Traducción y comentario por
Santiago Martín Arnedo

 

E

l 6 de septiembre de 1780 Goethe subió a la montaña Kickelhahn, y sobre la pared de madera de una cabaña de cazador escribió unos versos. Tiempo después esta cabaña ardió y no se conserva la grafía original, pero el autor sí introdujo el poema en su opus conservándolo con el título Das Gleiche.

Los versos dicen:

 

Über allen Gipfeln

Ist Ruh

In allen Wipfeln

Spürest Du

Kaum einen Hauch;

Die Vögelein schweigen im Walde.

Warte nur! Balde

Ruhest Du auch.

 

Sobre las cumbres

hay paz,

en las copas de los árboles

apenas puedes

percibir un aliento,

los pajarillos han enmudecido en el bosque.

Espera, pronto

descansarás tú también.

 

Son ocho versos de máxima simplicidad y potencia poética. No se trata de un descubrimiento sorprendente, ni de un elaborado pensamiento o razonamiento. Este poema pone al descubierto algo que sentimos como esencial, y nos emociona en su sencillez y en su contundencia.

¿De qué reposo habla Goethe? En la Naturaleza todo está tranquilo, pero el hombre es el ser que tiene que llegar a esa tranquilidad, ganársela. El reposo está al final del camino. Y parece que este estado sea una misma imposición de la Naturaleza, que lo reintegra en el Todo de donde proviene y así vuelve a su seno.

Goethe expone una gradación de tranquilidad casi a la manera aristotélica. El cosmos de suyo es por definición la tranquilidad, la seguridad del camino marcado. Los astros son movidos sin resistencia ni rebeldía. Las plantas semovientes son aún muy pasivas pero registran cierta inclinación hacia la luz, por ejemplo. Los pajarillos están aún en un estadio intermedio. Estas criaturillas alcanzan el reposo acá y allá sin proponérselo, no ponen en duda su propio destino, solo eluden el dolor presente y ansían el placer pasajero. El corazón del hombre es el más díscolo del conjunto, siempre ansiando, herido de apetitos caprichosos, cavando una profunda fosa entre la realidad y la infinitud de sus deseos, bosquejados por una imaginación díscola. Lleva sobre sus hombros la carga, la tarea de llegar a la paz.

¿Qué entiende Goethe por Ruhe? ¿Acaso la muerte? ¿O quizá es el atardecer de una vida, la madurez desde la que se mira el sinsentido de tanta lucha por cosas no esenciales, el jugar papeles que no llevan a la autenticidad? Se trata del ánimo del atardecer que vuelve la vista hacia el conjunto…

Qué misterioso es este reposo, y por eso da tanto que pensar…

Poco antes de su muerte, el escritor visitó de nuevo la cabaña, cuando se acercaba el momento de la última quietud. En sus últimos años se había autoimpuesto el poeta vivir con tranquilidad pese a cualquier circunstancia, aspirar a la serenidad del estoico que contempla cómo el universo se derrumba a sus pies, reconciliarse con las fuentes del dolor. La noticia de la muerte de su hijo August el 27 de octubre de 1830 lo sume en la tristeza, de la que no tarda sin embargo en recuperarse. Tan profunda vitalidad es difícil de abatir. Al año siguiente consigue terminar su Fausto, una obra de toda la vida, donde plasmó su insaciable sed de saber, crisol de cosmovisiones, y es entonces cuando vuelve a la humilde cabaña, tras más de cincuenta años después, para reencontrarse con su poema. Sus cansados ojos no miran ya tan arriba, se fija en la gente sencilla del campo, exenta de lujos, «aquellos son más felices que nosotros, que hemos llenado el bote (de provisiones) hasta arriba, asustados de continuo por no saber si acabaremos hundiéndonos con él».

El segundo poema que trata metafóricamente sobre el atardecer de la vida se llama Crepúsculo. Pertenece a la colección Chinesisch-Deutschen Jahres- und Tageszeiten, una obra tardía (1827) formada por catorce poemas, y es el último ciclo poético confeccionado por el autor. He aquí el cuarto:

 

Dämmrung senkte sich von oben,

Schon ist alle Nähe fern,

Doch zuerst empor gehoben

Holden Lichts der Abendstern.

 

Alles schwankt in’s Ungewisse,

Nebel schleichen in die Höh’,

Schwarzvertiefte Finsternisse

Widerspiegelnd ruht der See.

 

Nun am östlichen Bereiche

Ahn’ ich Mondenglanz und Glut,

Schlanker Weiden Haargezweige

Scherzen auf der nächsten Flut.

 

Durch bewegter Schatten Spiele

Zittert Lunas Zauberschein,

Und durch’s Auge schleicht die Kühle

Sänftigend in’s Herz hinein.

 

El crepúsculo descendió desde lo alto,

todo lo que estaba cerca, está ahora lejos,

aunque al principio se elevó

el fulgor del lucero de la tarde.

Todo se tambalea en lo incierto,

las nieblas cubren las alturas,

tinieblas de profunda oscuridad

alcanzan quedamente su reflejo sobre el lago.

Ahora en territorios del este,

siento el brillo y la incandescencia de la luna,

las ramas del sauce, finas como el cabello,

juegan en la corriente más próxima.

A través de juegos de sombras que se mueven,

tiembla la apariencia mágica de la luna.

Y a través de mi mirada el frío

se desliza suavemente hacia el interior de mi corazón.

 

El autor ya maduro vuelve su mirada hacia la desnudez de la muerte. Cuando ella acecha, todas las cosas, el mundo mismo queda relativizado. Todo es de una vulgar finitud frente a la oscura indeterminación del final: «todo lo cercano aparece en lejanía». Tan solo la naturaleza afecta hasta el final al poeta «que se desliza dulcemente a través de la mirada… hasta el interior del corazón».

Atrás quedó la niñez, en aquella casona paterna en Frankfurt am Main, donde probará tempranamente el sabor de la melancolía desde su ventana, al ver cómo los niños del vecindario juegan, las vecinas cotillean, y el mundo adquiere volumen y movimiento mientras él, allí arriba clausurado, tiene que estudiar y aprender, y contemplar cómo el sol se oculta tras el horizonte de ciudad…

 

Uno muere solo. Nada interpela, solo una frialdad que dulcemente nos subyuga, en soledad radical. Otros amigos del poeta, muchos de ellos muy queridos (Schiller), ya se han despedido también. Cierto que el ánimo se consuela con los momentos vividos «si bien antes se habían elevado los esplendores del lucero de la tarde» (Venus, el planeta que más reluce, como el canto del cisne, cuya máxima belleza es alcanzada justo antes del fin). Y sin embargo queda tiempo para vivenciar lo concreto, las ramas del sauce jugando en el agua. Pues aunque aspiramos a lo universal, el hombre ha de conformarse siempre con lo particular. Ya decía Hölderlin que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona.

Cinco años pasaron desde la confección del poema hasta su muerte. Siempre se citan las palabras «luz, más luz» cómo las últimas que dijera Goethe en el lecho de muerte. No están en absoluto documentadas. Otros biógrafos proponen en cambio que sí ordenó abrir las ventanas y dijo «de modo que la primavera ha llegado, así podremos recuperarnos más fácilmente». Lo más probable es que sus queridas palabras poco a poco le fueran abandonando, exánimes, sin poder llegar a asomar a sus labios. No mostró signo de rebeldía ni de temor, murió como vivió, simplemente un aliento, como cualquier otro, se convirtió en el último: «sein Sterben war nur ein Ausbleiben des Athems ohne alles Zucken, noch Kampf», observó un coetáneo. La lucha había ya cesado.

 

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Santiago Martín Arnedo

Santiago Martín Arnedo. Es licenciado en Filosofía y vive en Granada. Ha ganado varios premios de ensayo y colaborado con la prensa, especialmente sobre temas de cultura alemana. Ha publicado varias traducciones (Gadamer, Kaschnitz) y artículos de temas de estética, filosofía y literatura en revistas especializadas.

Contactar con el autor: smarnedo [at] hotmail.com

 

🖌 Ilustraciones: Goethe in the Roman Campagna, 1787 (detalle), Johann Heinrich Wilhelm Tischbein [Public domain or Public domain], via Wikimedia Commons | Goethe Vollständige Ausgabe letzter Hand (complete edition of Goethe’s works, 1827), Johann Wolfgang von Goethe [GFDL or CC-BY-SA-3.0], via Wikimedia Commons.

 

Traducción poemas de Goethe

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