artículo por

Adolfo Vásquez Rocca

 

 Introducción [1]

 

Las investigaciones aquí desarrolladas buscan una aproximación interdisciplinaria al fenómeno de la salud y la enfermedad, así como a la naturaleza de la práctica médica en la posmodernidad. La filosofía de la medicina se inspira fundamentalmente en la actual filosofía de la ciencia, que ha abandonado la idea de una realidad objetiva o de un orden natural inmutable, reemplazándola por la representación de nuestro conocimiento, adquiriendo así uno de sus rasgos fundamentales, el carácter holístico e interpretativo.

1.- Enfermedad, Biopolítica y Salud pública [2]

El «giro hermenéutico» o método interpretativo de la clínica ha llegado a la medicina, al punto que la naturaleza «textual» del diagnóstico, o mejor ‘contextual’, por su semejanza con el movimiento posmoderno de crítica literaria, puede ser llamado deconstruccionista, dado que se basa en la ruptura del lazo entre significante y significado, privilegiando el contexto.

La medicina, como se ve al atender a estos presupuestos, se encuentra hoy en una crisis de identidad respecto de su objeto, método y fin, que se expresa en un conflicto de paradigmas o modelos de racionalidad médica. La salud como la enfermedad son dos conceptos que están siendo continuamente reconstruidos a partir de negociaciones y reconfiguraciones socioculturales, siendo la construcción de un discurso que informe a la práctica clínica un lugar crucial en la determinación valórica del estatuto médico. Hay que reflexionar pues sobre los orígenes y modo de constitución del discurso médico, la forma en que su hablar dibuja la realidad, la reifica, y le otorga un basamento epistemológico a partir del cual realizar preguntas tan cruciales, de compromisos valóricos tan sustantivos, como si lo que hay son enfermos o enfermedades, es decir, cuál es el estatuto ontológico de la enfermedad o de su contraparte, la salud, qué tipo de realidad son.

Las distintas «Antropologías»; la Física, la Cultural, la Filosófica, la Forense, encuentran un núcleo en la esperanzadora perspectiva que ofrece la Antropología Médica, la que —con su enfoque integrador— tiene como objeto de estudio al ser humano en cuanto «capaz de enfermar y en cuanto susceptible de ser ayudado en la curación», así como una lúcida conciencia de que estos límites de la existencia humana contienen y condicionan cualquiera otra dimensión de la vida.

La Antropología médica no se ocupará pues solo del desarrollo tecno-científico —de los trasplantes, prótesis e implantes, de las intervenciones laparoscópicas, de los psico-fármacos, de la inmuno-genética, etc.—, sino que también de los innumerables y sutiles matices que comportan la salud, la enfermedad, la curación, y la muerte, conformando nuevas formas de subjetividad e incluso una ‘nueva carne’ [3].

La antropología médica no solo aportará conocimientos para reinscribir estos saberes en los sistemas de organización cognoscitiva del currículo médico, sino que intentará proveer un conocimiento principal —en torno a la irrevocable función social que la medicina comporta— para el desarrollo de planes de acción en salud pública.

De este modo, caben también dentro de estas consideraciones los aspectos sociales, económicos y culturales que inciden en la aparición de las enfermedades y las condiciones que hacen posible la salud. Hombre-Enfermedad – Historia y Cultura serán los ejes de un preguntar sistemático. Se interrogará cómo la cultura puede estar relacionada con la morbilidad, natalidad y mortalidad. Dentro de estos amplios contextos se dará curso a estudios etno-terapéuticos como bioéticos. La cultura médica no puede descuidar el contexto funcional al que se integra en sus manifestaciones físicas y psíquicas. De este modo entretejeremos las redes de lo humano, con todo lo de trascendente y precario que tal condición supone, «un embutido de ángel y bestia» [4].

 

medicina-crtica

2.- Nuevos cuadros clínicos, asociados a la medicina crítica; aplicación sostenida y prolongada de los métodos de soporte vital avanzado

Llevado al extremo de la irracionalidad, el esfuerzo de la medicina por preservar y cuidar la salud de las personas ha demostrado que es capaz de volverse en contra de aquellos a quienes pretende proteger. Cuando los médicos se empecinan en extender la vida aún más allá de las posibilidades fisiológicas y del deseo de sus pacientes, aparece lo que se ha dado en llamar el encarnizamiento terapéutico [5]. Pero prolongar la vida innecesariamente no solo perjudica a quienes se les priva del derecho a una muerte digna. En un mundo donde los recursos públicos que se destinan al cuidado de la salud no solo son finitos, sino que muchas veces resultan insuficientes, su uso irracional parece cercenar aún más el acceso de la población en general al cuidado de su salud. Hoy se acepta el establecimiento de un límite en la asistencia médica, pero la cuestión es definir cuál es y quién establece, y aun más, cómo se valida este límite. Un punto de partida puede ser la observación de casos y el cambio actitudinal frente al manejo de estos conceptos.

La aplicación del avance tecnocientífico en la práctica de la medicina asistencial de alta complejidad ha de conducir al diseño de experiencias de campo en las que se plantea el crucial dilema ético del fin de la vida: establecer y describir la naturaleza del vínculo entre el soporte vital avanzado y la muerte.

Al tiempo que el acelerado desarrollo del cuidado intensivo del paciente grave y los nuevos procedimientos diagnósticos y terapéuticos han generado la aparición de nuevos cuadros clínicos, asociados a esta nueva medicina crítica como resultado de la aplicación sostenida y prolongada de los métodos de soporte vital ordinarios y avanzados. Entre ellos pueden mencionarse el estado vegetativo persistente, frecuentemente derivado de encefalopatías y disfunciones orgánicas múltiples con trastornos cognitivos frecuentes. Estos cuadros resultan paradigmáticos en este tiempo porque asocian, vinculan y confunden la terminalidad con el carácter presuntamente reversible y transitorio del estado crítico.

En  la  generación  de  la  toma  de  decisiones  en  cuidados  intensivos  los principios  bioéticos,  el  derecho  y  las  competencias  del  profesional  médico  —intensivista—  juegan un rol determinante, incluso al principio y término de estos eventuales procedimientos, tanto cuando se discute si es pertinente o no el ingreso del paciente en este tipo de servicio, como a la hora de definir entre aplicar nuevos procedimientos invasivos —fútiles en muchos casos— y el retiro del soporte vital avanzado. En los intersticios de una u otra decisión, entre el encarnizamiento terapéutico y las consideraciones en torno al dolor, la dignidad y la esperanza, se desliza este concepto de tenues fronteras, a saber, el mejor interés del paciente.

Este núcleo de interés constituye un cambio de paradigma a partir del cual deben replantearse cuestiones cruciales, entre las que se cuentan el desarrollo de una cultura y sensibilidad en torno al planeamiento de la limitación del esfuerzo terapéutico, entendido este ya no solo como la delimitación tácitamente acordada en vistas a evitar problemas médico-legales a los médicos, sino como una toma de posición deliberada, una decisión que informa una acción, que ejecuta un conjunto de medidas claramente definidas y terapéuticamente controladas tendente a una limitación ya sea de las medidas que estaban tomadas ejemplo: respiración mecánica, drogas vasoactivas, antibióticos en la infección, así como no iniciar nuevas terapias por ejemplo: diálisis que son de mucho costo, de mucha invasión y eventualmente poco rendimiento.

Es así como en la terapia intensiva se plantean a diario una serie de problemas en relación con la aplicación de los principios bioéticos generales a casos particulares, ello derivado de la posibilidad de aplicación de métodos diagnósticos y terapéuticos invasivos.

Mi  convicción  es  que  estos  dilemas  podrían  ser  atenuados  si  en  la formación   inicial,   de   pregrado,   el   profesional   médico   fuera preparado  y   entrenado   no   solo   en   los   aspectos   teóricos   y   principios abstractos  —propios  de  las definiciones de los código de ética médica y bioética— sino, y de modo fundamental, en los aspectos concretos e individuales de las situaciones de conflicto, dadas en el caso a caso que es, por lo demás, el proceso por el que se va sentando jurisprudencia.

Para ello se propone aquí la necesidad de —una vez abordados los aspectos legislativos, sensibilizado al cuerpo médico así como a la opinión pública en torno a un debate amplio y democrático sobre estas cuestiones— diseñar modificaciones en el currículo de la educación médica que posibiliten preparar a las nuevas generaciones de médicos tanto en los aspectos valóricos como terapéuticos involucrados.

Esto como práctica en la etapa de internado y en las distintas instancias de simulación gnoseológica y operativa según el plan de estudios de cada Escuela de medicina. La formación teórico-práctica versaría sobre cuestiones tocantes a los criterios, oportunidad y viabilidad de recursos, de la medicina paliativa o aplicaciones de terapias de soporte vital avanzados, así como de discernir cuándo éstas, concurriendo todos los aspectos legales, terapéuticos, humanos y espirituales, debe ser retirada y de manera no adjetiva, la preparación de los profesionales en estas maniobras y destrezas terapéuticas y humanizadoras, todo ello atendiendo al estado del arte médica. Para esto es necesario desarrollar consensos amplios que den lugar a la inserción institucionalizada en el currículo de la enseñanza de la medicina tales contenidos y destrezas terapéuticas.

3.- Sobre la muerte intervenida: Retiro del soporte vital avanzado

De este modo, la reflexión sobre la muerte intervenida como un fenómeno emergente de nuestra cultura resulta imprescindible para que la sociedad se involucre en un tema que le incumbe en forma absoluta y exclusiva. Surge de aquí la necesidad de precisar conceptos:

El concepto de muerte intervenida comprende todas aquellas situaciones en que la aplicación de la suspensión o no aplicación de algún método de soporte vital se constituye en un límite en el tratamiento vinculado con la producción de muerte cardiorrespiratoria tradicional. Es una larga historia la de la domesticación del morir por parte de la medicina, en lo que no cabe duda es de que la invención del respirador artificial significó un antes y un después en esta materia.

El respirador, como es sabido, se gestó durante la epidemia de polio que asoló al mundo en la década de los cincuenta del siglo pasado. Por aquel entonces, un médico danés decidió utilizar bolsas de aire para bombear oxígeno a los pulmones de niños que, afectados por la enfermedad, morían asfixiados; claro que el método era imperfecto: los mantenía con vida siempre y cuando la enfermera no dejara de bombear oxígeno. La solución llegó semanas después de la mano de la feliz idea de acoplar una bomba mecánica a la bolsa de aire [6]. Como era de esperar, la tecnología no tardó en extenderse; pero no habría de pasar mucho tiempo hasta que el avance obligó a los médicos a enfrentar situaciones clínicas hasta ese momento impensables. Cuando comenzaron a aparecer los métodos de soporte vital, principalmente el respirador, los médicos se  encontraron  con  que  tenían  pacientes  que  eran  ventilados  artificialmente,  pero  que  sufrían  cuadros  neurológicos  absolutamente irreversibles.

Lentamente, las unidades de cuidados intensivos estaban comenzando a poblarse de un nuevo tipo de pacientes: personas que jamás recuperarían la conciencia, pero que podían ser mantenidas con vida artificialmente durante décadas. Sucede que por aquel entonces estaba aún vigente la idea tradicional de muerte, que la asocia al cese de la actividad cardíaca y respiratoria.

Mantener con vida a estos pacientes representaba tanto una prolongación injustificada del sufrimiento de sus familiares que asistían a una agonía eternizada, como un acaparamiento inconducente de recursos monetarios y de infraestructura hospitalaria. Ante esta nueva perspectiva, fue estrictamente necesaria la reformulación del concepto de muerte.

4.- La domesticación del morir: criterio de muerte cerebral

En esta historia de la domesticación del morir los conceptos se han vuelto problemáticos y ambivalentes a partir, precisamente, de las definiciones al uso de la noción de muerte; tanto a través del concepto de la pérdida completa de la función cerebral, lo que después de casi cuarenta años de empleo de este criterio de demarcación para diagnosticar la muerte, puede visualizarse un continuo que se asocia tanto con la necesidad o interés de procurarse órganos para trasplante, como con la necesidad de evitar prolongadas agonías en pacientes irrecuperables. Cuestiones que en un análisis inmediato se revelan de distinta naturaleza y por ello ponderable en términos diversos.

Según se ha expuesto el criterio de muerte cerebral estableció que el fin de la vida llega cuando coinciden la muerte del tronco y de la corteza del cerebro. Sin embargo, algunos estudios del tema sugieren la incidencia de otro factor en la adopción de este nuevo criterio de muerte. Meses antes, más precisamente el 3 de diciembre de 1967, el doctor Christian Barnard había realizado el primer trasplante de corazón: esta nueva posibilidad trastrocaba la mirada que se posaba sobre los pacientes con daños neurológicos irreversibles que eran mantenidos vivos en forma artificial. «La definición de muerte cerebral es un artificio de técnica —opina el doctor Mainetti—. Tiene por único fin introducir la posibilidad de retirar un soporte vital y dar por muerta a una persona a la que se mantiene con vida sin ningún sentido, abriendo así la posibilidad de utilizar sus órganos para un trasplante».

El criterio de muerte cerebral es una de las primeras respuestas sobre los límites en la atención médica de aquellos pacientes que ya no son capaces de verse beneficiados por ningún tratamiento. Pero no es la única. Un paso más allá se encuentra el derecho del propio paciente —o de su familia— a rechazar un tratamiento que se considera inútil. Se revisarán en el desarrollo de esta tesis, varios casos que perduran en el imaginario colectivo como los impulsores del debate que finalmente diera lugar a la instauración de este derecho.

Cuando un ser humano producto de un accidente cerebro-vascular o de una herida traumática a causa de un fuerte golpe, un tumor, un paro o una infección,  experimenta el aumento de la presión intracraneana, producto de que algunos fluidos se acumulan en el cerebro, lo presionan y hacen que éste se hinche, pero como el cráneo es rígido le impide que se expanda, y  la presión interna aumenta.   En la medida en el que cerebro no se puede extender, empieza a perder vitalidad y se genera una respuesta vegetativa y se empieza a mantener al paciente en un «coma inducido» [7] con una serie de medicamentos. Es frecuente hacer entrar al paciente en dicho estado. Cuando ya no hay respuesta a estos medicamentos, se declara la muerte «cerebral», generalmente, después de la muerte cerebral, se declara la muerte «clínica».

En las últimas décadas la licitud ética —derivada de la aceptación de la práctica— de la interrupción en la aplicación de los métodos de soporte vital ordinarios y avanzados en situaciones que no configuran los supuestos de muerte cerebral —como los estados vegetativos y otras situaciones clínicas irreversibles— y hasta los intentos de obtener órganos para trasplantes en estas ocasiones (cuando se contare con el acuerdo explícito del donante o su representante) hace posible una interpretación conjunta de estos cuadros a través de la admisión del establecimiento de un límite en la asistencia médica.

La cuestión ahora es definir cuál es y quién establece, y aun más, cómo se valida este límite. Un punto de partida puede ser la observación de casos y el cambio actitudinal frente al manejo de estos conceptos.

La  observación  de  casos  permite  al  menos  establecer como tendencias  generales  que  en  el  estado  de  coma  irreversible —definido como muerte cerebral— se tiende a aconsejar el retiro de la respiración mecánica. Así, también, se visualiza en las últimas décadas una aceptación progresiva de disponer la abstención y/o el retiro del soporte vital en pacientes con evolución irreversible para permitir su muerte. Ahora bien, de ambas situaciones basadas en evidencia empírica podemos derivar un punto problemático común: existen casos de pacientes críticos en los que se visualiza la necesidad de establecer límites en la asistencia médica.

El tema central presente en ambas circunstancias es que en estos casos la muerte resulta ligada a las decisiones (acciones u omisiones) que se toman en el ámbito asistencial sobre el soporte vital. Estas decisiones constituyen por sí mismas ese límite y marca el comienzo de toda una época de «muerte intervenida» por oposición a la muerte natural hoy casi desconocida y olvidada por inexistente. Es en virtud de ello que dentro de la expresión «muerte intervenida», utilizada primariamente para describir las acciones de abstención y retiro habituales en terapia intensiva, se incluye también a la muerte cerebral, esto como hito histórico fundamental.

Desde las décadas del setenta y del ochenta del siglo pasado en adelante se ha asistido a la aparición cada vez más frecuente de cuadros clínicos intermedios constituidos por un coma inicial resultante de una injuria cerebral con variables grados de lesión del sistema nervioso como en el estado vegetativo persistente, demencias profundas y otros, en que no se cumplen los criterios aceptados de muerte cerebral (indemnidad del sistema reticular activador del tronco cerebral y de las funciones respiratoria y circulatoria), pero que también tienen daño cerebral irreversible con pérdida absoluta de las funciones corticocerebrales superiores.

Tienen permanentemente abolida la conciencia, la afectividad y la comunicación con conservación de los ciclos sueño-vigilia, y fuertes estímulos pueden provocar apertura ocular si los ojos permanecen cerrados y también acelerar la respiración, el pulso y la tensión arterial. Los reflejos y movimientos oculares se conservan, así como también los reflejos protectores del vómito y de la tos. Estos pacientes pueden tener movimientos espontáneos que incluyen masticación, rechinar dientes y deglutir.

También pueden emitir sonidos o gestos que sugieren ira, llanto, queja, gemidos o sonrisas. Su cabeza y ojos pueden inconsistentemente rotar hacia luces o emitir sonidos no verbales. Pese a que para un criterio experto todas estas actitudes son consideradas como de origen subcortical es innegable que a la mirada expectante de los seres queridos estos signos pueden constituir un motivo de aliento y arraigo emocional que es imposible negar como vivencia afectiva.

Así, en los últimos años la pregunta por los límites que se deberían establecer a la prolongación artificial de la vida ha sumado un nuevo aspecto. El conflicto ya no lo plantea el médico que propone una terapia que conduce al encarnizamiento terapéutico, sino que nace del paciente o de sus familiares que piden un tratamiento que no se considera eficiente.

La respuesta de la bioética se centra en el llamado concepto de futilidad, que es por decir lo menos, bastante controvertido. Los tratamientos fútiles, esto es inútiles, lo único que logran es dar al paciente dolor, daño, incomodidad y gasto económico. Sin embargo el problema es ¿cómo determinar la futilidad de una terapia médica? ¿Solo con los criterios estadísticos que le son propios?

Existen dos criterios. La futilidad fisiológica es el más simple: es cuando el tratamiento demuestra no modificar las variables fisiológicas del paciente que uno busca. Desde otra perspectiva se sostiene que se puede definir la futilidad mediante criterios estadísticos: un tratamiento sería fútil cuando tiene menos del 5% de posibilidades de resultar exitoso. No hace falta aclarar que para determinar la futilidad de un tratamiento es necesario actuar caso por caso. Los límites que delimitan este concepto son muy controvertidos y discutibles; por ello las instituciones médicas cuentan hoy con comités de bioética.

Los comités de bioética son, en su propia definición, espacios multidisciplinarios y pluralistas que se nutren del aporte de expertos no solo provenientes de la medicina, sino también del derecho, la antropología, la religión y, en algunos casos, de representantes de la comunidad.

La medicina como actividad artesanal destinada al cuidado y eventual curación de las personas siempre tuvo límites, pero el final de la vida llegaba por factores externos alejados de una decisión cercana de efectos inmediatos y directos. Ahora, y como resultado del progreso tecnológico, la posibilidad del manejo de la función vital influye en la determinación y el tiempo de muerte.

Esta cuestión central, que atiende la realidad médica cotidiana y que se encuentra en el marco de las decisiones posibles con el hombre enfermo, marca el comienzo de toda una época de muerte intervenida, por oposición a la natural.

De alguna forma se ha producido una suerte de asalto tecnológico a la disponibilidad de los individuos sobre su propia muerte. Este asalto ha dado lugar a la medicalización de la muerte, obligando, como se ha visto, incluso a cambiar su definición a través de la adopción del criterio de muerte cerebral.

Por otra parte, hoy la muerte no solo es técnicamente controlable y administrable, sino que resulta en cierta forma negociable. La dramática situación actual de los recursos destinados a la salud lleva a que se establezcan criterios para decidir qué enfermedades se tratan y cuáles no. Todos estos aspectos sensibles, tocantes a materias de salud pública, también serán considerados en este artículo.

5.- Limitación de medidas terapéuticas en el paciente crítico

Llevado al extremo de la irracionalidad, el esfuerzo de la medicina por preservar y cuidar la salud de las personas ha demostrado que es capaz de volverse en contra de aquellos a quienes pretende proteger. Cuando los médicos se empecinan en extender la vida aún más allá de las posibilidades fisiológicas y del deseo de sus pacientes, aparece lo que se ha dado en llamar el encarnizamiento terapéutico.

La agonía injustificadamente prolongada, el sufrimiento extremo, la desfiguración y el aislamiento del paciente; cualquiera de ellas puede ser la consecuencia del encarnizamiento terapéutico que conlleva formas de morir que resultan una caricatura de la dignidad personal.

Es habitual hablar de la lucha de la vida contra la muerte, pero hay un peligro inverso, presagiado por la literatura de ficción y de algún modo avalado por el desarrollo tecnológico de la medicina. Tendremos que luchar contra la probabilidad de que no muramos. Contra el olvido de la muerte. Nos encontramos en el proceso de reactivar esta inmortalidad patológica, la inmortalidad de la célula cancerígena, tanto a nivel individual como al nivel de las especies como un todo. Es la venganza contra los seres mortales y sexuales de las formas de vidas inmortales e indiferenciadas, en lo que podríamos llamar, al modo de Baudrillard [8], la solución final.

La muerte, que una vez fue una función vital, se podría convertir en un lujo, en un costoso placer. En todos los modos futuros de la civilización, donde la muerte habrá sido eliminada, los clones del futuro podrán pagar muy bien por el lujo de morir.

Puede llegar a existir un infierno en medio de la opulencia, la del ser humano que agoniza sedado por el confort [9]. Existen unas inolvidables páginas en la novela 13’99 euros [10] que recuerdan mucho a esta visión apocalíptica de Baudrillard sobre el confort wasp, emparentada a una suerte de «solución final» a la americana.

Ni la psicología ni la biología han reconocido el lugar central de la pulsión de muerte en la determinación de los seres humanos. Y así como hay una pulsión de inmortalidad para la cual se tienen respuestas tecnológicas como la clonación, también hay una pulsión de muerte. Como hemos visto, estas pulsiones entran en juego simultáneamente y es posible que una no sea más que una variante de la otra, nada más que su dilatación.

Y es que, a veces, «el intento de respetar la vida puede acabar en trato inhumano o degradante, es decir, indigno», escribió hace algunos años Diego Gracia, miembro de la Fundación de Ciencias de la Salud, de España, en el prólogo del libro Morir con dignidad.

Podría decirse que la muerte indigna —aquella que se demora sin ofrecer nada a cambio, más que sufrimiento y humillación— es un invento reciente. Nace como resultado del avance que protagonizó en los últimos cincuenta años la medicina, avance que permite hoy prolongar la vida a través de instrumentos que proporcionan a los pacientes un soporte vital que suple funciones biológicas perdidas o cuando menos suspendidas.

Pero prolongar la vida innecesariamente no solo perjudica a quienes se les priva del derecho a una muerte digna [11]. En un mundo donde los recursos públicos que se destinan al cuidado de la salud no solo son finitos, sino que muchas veces resultan insuficientes, su uso irracional parece cercenar aún más el acceso de la población en general al cuidado de su salud.

Por eso, cabe preguntarse, ¿hasta cuándo es lícito extender artificialmente la vida de una persona? Desde hace algunas décadas, los expertos en bioética han elaborado una serie de criterios que permiten ponerle freno al afán desenfrenado de los médicos por vencer a la muerte, evitando así el encarnizamiento terapéutico.


NOTAS:


[1] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo: Versión ampliada y actualizada, para AlmiarMargen Cero– del artículo originalmente publicado bajo el título La asistencia médica descubre sus límites: reflexión sobre el encarnizamiento terapéutico. En TENDENCIAS 21, Revista Asociada al Capítulo Español del Club de Roma, al Master en Bioinformática de la Universidad Complutense de Madrid y al Instituto de Ingeniería de España. <http://www.tendencias21.net/La-asistencia-medica-descubre-sus-limites_a2857.html> Correspondiente además a la Conferencia inaugural del III Congreso Panamericano de Bioética OPS, 17 al 20 de junio, Caracas, Venezuela, 2009.

[2] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, De la Antropología médica a la Iatrofilosofía; El estatuto ontológico de la enfermedad. en REVISTA OBSERVACIONES FILOSÓFICAS ISSN 0718-3712 ,  N.º 2  –  2006, Sección Antropología, URL: <http://www.observacionesfilosoficas.net/antropologiaarticulo.html>.

[3] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo,  Las metáforas del cuerpo en la Filosofía de Jean-Luc Nancy: Nueva carne, cuerpo sin órganos y escatología de la enfermedad, En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas – Universidad Complutense de Madrid, N.º 18 – 2008,  pp. 323 –  333. <http://www.ucm.es/info/nomadas/18/avrocca2.pdf>.

[4]  PARRA, Nicanor, Epitafio, De Poemas y antipoemas (Santiago, Nascimento, 1954),
Ref. <http://www.nicanorparra.uchile.cl/antologia/poemasyantipoemas/epitafio.html>.

[5] El concepto distanasia (mala muerte) o encarnizamiento terapéutico puede ser entendido como el abuso de procedimientos invasivos, molestos o dolorosos cuando no existe posibilidad de recuperación o la balanza riesgo beneficio se desnivela; impidiendo y frenando así el proceso de morir de forma natural con la única consecuencia del aumento del malestar.

[6] HOTTOIS, Gilbert, El paradigma Bioético. Una ética para la tecnociencia,  Antrophos, Barcelona, 1991.

[7] Un coma inducido es cuando se seda a un paciente para reducir su consumo de oxígeno y energía, y poner al cerebro a «dormir». Mientras tanto, se monitorea su actividad. Se busca proteger el cerebro manteniendo al paciente profundamente sedado y así darle tiempo al cuerpo para recuperarse, ya que en este estado, el órgano necesita menos sangre, oxígeno y glucosa. El coma inducido es utilizado en el caso de que una patología o herida cerebral provoque un aumento de la presión intracraneana o para que el paciente se acostumbre, por ejemplo, a una ventilación mecánica que va a durar más de lo habitual, o porque se necesita que no consuma demasiado oxígeno.

[8] BAUDRILLARD, Jean, L’ esprit du terrorisme, Éditions Galilée, Paris, 2002 – Baudrillard, El espíritu del terrorismo, Fractal n° 24, enero-marzo, 2002, año 6, volumen VII, pp. 53-70.

[9] CASTRO REY, Ignacio,  Sacando de la tumba a Baudrillard. El signo político del atraso, En Frontera Digital,  Madrid, diciembre 2012. <http://fronterad.com/?q=sacando-tumba-a-baudrillard-signo-politico-atraso>.

[10] BEIGBEDER,  Frédéric, (2000) 13’99 euros,  Anagrama, Barcelona, 2001.

[11] JÜNGER, Ernst, Sobre el dolor, Tusquets Editores, Madrid, 1995: Reflexionando respecto a lo experimentado y descrito en los diarios, de una economía que exige del hombre cierta capacidad de soportar el dolor en una medida determinada. Si el hombre se inventa espacios de seguridad en este mundo tiene que tener presente que el dolor va a reclamar su derecho. Y a saber: Cuanto más asegurada parezca transcurrir la vida, cuanto más precauciones contra accidentes han sido tomadas y muestran su efectividad, tanto más seguro e inevitable es el impacto de lo espantoso. No hace falta hoy en día dar lustraciones respecto a eso. Todo el mundo se esfuerza por suprimir la impresión de tales hechos de la conciencia para «poder seguir viviendo».

No hay, sin embargo, exigencias más ciertas que las que el dolor hace a la vida. En los sitios donde se ahorra el dolor el equilibrio se restablece en conformidad con las leyes de una economía enteramente precisa. Se puede decir, introduciendo una pequeña variación en una conocida frase de Hegel, que existe una “astucia del dolor” que alcanza sus objetivos por todas las vías.

En esta sintonía nace el mundo técnico. En eso, «la esencia del mundo técnico, por cuanto convierte al ser humano, y ahora en un sentido más literal que nunca, en uno de los componentes de ese mundo». Martin Heidegger, en clara referencia a este pasaje, intenta perfilar más todo esto, sustituyendo ‘Bestandteil’ (componente) por ‘Bestandstück‘ (pieza), el hombre entonces una pieza más, imprescindible en un mundo compuesto de piezas técnicas. Pensamos en un conductor de coche encajado entre instrumentos que exigen un puntual servicio muy determinado.

El hombre una pieza más en el mundo técnico. Heidegger quiso abandonar la metafísica y por consiguiente se negaba a trascender éste mundo técnico, recurriendo para ello a ese intento de «querer oírse hablar absoluto», que según Derrida es la historia de la metafísica. Jünger, por el contrario, no renuncia al querer absoluto, intentó ganar una posición desde de la que pueda ser inspeccionado el mundo técnico».

A este mundo pertenece el cuerpo humano que, aunque es componente de este, al experimentarlo tiene que sufrirlo. Pero el hombre mismo puede ganar la distancia frente a este mundo, puede tomar una actitud tal, que le permite dejar entrar en campaña a su cuerpo, viendo en este un objeto, que si hace falta, hay que sacrificar. En este contexto no se trata de evitar el dolor, de disminuir su intensidad sino de soportarlo. El dolor es el indicio de que algo está en juego. En esto Jünger está de acuerdo con Novalis cuando en un aforismo este dice: «Uno debe estar orgulloso de su dolor, cada dolor, etc., es un recuerdo de nuestro alto rango».

Existen evidentemente actitudes que capacitan al ser humano para distanciarse mucho de las esferas donde el dolor manda como dueño absoluto. Semejante apartamiento se manifiesta en que el ser humano es capaz de tratar al cuerpo —es decir, el espacio mediante el cual participa en el dolor— como a un objeto. Ese procedimiento presupone ciertamente la existencia de un puesto de mando situado a una altura tal que desde ella el cuerpo es considerado como un puesto avanzado que el ser humano es capaz de lanzar al combate y sacrificar desde gran distancia. Todas las medidas que entonces se toman abocan no a escapar al dolor, sino a resistirlo.

 

IMÁGENES: (Cabecera y cuerpo del artículo) Gabrado y collage, por Adolfo Vásquez Rocca © Todos los derechos reservados.

 

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Adolfo Vásquez
Adolfo Vásquez Rocca. Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, mención Filosofía Contemporánea y Estética. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. Profesor de la Escuela de Periodismo, Profesor Adjunto Escuela de Psicología y de la Facultad de Arquitectura UNAB Santiago. Profesor PEL Programa Especial de Licenciatura en Diseño, UNAB – DUOC UC  – Miembro del Conselho Editorial da Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador–. –Secretario Ejecutivo de Revista Philosophica  PUCV. –Miembro de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF) con sede en Bruselas, Bélgica. Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. – Profesor visitante Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo TheoriaProyecto europeo de Investigaciones de Postgrado –UCM.  Eastern Mediterranean University – Academia.edu. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. –Investigador Asociado y Profesor adjunto de la Escuela Matríztica de Santiago –dirigida por el Dr. Humberto Maturana. Consultor Experto del Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC)– Artista conceptual. Crítico de Arte. Ha publicado el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial  de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España,  2008. Invitado especial a la International Conference de la Trienal de Arquitectura de Lisboa | Lisbon Architecture Triennale 2011. Traducido al Francés – Publicado en la sección Architecture de la Anthologie: Le Néant Dans la Pensée Contemporaine. Publications du Centre Français d’Iconologie Comparée CFIC, Bès Editions, París.

📩 E-mail del autor → adolfovrocca [at] gmail [dot] com

 

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