Para publicar un libro en papel, deja que alguien invierta en ti, no seas tan soberbio, que alguien valide tu trabajo: un jurado, un especialista, un editor, un grupo editorial. En vez de validarse con un: «T.S. Elliot, publicaba sus propias obras. No tiene nada de malo que tú mismo seas gestor de tu obra, y creador». Y el único lector, añadiría.

1. Del Wereverfresa a la noche triste de Castro-Chimal

No culpen a la sociedad de lo que lee. Si las editoriales y los medios de comunicación, que se mueven por el dinero que en ellos invierten sus anunciantes, esas mismas empresas editoriales, promueven  ese tipo de lectura, la gente  —que pretende ser lectora— eso leerá, deseará leer y promoverá como lecturas necesarias entre los suyos. Uno se acerca a los stand de libros de una feria, camina en las librerías y ahí están las listas de «Los más vendidos». Uno lee reseñas todo el año, y algunos esperan ansiosos esas listas de Los Mejores Libros del Año, pero no quiere resistir y pensar que la gran mayoría de esas reseñas son pagadas a los reseñistas por las mismas editoriales, con el fin de promover a sus autores. Hay reseñistas honestos, pero por supuesto. Pero si un reseñista se lanza contra una obra para decir lo que realmente piensa, la editorial no lo buscará, ni le pagará sus columnitas. Entonces el crítico honesto se ve tentado a hablar de la literatura, de las oportunidades, y no profundizar en una obra. Vivir del: «todos los libros nos dejan algo», pero no aclarar que lo que nos puede dejar incluso es «no volver a leer a ese autor».

Me  da  gusto  que  la  gente  lea,  intento  poner  de  mi parte —al igual que muchos otros promotores de lectura— en sugerir lecturas, autores y obras a los participantes de mi taller, a los compañeros escritores para que lean más allá del entretenerse, a los que escriben en mi revista para que lean más allá de la propia obra personal, y en brindar espacios para el esparcimiento del pensamiento de aquellos que les gusta la lectura.  Me  da  gusto  que la  gente  lea —insisto,  insistiré siempre—, y quisiera muchos espacios y oportunidades para que puedan hacerlo y contagiar siempre a más personas de este vicio. Pero desde la casa, desde la lap, el feis, o la tableta, es difícil competir con empresas mercantiles que influyen económicamente en universidades y gobiernos para la planeación —y la estadística— de ferias de libro y lectura, como en Mérida la de la Filey, cuyos principales organizadores son personajes de la Universidad Autónoma de Yucatán. Mi crítica no es solamente a las empresas editoriales, que de sus ventas tienen que sobrevivir.

Mi crítica es a esos universitarios cuyos estudios —muchas veces con formación cercana a la literatura, la sociología— sí les han hecho tener conocimiento y saber, y tienen conciencia de qué cosa es un texto literario, y qué cosa sólo es un producto mercantil de una editorial (Jordi Rosado, Werever[loquesea], Carlos Cuauhtémoc Sánchez y otros), y se privan de opinar, o peor… enaltecen —por un sueldo— participar, organizar, decidir, planear, llamar por teléfono, hacerla de staff, y en fin… trabajar como organizadores de estas ferias de lectura y libros a favor de esas empresas editoriales que ofertan un sin fin de basura literaria, y como personas formadas en letras, critican a los lectores que se acercan a esos héroes del decoro, la buena conciencia y la parafernalia tipográfica. Como universitario que has sido formado en letras, saber que ofreces como literatura un producto que es otra cosa, cuando tienes cuatro o cinco años de estudios de literatura, es como ser biólogo y promover el daño sobre un manglar porque te pagan un buen dinero (en ocasiones ni siquiera tan bueno). ¿Dónde el juramento como profesional para los egresados de escuelas y licenciaturas en literatura? ¿Cuál es —si lo hay— o cuál sería su juramento profesional? Yo prometo siempre ser crítico de todo texto que pretenda aparecer como literario, habrían de decirse.

Mientras los fotógrafos de los periódicos de una ciudad se dan a la tarea de documentar eventos multitudinarios sobre esos «bufones literarios» que promueven las editoriales, existen autores como Raquel Castro y Alberto Chimal, Rodrigo Castillo, que se enfrentan a salones vacíos por la pobre o nula promoción que se ha hecho de sus obras de ficción, o sus ensayos literarios. Ya he visto que la editorial de Rodrigo Castillo, sobre ensayo literario deportivo, respecto del boxeo (La dulce ciencia), intente una presentación en una Feria del Libro y se encuentre totalmente vacía, pero decenas corren a tomarse la foto con E. Poni, con Carlos Cuauhtémoc, con Jordi Rosado, y demás fauna, para publicar en feis y decir: «Este soy Yo, con la Poni» —sé que todos tienen la suya. Poner a competir a poetas y narradores en los mismos salones con los Youtubers, es un equívoco. Es, además, una forma trágica de humillar a un escritor literario, que sabido es no tendrá las mismas oportunidades para acercar lectores. No sólo es que su editorial no haya hecho la suficiente promoción de su trabajo literario, de su obra; acá lo terrible es que esos estudiantes de literatura que se dedican a trabajar como staff dentro de la feria, aquellos organizadores, en toda jerarquía de decisión, no promuevan a los escritores por igual, intentando que cada quien tenga su propio público.

Luego esos mismos promotores de cultura, de lectura, esos estudiantes de literatura de las universidades, señalan que no hay calidad en la feria, cuando compañeros suyos, maestros suyos, autoridades de su Alma Mater, son quienes organizan dichos programas junto con las editoriales, y no se permiten la sana división de espacios, de programas de mano, de estructuración de temáticas y los tiempos dentro de las ferias. Que se arruinen solos, parecen decir. Den gracias que les dimos espacio. Hay que culpar a los organizadores por no estar a la altura, culpar a las mismas editoriales por publicar diversidad de temas y ofrecerla como si de literatura se tratase, y culpar a todos los que participan en los medios de comunicación que promueven y reportan y no critican lo que se ofrece en estas ferias. Culpar a los mismos escritores por no hablar sobre los libros, por no promover la calidad literaria, y por seguir permitiéndose la descalificación barata, sin pizca de profundidad. No puede ser válido culpar a los que van luego por el autógrafo de cualquiera de esos bufones literarios, ¡carajo, les han dicho que son escritores, y se los topan en ferias de libro! Cuando queramos que se lea buena literatura, empecemos por criticar la que hoy nos ofertan las librerías.

2. Definamos lectura definamos libro definamos feria

Demos un paso, definitivamente para afuera de esta Escuela del Resentimiento, que bien ha sabido mencionar Harold Bloom, y de la cual Mariano Azuela en la mitad del siglo XX dejó zanjada la discusión entre académicos y escritores al señalar lo aburrido y engorroso que puede ser para alguien que desde la academia busca ser crítico de la literatura, sin permitirse escribirla, cultivarla y menos analizarla. Y digo que la discusión quedó zanjada, y es penoso que en el 2016, el ya mencionado «académico» Mario Calderón vuelva sobre esos pasos a querer señalar que sólo pueden criticar la literatura aquellos que tengan estudios académicos en el tema, validado por algún posgrado. Pero más penoso resulta leer los textos de Mario Calderón, o que otros personajes de la literatura se suban a esta tonta discusión: En qué te convierte discutir con un tonto. Para dar respuesta a alguien como Mario Calderón, baste leer sus trabajos académicos, para darse cuenta, que no tiene sentido tomarlo en serio.

En estos prolegómenos en que siempre se pretende la desnudez de las conciencias, que más bien parece «el rasgarse las vestiduras», habría bien en definirse primero lo que es una feria, un libro, una lectura, un poema, lo literario. Dejar el ridículo aspaviento sobre Qué se debe o No encontrar dentro de una Feria de Libro, lectura y demás apuntes en el título de los mencionados eventos. Ser conscientes de que el mundo no sólo lee poesía, ni sólo lee ensayo académico, ni ensayo literario, cuento, novela, y que las biografías de los escritores y escritoras no es aquello sobre lo que se trazan las ganancias de las empresas editoriales, que bien o mal, trabajan, generan empleo, pagan sus impuestos, y contribuyen a la cultura en este país, con un superávit de 600 parásitos diputados que nos endeudan cada día más.

Cuando vamos a las librerías —no sea usted mentiroso, señor lector, y reconózcalo—, los espacios para los libros literarios son los más pequeños. Pensemos en algunos ejemplos para la ciudad de Mérida, en Yucatán. 1) La Librería y Editorial Dante. Con varias sucursales en Mérida, el estado de Yucatán, y si me apuran hasta hace algunos años llegaban hasta los estados de Quintana Roo y Campeche, pero habrían ustedes de cotejarlo, quizá hayan tenido que retroceder al paso de las devaluaciones. Hablemos del Centro Cultural Dante, justo en la Prolongación Paseo de Montejo. Un edificio de tres pisos, donde el primer piso es la librería, asentada en un espacio aproximado de 40 x 40 metros (consulte un arquitecto para las medidas). El espacio tiene en los primeros quince metros unos escalones hacia un segundo nivel. En este nivel de alrededor de 25 x 40 metros (cuenten sus pasos si lo desean), del lado izquierdo usted podrá encontrar una pared, y sí… ahí, es donde ocurre el acervo literario de la librería, ordenada alfabéticamente. Toda esa pared son libros literarios de autores de diversos países. Se dice que en esta librería no encontrarás libros a favor del Comunismo, sobra decir que el dueño de esta empresa es un cubano, de esos que salieron del régimen y se asentaron en Mérida, años ha. Pero puedes encontrar literatura (¿eso quieren  no?  libros literarios);  bien,  pues  esa  paredsota,  —sólo esa— tiene literatura. Entre los anaqueles de esa pared uno puede, sí es gran buscador, encontrarse algunas obras de poesía, una tablita o dos del anaquel, y si bien les va en ocasiones tienen, en la pared del fondo, un pedacito dedicado a Literatura Mexicana. ¿Y entonces? ¿Y todos los demás anaqueles de las demás paredes? Pues sí, querido lector. También existen otros libros que no son de literatura. Y la Editorial Dante —vayan y pregunten—, no existirían ni vivirían sólo de las ventas de libros de literatura, ni los clásicos y esos dramas de los lectores. (Si no leen a Shakespeare, dejo de respirar, se los juro).

El ejemplo 2) dejémoselo a la Librería Gandhi. Hago un paréntesis para apuntar: Sí, querida mujer rabiosa y divorciada (que no pone su nombre para hacerse responsable de su texto) de la revista Algarabía, en su número dedicado a las mujeres del año 2016, las mujeres de Yucatán no sólo leen recetarios de cocina yucateca y a Corín Tellado, también en ese pueblito de casi un millón de habitantes hay Librerías Gandhi, como hay librerías Educal, Trillas, Porrúa, y museos, y parques, y Cineteca, y Academia Francesa, y demás cosillas que no tuviste oportunidad de revisar, para que la flamante editora de Algarabía te publicara ese malísimo y mal escrito texto en su revistita. Dejando la digresión aparte, la librería Gandhi, situada en Plaza Galerías en el norte de la ciudad de Mérida, tiene un pequeño espacio para los libros de literatura. Una pequeña pared, del lado de la puerta que da a la plaza, y unos anaqueles, tres o cuatro, que por ambos lados acomodan libros, igual ordenados alfabéticamente. Y todos los demás espacios, es para otro número inmenso de libros: superación, religión, jardinería, niños, jóvenes, política, sociología, antropología, carísimos libros de arte —hermosos igual— discos compactos, blue rays, y otras linduras. Así que nuestro segundo ejemplo, igual vende y oferta otros productos como Libros (sí señor, no es un sueño, ocurre) además de los libros de literatura (aunque se muera de nuevo la Bovary).

Los ejemplos 3) librería de la Universidad Autónoma de Yucatán, 4) librería Porrúa, 5) sucursales de las librerías Educal, 6) librería del Sedeculta, por mencionar las más conocidas, tienen su pequeñito espacio para los libros de literatura, y muchos otros libros en una enorme diversidad de temas. Aumentemos la Biblioteca del Edificio Central de la UADY, y la Biblioteca Central Estatal Manuel Cepeda Peraza, con una pequeña sala de libros literarios, y el resto de su acervo compuesto de mucha más temática. Luego entonces: si se venden en librerías, tienen hojas escritas e impresas, una cubierta a manera de portada, y deben ser leídos para enterarte de su contenido, entonces parece y se asemeja a un LIBRO, aunque su contenido no fuera literario.

Si las librerías que conocemos en Mérida (como en muchas otras ciudades) están surtidas y ofertan al público otras temáticas que no solo las literarias y académicas, deberíamos coincidir en que las ferias, mencionemos algunas: Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y la que sucede en Mérida denominada Feria Internacional de la Lectura Yucatán, que ofertan eso que hemos aceptado en llamar libros, no deberíamos esperar que sólo abunden los libros literarios, y que sólo caminen por ahí los escritores con su aura de Chéjov, Sallinger, Poe, Kafka, Cervantes, Camus, Garro, Lessing, Chimal, Jorge Lara, Jhonny Euán. Pasearán por esos pasillos, también los Sociólogos, Médicos, Psicoanalistas, Literatos, Críticos, Youtubers, Mercadólogos, y demás, de acuerdo al éxito que estén reportándole a las editoriales que invirtieron en ellos.

Para los que nos gusta la literatura, claro que sería una joya, y un gran acierto, que se difundieran libros con una profundidad  rebosante  de  ideas,  pero  tendremos  que aceptar —aunque nos duela y enoje— que el dinero mueve al mundo, y que toda empresa editorial que se beneficia del dinero que pagan por comprar sus productos, llevará a las Ferias a los autores que más ganancias les reporten. Esto es un negocio, dejad atrás el romanticismo literario. Sin embargo, los organizadores habrían de tomar determinaciones para, tal como sucede en las librerías, hacer sus ferias y eventos por géneros, y estoy seguro que todos quedaríamos conformes si hubiera Ferias sólo del Libro Literario, y decirle adiós a los Youtubers como Werever(loquesea). Feria del libro Cómico, Feria del Libro Académico, tal como está la Feria del Libro Infantil y Juvenil, que arriba he mencionado. Mientras esto no suceda, es vergonzoso que se lancen contra los lectores que hacen largas filas para tener el autógrafo de lo que hemos osado en llamar: un bufón literario, y llorar porque no hacen la misma fila para que Jorge Volpi firme sus ejemplares. No ataquemos a los lectores. No digamos: Mejor sería que yo escribiera mierda para poder competir (quizá ya la escribas, y nadie ha tenido el valor de decírtelo —te recuerdo que los escritores mexicanos no acostumbran a criticar el trabajo de nadie, principalmente porque no lo leen, no te sonrojes).

Mientras no se definan ferias de acuerdo a los géneros en que se distinguen los libros, las Ferias de Libros serán justo eso Ferias, súbase en el carrusel y decida bien a qué autores ir a ver, tal como decide a quién leer, cuando intenta comprarse un libro. Pero piense usted en que si algunos autores literarios de por sí se portan como unos mamones sin siquiera vender ni agotar sus ediciones de 300 ejemplares, no quiero pensar en el cómo serían si vendieran lo que vende Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

3. De una discusión (sin) estética sobre un portal de poesía

 

¡Oh!, pederastas incomprensibles,
no seré yo quien
lance injurias
contra vuestra gran degradación.

(Lautréamont)

 

Tal como afirma el estúpido dicho «todas las mujeres son unas putas / menos mi mamá, mi hermana y mi hija», los hipócritas se van desgarrando las vestiduras, y quieren proclamar que la estupidez y la soberbia no vienen a ser la misma cosa. Pero lo son. Alguna vez le dije a mi sobrina: «Si dices que tu profesor es un estúpido, en qué te conviertes al discutir con él». Todos sabemos de la existencia de los «machitos de ordenador», porque desde la comodidad de tu casa y sofá, puedes mentarle la madre a alguien, amenazarlo y hasta decirle: «Cuando vengas a Cuernavaca, te voy a partir la madre, por haberme descubierto y expuesto junto a los del Círculo de Poesía y todas sus tranzas». O decirle lo que quieras: Lo tuyo no es poesía. Y entonces agredir: A tu madre sí que le ha gustado. Y luego querer decir que de esto se trata la crítica literaria.

Tres temas entonces: 1) lo que es y no es la poesía, el arte, la literatura (y su discusión de arandelas y arañazos), 2) lo que es el ser gregarios, agruparse, coincidir y tomar partido por quien se victimiza, sin conocer más allá de las múltiples historias, creer siempre lo primero que lee en las redes sociales sin indagar en serio en cada tema, y 3) el convertirse en aquello mismo con que se discute y menosprecia. Si discutes con un «tonto», te conviertes en otro tonto. De la literatura, poética y estética, cada quien sus gustos: y que el tiempo ponga en su lugar a los poetas. Los premios, publicaciones y becas, en este México, no validan el excelente poema y poeta, toda vez que las becas no se brindan a la excelencia. La riña, la rijosidad y los distintos motes de «emergente», la otra poesía, el poeta de arrabal, los excluidos, los acusa-mafias, tampoco validan poetas y poemas. ¿Y entonces qué valida al poema y al poeta? Y la respuesta no es más que otra pregunta: ¿Es importante? Pero no se suben a una discusión seria, de posturas y propuestas, evidencias y muestra de fallos. Leamos los poemas entonces.

Si dos andan discutiendo sobre poesía en una red social, en este tenor: Los poetas de tu página son malos; mi trabajo es mil veces mejor. Y se replica: Tú eres cursi, y se la pasan dándose de zapes por sus definiciones de estética, presupuestos, o demás, productos de esa Escuela del Resentimiento, tan acunada entre escritores mexicanos, allá ellos, son muy sus ganas de pelear estupideces. Pero cuando uno de esos personajes, en un portal de feis, se las da de Adorador de Ted Bundy, o de cualquier psicópata, dice que prefiere a la hija del contrincante con quien discute, en su cama, pues habla de quién es. Y en efecto debería ser denunciado. Quizá por fanfarrón y por irse de lengua vía teclado. Debería demandársele.

Dudo mucho que el tipejo en cuestión esté buscando agredir sexualmente a una niña de dos años —la edad de la hija del poeta ofendido, quien ahora lo ha expuesto a la comunidad literaria de México. No soy psicólogo ni psiquiatra (gracias a Krishna), pero cierto es que el hecho en sí mismo, no me parece el patrón de comportamiento de un pederasta; quien las más de las veces busca pasar desapercibido para los adultos, y vuela por debajo del radar. Eso de andar anunciando en las redes sociales que cometerán ese delito de abuso de una menor de dos años, no me parece una amenaza; pero sí me parecen habladurías de un pobre imbécil (de quien no necesito escribir el nombre porque no intento que se quede en el inconsciente de nadie); me parece un tipo con quien no vale la pena discutir, que no merece mayor atención como la que «muchos otros poetas» quieren darle.

Lo triste del asunto es que —y por eso escribo este comentario— algunos de los que decidieron sentirse ofendidos cuando se hicieron públicas las acusaciones, quieran asumir al comentar en los post de la discusión: «Ya se notaba en sus poemas, (añadiendo la liga a los malísimos poemas del fulano), que el tipo es un pederasta», y luego pongan textos tomados de la Revista Clarimonda, o alguna otra liga en la Internet. Como si dicha revista, al publicar sus escritos, le diera la validez a las acciones que el citado individuo pueda cometer como delitos, en su vida privada. Expongo acá algunos de esos post: «Esta bazofia no puede ampararse en la libertad de expresión ni en la creatividad, y van de la mano con sus actos misóginos pedófilos» (señala una acalorada Ivette Lacaba); «Tiene un blog, cuyo primer poema demuestra lo retorcida que es su mente» (dice luego Ricardo Lozano); al parecer desconociendo lo que es un hablante lírico o un personaje dentro de un trabajo literario —no discutamos la estética de los textos del personaje en cuestión, acá no vale la pena entrar en ese asunto, toda vez que un hecho es que le han publicado algunos libros.

Enrique Serna señala que para las mujeres la actitud de los poetas al elevarlas a un altar terminó por dañar al paso de los años: «La idolatría masculina era en realidad una discriminación encubierta, porque si bien los varones endiosaban a la amada cuando querían conquistarla, en la vida real no podían tolerar sus anhelos de independencia». Ya Baudelaire sentenció: «Amar a una mujer inteligente es placer de pederasta». Acá entonces valdrá la pena recordar que «pederasta» es el abuso sexual de un menor, y «pedofilia», la atracción sexual por estas personitas. Al fulano de la discusión debe demandársele en las instancias legales por sus dichos que rebasaron el decoro, la prudencia, el bien hablar, pero no se puede llegar a decir: «y sus versos lo delatan como pederasta, como pedófilo» como posteara Joaquín Peón  Iñiguez,  editor  y  escritor  yucateco  radicado  en Jalisco; o —desde su parapeto de ridículo y penoso centralismo— señalar como J.M. Servín: «Yo creo que sólo es el típico escritor resentido que abunda en el interior del país, esto es una muestra de su frustración porque nadie lo pela», porque supongo que en la Ciudad de México, capital del país, o en las capitales de las otras 31 entidades federativa del país, no existen típicos escritores resentidos, sólo en provincia (lo que sea que esto signifique en un mundo globalizado). Susana González Aktories tiene a bien indicar que en México el problema del centralismo sigue tan vigente como hace décadas; y no es un absurdo reconocer que la poesía de la que más se habla en los medios de comunicación, y redes sociales, termina siendo la de los grupos poéticos de la Ciudad de México; y el permanente equívoco de que los poetas que quieren triunfar tienen que seguir haciendo un esfuerzo por vincularse con grupos de esas latitudes. Eso ha quedado superado, por más que a muchos aún les cause escozor como a Servín.

Es de pena en verdad que los poemas que alguien escribe, quieran ser tomados como Prueba Pericial o Prueba Sicológica para trazar el Perfil Psiquiátrico de un individuo, que por fanfarrón se quiso pasar de «machito de ordenador», discutiendo con un tío, que igual andaba de «fanfarrón» y pretencioso. Si quisiéramos aceptar que los que escriben sobre «incesto», «violencia sexual», «maltrato», «pederastia», «asesinatos», son autores que segurísimo son asesinos, violadores, perpetradores, pederastas en potencia, ¿adónde nos conduciría este razonamiento de a = b?

Qué pena, querida comunidad de escritores. La polémica es  sobre  que  el  individuo  «tachado  hoy  de  posible pederasta», criticaba el portal de nombre Poesía Mexa (https://poesiamexa.wordpress.com/), apenas un blog de wordpress, donde se pueden descargar libros en PDF de autores mexicanos. Y de ese mismo portal de Poesía Mexa he podido sacar algunos autores, escogido algunos versos, de lo que… por el símil de los temas, deberían ser entonces (de acuerdo a los argumentos expuestos por algunos comentaristas de ese pleito de red social) posibles infractores sexuales, asesinos, violentos, que bien apuntan las cosas que de seguro serían capaces de hacer:

1) «Descubrir que mi novia era hombre, matarla, cocinarlo (tampoco diría que soy celosa o temperamental) o reunir firmas para que la casa del caníbal se vuelva un restaurante vegano», versos extraídos de un poema de Ángel Ortuño en uno de los libros que cuelgan de ese portal de Poesía Mexa. Me parece un texto sumamente interesante; pero de acuerdo a lo que van contando sobre el supuesto «pederasta», entonces el poeta A. Ortuño, que escribe los versos citados, cuyo hablante lírico quiere comerse a su novia, luego de matarla, debería ser un posible asesino. No lo creo. No saquemos los versos del contexto, entendamos de una buena vez la idea del hablante lírico, la recreación de personajes. Porque en esto raya la idiotez del tema. En que una cosa es una infracción verbal, una fanfarronería de red social, que merece la sanción de los operadores mismos donde se suscribe, y levantar una denuncia en el Ministerio Público del Estado Mexicano, en las Autoridades Cibernéticas, solicitar una orden de restricción, e intentar probar que el susodicho personaje quería lastimar a una niña de dos años.

Y con la finalidad de mostrar algunos ejemplos, trataré de llegar a diez, he acá los versos de algunos poetas que encuentran en el mismo portal de Poesía Mexa, con algunos de la antología Panorámica de la Poesía Mexicana de Falconi y Cazón:

2) sigo aquí porque / me tiré por la ventana / en medio de la noche / cuando tenía 7 años / porque violé a mi madre / y lamí un cuchillo / como si fuera mi padre / sigo aquí porque es cálido / y no necesito / ninguna esperanza / solo olvido / y ropa limpia (Ismael Velázquez Juárez).

3) Se puede matar con el mismo juego, llevando cables a los cuellos de las personas, despeinando sus cabezas con la estática. Sus aureolas atadas lentamente, suspendidas como un tendedero de apóstoles en cables (Alejandro Tarrab).

4) La niña juega inocente, del otro lado del cristal, mientras yo me concentro en humedecer mi vagina un poco más (Carla Patricia Quintanar).

5) El olor de una virgen despierta a los durmientes / de dientes afilados / y cuajadas lagrimas / El olor de una virgen / como neblina / cubre el pantano: / tiernas margaritas flotan sobre hirvientes ponzoñas / grandes fauces las devoran / y, como plumas, sus pétalos vuelan / El olor de una virgen / rompe cadenas de Titanes / y los cien brazos de los monstruos / la cubren de caricias / El olor de una virgen / ha penetrado la tierra / y todos los demonios danzan / redimidos (Yolanda Ramírez Michel).

6) Uno sueña con él en todas sus formas / y aparece en el cuerpo de un violentísimo hombre / y en su mirada arde el odio que ha tragado / el amor (Estephani Granda Lamadrid).

7) y polvo de alquitrán en los pulmones / y sexo y droga y quizás amor, quizás un poco de amor. / Punto (Mario Z Puglisi).

8) —Llévese a mi hija, don Abramo. / Es flaca, pero tiene / ojos de lechuza, / ancas firmes. / Cámbiele el nombre. / Llévesela, don Vincenzo, / y hágala bien feliz / con sus comercios (Paula Abramo).

9) Seríamos capaces de matar con tal de que no los consumieras, ya tú sabes, ¡eh! Lo hacemos por ti y por tu bien. De la oficina de alcohol, azúcares, carbohidratos y explosivos te aseguramos que somos capaces de matar por tu seguridad: Imagine all, like us (Maricela Guerrero).

10) Marcas para que nunca me olvides, cicatrices para que me tengas en tu pensamiento, ¿te duele? Es una forma de amar, amar y doler, amor y dolor, quien te quiere te hará llorar (Maricela Guerrero).

La aparente violencia que se cita en los anteriores versos, son un reflejo de una sociedad, una búsqueda por medio de la palabra de exponer historias, sensaciones, visiones, experiencias mentales, casualidades de lo social en que cada autor se mira inmerso y presenta una reacción estética. Es triste que se celebren como intelectuales y como poetas, y entonces acusen al otro de Enfermo Mental, sin antes leer sus propias composiciones poéticas, las que ustedes mismos y mismas, escriben.

Los invito a buscar conmigo la violencia sexual, y física, contra la mujer, niños y niñas, ancianos, la violencia respecto del Otro que existe en la poesía mexicana, solamente para validar o invalidar aquello que muchos de ustedes postearon. Por ahora me viene a la mente, entre la literatura universal: El juguete rabioso, Las cavas del vaticano, La biblia satánica, Historia de un Ojo, o el poema Canonicemos a las putas, de Jaime Sabines, autor siempre mencionado por gran número de lectores mexicanos, más allá de otros poetas; y de este poema, como de Jaime Sabines jamás se escucha decir: Sabines prefería a las putas; pobre de su familia, seguro regenteaba a las pobres mujeres, lo dice claro en sus versos, seguro las lastimaba, y las sobajaba y…, que lo bloqueen del feis.

¿Cuántos libros has leído de violencia explícita? ¿En verdad crees que el autor del libro, tiene además una vida llena de delitos sexuales, violentos y de lesa humanidad? ¡Por favor! Y no puedo imaginarme qué le pasaría al escritor de la novela Lolita, si en esta contemporaneidad se atreviera a postear un pequeño fragmento de su obra; tal vez algo como esto:

 

«Hay que ser artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una burbuja de ardiente veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo (¡oh, cómo tiene uno que rebajarse y esconderse!), para reconocer de inmediato, por signos inefables —el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas de ternura me prohíben enumerar—, al pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas; y allí está, no reconocida e ignorante de su fantástico poder» (Vladimir Nabokov).

 

Referencias

– Calderón, M. (s/f) Desde la orilla o la generación de los 50 en Puebla. Graffylia. revista de la facultad de filosofía y letras, pp. 92-103.

– Falconi, R y R. Cazón. 2009. Panorama de la poesía mexicana. Revista Almiar. Margen Cero. 148 pp.

– González-Aktories, S. 1995. Antologías poéticas en México. Una aproximación hacia el fin de siglo. Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 24. Servicio de Publicaciones. UCM. Madrid, 239-250.

– Serna, Enrique. Placer de pederasta. Letras Libres, revisión realizada el día 25 de marzo de 2016.

 

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ADÁN ECHEVERRÍA. Mérida, Yucatán (1975).
Integrante del Centro Yucateco de Escritores, A.C. Realiza el Doctorado en Ciencias Marinas en el Cinvestav del Instituto Politécnico Nacional – Unidad Mérida con una beca del Conacyt. Biólogo con Maestría en Producción Animal Tropical por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Ha cursado además el Diplomado en Periodismo, Protocolo y Literatura (ICY, CONACULTA-INBA y Editorial Santillana, 2005). Por su obra literaria ha sido considerado en el Diccionario Biobibliográfico de Escritores de México que realiza la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Ha publicado los poemarios El ropero del suicida (Editorial Dante, 2002), Delirios de hombre ave (Ediciones de la UADY, 2004), Xenankó (Ediciones Zur-PACMYC, 2005), La sonrisa del insecto (Tintanueva ediciones, 2008), y Tremévolo (Ed. Praxis – Ayuntamiento de Mérida, 2009); así como el libro de cuentos Fuga de memorias (Ayuntamiento de Mérida, 2006). Compiló junto con Ivi May el libro Nuevas voces en el laberinto: Novísimos escritores yucatecos nacidos a partir de 1975 (ICY, 2007), y con Armando Pacheco la compilación electrónica en Disco Compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (Ediciones Zur y Catarsis Literaria El Drenaje, 2008). Es Premio Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos, convocado por la UADY (2007). Ganador del X Premio Nacional de Poesía Tintanueva 2008 (convocado en 2007). Premio Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Mención de honor en el Premio Nacional de Cuento José Amaro Gamboa, convocado por la UADY (2004); Mención de honor en el Premio Estatal de Poesía José Díaz Bolio (2004) y Mención de honor en el Concurso Nacional de Cuento Carmen Báez (2005), de Morelia, Michoacán.

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Ilustración artículo: Fotografía por Anher / Pixabay [Public domain]

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