relato por
Pablo Escudero Abenza

 

 

Podría hacer daño
el agua y no el licor.
Podrían los años no
pasar factura al portador.
Podría ser pero no.

Los Enemigos

 

22.15

M

i madre me ha llamado por teléfono esta tarde para pedirme perdón por haber bebido durante mi embarazo. Estaba borracha cuando ha llamado. Creo que tener que hablar con la mujer que te trajo al mundo borracha es uno de esos castigos divinos de los que habla la gente. Supongo que el tiempo se cierra en círculos irregulares. Se sentía sola al volver a casa y ha marcado mi número. No ha conseguido acostumbrarse a estar tantas horas sola en casa (quizá no es posible acostumbrarse a estar sola en casa después de 31 años de matrimonio; quizá un infarto fulminante no convence a nadie). Y pocas cosas acompañan más en la soledad que la culpa. Ha decidido sentirse culpable por haber bebido durante mi embarazo. Se había pasado con los licores después de su comida de despedida, dijo. Ha invitado a las chicas (llama así a sus compañeras más veteranas del colegio, mi madre es maestra de primaria) a comer en un buen restaurante para celebrar que ha conseguido la prejubilación después de treinta años de servicio y meses de papeleos. La comida se ha alargado con brindis y copas casi hasta las siete, cuando me ha llamado. Yo iba en el cercanías de vuelta del trabajo y no quería ponerme muy emocional. Además la señal se cortaba cada poco. Le he dicho que no se preocupe. El médico no le avisó de que pudiera estar haciéndome daño. Además tuvimos suerte. No hubo daños de ningún tipo. Quizá los fetos de los años 80 éramos más resistentes a las agresiones etílicas que los de hoy. Mi madre no dejó de fumar ni de beber durante mi embarazo. Yo era su primer hijo. Ella era joven. Fumaba Ducados. Bebía cerveza. Fumaba porros con mi padre de vez en cuando. También durante mi embarazo. Cuando nací el pediatra les dijo que la mejor postura para que un recién nacido descansara era boca abajo, algo que nadie recomendaría hoy. Los tiempos han cambiado. Mi madre tiene 62 años. Hoy se ha jubilado. Va a ser abuela por primera vez dentro de unos meses.

22.33

Mi mujer ya se ha ido a la cama. Está embarazada de 4 meses (lo sabemos con seguridad desde hace 10 semanas) y no ha tenido náuseas ni ninguna molestia particular ni antojos ni ninguno de esos síntomas tópicos que esperábamos que surgieran al principio. Pero tiene mucho sueño y me abandona en cuanto pasan las diez de la noche para meterse en la cama hasta las siete y media de la mañana del día siguiente. Alguna noche he intentado acostarme a la vez que ella, para que no sienta que la dejo sola, que su embarazo no me preocupa, que voy a ser un mal padre, pero si lo hago me cuesta mucho dormirme, y si lo logro, a las cinco de la mañana ya estaré despierto, y no soporto despertarme antes de tiempo un día laborable. No puedo seguir su ritmo de vigilia y sueño. Cómo se nota que tú no estás embarazado, me gritó la otra noche cuando hice una broma sobre su nueva afición a dormir. Puede que también esté un poco más irritable, y que por eso mis bromas hayan dejado de hacerle gracia.

22.48

Tengo 28 años. Cuando nuestro hijo (o hija) nazca, ya habré cumplido los 29. Hace una generación esa no era una edad demasiado temprana para tener el primer hijo (además hace una generación estaba claro que ése iba a ser el primer hijo, no se contemplaba la idea de que fuera a haber sólo un hijo). Prácticamente era lo contrario. Ahora parece que se trata del hijo que van a traer al mundo dos descerebrados. Un par de inconscientes de 28 años dispuestos a tirar una moneda al aire y dejar que caiga cara o cruz sobre su juventud, según cómo sople el viento. La gente de 29 años que conozco no tiene hijos, y la que los tiene pertenece a un mundo de tradiciones y costumbres distintas a las mías. La mayoría de la gente de 29 años que conozco no tiene un trabajo ni una pareja estable. La mayoría de la gente de 29 años que conozco está haciendo planes para quemar la tierra bajo sus pies y salir del país a buscarse el futuro donde haga falta. En Australia si es necesario. A los 29 años sólo tienen hijos los que nunca tuvieron futuro, los abogados repeinados con muchos apellidos y un despacho familiar, los futbolistas de élite y algún escritor de éxito precoz. Socialmente no nos toca tener hijos. Inexplicablemente para el mundo que nos rodea, hemos decidido tener un hijo. Tenemos estudios superiores, nos gusta ir a ver películas en versión original y a conciertos a los que no acuden grandes masas, sabemos hablar inglés, vivimos en una ciudad alejada de nuestras raíces familiares, tenemos trabajo, ilusiones y quejas, proyectos por cumplir; no vemos demasiada televisión, leemos todos los días, usamos el transporte público, la mayoría de vecinas de nuestro edificio consideran que somos educados. No cumplimos el perfil que la sociedad espera (que parece dispuesta a digerir) de una pareja de padres subtreintañeros.

23.04

Legalmente mi mujer no es mi mujer. Por eso hay tanta gente que nos pregunta si se trata de un embarazo planeado, deseado. Legalmente mi mujer aún es la mujer de otro hombre. Y va a tener un hijo conmigo. Fue una esposa precoz y va a ser una madre joven. Pero con dos hombres distintos. Prefiero no darle demasiada importancia a los desarreglos burocráticos de nuestra vida. Porque el hombre que aún es legalmente el marido de mi mujer vive ahora en el otro hemisferio, y jura que nunca volverá a España, y así va a ser difícil poner algún día los papeles en orden. El hombre que aún es legalmente el marido de mi mujer vive en el otro hemisferio con otra mujer, y tiene colgada una foto en Facebook recogiendo pieles muertas de serpientes de su jardín, muy sonriente. He estado leyendo en Internet a mucha gente que ha vivido en Australia y habla de la necesidad de recoger las pieles de las serpientes del jardín de casa, porque si se deshacen sobre la hierba liberan una sustancia que la envenena. Cuando mi mujer se acuesta en la cama y me quedo solo en el sofá, esperando que me llegue el sueño, una de las cosas que hago es colarme en su cuenta de Facebook y mirar fotos de su todavía (legalmente, a los 7 años de ruptura del vínculo ella puede pedir unilateralmente que se disuelva el contrato, pero aún falta) marido, y de la hermana de su todavía marido en términos legales, y de mi exnovia, y de la hermana de mi exnovia, y de las chicas que no me hacían caso en el colegio y los chicos que han engordado más que yo. Miro todas esas fotos tratando de encontrar síntomas inequívocos de que la vida se ha portado peor con ellos que conmigo. A ciertas horas, a determinada edad, sólo buscas el consuelo de una comparación que te deje en mejor posición que otro.

23.20

He leído que los hijos de madres que siguen bebiendo durante el embarazo corren el riesgo de nacer con el llamado síndrome alcohólico fetal, que puede manifestarse en forma de retraso mental, problemas de articulaciones, menor desarrollo físico, alteraciones craneoencefálicas o mayor tendencia a desarrollar enfermedades mentales en la edad adulta (estas son las consecuencias graves). Además (consecuencias menos graves, pero poco deseables) estos niños serán siempre más feos que sus compañeros de juego y estudios, ya que nacerán con los ojos pequeños y muy juntos, lo que transmitirá la idea de fanatismo en su mirada, una barbilla apenas existente, casi la ausencia de una barbilla, que le dará a la cara del niño una expresión abúlica difícil de disimular. Tendrán problemas para andar y les costará más aprender cosas nuevas y memorizar. Mi mujer dejó de beber en cuanto tuvo la mínima sospecha de que podía estar embarazada, sin siquiera decirme nada a mí, justificándose en unos antibióticos que no estaba tomando y que no quería combinar con alcohol porque estaban contraindicados.

23.45

Cuando mi mujer se acuesta me quedo en el sofá, vaciando latas de cerveza, viendo una película y pensando en el día que se acaba. Desde que mi mujer está embarazada (me niego a decir que estamos embarazados) he dejado de fumar en casa. He dejado de salir con la bici sin casco los sábados y domingos por la mañana. He dejado de ir a lugares en los que podemos encontrarnos con aglomeraciones. He dejado de poner la música a todo volumen cuando ella está en casa. He dejado de tomarme en serio todas esas cosas que aumentaban mi nivel de estrés, un nivel de estrés que por contagio acababa aumentando el suyo y que podía hacer que el niño naciera ya predispuesto a la ansiedad y las depresiones. He dejado de tomar el tercer y el cuarto café del día, de comer mayonesa en los bares y he sacado la freidora de nuestras vidas (porque mi mujer no quiere que me dé un infarto y el niño se quede huérfano tan pequeño). He dejado de cantar en la ducha. He dejado de automedicarme con cantidades excesivas de paracetamol. Casi no me quedan cosas que dejar. Creo que lo único que no he abandonado son las películas de las noches, mis ratos con los libros y las latas de cerveza vacías que oculto con desgana en la basura después de beberme el regusto de soledad que me dejan cada noche.

23.58

Mi padre se murió hace 7 años. Yo me convertí en huérfano y mi madre en viuda. Nos quedamos con la tristeza pero teníamos un nombre con el que presentarnos ante el mundo. Huérfano yo, viuda mi madre. Últimamente he estado leyendo Mortal y rosa de Umbral. Descifrando toda la tristeza concentrada ahí. Esas ganas de llorar en cada capítulo. Leí en algún sitio un comentario sobre la insuficiencia del castellano, que no tiene un sustantivo para nombrar a los padres que pierden a sus hijos. Todos los padres dicen que lo peor que pueden imaginar es perder a uno de sus hijos. Mis abuelos perdieron a mi tío y nunca se recuperaron. Por suerte cuando murió mi padre ellos ya no estaban. Si no podemos darles consuelo a esos padres que entierran a sus hijos, al menos deberíamos, como sociedad, ser capaces de darles nombre, no esperar que desaparezcan, que se desarmen como personas, se vayan a Australia y se apaguen en la tristeza, sin un nombre que los defina. Otro de los libros que he estado leyendo es Cementerio de animales de Stephen King. De los que he leído sobre el miedo a perder a un hijo o la tristeza por haberlo perdido me parece el más profundo, el que se mete más dentro de la herida. John Irving dice que El mundo según Garp trata de un padre que tiene miedo (mucho) a que su hijo se haga daño. Pero sólo en Cementerio de animales el que está leyendo (ese lector de casi madrugada que va a ser padre por primera vez dentro de unos cinco meses, ese lector solitario que se ha bebido tres o cuatro cervezas mientras el sueño se decide a acudir a su llamada, ese lector lleno de dudas sobre su idoneidad como padre) se enfrenta a la verdadera pregunta: si tú, triste proyecto de padre, acomplejado porque como padre no vas a valer la décima parte de lo que ella valdrá como madre, te quedas con tu hijo pequeño durante un fin de semana y a tu hijo lo atropella un camión y muere en el acto, ¿qué harías?: ¿llorar?, ¿sentirte mal eternamente por haberlo perdido de vista cinco minutos?, ¿o te enfrentarías al problema de frente y enterrarías a tu hijo en el cementerio maldito que hay detrás de tu casa, del que volvería convertido en algo muy parecido a tu hijo pero que realmente no es tu hijo, sino algo no muerto pero no del todo vivo, carente de empatía, frío como una merluza descongelada, un poco más cruel y mucho más tonto? Le doy muchas vueltas a la situación cada noche. Y no sé sinceramente si estoy convencido al nivel más profundo de que no me quedaría con ese niño extraño (no diré zombi ya que no lo dice la novela) pero mío. No sé si no lo consideraría un sucedáneo de suficiente calidad, si no pensaría que era un buen premio de consolación, mucho mejor que la lápida y los reproches eternos y las flores en el cementerio. Un niño de mi clase de 2.º de primaria se murió de meningitis y mis padres me llevaron al entierro. Nunca he podido olvidarme de aquel pequeño ataúd blanco y de su padre detrás de él, con la cara irreconocible, llorando descompuesto de una manera que el verbo llorar no logra definir.

00.22

La película que estaban dando ha terminado. Me gustaría tener sueño y meterme en la cama, darle un beso a mi mujer y pedirle que confíe en mí, prometerle que estaré a su lado, que no me moriré ni perderé la memoria ni me marcharé a Australia y anunciaré por Internet mi intención de no regresar jamás, que seré un buen padre, siempre atento, siempre presente. Pero no tengo sueño. Así que seguiré aquí un rato más. Abriré mi quinta (y esta sí última) cerveza.

00.41

Beber siempre ha sido importante en nuestra relación. No sería preciso decir que nuestra relación nació de la bebida, pero no tengo del todo claro dónde estaríamos hoy cada uno de nosotros si la noche en que nos conocimos (ella estaba casada con el tipo que después se fue a Australia, y yo buscaba la manera de huir de la relación en la que estaba atrapado) no hubiéramos estado tan borrachos. Yo desde luego nunca me hubiera acercado a una mujer casada sin ese empujón de las copas y la desesperación. Nos gusta beber juntos. No tenemos ningún problema con el alcohol, aclaramos siempre. La nuestra no es una necesidad física. Pero nos relaja salir y beber. Apenas comemos nada cuando salimos. No queremos que la comida nos distraiga de las cervezas y la charla catártica, evitamos que masticar pueda molestarnos durante el ritual de purificación. Desde que mi mujer no bebe no sé muy bien qué hacer con las ganas de tomarme unas cuantas cervezas y un gin tonic antes de acostarme. Me tomo algunas cervezas en el sofá mientras ella duerme, pero no es lo mismo. Ni se parece, realmente, y además me hace sentir culpable. Y cuando he salido con alguien a beber después del trabajo he notado que falta esa complicidad que tengo con ella. Los hombres con los que puedo salir a beber una tarde cualquiera se llevan enseguida la conversación hacia el fútbol o hacia el culo de una secretaria de la oficina a la que le pagarían lo que les pidiera por darle un buen meneo. Y con las mujeres no logro evitar cierta sensación incómoda. Las mujeres con las que puedo salir a beber piensan que como futuro padre estoy buscando sexo con otras mujeres, despidiéndome de mi juventud o algo así, cerrando los ojos ante los hechos. Y que por eso les digo a ellas, jóvenes, solteras, hembras sin compromiso y llenas de energía, que una tarde podríamos ir a tomar algo a una cafetería muy tranquila que conozco. Y no pueden evitar sentirse decepcionadas cuando llega el momento de pagar y yo invito (insisto) y les digo que debo salir corriendo para coger el último cercanías de vuelta a casa, y hasta mañana, sin insinuaciones, sin ataques frontales, sin la previsible concentración de tropas de mis dedos en la frontera de su vestido, sin siquiera ese beso con la lengua abotagada por el alcohol con el que sentirnos incómodos mañana cuando nos veamos en la máquina de café.

1.05

Una de las cosas que peor llevo de tener un hijo es que vamos a tener que mudarnos. Uno de los mayores hobbies de mi mujer en la actualidad consiste en mirar pisos más grandes que este en las páginas de anuncios inmobiliarios. Pisos con un dormitorio más (al menos) y otro baño y que no cuesten más que este. Pisos que nos condenarán a vivir más lejos del centro y el trabajo, a madrugar un poco más y hacer un trayecto más largo en el cercanías. Pisos más feos que éste. Sin estos cuadros de colores vivos que los caseros pusieron por todas las paredes y que todo el mundo dice que dan un ambiente muy alegre. Con 25 metros cuadrados más pero sin aire acondicionado ni lavavajillas (porque cualquier lujo se nos va a salir de presupuesto). Sin la estantería de obra que siempre quise tener en la pared de mi salón y que aquí tengo y me siento tan orgulloso de haber llenado con mis libros. A veces cuento los libros que tenemos en la estantería con la intención de llamar al sueño, como quien cuenta ovejas encuadernadas, pero siempre veo alguno que me apetece hojear, a la caza de una frase, y me levanto a cogerlo.

1.40

Voy a meterme en la cama y leer un rato con ayuda de esa minilámpara de lectura que mi mujer me regaló para Reyes. Estoy leyendo un libro de Mario Levrero que me tiene obsesionado (La novela luminosa). Ya había leído la trilogía involuntaria de Levrero, pero no me había parecido nada demasiado grande. Me acordaba del ambiente y de algunas escenas, pero no fueron unos libros que me marcaran. Con este me está pasando algo totalmente distinto. Estoy deseando salir de trabajar para ponerme a leer en el cercanías. Lo acabé enseguida y lo he vuelto a empezar. Llevo más de 4 folios llenos con las frases del libro que he ido apuntando. Le hablo a mi mujer de lo que he leído durante el día después de la cena, hasta que le da sueño y dice que se va a acostar. Creo que mi escritor preferido, ahora mismo, a estas horas, sin más cerveza de la que echar mano, es Mario Levrero. Mis escritores preferidos han sido, sucesivamente, desde que los recuerdo, desde que un día pensé que era importante tener un escritor preferido: Paul Auster, Enrique Vila-Matas, Roberto Bolaño, Julio Cortázar, J.D. Salinger, John Cheever, J.G. Ballard, Stephen King, Neil Gaiman, Etgar Keret, Franz Kafka y ahora Mario Levrero. Mi mujer (que es filóloga y trabaja para una editorial) dice que con esos mismos escritores, si los hubiera ido admirando en un orden distinto, hubiera podido disponer de un canon útil para convertirme en un buen escritor. Porque yo quería ser un buen escritor. Hace algún tiempo. Cuando estaba estudiando en la Universidad. Cuando me quedé huérfano. Dediqué muchas horas a escribir relatos que enviaba a concursos de todo tipo. Gané algunos certámenes y me publicaron algunos relatos. Le dije a algunas chicas que tenían enfrente a un escritor. Y esas chicas sonrieron y se dejaron algunas puertas abiertas. Pero pronto vi que no iba a poder salir de ese círculo de concursos y diplomas y ediciones no venales y algunos cheques de 500 euros que me llenaban de ego pero no daban para nada. Y el trabajo se ha ido volviendo cada vez más absorbente. Y ahora que voy a tener un hijo sé que ya nunca seré un buen escritor. Porque siempre he pensado que los escritores realmente buenos no tienen hijos. Como Franz Kafka, el hombre que fue sólo hijo (acomplejado y asustado, además) hasta que se murió con casi 41 años. Como los definía aquel libro de Vila-Matas (otro que no ha tenido hijos), los autores que forman la estirpe de los Hijos sin hijos. Alguna vez escuché a alguien decir que uno no deja realmente de ser hijo, y nada más que hijo, hasta que no es padre. Y las buenas historias se escriben contra los padres, con la intención de hacerles daño. Cuando uno es padre tiene otras cosas de las que preocuparse, otros mundos que crear, otros miedos que lo paralizan. Me sorprende leer que Levrero tiene hijos, e incluso nietos. Y me encanta eso que dice de que algún día toda esta locura (la de tener hijos y nietos) tiene que parar. Su madre (de Levrero) ha muerto hace poco (en la novela, o diario, o lo que sea, en el año 2001) y le sorprende que primero se muera su madre y luego su hija lo llame para decirle que va a ser abuelo por quinta vez (Levrero se murió en 2004, rompiendo él también la continuidad histórica de alguna saga). Todo sorprende a Levrero. Todo es extraño. Esa cadena de muertes y nacimientos. Las llamadas telefónicas inesperadas. Los viajes en el cercanías en los que ves sucesos idénticos a lo que acabas de leer. El ser que está creciendo dentro de mi mujer. Las pinzas para recoger pieles de serpientes de los jardines australianos. Las cosas que nos hacen sentir bien. Las que nos hacen sentir mal. El miedo a la muerte. El tiempo desaprovechado. La ebriedad. La abstinencia. Creo que toca apagar las luces y meterse en la cama, dejando que Penélope siga tejiendo a su ritmo, que la rueda gire.

 

 

separador relato Beber durante el embarazo

 

Pablo Escudero Abenza

Pablo Escudero Abenza. Vive en Murcia y suele ganarse la vida como profesor de Matemáticas. Ha ganado algunos certámenes de relato / narrativa en los últimos años, por ejemplo: Ciudad de Alcalá de Narrativa 2011, Creación Joven Injuve de Narrativa 2011, Jóvenes Talentos Booket – Ámbito Cultural 2013, Relato Corto El Fungible 2013, Premio Manuel Llano de Libro de Cuentos 2015.
Muchos de sus relatos publicados aparecieron en su primer libro, titulado como conjunto Beber durante el embarazo, al que dio título el aquí publicado, ganador del XXII Premio de Relato Corto El Fungible, otorgado por un jurado formado por Jorge Eduardo Benavides y Luis Mateo Díez.

📩 Contactar con el autor: elsonidodeunapalmada [at] gmail[dot]com

📗 El libro Beber durante el embarazo se puede adquirir en: latiendadebailedelsol.org/275-escudero-abenza-pablo -beber-durante-el-embarazo.html

🖼️ Ilustración relato: Paolo Monti – Serie fotografica, Paolo Monti [CC BY-SA 4.0], via Wikimedia Commons.

 

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