relato por
Claudio Rizo

 

A

Juan lo conocí a media tarde, casi de noche. En la céntrica Rambla de Alicante, ganada por el humo de unos coches que luchaban a esas horas por aparcar en una avenida que a regañadientes, tímidamente, insinuaba ya sus reflejos navideños. Juan tenía el rostro rajado. Como el cartón al que le cae agua y lo resquebraja, por horas, dejándole otra apariencia, casi irreconocible conforme éste se seca. Lo cierto es que ese sábado hacía un frío de mil demonios, y cualquiera diría que los golpes de viento hubieran actuado sobre Juan a navajazos superficiales, marcándolo, y dejándole ese tipo de huellas en la cara que hablan de una vida con más precisión y evidencia que una biografía de quinientas páginas. Eso percibí, como un fogonazo en el alma, al verle.

A su altura, me detuve. No por él; sino por un cigarro. He de confesar. Un cigarro maléficamente burlón, que osaba con no prender desde hacía tiempo. El muy ladino se había aliado con los malajes de las ventiscas invernales, y hasta creo que con la moral esnob de nuestros paraísos antitabaco tan à la page para dejarme colgado en el instante en que el mono se cuelga su etiqueta de «urgente». De manera que se me hincharon; y allí, justo allí donde el viento parecía calmar su furia, rugió el mechero como nunca antes, en un rasca frío y metálico… desentumeciendo la atención de quien, advertí entonces, de unos cincuenta años y aspecto saludable, apoyaba su espalda sobre la pared y me miraba, elevando el gesto huido, asustado, a ver qué diablos me llevaba entre manos a apenas a un palmo de él. Nuestras miradas, a escasas dos baldosas, lanzaron comunicaciones extrañas; él, abajo, en el suelo, vencido y superado, sin prisa, sin nada que hacer, sin nadie a quien esperar, sin nadie que le espere; sin hogar ni futuro… más allá que el de superar esa noche y despertar a la mañana siguiente entre el taconeo de una sociedad nueva que a su lado camine. Yo, arriba, de pie, con el único problema, de pura agonía para quien no trata habitualmente con el drama, que el de una llama que no rinde. Poco más. Dos mundos. Tan lejanos como cercanos. Apenas a dos baldosas, que ni siquiera daban para dos metros, pero que parecían decir muchas cosas…

Me contó Juan (conocí su nombre tras sentarme a su lado, en el suelo), al tratar de mirar, siquiera de refilón aventajado, el mundo a través de su mirada, que conoció una época feliz en su vida: «Con todo a mi favor; con los dados siempre cayendo de lado… ¡Hasta que llegó esta puta crisis!», exactamente fueron sus palabras, adentrada ya la conversación. Que estuvo casado, durante veinte años, con una especie de ángel, o eso su corazón sentía cuando rozaba sus mejillas con la yema de las manos antes de abandonarla al sueño, cada noche, con un «te quiero» trémulo y verdadero. Una época en la que se vestía de luces, absolutamente, para torear, incluso, de haber tenido arrestos, en la plaza alicantina. Pero que el fracaso de un negocio, que le fue de lujo, de corrido en la época del ladrillazo, extendió los cuchillos del banco sobre su casa, devorándola, laminando su presente y precipitando su vida de seguridades a las alcantarillas oxidadas de cualquier calle alicantina. Del mundo. De su vida. Su mujer dejó de creer en él. Dejó de ser su ángel. Le abandonó.

Ocho meses llevaba viviendo las noches, que no durmiendo, bajo cartones, me confesó. Sin padres, fallecidos, ni hermanos ni hijos, solo encontraba explicación a las cosas en el deseo de abandonarse al sueño, por una vez, y que alguien, quien fuera, le cubriera de gasolina su cuerpo en una noche de ebriedades y fiesta. Ya no había en Juan esperanza mayor. Y lo presentí lejos, en otro mundo… estando, en cambio, tan cerca. «Una jugarreta, solo una, de un anónimo, y se acabó. Un favor a mi muerte en vida», insinuaron sus labios.

Mientras expelía el humo de un cigarro que se diluía, lenta, muy lentamente, impregnando de crudeza y realidad aquella Rambla febril alicantina con cierto olor, paradójicamente, a villancicos y a Reyes Magos…

 

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Claudio Rizo Aldeguer

Claudio Rizo Aldeguer es un autor alicantino.

Contactar con el autor: claudiorizo [at] hotmail [dot] com | Perfil del autor en FB (facebook.com/claudiorizo)

 

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Ilustración del artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez< ©

 

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