relato por
Luis Alberto Arvelo

D

espertó de su sueño y se encontró en un lugar que le parecía no haber visto jamás. Estaba en ese momento fugaz que vive todo el mundo por la mañana, al no saber que su habitación era suya y a duras penas poder recordar quién era. Sólo le hacia falta un momento para reubicarse. El techo blanco lo había pintado él mismo hacía 6 meses. El cuadro de la pared lo había colgado él. El reloj de la mesita marcaba las 7:00 a.m. Levantó un poco la cabeza y vio el ventanal que daba a la terraza que tan bellas vistas de la playa le ofrecía cada amanecer. Es curioso cómo los sueños pueden descolocar tanto nuestra realidad; sus sueños lo trasladaban a otras posibilidades diseñadas por su mente para que pensara que eran verdaderas, con la función, quizás, de mandarle un mensaje. Suele ser tan real el sueño, que a la hora de despertar necesitas un instante para reconocer que la verdad es esta y no la otra.

Trató de levantarse, pero el cansancio le pasó factura, vagamente recordaba haber salido la noche anterior. Sus muy holgadas sabanas pretendían aprisionarlo, y él no es que se opusiera demasiado. Pero el reloj ya marcaba las 7:03 a.m., no tenía demasiado tiempo para ducharse, vestirse e ir a trabajar. Tomó una determinación y apoyó sus manos con fuerza en el colchón para ayudarse a ponerse de pie. Cuando su puño se hundía en el tejido sintió la suave caricia de otra mano. Aquel contacto lo sorprendió, era una mano pequeña y delicada, cuando se giró pudo ver que entre las sabanas se escondía la silueta de una mujer. Ella se destapó y él la miró a los ojos. Tenía unos ojos color almendra, espectaculares. Le parecían familiares, pero no recordaba dónde los había visto. Estaba observando a la mujer más hermosa que hubiese encontrado nunca, y estaba con él, a su lado. Ella le sonrió, y justo cuando despegó sus perfectos labios para decirle hola, las palabras no salieron de su boca.

Despertó de su sueño y se encontró en un lugar que apenas le resultaba familiar. La cama era la misma, pero sólo estaba ocupada por él. Miró al techo y recordó que no era blanco, sino salmón, había pagado a un pintor por el trabajo. En la pared no estaba el cuadro que recordaba de su niñez, sino una foto de sus padres. El reloj de su mesita marcaba la 7:00 a.m. Miró bajo las sabanas y ella no estaba. Se lamentó profundamente por su soledad. El sueño había sido muy real, pero sólo un sueño. Aquellos ojos lo seguían aun despierto y pensó que de alguna manera le resultaban familiares. Quería volver a verlos, y pensó que quizás si volvía a dormirse los encontraría de nuevo; pero su reloj marcaba las 7:03, debía ponerse en marcha. La mujer de los ojos almendra tendría que esperar hasta la noche.

Trató de levantarse y sintió el mismo cansancio que en su sueño, la noche anterior sí que había salido, a una discoteca, le parecía recordar mientras se desperezaba. Se puso en pie y fue hasta el baño para dejar correr un rato el agua de la ducha. Mientras su baño se calentaba siguió pensando en la chica de sus fantasías, una chica con la que le gustaría estar por siempre. Sintió un poco de corriente de aire y pudo notar que el ventanal de la terraza estaba abierto. La cortina ondeaba con el viento proveniente de la playa. Apartó la tela blanca y entonces la vio, y sus ojos almendra le devolvían la mirada. ¿Estaba allí? ¿Era real? —¿Quién eres? —le preguntó él, y entonces se dio cuenta que le parecía mucho más familiar. Su cabello era largo y muy liso. ¿Acaso había visto ese pelo ondear en la sala la noche anterior? Ella se acercó a su rostro y quiso decirle hola pero no se escuchó sonido alguno.

Despertó de su sueño y se encontró en la misma habitación que antes y como antes le costó ubicarse. El techo había sido blanco hace años y ahora era celeste, pero nunca fue salmón, ese era el color del techo de su despacho. La foto de sus padres estaba en el salón. En esa pared estaba colgado su diploma universitario. Él estaba entre las sabanas y ella no estaba allí. Miró nervioso el reloj de la mesita, marcaba las 7:00 a.m.

Se levantó a toda prisa y sintió un dolor en el tobillo. Ignoró la molestia y corrió al ventanal para descorrer las cortinas. Al otro lado su mirada fue devuelta sólo por el hermoso amanecer en la playa; pero él hubiese preferido que fuesen esos bellos ojos los que lo miraran, y ver la luz destellando en aquel fino cabello. Se preguntaba de dónde conocía a aquella chica de ensueño. El dolor de su tobillo lo hizo reaccionar. La noche anterior, en la discoteca, sufrió una pequeña caída. Al levantarse del suelo fue cuando vio aquel cabello de cascada a lo lejos, ella se giró y pudo contemplar su rostro, él no pudo hacer más que desearla. Dio gracias por el dolor de su pie, ya que confirmaba que esa mujer era real. Habría dado su vida por el valor de acercarse y decirle hola; ¿pero acaso lo hizo? Se giró y vio que su reloj marcaba las 7:03. Se dirigía al baño cuando escuchó el sonido del agua al caer, y de la puerta entreabierta salían remolinos de vapor. Abrió la puerta y en medio de la neblina, una figura femenina se cubría con su toalla. ¿Era real? ¿Seguía soñando? Ella buscó las palabras; pero cuando abrió la boca para decirle hola…

Despertó de su sueño y se encontró en un cuarto que apenas sabía que era el suyo, al techo le faltaba una mano de pintura y en la pared no había colgado el diploma de la carrera, que ahora recordaba, aún no había terminado. El reloj se burlaba de él marcando la 7:00 a.m. Se levantó como un relámpago en dirección a un baño que encontró vacío. Luego descorrió la cortina azul de una terraza que mostraba una panorámica de la ciudad. La habitación era la misma, pero en la playa no vivía desde al menos hacía 7 años. Sus sueños jugaban con él, mostrando una imagen desordenada de su vida y sus deseos, de sus miedos y aspiraciones. Ya no le dolía el tobillo, aquello había sido un fugaz recuerdo de la caída del día anterior, pero si el dolor era parte del sueño, ¿cómo podía saber si la noche anterior había ocurrido? Se negaba a pensar que la mujer de su vida era mera invención de su imaginación. Escuchó un chisporroteo en la cocina y aspiró el aroma a bacón. Cuando caminaba por el pasillo en dirección a ese olor recordó cómo anoche, un rato después de tropezarse, decidió acercarse a ella. Llegó a la cocina y allí estaba, su pelo se agitaba como la noche anterior, mientras él estaba apenas a unos pasos. Ella se giró con un plato en la mano y le sonrió. El la miró con desconfianza. El reloj marcaba las 7:03.

—¿No eres real, verdad?

Ella meneó la cabeza en respuesta negativa.

—¿Lo de anoche pasó realmente?

Ella se encogió de hombros.

—Me siento atrapado. No sé quién eres, pero sé que te conozco. Vuelvo una y otra vez al principio y cada vez estás más y más lejos, no obstante aquí estás. Así que algo representas.

«Creo recordar que anoche me acerqué, junté fuerzas para hacerlo. Te vi de lejos y me aproximé a saludarte. Pero no sé si lo hice. En el último instante me entró miedo. ¿Y si te reías de mí? ¿Y si ya estabas acompañada? Prefería que siguieras siendo un sueño, eterno e inalcanzable; pero mi sueño».

Ella lo miró con cara de tristeza.

—Aun así creo que me acerqué. Tuve que hacerlo, no quiero que seas sólo un sueño, quiero que seas real, quiero despertar y que estés a mi lado. Tuve que ir donde estabas porque sé como son tus ojos, tuve que verte de poca distancia, y cuando estábamos así de cerca como estamos ahora te dije…

Ella puso un dedo en sus labios y cuando despegó los suyos para decir «hola» no dijo nada.

Despertó de su sueño y no le importó dónde estaba, ni el color de su techo, ni que hubiese algo colgado en la pared. El reloj de la mesita marcaba las 7:00 a.m., como hiciese mil veces antes y mil veces después. Cuando marcaba ya las 7:03 se levantó, se duchó y se vistió. Se sentía solo, destrozado, no creía ya que hubiese una realidad o siquiera que importase el hecho de estar despierto o dormido. Sólo se preguntaba qué había hecho mal. Por qué no podía despertarse con ella a su lado. No recordaba que la mujer le hubiese rechazado, si así fuese se sentiría peor. Y si no lo rechazó, si no se burló de él, si no estaba con alguien ya, ¿por qué no sabía entonces su nombre? Quizás esta vez sí estaba despierto. Se dirigió a la puerta de su apartamento y cuando la abrió allí estaba ella, a punto de tocar el timbre. La expresión de sorpresa del rostro de ella hizo que el corazón de él se pusiera a mil revoluciones. Se miraron durante un segundo y antes de que pudiesen decirse palabra alguna sus labios se unieron en un profundo beso. Cuando al fin se separaron ella casi no podía respirar. Y entonces él recordó algo de la noche anterior, no era que sintiera que su rostro le fuera familiar cada vez que la veía cuando el reloj marcaba las 7:03, fue en la discoteca que le pareció haberla visto antes. Ella abrió la boca para decirle hola y cuando no se escuchó su saludo él lo entendió todo.

Despertó de su sueño sabiendo casi perfectamente donde estaba, el techo había sido celeste hasta que lo pintó la semana pasada, ahora sí que era blanco. En la pared colgaba la foto de su familia en la casa de la playa. El reloj de la mesita marcaba las 7:00 a.m.

Se levantó teniendo la certeza de lo que había sucedido la noche anterior. Ella nunca le rechazó. Esa mujer no se rió de él, ni parecía estar con otro hombre. Él se acercó después de acumular la confianza suficiente. Y a cada paso que daba en su busca, sus dudas aumentaban, cada vez que estaba más próximo se sentía más y más lejos. Hasta que su rostro y el de ella estuvieron frente a frente. Entonces ella le sonrió y él abrió su boca para decir hola; pero nunca lo hizo. Siguió de largo y prefirió pensar que todo había sido un sueño.

El reloj daba las 7:03 y él se preparó para trabajar, se encontraba en aquel punto en que los sueños se disipan y dejas de recordarlos. Ya nunca recordaría haber despertado junto a ella, ni haber visto el amanecer de la playa a su lado, ni su figura entre el vapor, ni el desayuno que disfrutaron, ni el beso que compartieron. Todos esos momentos quedaron en el olvido.

Cerró la puerta de su departamento mientras se dirigía al trabajo y a una rutina eterna. Se abrió el ascensor y allí estaba ella. Ves fugazmente a una persona que vive en el mismo edificio que tú y te parece familiar, es algo que sucede cada día en todas partes. Él entró en el ascensor y ella le sonrió. Abrió los labios para decir hola, entonces las puertas se cerraron.

El reloj marcó las 7:04.

 

Mil y un despertares

«Mi nombre es Luis Alberto Arvelo Selgas. Soy un novel que ha decidido comenzar a escribir hace no mucho tiempo, impulsado por ideas e historias que rondaban en mi mente desde la infancia.
Tengo una novela escrita en mi cajón a la espera de conseguir el valor para comenzar a enviarla a editoriales. Y al menos cuatro más de diversos géneros planteadas y listas para descubrir con cuál comienzo primero. También tengo una pequeña colección de relatos, muchos de ellos colgados en mi blog.
Si tuviese que definir mi interés por escribir, me denominaría como coleccionista. Lo que más me gustaría es llegar a coleccionar relatos, novelas e historias de todos los géneros posibles. Me gusta experimentar en mis narraciones, darles vueltas de tuerca a las tramas y filosofar con la realidad y las ideas morales. Algo que me encantaría es poder ver parte de esa colección, que comienzo a conformar, publicada algún día.
Hasta aquí mi curriculum como escritor. Sólo puedo agregar que tengo un blog y un facebook literarios, en los cuales cuelgo mis relatos, y estoy pensando ampliarlo con diarios de mis experiencias escribiendo. Las direcciones son, por si desean visitarlos, las siguientes:

▫ https://universosenblanco.wordpress.com/
▫ www.facebook.com/UniversosEnBlanco».

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🖼️ Ilustración relato: Fotografía por JayMantri [en Pixabay]

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