artículo por
Ireneu Castillo

L

os perros, en el impersonal mundo de hoy día, han pasado a ser los perfectos compañeros de una sociedad cada vez más interconectada pero, a la vez, aislada y deshumanizada. La lealtad de estos animales hacia sus amos y la variabilidad extrema de tamaños —que permite desde un ridículo perrito llavero hasta aquellos que se parecen más a un caballo que a un perro— ha hecho que cada vez sean más los que tengan uno en su casa… con todos los problemas de convivencia que ello acarrea, claro. No obstante, hasta no hace mucho, los perros, lejos de ser esos seres a los cuales achuchar cuando no hay nadie que te achuche en casa, eran meras herramientas vivas para el ser humano, el cual los utilizaba para mantener controlado el ganado, los lobos, los amigos de lo ajeno… o, directamente, como soldados. Tal fue el caso de Becerrillo, un perro de raza alano español que se hizo famoso durante la conquista de América por su fiereza en la lucha contra los indígenas.

En la conquista de América, frecuentemente encontramos referencias a los soldados castellanos y a sus caballos, como herramientas militares imprescindibles para conseguir el dominio del Nuevo Mundo. Sin embargo, los caballos no fueron los únicos animales que fueron utilizados para mantener bajo control los territorios recién descubiertos que se iban añadiendo al haber de la corona española, ya que si hubo un animal que realmente fue crucial para los ejércitos conquistadores, fue el perro.

Los perros, como parte de los ejércitos ya se conocían en el Viejo Mundo desde la más lejana antigüedad, por lo que en el segundo viaje de Colón, las huestes invasoras ya se preocuparon de llevarse sus particulares perros de batalla. Mastines, dogos, lebreles… pero sobre todo alanos españoles, debido a su fiereza, lealtad y corpulencia, se utilizaban como arma intimidatoria ante los combativos indígenas americanos. Unos indígenas que, si bien también tenían perros (no era como con los caballos, que no los conocían de nada), los que tenían eran pequeños, casi no ladraban y, aparte de ser animales domésticos, se utilizaban o para comer, o como sacrificio para los ritos religiosos de los nativos. Nada que ver con los aportados por los españoles, los cuales eran perros de tamaño medio-grande, de una gran corpulencia y que aterrorizaban a quien tuvieran delante.

Becerrillo era un alano español, una raza robusta —se cree que mezcla entre dogo y mastín— que se utilizaba en Europa para la caza mayor, el pastoreo de ganado vacuno y, como no podía ser de otra forma por estas tierras, en las luchas contra los toros. Estas características violentas hacían de estos perros una raza especialmente apta para ser utilizada por la soldadesca tanto como arma de ataque como defensiva. Sin embargo, como mejor servían era como complemento represivo, y en eso, Becerrillo era, sin dudarlo, el rey.

Nacido en España, pero entrenado en las tareas militares en la isla Española (isla que en la actualidad se conoce como Santo Domingo), Becerrillo, que era propiedad de Sancho de Arango —aunque algunos cronistas lo atribuyen a Diego de Salazar— era un perro descomunal, de pelo color ocre, con el morro corto y unas anteojeras de color negro que le hacían una cara de asesino que tiraba para atrás. Fama que, según parece, le hacía justicia, ya que demostraba una gran fiereza cuando entraba en batalla y tenía un don especial en atrapar indios escapados, a los cuales descuartizaba sin piedad como osaran revolverse contra el animal. En su defensa, se ha de decir que también llamaba la atención porque no mordía si no era atacado, por lo que cuando encontraba a algún fugitivo, si este no se le resistía, simplemente lo llevaba ante los soldados.

Sea como sea, en 1511 fue llevado a la isla de San Juan (Puerto Rico) y tan bueno era haciendo su trabajo que Becerrillo —bueno, su amo— cobraba un sueldo similar al de un ballestero y, encima, tenía las raciones de alimento mayores y mejores que las de los propios soldados. De hecho, los soldados decían que 10 soldados con el perro estaban más seguros que 20 soldados sin él, por lo que se peleaban por tenerlo en sus salidas, ya que era capaz incluso de oler las emboscadas, no dejando indio vivo. Y tal fama llegó a tener el perro, que se le atribuían cualidades superiores a las humanas, diciendo que era capaz de entender a las personas en todas las lenguas e incluso era capaz de distinguir a los indios buenos de los malos sin equivocarse ni un pelo, mostrando muchas de las veces una piedad y unos principios que superaban a los de las propias personas.

Se cuenta que una de las veces, y después de haber sofocado una revuelta indígena, los españoles hicieron llamar a una vieja india, dándole una carta para que la llevara al gobernador. Cuando estaba un poco alejada, los soldados azuzaron a Becerrillo para que la cogiera y la destrozara a mordiscos, en un típico «aperreamiento» de tantos que se hacían para castigar hasta la muerte a los revoltosos, sólo que éste era por simple diversión. Aburridos que estaban los soldados, mira.

El alano salió corriendo a su encuentro y la pobre anciana que vio la locomotora canina que se le venía encima, se arrodilló muerta de miedo y le enseñó al perro la carta que le habían dado y le pidió que no la matara. Becerrillo, viendo el miedo en sus ojos, paró en seco y, en vez de liarse a dentelladas con la india, la olisqueó y… se meó encima de ella cual esquina callejera. Los soldados humillados, creyeron que fue un milagro, y cuando llegó el jefe de la escuadra castellana (se dice que era el conquistador Ponce de León), éste mandó soltar a la anciana para que se fuera libre a su pueblo. Así las cosas, el animal-soldado daba una lección de humanidad a los soldados-animales. Curioso cuando menos.

Sea como sea, Becerrillo, acabó muriendo en combate debido a una flecha envenenada que le lanzaron los indígenas, y a pesar de todas las técnicas de reanimación que se le aplicaron. No obstante, la leyenda de Becerrillo era tan potente, que los propios soldados no quisieron desvelar que se había muerto, ni el sitio donde fue enterrado. De esta forma, como un Cid perruno, los soldados podían seguir aprovechando su fama para seguir aterrorizando a los nativos una vez muerto, explotando su memoria durante un cierto tiempo con otros perros de los centenares que utilizaban los ejércitos conquistadores.

A Becerrillo le siguió su hijo Leoncico, el cual heredó su fama y su violencia, y del cual se decía que tenía los dientes teñidos de tanta sangre india que había probado. Y no solo eso, sino que los cronistas comentaban que Leoncico llegaba a matar más enemigos en las batallas que cualquier otro soldado. Una auténtica ricura de mascota, vamos.

En  definitiva,  que  los  perros,  pese  a  su  nobleza  y lealtad —o justamente por ello— durante la historia han sido utilizados repetidamente por el ser humano de una forma indigna y cobarde (ver los indignantes perros-bomba soviéticos), habida cuenta de que el animal, en su inocencia, es capaz de llegar donde la naturaleza humana hace más aguas que un colador.

Becerrillo, su hijo y centenares de perros de presa más se hicieron famosos durante la conquista de América por unas habilidades inhumanas y violentas que no existen en la naturaleza de estos animales. Animales que, fieles y serviciales como ellos solos, no dudan en dar su vida —o de quitársela a los demás— simplemente por ganarse el cariño de unos amos que, muchas de las veces, son más animales y menos inteligentes que los propios animales.

 

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Ireneu CastilloIreneu Castillo, (Barcelona, 1968). Escritor desde su época de instituto, ha encontrado en el relato corto una forma de expresión personal a partir del cual explicar, de una forma divertida y amena, historias curiosas que mezclan las incongruencias de la sociedad, la crítica social y la divulgación histórica.
Estudiante «interruptus» de geología, geografía e historia y ciencias ambientales —carreras que los avatares de la vida se han obstinado en no dejarle acabar— es
 un comprometido defensor de la Cultura y el Patrimonio Histórico, participando en primera linea de la vida social y asociativa de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).
Articulista, blogger, historiador vocacional y «un hombre del Renacimiento del S. XXI» como lo describió un buen amigo, le encanta investigar y divulgar las historias raras y poco conocidas que nos rodean, colaborando periódicamente para diversas publicaciones y editoriales. Ha publicado dos libros, Relatos para una Mente Abierta (Paralelo Sur Ediciones, 2010) y La Cara B de la Historia (Editorial Ven y te lo cuento, 2014), y desde febrero de 2005 expone las curiosidades que llegan a sus neuronas en los artículos publicados en su blog personal, Memento Mori! (http://ireneu.blogspot.com.es/).

🖼️ Ilustración artículo: Stier aangevallen door honden, serietel, (detalle). De la serie La Tauromaquia por Francisco de Goya. Credit line: Legaat van P. Langenhuizen; Verwerving: legaat 1922; Copyright: Publiek domein, via Wikimedia Commons.

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