poemas por
David Navarrete Maciel

 

Dicen que besar debe de ser espontáneo,
sin cálculo, sin pensamiento alguno,
como el caer de la lluvia,
como la furia del viento
y como los andares vagabundos
de las tormentas de junio. 

Lo que no saben —estos que afirman—
porque nunca lo han visto,
es lo que puede lograr esa sola pregunta:
…¿puedo besarte?

En ese instante ella queda suspendida en la penumbra
del miedo y el deseo,
atrapada entre un sí
          la pena de verse atrevida,
y un no
          apagar una vela en el alma.

 

El silencio sólo exalta su confusión, su soledad,
su desamparo al verse, por primera vez,
desnuda ante mí.

Accede, pensando que será tan sólo un momento
de tensión entre los dos,
para averiguar si acertó o equivocó
         la decisión.

Pero yo tomo esa ansiedad como tierra fértil
sobre la cual caminar con pies descalzos,
y sentir esa dulce humedad
adueñarse de mí.

Mis labios se acercan a los suyos
sin que por un instante mis ojos abandonen los suyos,
dejando que mi aliento descienda sobre sus mejillas,
cayendo sobre su cabello, su cuello, sus sueños. 

Bajo la marea de mi sereno respirar
brota su propio aliento, sublimemente agitado,
intuitivamente ansioso… frágil. 

Es mía sin haberla ya besado
y cuando me muevo como las estrellas
rotando el firmamento hasta regresar al punto de partida,
llego nuevamente a encararla con mis labios
          …el beso llega
habiendo estado ya, en ella
antes que nuestros labios se unieran por primera vez.

No sólo me besa con la flor de su sentir,
sino que cada trémula curva de su piel
y cada fibra de su ser
se mueve, se ondula al compás de mis besos
que se deslizan como olas en la arena. 

El tiempo es una gota de eternidad,
un soplo divino entre dos bocas, dos cuerpos,
brisa de media noche llamada deseo
          ráfaga de lluvia —tan sólo ese momento.

El beso que con permisos arribó,
parte sin el mismo.
La mirada de esa niña
quedó plasmada en mis más íntimos recuerdos,
pues me observa,
           despierta
…una mujer.

                                   Septiembre 17, 1999

 

Quise

 

El día en que te conocí,
desperté solamente para mirarte.
Me entregaste destellos de luz
con tus ojos
y en ese momento naufragué
el océano de tu mirada. 

En mi vida tu presencia siempre fue
el dulce respirar del viento nocturno,
cálido e invisible
la brisa del mismo verano. 

Conocerte más, quise,
llevando al velero de mis sueños
a trazar un viaje en alta mar:
respirar tus secretos,
convertir nuestro silencio en deseo
y escuchar tu voz en el vaivén de las olas. 

Quise entonces navegar lejos de todo
y tomar tus manos,
sentirlas como pétalos
envolver mi soledad. 

Quise besar tus labios
con el pincel de mi imaginación;
trazar sobre tu sonrisa, promesas,
y dibujar sobre tu cuerpo
mis fantasías. 

Quise acariciarte
y hacer de tu piel
un desierto;
arena candente
perdida entre mis dedos. 

Quise despertar en ti
esa furia llamada deseo;
arrastrar esta ciega ansiedad
por cada rincón de tu cuerpo. 

Y quise poseerte
para hacer de tu cuerpo
arcilla mojada;
esculpir con mis manos
el retrato de tu inocencia. 

Pero el sol sólo trazó una lluvia de velas
sobre el agua
y al hundirse en la distancia
la noche besó el cielo entero
y te vi pasar por la cúpula celeste
como una estrella fugaz. 

Me quedé solo en alta mar
pensando si te habré soñado,
si fuiste una sirena de ojos verdes
o el bello espejismo de mi nostalgia.

 

Marzo 20, 2009                   

 

El Escalón de Plata

 

En mi casa hay un escalón de plata
que nunca se entrevé de bajada,
pero que algunas veces
al paso de mi profundo anhelo
como esmalte se adivina. 

Hoy leí que hay dos escritores,
uno que se forja en la urna
del laborioso esmero,
pero el otro, es el Pegaso.
Aquél que crea distancia entre esferas,
el que no puede escribir sino con pluma,
de su puño, expulsar esos mundos que lo abruman. 

Ese alquimista quiero ser, exorcista de vidas
no vividas, augurio de la lanza y el tambor.
¿Cómo sortear tal destino?
Pobre náufrago que soy, pescador de ideas cotidianas,
en un mar de peces soñados y tres cuentos desdibujados. 

Hoy me enteré de que Borges vive,
sí, el autor de El Aleph y
El Libro de Arena,
ese señor argentino de abolengo militar y literario.
Hoy es carpintero.
El me arregló las escaleras de mi casa.
Me dijo que es ingeniero, joyero, y mariscal de campo. 

De piedras preciosas no sé mucho, pero menos de planos y relieves.
Sin embargo qué matemáticas subrayó para dejarme
este escalón de plata en mi casa, no lo sé,
pero lo cierto es que no puedo sino pensar en los relatos que brotan
cuando presiento la ceniza huella de su genio en la sien.

Mayo 17, 2014

 

greca separación poemas David A. Navarrete Maciel

 

David A. Navarrete MacielDavid A. Navarrete Maciel (Ciudad de México, julio 31, 1969). Vive en los Estados Unidos, en el estado de Iowa, desde el 2001. Escritor freelance, redacta artículos de vez en cuando para la revista mensual The Iowa Source. En sus tiempos libres disfruta escribiendo «cuentos cortos y algún que otro pensamiento que posiblemente podría llamarse poesía».

 

Contactar con el autor: dondavid69 [at] yahoo [dot] com

👁 Leer más poemas de este autor: La Sombra de Borges

📷 Ilustración poemas: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

mar de poesías David A. Navarrete Maciel

Más poemas en Margen Cero


Revista Almiarn.º 82 / septiembre-octubre de 2015MARGEN CERO™

 

Siguiente publicación
Tuvo que atravesar un angosto paso por un resbaladizo tronco…