relato por
Laia Terrón

 

M

atando la esencia de unos dientes recién lavados me enciendo un cigarrillo. Mientras mi boca lo muerde, con una mano cojo el taburete de cinco euros y con la otra un cenicero provisional, una lata vacía. Comparto escenario con el balcón de metro cuadrado y las botas de fulbito, que no quieren otro lugar que no sea el aire libre. Mientras consumo la segunda calada, observo los espaciosos miradores vecinos, admirando el segundo cuarta de enfrente por su capacidad en explotar el mínimo espacio. La vecina del primero segunda, hace rato que se entretiene tendiendo la ropa interior de su hija. Se nota que esa diminuta tela no va con ella, no precisamente por el color…

La poca ropa que llevo no gana la batalla al bochorno de esta tarde de agosto. No sé si será el calor que se confunde con la calentura, o ésta que se deja derrotar fácilmente, pero aquella mirada de ojos verdes se me ha quedado esculpida en el taller de mis recuerdos. Pasan los años como si fuesen paseos y la emoción al coincidir con esos ojos no desaparece.

Intento saciar el desespero con una llamada que suele no fallar. Contesta al tercer pitido. Natalia es una amiga con necesidades parecidas a las mías pero con intenciones diferentes. Yo la llamo, fingiendo verla; y ella responde, fingiendo pasotismo. Puede parecer que soy petulante, engreído o sinónimos similares, pero hace años que la conozco y suele confundir el sexo con el cepillo de dientes. Mi tentación es su dulzura que no suele tenerse en noches esporádicas. Mi provecho es la huida de la realidad para imaginarme en otros brazos en el mismo marco.

Sobre las once de la noche, cuando las sombras de luz natural han desaparecido, suena el timbre. Sé que es ella. Mientras el interfono le abre la puerta y sube los tres pisos sin ascensor, me da tiempo a retocar los últimos olvidos. Música, condones y champán de la panera navideña. Abro la puerta y me arroja una sonrisa más pícara que muda a sabiendas de lo que nos espera.

—Veo que has comprado champán —dice ella, entrando en el salón—. Traigo una botella de vino, la tenía por el piso hace tiempo y ya ni me acordaba.

La botella es un Pago de Carraovejas (Ribera del Duero), un buen tinto que no suele darse en las cestas de Navidad ni olvidarse de su presencia en una cocina. Pequeños detalles que corroboran mi vanidad.

—No hacía falta, guapa, pero si prefieres una copa de vino a otra de champán no tengo ningún inconveniente, al contrario —le contesto, tocándole el cuello con delicadeza.

Antes de la segunda copa de tinto, los preliminares, aun aptos para todos los públicos, ya se han iniciado. Jugueteo con su melena, roces voluntarios y algún beso que precipita a la confianza. Nos servimos la segunda pero no llegamos a brindar. Mi excitación no aguanta la espera y mi lengua la roza mientras mi mano busca sus pechos. Empieza sin demora la actuación protagonista de la noche. Nuestros encuentros anteriores nos dotan de confianza para quitarnos la ropa con naturalidad. Mientras enlazamos nuestros cuerpos desnudos, la dejo que me conquiste y me lame el cuerpo entero haciendo hincapié allí donde mi derrota es indudable. Los minutos pasan y el papel de vencido nos lo vamos alternando.

Nuestros finales se acercan y la música sigue sonando, hace rato que con los ojos cerrados consigo el intento de confundir carnes y gemidos con otro rostro. Entonces, cuando me llega la pequeña muerte con la que se define tantas veces el orgasmo, mi inconsciencia momentánea menciona en voz alta un nombre de mujer discordante. Comparten vocales pero no las mismas sílabas.

—Lo siento —le digo de inmediato—. No sé por qué me ha salido este nombre.

—Creo que los dos sabemos el porqué —responde ella con tono abatido.

La incomodidad que nos atrapa nos impide decir más palabras. Todo sería más fácil si ella tuviera los ojos verdes.

 

separador relato Calor que se confunde con calentura

LAIA TERRÓN. Profesora de matemáticas, economista y estudiante de humanidades se dedica a los números porque le dan estabilidad laboral, pero las letras le dan estabilidad emocional. Desde hace un tiempo asiste a talleres y cursos de escritura creativa, que son su pasión.
Contactar con la autora: laiaterronm [at] gmail.com

Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

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